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SIGLOS DE HISTORIA

Los Vascos en la fundación de Durango

En esta espléndida vista panorámica cuya gráfica data de finales del Siglo XIX, apreciamos a la ciudad de Durango desde el Cerro de los Remedios. La calle que tenemos a mano derecha, es la 5 de Febrero, y corre a un lado del desaparecido ábside de la Iglesia del Sagrario que fue demolido, en 1916, por órdenes del gobernador Gabriel Gavira, junto con el templo de San Francisco, elHotel Ri-
chelieu y la Presidencia Municipal, estas dos últimas fincas se levantaban entre la Plaza de Armas y la Catedral; al centro aparecen el Templo de San Agustín y La Catedral. La arteria que va al pie de la fachada de las primeras casas (fábrica “La Trinidad”) es en la actualidad la avenida FannyAnitúa. Es una evocadora estampa de la paz porfiriana en la provincia mexicana. (Fotografìa original propiedad de Domingo Deras Torres).

En esta espléndida vista panorámica cuya gráfica data de finales del Siglo XIX, apreciamos a la ciudad de Durango desde el Cerro de los Remedios. La calle que tenemos a mano derecha, es la 5 de Febrero, y corre a un lado del desaparecido ábside de la Iglesia del Sagrario que fue demolido, en 1916, por órdenes del gobernador Gabriel Gavira, junto con el templo de San Francisco, elHotel Ri- chelieu y la Presidencia Municipal, estas dos últimas fincas se levantaban entre la Plaza de Armas y la Catedral; al centro aparecen el Templo de San Agustín y La Catedral. La arteria que va al pie de la fachada de las primeras casas (fábrica “La Trinidad”) es en la actualidad la avenida FannyAnitúa. Es una evocadora estampa de la paz porfiriana en la provincia mexicana. (Fotografìa original propiedad de Domingo Deras Torres).

POR DOMINGO DERAS TORRES

A lamemoria delduranguense José Ignacio Gallegos Caballero, insigne historiador e inolvidable amigo.

Los vascos que emigraron de la vieja Europa hacia las colonias de España en América y Asia, se destacaron por su espíritu emprendedor, aventurero y valeroso. Escribieron los vascongados esclarecidos capítulos en la conquista y colonización de las tierras de la Nueva España, fue a mediados del Siglo XVI cuando algunos de ellos quedaron insertos en la historia al fundar villas, las que llegarían a ser importantes ciudades: Juan de Tolosa, Zacatecas, en 1546; Juan de Oñate, Guadalajara, en 1542; y Francisco de Ibarra, Durango, en 1563.

La hidalguía vascuence logró la hazaña transpacífica conMiguel López de Legazpi, en el Lejano Oriente, al fundarManila en 1571. Eran los gloriosos tiempos de Carlos I de España y V de Alemania, el monarca que al admirar la grandiosidad de su reino, exclamó ufano: “En mi reino nunca se pone el sol”. Felipe II, su hijo y sucesor en 1556, seguiría apoyando las expediciones conquistadoras en los territorios de ultramar como sucedió en Filipinas y en el Norte de México.

LA NUEVA VIZCAYA

La ciudad de Durango fue fundada como Villa, el 8 de julio de 1563, por el capitán vasco-vizcaíno Francisco De Ibarra a sus veintitantos años de edad; aún prevalecen las dudas sobre su exacta fecha de nacimiento, como lo afirma mi amigo el historiador duranguense, Miguel Vallebueno Garcinava. Era un joven y osado militar, fue comisionado por su tío Diego De Ibarra para tal empresa, quien obtuvo de su suegro el virrey tal encomienda. Diego figuró como uno de los fundadores de Zacatecas, junto con sus paisanos Juan De Tolosa, Cristóbal De Oñate y Baltasar Temiño De Bañuelos; contrajo matrimonio con Ana, hija del segundo virrey de la Nueva España, don Luis de Velasco (padre), lo que le reportó ascender al mundo del tráfico de influencias donde logró poder y riquezas.

Por su grandiosa fortuna y alternancia con la realeza, le fue conferido el hábito de Santiago, rango que concedía el rey y que era muy codiciado entre los personajes de la empingorotada sociedad hispana de la época. (El Espíritu Emprendedor de los Vascos. Autores: Alfonso de Otazu y José Ramón Díaz de Durana.

