El campo de batalla: el Puerto de la Angostura.
La historia se construye con momentos clave, mismos que por orden sucesivo en ocasiones o por azar las más de las veces, tienden a arremolinar a los hombres y al entorno alrededor de ciertos ejes sobre los cuales terminan asentándose como hechos definitivos con el paso del tiempo. En el caso de la invasión norteamericana de 1847 y la guerra consecuente, uno de esos momentos clave, más por lo que pudo haber representado en sí que por la trascendencia de los hechos, ocurrió en el norte de México: la famosa Batalla de la Angostura. La Batalla de la Angostura (también conocida por los norteamericanos como Batalla de Buenavista) fue un enfrentamiento militar en el que se batieron valerosamente fuerzas nacionales y norteamericanas entre el 22 y el 23 de febrero de 1847 en un paraje semiárido conocido como el Puerto de la Angostura, muy próximo a la ciudad de Saltillo.
Si el asedio norteamericano durante la Guerra de Texas era tan evidente desde 1836, a estas alturas no cabía la menor duda: la amenaza salía sobrando porque teníamos al enemigo en casa y con intenciones de avanzar hacia la capital mexicana a cualquier costo. Ante la situación predominante, los federalistas encabezados por Valentín Gómez Farías volvieron a llamar desde el exilio nada menos que al imprescindible de siempre: Antonio López de Santa Anna. Revestido de republicanismo, Santa Anna había vuelto de su último destierro engañando a norteamericanos y federalistas por igual para asumir nuevamente la presidencia y el control de un ejército de dieciocho mil hombres que además de patriotismo, evidenciaba hambre y desnudez. Después de delegar el Poder Ejecutivo en manos de Gómez Farías, investido como Generalísimo de los Ejércitos Nacionales (tras perder mucho tiempo acantonado en San Luís Potosí) recibió informes de que el General Zachary Taylor partía de Monterrey para ocupar la plaza de Saltillo a corta distancia de un famoso lugar "que forma un puerto, y que puede compararse con el célebre Paso de las Termópilas" según refiriera después al Secretario de Guerra en un comunicado militar. Sólo entonces decidió, o acaso se vio obligado por las circunstancias, marchar con todo su contingente rumbo al norte.
Cuando el Generalísimo llegó al campo de batalla, de aquellos dieciocho mil hombres cuatro mil se hallaban fuera de combate: ya por enfermedades propias de las inclemencias del desierto en pleno invierno o ya por deserciones. El 22 de febrero, día en que se pasó revista, se confirmaron solamente diez mil infantes (entre quienes se contaba a los irlandeses y extranjeros del recién formado Heroico Batallón de San Patricio), dos mil seiscientos caballos y diecisiete cañones en total. No obstante lo anterior, la rapidez con la que se movieron las tropas mexicanas y la resistencia pasiva que mostró la tropa de línea lanzándose al combate después de haber emprendido una marcha tan dura y sin descanso desde San Luís, causa admiración por igual a historiadores nacionales y extranjeros como lo hizo en aquél momento.
El desarrollo de la batalla se centró en un momento sobre una cuestión fundamental: el combate por alcanzar una posición elevada y ventajosa, posición que fue ocupada por las tropas mexicanas al mando del teniente capitán Luis G. Osollo, de 19 años de edad en aquél entonces y uno de los pocos militares que en todo sentido pueden contarse como tales en nuestra historia nacional.
Para este combate, Taylor ya había desviado la División del Centro al mando de John E. Wool, de su expedición en Chihuahua para reunirse con él en Saltillo. Con la entrada del general Wool a Saltillo se registró la primer guerra fotografiada en la historia de la humanidad. Estás imágenes fueron tomadas por un autor anónimo gracias a un aparato construido por Louis Daguerre en 1839, del cual en lo sucesivo tomarán nombre los célebres daguerrotipos a partir de aquella época. En este ámbito también, la guerra de 1847 sentará un precedente a seguir para la futura guerra de Crimea que estallaría en Europa.
