Cien años sin Pancho Villa
En su libro Pancho Villa, la construcción del mito, el investigador Miguel Ángel Berumen escribe que uno de los capitales con los que Villa contaba en su mejor época, a finales de 1913 (en lucha contra el huertismo y con Porfirio Díaz exiliado), era “lo que la gente decía de él y lo que la gente decía que oía de él”. En ese momento comenzaban a nacer historias alrededor de su figura en la Revolución. Por los desiertos del norte viajaban los éxitos de sus batallas, el estruendo de sus aventuras, pero también el abuso de sus crímenes.
Para el historiador Carlos Castañón Cuadros, Villa es un personaje extraordinario en todos los sentidos y el principal continuador del maderismo; el escritor Paco Ignacio Taibo II, autor de Pancho Villa, una biografía narrativa, afirma que el mito de Villa es muy potente en su sentido heroico; el norteamericano Friedrich Katz, en la biografía más conocida del caudillo, indica que junto a Moctezuma y Benito Juárez, Villa es el mexicano más conocido en el mundo, pues sus leyendas también habitan en en Estados Unidos y otras latitudes; mientras que para Reidezel Mendoza Soriano, encargado del Archivo de la Arquidiócesis de Chihuahua, hablar de la leyenda negra para abordar sus crímenes es minimizar los hechos y testimonios de sus víctimas. El cine, la literatura y los medios de comunicación han continuado con el labrado de la imagen villista, la cual se niega a encajar en un molde.
Nacido como José Doroteo Arango Arámbula el 5 de junio de 1878, en el rancho de La Coyotada, municipio de San Juan del Río, Durango, Villa pose una narrativa donde se corre el peligro de perderse en un ramal de caminos. En su relación con La Laguna, el caudillo tomó Torreón en tres ocasiones: octubre de 1913, marzo de 1914 y diciembre de 1916. Parte de la conspiración que planeó el atentado contra su vida tuvo raíces en esta misma urbe. Cien años han pasado de esa emboscada en el pueblo minero de Parral, pero aquel 20 de julio de 1923 se engancha al presente de seguidores y detractores.
LAS TRINCHERAS DE VILLA
Antonio López Romero se adentra en los callejones de Trincheras, como popularmente se le conoce a la colonia Francisco Zarco, bajo el cerro de La Pila de Gómez Palacio. El área se divide en seis barrios y se le conoce así por las trincheras que las tropas federales construyeron en este lugar durante la Revolución. El hombre de 63 años se dice orgulloso de pertenecer a este sitio, al tiempo que saluda a los vecinos que encuentra por las calles. Por eso guía hasta el rostro de Pancho Villa pintado sobre el muro de una antigua cantera. La obra fue hecha en 2020 por el artista mexiquense Ricardo Ovando Martínez y los gomezpalatinos Paulo Galván y Daster Rodríguez.
En poco tiempo, el rostro de Villa se ha convertido en otro elemento identitario del barrio, aunque acceder a él es complicado para quienes no son de la zona. Las canchas abandonadas del lugar evidencian el descuido de las autoridades municipales y el glugluteo de los guajolotes en un corral cercano sonoriza la calurosa mañana. Toño, quien dice desempeñarse como gestor social, le saca magia al paisaje y camina hacia una cueva donde remueve imágenes de su niñez.
“Hasta nos raspábamos la panza pa’ pasar. Está así pa’ arriba, es un tiro. Luego rascábamos la tierra para ir pasando. Aquí nos divertíamos de a madre, porque aquí nos traía la maestra. Antes no había escuela, no había nada aquí, era una señora que nos daba clases”.
El cerro de la Pila fue un punto crucial para que el ejército de Francisco Villa tomara La Laguna en marzo de 1914. Los balazos de esa batalla han atravesado los años gracias a los relatos que los vecinos escucharon de generaciones anteriores. Cada piedra fue testigo del estruendo revolucionario. El cronista Pablo Machuca Macías, en Crónicas y leyendas de Gómez Palacio, escribe que intelectuales como el profesor José Santos Valdés propusieron que el cerro fuese declarado monumento nacional por estos acontecimientos.
“De Trincheras hay muchas historias, depende cuál quieras saber. De mis tiempos para acá, parte de lo que más se escuchaba (y la algarabía de todos los chavos de esos tiempos) era nuestro caballo, el general que estaba ahí por la Mina tirado. Nadie le hacía caso, nomás nosotros íbamos y lo agarrábamos de escalerita para estar arriba del caballo también”.
