Clive Barker, un alma torturada
Liverpool, 21 de mayo de 1956. A diez mil pies de altura, el paracaidista francés Leo Valentin surcó los aires. Lo había hecho cientos de veces: algunas, colgado de alambres; otras, atado de hilos o sostenido por arneses. Esta, su última vez, fue desde una avioneta en movimiento. Saltó hacia el vacío. Hace meses había construido sus alas de madera, que consideró suficientemente sólidas. Al momento del salto, un golpe contra la aeronave fracturó una de ellas. El peso, la gravedad y la resistencia del viento terminaron por partirla en dos. No portaba paracaídas.
Leo observó en el vuelo a los miles de espectadores quienes, desde lo alto, asemejaban un cúmulo de hormigas en un lento trajinar. El paracaidista cayó en picada, rememorando los éxitos obtenidos a lo largo de su carrera como hombre pájaro. El horror se disipó: era la muerte que siempre quiso tener, la que tentó por años, la que al fin lo encontró.
El cráneo de Leo chocó contra el asfalto, haciéndose pedazos. Los espectadores gritaron y temblaron de pánico. Dos de ellos, unos jóvenes llamados Paul y George, quienes luego formarían una de las bandas más influyentes en la historia, voltearon a verse asqueados. La muchedumbre se disipó despavorida, rezando en silencio algunos padrenuestros por la salvación del alma de quien acababa de caer del cielo. Era tarde, la típica niebla primaveral comenzó a formarse. Liverpool se encerró en una helada penumbra y el viento pareció colarse entre los abrigos y los sombreros.
Una madre tomó a su hijo de la mano y lo jaló. El niño, de apenas tres años, opuso resistencia. Se encontraba pasmado, con los ojos fijos en la escena: los sesos y la sangre derramadas por el hombre volador le habían cautivado. En su inmadura memoria, la imagen de un cráneo destrozado quedaría profundamente grabada. La belleza de la sangre colmó su imberbe corazón.
—Vámonos, Clive —le ordenó Joan, su madre—, ha llegado la policía. Por favor, no cuentes nada de esto a tu padre.
Ese niño se convertiría en escritor.
MONSTRUOS PRIMIGENIOS
La ciudad de Liverpool vivió, en los años setenta, uno de los más importantes declives económicos después de la Segunda Guerra Mundial. La tasa de desempleo era una de las más altas en todo Inglaterra. Las grandes industrias portuarias cerraron sus puertas y los pobladores comenzaron a migrar hacia la capital. Los que se quedaron buscaron diversas maneras para sobrevivir.
Las olas del Atlántico embestían el puerto de Liverpool mientras un pequeño Clive Barker observaba la inmensidad, al otro lado de una de las ventanas de la Escuela Primaria de Dovedale. Imaginaba que en el fondo de aquel oscuro cuerpo de agua existía algo, algo más allá de lo lógico. En su mente formulaba monstruos marinos, capaces de devorar a un ser humano con el poder de sus fauces, habitantes de lo profundo que regían las mareas, los oleajes y los cambios de temperatura, gobernados por la luz de la luna.
Era viernes. Último día de clases de la semana. Al sonar la campanilla, sus compañeros de salón corrieron a sus casas en medio de la algazara. Clive esperó a que el aula se vaciase. Salió a caminar por los sórdidos pasillos hasta la biblioteca. Mary, la encargada, lo observó extrañada. Era inusual que un niño de siete años vagara por esos lugares. Clive hizo poco caso a la curiosa mirada de la mujer y se dirigió al estante de literatura norteamericana. De lo alto, a donde apenas alcanzaban sus pequeños brazos, tomó un libro de forro azulado, grueso y muy pesado. Moby Dick será uno de sus primeros acercamientos a las letras. Tomó asiento en una de las tantas sillas vacías y se sumergió en la profundidad de la lectura.