Ediciones Silex. Madrid, 2008). Antes de fundar la Villa de Durango, Francisco De Ibarra y Arandia exploró diversas áreas del actual suelo durangueño, y el 24 de julio de 1562, le asignó el nombre de Nueva Vizcaya en honor al Señorío de Vizcaya perteneciente a Euskadi (País Vasco). La denominación de Durango que le dio a la localidad que fundó en México, se debe a que De Ibarra nació en la Villa de Durango, también llamada Tavira de Durango, de donde igualmente era nativo Fray Juan de Zumárraga, Primer Obispo de México; el gentilicio de los nacidos allá es durangués y para los oriundos del Durango mexicano es duranguense.

Es de hacer referencia que la mayor parte de los vascongados que colonizaron el noroccidente de la Nueva España, eran de origen vizcaíno, aunque también desarrollaron meritorio papel guipuzcoanos, alaveses y navarros. La Nueva Vizcaya comprendía una inmensa extensión de tierra que abarcaba los actuales estados de Durango, Chihuahua, las áreas orientales de Sonora, Sinaloa y el suroeste de Coahuila; fue un gran espacio geográfico donde podían caber varios países de Europa. (Apuntes para la Historia de la Nueva Vizcaya. Autor: Atanasio G. Saravia. Edición UNAM, 1992).

La riqueza de la Nueva Vizcaya se centralizó, fundamentalmente, en la minería, aunque también fue importante la actividad que los vascos desempeñaron como mulateros, arrieros y comerciantes, hábitos laborales que trajeron de las vascongadas; en el rubro de la ganadería, fueron diestros borregueros. Y fue la mula, más que el caballo, el animal en el que se apoyaron en su tarea de conquista y colonización, no se diga en la práctica del comercio al intercambiar mercancías con otras poblaciones de la Nueva España. Entre los prósperos yacimientos mineros que le dieron proverbial fama al Durango virreinal, figuran los de Guarisamey y San Dimas, localizados en el Municipio que lleva este último nombre; y los de Avino, ubicados en la municipalidad de Pánuco de Coronado. En capítulo posterior y de forma especial hablaremos del Capitán Francisco de Urdiñola, destacado vasco que sería también Capitán y Gobernador de la provincia de la Nueva Vizcaya en la primera década del Siglo XVII.

El propietario de los fundos mineros, primeramente mencionados, fue el vasco-navarro Juan Joseph Zambrano, sus famosas minas “La Tecolota” y “La Candelaria” le dieron gran riqueza y se mandó edificar, en la ciudad de Durango, una espléndida mansión que en el presente es el Palacio del Gobierno Estatal. Entre sus múltiples bienes inmuebles, Zambrano poseyó la hacienda de San Juan de Casta, cuya ubicación se encontraba en los actuales terrenos pertenecientes al Municipio de Lerdo, en la Comarca Lagunera. Indebidamente, cuando se le cita, no han faltado quiénes lo llaman Conde de Zambrano, la corona española nunca le concedió título nobiliario alguno.

El vasco-vizcaíno Joseph del Campo Soberón y Larrea, fue dueño del rico mineral de Avino antes señalado, su casa en Durango se levanta aún en el crucero de las calles 5 de Febrero yMadero, hoy ocupada por el Banco Nacional de México. Esta hermosa construcción de esquina ochavada, es un ejemplo del barroco mexicano; si su fachada es elegante, su arquitectura interior luce espléndida en las arquerías de cantera finamente tallada que se aprecian en sus patios. (Casas señoriales del Banco Nacional de México. Varios autores. Edición de Fomento Cultural Banamex, A.C. Año 1999).

La fortuna de este minero le permitió obtener los títulos nobiliarios de Vizconde de San Juan de las Bocas y Conde del Valle de Súchil, le fueron otorgados por despacho real del monarca español Carlos III. El último de sus palatinos nombramientos que le fue conferido el 11 de julio de 1776, fue a parar en el Siglo XX, por rehabilitación, en la persona de José María Garay y Rowart, quien lo recibió el 9 de junio de 1919 y así se convirtió en el Tercer Conde del Valle de Súchil. Garay destacó como político en España, ocupó entre otros cargos el de Alcalde de Madrid en 1922, fue vicepresidente del Senado y secretario de Justicia y Gracia; por sus méritos, una plaza y una calle de la capital española, llevan el nombre de Conde del Valle de Súchil.