Toño se refiere a la escultura monumental de Francisco Villa realizada en 1980 por el duranguense Guillermo Salazar González. Esta obra de bronce, con 5.25 metros de altura, originalmente se colocaría en una plazoleta ubicada en el cruce de la calle Mina y avenida 20 de Noviembre, pero al final se decidió subirla a lo alto del Cerro de la Pila. El 14 de septiembre de ese año, la escultura arribó a la ciudad, pero ese día sólo pudo llegar hasta la mitad del cerro. En fotografías de la época se muestra a una aglomeración de personas que acompañaban el traslado, como si se tratara de una especie de verbena popular que unía a los distintos barrios de Trincheras.
“Cuando lo subieron para arriba es cuando ya se aglutinó la gente de los pocos barrios que había aquí en Gómez Palacio. Pero aquí era donde estaba la mayor parte de la gente popular, aquí en Trincheras, porque era una colonia de las de más bajos recursos. Las familias tenían hasta de quince hijos, de ocho, de diez… no bajaban de esa cantidad. Entonces éramos un chingo, éramos bastantes chavos. Aquí la gente siempre ha sido villista y participativa en defendernos todos”.
Toño pide pausar la grabación cuando ve a doña Maricruz Jiménez aproximarse: “¿De dónde vienen? ¿Del periódico? ¡Pensé que eran del partido!”. Mientras intenta cubrirse el sol con la mano, la mujer se queja del abandono de las canchas y solicita que se arreglen para que los niños de Trincheras puedan jugar. Luego comienza a hablar con Toño sobre el rostro de Villa, le comenta que existe la opción de retocarlo y se sorprende cuando se le menciona la conmemoración del centenario luctuoso del caudillo. “¿Cien años? ¡Válgame Dios! Sí, pues los abuelos eran los que platicaban todo eso. Por los comentarios de mi abuelo, dice que él ayudaba a todos los pobres: ¡’Ámonos, ahí les va el dinero!”.
La escalinata que conduce al monumento de Pancho Villa rodea el cerro como si lo abrazara. Toño desiste de ese camino y decide trepar por las rocas, como cuando era un infante; asegura que es más rápido. Se puede imaginar a los villistas y federales escalando este relieve en aquel marzo de 1914, resbalando por un mal paso, rasguñados por la maleza o pinchados por los cardenches y lechuguillas en medio de una lluvia de balas. Algo similar se vivió hace una década cuando un cártel del narcotráfico se acuarteló en el cerro.
El señor Toño ya ha sufrido un infarto, pero presume mantenerse en forma. Al llegar a la cima, observa el paisaje urbano que en su infancia estaba tapizado de sembradíos. Al oriente sobresalen las torres de la catedral de Guadalupe, rodeadas por andamios debido a una reciente remodelación. Ese templo tiene un boquete histórico que data de la Revolución. Los historiadores no han determinado el momento preciso en que ocurrió el impacto, pero Toño se lo atribuye a Villa.
“Es un gusto haber sido de Trincheras, carnal. Porque así como el señor era valiente pa’ tirar plomazos y chingazos, aquí también ha habido generaciones que traemos esa sangre”.
EN AMBOS LADOS DEL NAZAS
Para llegar al pueblo de La Loma, la gente de a pie toma un autobús en la avenida Juárez de Torreón. El transporte gira a mano izquierda en la calle Zaragoza, luego se desplaza por el bulevar Constitución y el Puente Plateado sobre el lecho seco del río Nazas. Las estatuas de Francisco Villa y Felipe Ángeles dan la bienvenida a Gómez Palacio (desde aquí se tiró el cañonazo en 1914 que aún está marcado en el Casino de La Laguna). El trayecto sigue para cruzar esta ciudad y el corazón de Lerdo, hasta salir a la carretera libre a Durango. Hora y media después se puede ver el serpentear del Nazas (que de este lado sí está vivo) bajo los Puentes Cuates; Villa observó este paisaje desde que planeó tomar Torreón por primera vez, en 1913, para vencer al ejército huertista. Es domingo a mediodía, la temperatura rasga los 40 grados Celsius y hasta el viento que entra por la ventana provoca ardor en el rostro.