El plan de Santa Anna consistía en cortar de Saltillo al enemigo, al que se suponía en la Hacienda de Agua Nueva, considerando que habría de defenderse en los desfiladeros de aquellas comarcas. Sin embargo, cuando llegó la Brigada Ligera bajo el mando del General Pedro Ampudia se supo que Taylor se había movido de allí desde el día anterior rumbo a Saltillo. Creyendo que el enemigo se retiraba con precipitación y en desorden, se hizo avanzar a galope a la caballería para sumarse a la vanguardia en el Puerto de La Angostura, atravesando perpendicularmente la carretera hacia Saltillo. Allí se toparon con las fuerzas de Taylor que aprovechando las cualidades defensivas del estrecho paso, se habían atrincherado en una serie de lomas.
En ese instante Santa Anna decidió ganar tiempo para permitir la llegada del resto de sus tropas, por lo que envió a su médico Pedro Van der Linden como parlamentario ante Taylor y los estadounidenses intimando su rendición bajo el ardid de que estaban sitiados por veintidós mil hombres y no podrían evitar una derrota. Cabe señalar que este mismo ardid le había valido la "victoria" de Tampico contra el Brigadier Isidro Barradas y la expedición española en 1829. Taylor, militar de origen campesino y espíritu rudimentario, respondió diciéndole a Santa Anna que se fuera al infierno. La madrugada del 23 de febrero de 1847, reinició furiosamente la batalla en el extremo derecho de la línea mexicana. La Brigada Ligera, al mando del General Ampudia, trató de desalojar a los estadounidenses de sus posiciones en su extrema izquierda sobre la falda del cerro, cuya cima habían ganado las tropas mexicanas la tarde anterior. Para sostener su posición Taylor mandó reforzarla con nuevas tropas, haciendo avanzar diversas líneas en orden escalonado, rebasando su derecha, pero sufriendo daños que vaticinaban su inminente derrota.
El momento fue un relámpago de triunfo: como trofeos arrancados a lanzazos al ejército de los Estados Unidos se contaron tres cañones propiedad del 4° de Artillería con su correspondiente munición en cajuelas, cuatro carros y tres banderas sin que se perdiera ninguna bandera mexicana a lo largo de la batalla. Sin embargo, en vez de rematar al enemigo, la noche del 23 de febrero Santa Anna declaró que se había ganado la batalla y ordenó la retirada inmediata.
Los historiadores mexicanos tienden a considerar la batalla de La Angostura como una victoria mexicana que el general Santa Anna echó a perder de forma inexplicable ante un enemigo ya vencido con una retirada repentina, que por la dureza del terreno y la escasez de recursos se convirtió en un desastre militar posteriormente. Para explicar la actuación de Santa Anna se le acusa a él y a otros mandos (como el General Miñón, quien se mantuvo inactivo en la batalla) de traidor, incompetente o las cosas a la vez. En ambos casos bien podemos concluir que estas suposiciones son tan correctas, y lejos de contraponerse complementan los hechos. En oficios desesperados, Santa Anna recrimina a Gómez Farías su falta de envío de bastimento y dinero y se deslinda de cualquier responsabilidad de amotinamiento o desastre consecuente. Lejos de responder oportunamente, Gómez Farías solo le envió un ejemplar de las leyes antirreligiosas que había promulgado (mismas que desataron una rebelión en la capital mexicana) y se mantuvo sin atender las solicitudes reiteradas del Generalísimo en aprietos.
Sin duda alguna la batalla en si en tanto se hubiera asegurado como una victoria irrebatible, ya haciendo capitular a Taylor o barriéndolo a él junto con su contingente, habría trascendido como noticia persuadiendo de no continuar por el norte a las fuerzas del Coronel Doniphan, impidiendo el asedio del Comodoro Sloat en la Alta California y evitado sin duda alguna cualquier tentativa por parte del General Winfield Scott de desembarcar por Veracruz, aumentando sus fuerzas con la unión del ejército de Taylor, y que éstos entraran a la capital, quitándole a Santa Anna la oportunidad de transformarse en héroe y a México la mitad de su territorio.
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