Bajo la advocación mariana en las vírgenes vascuences de Arántzazu, de Begoña y de Uribarri, los vascos evangelizaban a los indígenas de las tierras que conquistaban. Para tal efecto, en el Norte de México, contaron con la cooperación de la orden religiosa de los franciscanos como sucedió en la Nueva Vizcaya, donde fundaron importantes misiones.

El Primer Conde del Valle de Súchil difundió en la sociedad duranguense de la época el culto a la patrona de Bilbao y Vizcaya, la Virgen de Begoña, costumbre que se extinguió a través del tiempo; estuvo entronizada en un altar del desaparecido templo de San Francisco, edificio que se levantaba en el terreno que actualmente ocupa el multifamiliar Francisco Zarco. La veneración a la virgen de Uribarri, patrona de Durango (Vizcaya), se practicó en la Catedral de Durango y la tradición igualmente se perdió.

El euskera (lengua vasca) se dejó escuchar por la boca de los vascongados en los bosques, desiertos, llanuras y serranías de la geografía duranguense en sus etapas de conquista y colonización. Ya establecidos en la época virreinal, era costumbre de los vascos de aquellos tiempos -sobre todo en los ricos-, casar a las hijas de manera preferente con un sobrino o en segunda instancia con un paisano, por lo que practicaban entre ellos el matrimonio endógamo (nupcias solamente con algún integrante de la misma raza o grupo étnico). Dicha costumbre social cayó en desuso notablemente en el Siglo XIX. (Los Vascos en México y su Colegio de las Vizcaínas. Autores: Varios. Edición patrocinada por CIGATAM. México, 1987).

APELLIDOS VASCOS EN DURANGO

Los apellidos vascos denotan, en gran mayoría, su significado de acuerdo a su procedencia, mote o apodo, condición especial y área de nacimiento; son frecuentes los toponímicos (evidencian origen de lugar). Fue notoria la preferencia que tuvieron los emigrantes vascos hacia la Nueva España, sobre otras colonias de la corona española en el nuevo continente. La gran afluencia de los vascongados hacia nuestro país, tuvo mayor relevancia durante el virreinato a diferencia del México independiente, según afirman ciertos historiadores. Pero a Durango siguieron arribando durante el Siglo XIX, algunos formaron prolíficos clanes familiares, cuyos apellidos subsisten hasta nuestros días entre la sociedad duranguense y otros salieron de la entidad. He aquí varios de ellos: Arzac, Amparán, Arámbula, Arrieta, Arriaga, Arredondo, Aguirre, Asúnsolo, Arreola, Anitúa, Aispuro, Ayala, Burciaga, Barraza, Castaños, Cincúnegui, De Juambelz, Elorriaga, Escárzaga, Elizondo, Espeleta, Gaxiola, Gamboa, Gurrola, Gámiz, Garay, Güereca, Icaza, Iturbe, Ibarra, Irazoqui, Jáuregui, Lizárraga, Mayagoitia, Medinabeitia, Monárrez, Muguiro, Ostolaza, Rentería, Saracho, Ugarte, Unzueta, Uribe, Urbina, Urrea, Zataráin, Zavala, Zuloaga, Zubiría y Zárraga.

UN VASCO, EL FUNDADOR DE TORREÓN

A casi tres siglos de la fundación de Durango, tocó al vasco-vizcaíno Leonardo Zuloaga Olivares (1806-1865), fundar la ciudad de Torreón –entonces el caserío de una hacienda- aproximadamente en 1850, en una de las márgenes del río Nazas sobre el lado de Coahuila. Zuloaga encomendó a su administrador, Pedro Santacruz, erigir un torreón para avizorar los ataques de los indios bárbaros y las avenidas caudalosas del río. A partir de ese momento, los lugareños empezaron a llamar “Torreón” al naciente predio.

Los terrenos donde se encuentra asentada nuestra ciudad pertenecieron en la época colonial a la provincia de la Nueva Vizcaya, por lo que sus orígenes están vinculados a la historia duranguense; nunca imaginó el vascongado Zuloaga, que su hacienda “El Torreón”, se transformaría en una gran urbe que rebasaría en importancia a otras que databan del virreinato.

Las actividades agrícola, industrial y comercial, así como las vías ferroviarias que la cruzan, le dieron una fama de progreso que fue más allá de sus fronteras. Este auge se debió a la idiosincrasia del torreonense: trabajador, noble y visionario. El “milagro lagunero” apareció sobre una llanura semidesértica que venció la adversidad, así se convirtió en un emporio. Y su futuro le augura más éxitos.

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