El autobús entra a La Loma, pasa debajo de un arco con la leyenda “Cuna de la División del Norte” y se detiene frente a un mural de Francisco Villa realizado por artistas lerdenses en 2020. A mano izquierda está el camino sin pavimentar que lleva a la Hacienda de la Santísima Trinidad de la Labor de España, hoy conocida como Hacienda de La Loma. Esta fue fundada en 1821 y visitada por Benito Juárez el 13 y 14 de septiembre de 1864 en su trayecto hacia la Cueva del Tabaco, donde escondería el Archivo de la Nación. El sol muerde la nuca, los zapatos comienzan a empolvarse. El casco de la hacienda se asoma con su cuerpo de adobe, mientras un parlante en un techo emite una melodía que a cada paso se vuelve más audible: “Donde descansa para siempre el general”. Es el corrido de “La tumba de Villa”, en la versión del dueto neoleonés Los Alegres de Terán.
Villa estuvo en este lugar el 29 de septiembre de 1913. Se dice que casi fusila al hacendado don José Gardé y Mayo, pero los peones abogaron por su patrón. Aquí decidió reunirse con otros jefes revolucionarios: Juan Medina, Tomás Urbina, Calixto Contreras, Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavides, Juan E. García, Toribio Ortega, Benjamín Yuriar, José Rodríguez, Blas Flores y Manuel Medinaveytia; se encontraron en el comedor para decidir quién comandaría las tropas para atacar a Torreón. Tras discutirlo, la decisión fue unánime a las 10 de la mañana: el de La Coyotada sería el general en jefe. Así nació la División del Norte.
La hacienda se ha convertido en un museo donde Alberto Antonio Ramírez es encargado desde hace 16 años. Si el compositor guerrerense Pepe Albarrán escribió en “La tumba de Villa” que jilgueros y cenzontles cantaban tristes al volar hacia Parral, aquí lo que se escucha es el trinar de las golondrinas. El comedor funge como una pequeña galería donde se exhiben algunas imágenes del caudillo. Hay también una placa conmemorativa que registra los nombres de los generales reunidos en la creación de la División. El guía relata lo sucedido en esta área, mientras Los Alegres de Terán tocan a lo lejos sus últimos acordes.
“Luego de la reunión se dan los acuerdos para hacer el avance y el ataque a Torreón. La reunión fue el 29 de septiembre de 1913 por la mañana. Ya por la tarde-noche se estaba dando un enfrentamiento considerable en San Juan de Avilés, hoy Ciudad Juárez, Durango. Igual a la par por Lerdo y Gómez. Para el 1 de octubre, a las nueve de la noche, ya estaba tomada Torreón. Fue el inicio y el arranque de la División del Norte, organizado desde este lugar”.
A pesar de que ambos personajes visitaron este recinto, Villa eclipsa a Juárez en la museografía. Las fotografías del general están por todas partes. Además existe todo un recorrido dedicado a su vida que abarca desde sus primeros años en La Coyotada, hasta el atentado que provocó su deceso. Por eso Alberto no duda en expresar su sentir villista, algo que heredó de su padre, don Alberto Antonio Sillas, quien dedicó gran parte de su vida a rescatar y cuidar la hacienda.
“Para mí Villa es el héroe número uno de la Revolución, el más reconocido en todo el mundo. Hay otras figuras que también merecen su lugar, pero sobre ellas está Francisco Villa”.
Una noche antes de que se constituyera la División del Norte, Villa pernoctó en la Hacienda de San José de la Goma, edificada en 1830, al otro lado del río Nazas. Al igual que su similar en La Loma, esta construcción recibió a Benito Juárez en 1864, pues tenía una posición estratégica: frente a su fachada se encontraba el antiguo Camino Real de Tierra Adentro, ruta comercial que conectaba a la Ciudad de México con Santa Fe, en Estados Unidos.
Don Antonio Sifuentes sale al portal desde uno de los cuartos. Bajo los quince arcos de medio punto todavía hay escombro y material de construcción. La hacienda se encuentra en un proyecto de restauración que tiene casi una década pausado. Por eso don Toño la cuida, la limpia y se ofrece de guía turístico sin cobrar un centavo a quienes deseen conocer el vacío de sus habitaciones, las cuales a la vez están llenas de historia.
“El custodio de la Goma”, como él mismo se ha hecho llamar, carga en sus manos varias fotografías antiguas. Una de ellas muestra a unos peones asombrerados con rifles y carrilleras. Entonces comienza a narrar la historia de Román Barraza, un peón que asesinó a un administrador de la hacienda y luego se unió a la División del Norte. Sobre la llegada de Villa, el cuidador señala algo en lo alto del templo Refugio de los Pecadores.
“Dicen que Pancho Villa llegó aquí y agarró de tiro al blanco a la veleta del campanario, nomás de puro gusto, al gallo que está aquí arriba del campanario”.
Don Toño se levanta, camina hacia la puerta principal e indica que allí doña Eduviges Holguín, entonces albacea de la hacienda, recibió a Francisco Villa y le dio de comer junto a sus hombres, mientras que en un pilar cercano amarró a su yegua. En el interior, aún en obra negra debido a la remodelación, el cronista gira a la derecha y marca sus huellas en el piso de tierra, se dirige hasta el fondo, luego a la izquierda. Se detiene en un cuarto: “Aquí era el mesón”. Si Villa durmió en algún lugar de la hacienda tuvo que ser aquí, al igual que Juárez.
“Mi admiración por él es por el simple hecho de haber pernoctado en esta hacienda. Me nace como villista. Cuando viene la gente les explico los hechos históricos que ocurrieron en esta hacienda. Y se preguntan: ‘¿En realidad estuvo aquí?’. Sí, aquí estuvo, aquí estuvo Pancho Villa, como también estuvo don Benito Juárez”.
Del otro lado de la finca hay una pared con una extraña figura plasmada. Durante la remodelación, uno de los albañiles enjarró el muro y el cemento formó por accidente lo que parece el rostro de un hombre con sombrero y bigote. Don Toño comparte que en una ocasión recibió a una familia de Chihuahua. La mayor integrante era una anciana de 107 años de edad, quien observó el rostro y de inmediato se dirigió a don Toño: “Oye, muchacho, ¿aquel que está allá no es mi general Pancho Villa?”. En un gesto de incredulidad, al guía se le ocurrió contrariarla: “No, no es”. Y la señora no dudó en regañarlo: “Bueno, ¿quién lo conoció? ¿Tú o yo? ¡Sí es! Ese es mi general”.
LA RUTA TRÁGICA
A dos días de que el Gobierno Federal incluyera a Hidalgo del Parral en su lista de nuevos pueblos mágicos, Leoncio Durán Garibay entra al café del Hotel Moreira, pasadas las ocho de la mañana (aproximadamente la hora en que Villa fue emboscado el 20 de julio de 1923). Ingeniero de profesión, hace dos meses el Cabildo lo nombró cronista oficial de ese municipio chihuahuense. Mientras prepara su café y espera el desayuno, detrás suyo se enmarca la catedral, cuya actual arquitectura se edificó en piedra a mediados del siglo XX, por lo que se trata de un inmueble que Villa no conoció. Fuera de ese edificio, el centro de Parral parece haberse detenido en el tiempo.
Durán explica el origen minero de Parral: las vetas de plata que se descubrieron en el Cerro de la Cruz durante el siglo XVII. Señala su papel en la Colonia, la razón de su arquitectura y sus calles angostas. Luego acude a la historia del Centauro del Norte: narra su nacimiento en La Coyotada como Doroteo Arango; su llegada a este pueblo, ya convertido en Francisco Villa; así como su encuentro y amistad con don Pedro de Alvarado, empresario minero de la región.
En un principio, las fiestas de Parral se realizaban en el marco de su fundación, acontecida el 14 de julio de 1631. No obstante, desde hace algunos años, el asesinato de Villa también ha eclipsado esa fecha. En un mural dedicado al general junto al Teatro Hidalgo, resalta la frase: “Parral me gusta pa’ morirme”. Entre los parralenses es común la anécdota de que el jefe revolucionario pronunció estas palabras en vida. Irónico resulta que el destino cumpliría su deseo.
Katz escribe que, al contrario de Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, jefes de la Revolución que murieron asesinados por confiar en la persona equivocada, Villa desconfiaba de todo el mundo. No obstante, el historiador aseguró que el exceso de confianza en sí mismo (y tal vez en el gobierno de Álvaro Obregón que fue omiso) lo condujo a la muerte.
Taibo relata que, hacia marzo o abril de 1923, un grupo de ciudadanos distinguidos de Parral buscó a Melitón Lozoya para que reuniera a un grupo de pistoleros con el objetivo de asesinar a Villa. La conspiración fue encabezada por Jesús Herrera Cano, hermano de Maclovio Herrera y director de la Oficina del Timbre en Torreón. Otros conspiradores fueron Gabriel Chávez, el general Ricardo Michel, Felipe Santiesteban, Eduardo Ricaud, el coronel Tranquilino Payán y Alfonso Talamantes.
Durán conduce su camioneta pickup gris por los callejones de Parral. El relieve es un sube y baja cubierto de asfalto. “Se dice que en Parral sólo se puede conducir con la palanca en primera”, bromea. Se dirige al suroeste, hacia la calle Ignacio Zaragoza. Allí se detiene frente a una casa antigua con una placa incrustada en la fachada. El texto señala que este fue el lugar donde Villa pasó la noche del 19 de julio de 1923, junto a su esposa Manuela Casas, y del cual partió a la mañana siguiente, sin saberlo, rumbo a su muerte.
“Aquí llega el general (Miguel) Trillo en su carro a recoger a Francisco Villa. Entonces Villa aborda el carro, un Dodge Brother 1922, y decide manejar él. Carro a cuatro puertas, con tres escoltas en la parte de atrás, uno a cada costado en los spoilers; Trillo de copiloto y Villa al volante”.
El cronista de Parral se dispone a seguir la “ruta trágica” en su vehículo. Se trata de un breve recorrido que emula el realizado por Villa antes de ser emboscado calle abajo. Durán conduce hasta la esquina y gira a la derecha en la calle Juárez. Hay que imaginarse esta pendiente enlodada, pues hace cien años las calles no estaban pavimentadas y había llovido. Eran las ocho de la mañana del viernes 20 de julio de 1923. Villa, quien en 1920 había abandonado las armas, iba de regreso a su hacienda en Canutillo, avanzó tres manzanas y, antes de llegar a la calle Gabino Barreda, las ruedas delanteras del Dodge se atascaron en una zanja. Ese surco en el barro no fue hecho por la naturaleza, sino por los conspiradores.
“Al llegar al callejón ese, se encuentran un primer personaje que estaba encargado de hacerles señas a quienes van a disparar las armas, para indicarles en qué posición venía Francisco Villa. Entonces, a esta altura hacen una zanja para detenerlo un poco, eran tiempos de lluvias, y el personaje que está aquí les hace señas, les indica que Francisco Villa es el que viene manejando”.
Los escoltas del caudillo se apresuraron a desatascar el automóvil. Los sicarios, que aguardaban enfrente, al interior de un domicilio, aprovecharon la pausa para prepararse. Una vez liberado el vehículo, Villa giró a la derecha en Gabino Barreda y la lluvia de plomo lo sorprendió junto a sus acompañantes. El carro terminó estrellándose contra un poste de telégrafos (la versión popular en Parral narra que fue contra un árbol) y rebotó hacia media calle. Paco Ignacio Taibo II escribe que Villa recibió 12 impactos y las balas expansivas dejaron expuestas partes de su pulmón y corazón. Trillo quedó colgando de la puerta del copiloto, con la columna totalmente destrozada y el coahuilense Daniel Tamayo inmóvil en el asiento trasero. Sobre el lodazal quedó el Dodge agujereado por más de 150 tiros. Poco pudieron hacer los escoltas.
“Se programa el proceso para sepultar o velar a Francisco Villa. Y es precisamente aquí en el Hotel Hidalgo, que era incluso de su propiedad (se lo había comprado a don Pedro Alvarado) y ahí es velado Francisco Villa y el general Trillo; programan su funeral para el día siguiente, el 21 de julio, inicialmente a las once de la mañana, y empiezan a repartir panfletos”.
Las palabras del cronista dibujan a una multitud aglomerada en la plaza principal desde temprana hora, pero la llegada del cuerpo de Villa a la parroquia de San José se dio hasta las cinco de la tarde. Los restos del general fueron bajados del Hotel Hidalgo con la intención de colocarlos en una carroza tirada por caballos, propiedad de don Pedro Alvarado, pero el féretro fue llevado en hombros durante todo el camino. Este vehículo continúa resguardado en una sala del Palacio Alvarado.
“En la plaza principal le rinden los honores que correspondían como general que era. Luego lo llevan al templo de San José, que es el santo patrono de Parral. Y de ahí parte el cortejo con una multitud de gente, incluso narran que el féretro lo llevan en hombros, no precisamente en la carroza, de ahí lo conducen al panteón de Dolores”.
Son las diez de la mañana en Parral y el sol arrecia, por lo que al entrar al panteón de Dolores, Leoncio Durán se cubre la cabeza con un gorro pescador y el cuello con un pañuelo. Villa fue sepultado en la tumba 632 de la novena sección. Sin embargo, en el amanecer del 6 de febrero de 1926, el cuidador del cementerio notó que el sepulcro había sido profanado y que al cuerpo del general le habían cortado la cabeza. Así comenzó otra leyenda villista.
Oficialmente, los restos que quedaron de Villa fueron exhumados por el Gobierno Federal el 18 de noviembre de 1976 y trasladados dos días después al Monumento de la Revolución, en Ciudad de México. Hoy, la llamada “tumba abandonada” se encuentra en remodelación por las Jornadas Villistas que se celebrarán por el centenario luctuoso del revolucionario. El enrejado dorado, así como el altar que los visitantes habían formado con el paso de los años, compuesto por veladoras y fotografías, fue retirado.
Mientras los trabajadores municipales se entregan a su ruidosa labor, Durán comparte otra historia: se dice que ante la violación de la tumba, Austreberta Rentería (otra de las esposas de Villa), y Pedro Alvarado trasladaron los restos del caudillo a la tumba 10 en 1931, unos 120 metros al oriente por el mismo pasillo. En su lugar, ingresaron a la 632 el cuerpo de una mujer no reclamado que había muerto en Parral (ella intentaba llegar a Estados Unidos para tratarse un cáncer). Decapitaron ese cuerpo y dejaron pasar los años.
La versión es retomada por Paco Ignacio Taibo II en su libro. Se dice que en la exhumación de 1976, el periodista Oscar W. Ching estuvo de testigo y se le permitió participar. Supuestamente, el reportero llevó dos huesos al notario para que este diera testimonio del traslado. Cuando en eso estaba, el doctor René Armendariz, de oficio ginecólogo, no dudó en decir que el sacro le parecía femenino y perteneciente a una mujer muy joven. No obstante, nada de lo anterior es mencionado por Ching en su crónica publicada en El Sol de México.
Villa es un personaje que aún muerto se rehúsa a seguir órdenes de la historia oficial, pues transita con independencia en el imaginario de la gente. La tumba 10 es un montículo de tierra coronada por una cruz negra de hierro y una lápida cuarteada por los años que registra a los finados de la familia Rentería. Quienes creen que Villa sigue aquí, han colocado una hilera de veladoras.
¿LEYENDA NEGRA?
¿Quién realmente mató a Francisco Villa? Además de los conspiradores, Paco Ignacio Taibo II enlista a los sicarios que accionaron sus armas en la emboscada de Parral: Melitón Lozoya, Librado Martínez, Jesús Salas Barraza, José Guerra, Ramón Guerra, Jesús Sáenz, José Sáenz, Román Guerra, José Barraza y Ruperto Vara; además de Juan López Sáenz, el hombre que antes del tiroteo se quitó el sombrero y según gritó: “¡Viva Villa!”, para dar la señal de que el caudillo venía manejando el automóvil.
El historiador Reidezel Mendoza Soriano, autor de libros como Crímenes de Francisco Villa y La emboscada: asesinato de Francisco Villa, considera que los motivos del ataque son más profundos: “A Villa lo asesinó el odio, lo asesinó el rencor, los descendientes de víctimas del personaje, de personas que se sentían y se sabían en peligro mientras Villa viviera y que Villa mismo los puso en la disyuntiva de matarlo o matarlos a ellos”.
Mendoza estima que por lo menos hay mil 500 víctimas documentadas que murieron a manos o por órdenes de Francisco Villa. Entre los crímenes que se le atribuyen se encuentra el fusilamiento de 84 hombres en San Pedro de la Cueva, Sonora, el 2 de diciembre de 1916, así como el asesinato de 90 soldaderas en Camargo, Chihuahua, el 12 de diciembre de ese mismo año.
“Esos casos son hechos, son hechos absolutos, ocurrieron, eso no está en duda. Por lo tanto es un hecho histórico y no son leyendas, ni blancas ni negras ni rosas. Nada de leyenda tienen esos abusos”.
A Pancho Villa, la narrativa popular le ha creado mitos como el que lo responsabiliza por la masacre en Torreón de 303 chinos durante la toma maderista en mayo de 1911, pero el caudillo ni siquiera participó en esa batalla. No obstante, Reidezel Mendoza afirma que en la toma de 1916, Villa sí asesinó a más de 20 ciudadanos chinos en esta ciudad lagunera.
En un domicilio de la colonia Nueva Los Ángeles de Torreón, Mario César Chávez hojea sobre el comedor un ejemplar de Crímenes de Francisco Villa. Lo acompaña su hermana, la artista escénica Martha Eugenia Chávez. Ambos son bisnietos de Celsa Caballero, una mujer de 71 años que fue quemada viva por Villa el 14 de diciembre de 1916, en Jiménez, Chihuahua. Esta historia los acompaña desde que eran pequeños y tuvieron una especie de reencuentro con ella al leer la obra de Mendoza.
Existen dos versiones sobre esta acción de Villa. La primera indica que el caudillo se habría fijado en María Chávez, la joven hija de Celsa Caballero. Ante esto, la anciana subió a su hija a una calesa y la envió a la estación ferroviaria, donde tomó un tren a Ciudad Juárez. Al enterarse, Villa no pudo contener su cólera y decidió vengarse. Otra indica que Villa le exigió una cuota de 15 mil pesos a doña Celsa, cifra que la señora no pudo pagar, pues recién había realizado una fuerte inversión en semillas. La versión que ha permeado durante tres generaciones en la familia Chávez corresponde a la primera narrativa.
“Lo que mi papá nos contaba era que Pancho Villa había llegado al pueblo, a Jiménez, y quería llevarse a María. Ya ahorita está muy lavado el recuerdo y editado con este nuevo encuentro. Platiqué con Mario y él me decía su versión del recuerdo y yo le decía la mía. Y mi versión era que Celsa había escondido a todos los hijos en el sótano. No sé de dónde saqué esa idea, esa imagen, es que éramos unos niños cuando nos contaban la historia”, afirma Martha Chávez.
Según el libro de Reidezel, Villa mandó a sus hombres a arrestar a doña Celsa y le pidió que le entregara a su hija, pero la anciana le dijo que la había mandado a El Paso, Texas. El caudillo enfureció y amenazó con quemarla viva. La respuesta que recibió fue desafiante: “Pues puedes quemarme”.
Ante este relato familiar y tras visitar la tumba de Celsa en el panteón municipal de Jiménez, Martha Eugenia Chávez decidió escribir Celsa, propuesta escénica que participó en la Muestra Nacional de Teatro celebrada en Torreón en octubre de 2022, además de ganar la Muestra Estatal de Teatro Coahuila de ese mismo año. La dramaturga indagó en lo más profundo de su árbol genealógico y recorrió esas líneas que al interior del tronco se forman con el tiempo. En el libreto, cada uno de los actores comparte sus propias memorias y, el fuego, ese elemento que calcinó a Celsa, funge como simbolismo importante. Sin una postura extremista sobre la imagen de Villa, la autora explica que tomó la historia de su bisabuela para abordar un tema que sigue incrustado en los surcos del presente: la violencia contra la mujer.
“Tengo una perspectiva muy neutral. No soy una acérrima enemiga del personaje, para nada, no tengo esa mirada. Desde niña me era un personaje extraño, me generaba mucha curiosidad. Me preguntaba por qué decía mi papá que mató a su abuelita y luego otros dicen que fue muy buena gente. Sí me generaba mucho conflicto ese personaje. Al grado que hice la obra, pero la obra la hice también porque esa anécdota me permitió conectar con otras cosas que estamos viviendo en la actualidad: el feminicidio, la violencia contra la mujer. Por eso tomé ese recuerdo, como pretexto para poder explorar ese tema”.
Martha y su hermano mantienen consigo la historia de Celsa, a pesar de que no todos sus familiares son gustosos de compartirla. En el llamado “Año de Villa”, ¿El caudillo es héroe o villano? La respuesta es un mosaico de variantes para bien o para mal. Si en vida derramó la sangre de sus enemigos, en la muerte mitifica a un personaje que aún hace correr ríos de tinta de escritores e historiadores.