UN CORAZÓN CONDENADO
Preparatoria. No había mucho más en qué pensar. Las ideas iban y venían en la cabeza del joven Barker. Los libros leídos en las tardes y durante los fines de semana le eran insuficientes. Doug, su compañero de salón, comenzó a llamarle la atención. Era alto, inteligente y llevaba la cabeza rapada. Una tarde lo invitó a ir juntos al teatro. Londres tenía a Queen y a Los Beatles; Liverpool se había atiborrado de espectáculos baratos. Las ideas de Clive se proyectaron en los actores de La Compañía del Perro, su grupo teatral, tan llenos de odio, lujuria y deformidades.
Él se sintió como el diablo de la obra: un sodomita que atacaba por las noches a los chicos. La sangre lo incitó. Amó las muecas de dolor que dibujaban sus caras. Se alimentó de sus miedos. El corazón le estalló febril ante los gritos de la desgracia ajena. No había otra cosa que lo llenara: la angustia, la desolación, las heridas abiertas comenzaron a ser parte de él.
Ese dolor requería ser alimentado día a día. El monstruo que lo atormentaba no cesaría hasta que le llevara una víctima. Una noche, Clive salió de casa y buscó a un incauto. El joven Barker era hermoso, así que no tuvo problemas para llevárselo a casa. Lo besó, desnudó, mordió y penetró. El dolor fortaleció a su monstruo interno quien, finalizada la tarea, en lugar de agradecerle le exigió nuevas víctimas.
Esta aberración dominó a Barker. Extrajo sus ganchos metálicos y los incrustó en su piel. Las cadenas lo jalaron, lo llevaron a rastras hacia un abismo insondable. Las heridas le causaron el dolor más intenso que había sentido en su vida, a la par de una excitación inconmensurable. Se dejó llevar. Esto era lo que quería ser, en lo que se quería transformar. Para algunos, el cenobita que lo poseía era un demonio; para Clive, representaba el ángel salvador de su alma.
PLACERES OSCUROS
Principios de los ochenta. Aunque se había mudado a la lúgubre Londres en busca de mejores oportunidades, sus novelas carecían del éxito esperado. Clive descubrió que el talento y su licenciatura en letras sirvieron de poco. Las cuentas lo agobiaron: la luz, el gas, la renta del apartamento, todo cobró su factura. Fue necesario salir a las calles a buscar el sustento. Consiguió algunas libras dándole placer a otros chicos. Barker se dejaba acariciar y lamer por tipos rudos, morenos y de miembros feroces. Él solo percibía el éxtasis del dolor que le penetraba la boca y sus entrañas. Con el dinero recabado en el comercio del cuerpo, logró publicar una treintena de cuentos que tenía olvidados. Historias que transitaban los senderos del dolor, el placer y la perversión humana.
Aparecieron paulatinamente en seis volúmenes. Los libros de sangre (1984-1985) reflejaron las pasiones hasta entonces inconfesas de Barker. El culto a la carne se hizo presente. Una hemorragia difícil de controlar se convertía en la hiriente sencillez de una prosa capaz de arrastrar al lector a los terrenos más oscuros de la psique humana.
Barker confrontó sus desviaciones contra los infranqueables muros de la decencia y el pulcro. Los tabúes se rompieron, el combate hizo ruido. Sus letras traspasaron el Atlántico y llegaron a ojos de Stephen King. Embelesado, el rey norteamericano del terror contemporáneo acudió a su obra y develó una narrativa fuera de todos los cánones. “He visto el futuro del terror y su nombre es Clive Barker”, afirmó King en una entrevista.
El público y la crítica comenzaron a alabarlo. Las ventas de sus novelas y relatos lo catalogaron de pronto como un best seller. Había logrado que los amantes del horror y la sangre voltearan sus ojos hacia él. Un ícono del terror sangriento y de la cultura pop había nacido.
UN ARMARIO DE PESADILLAS
A lo largo de su carrera, las novelas y relatos de Clive Barker han tenido varias adaptaciones cinematográficas. Sin duda, Hellraiser (1987), basada en El corazón condenado, es la saga más famosa y redituada. Sin embargo, otras de sus adaptaciones brillan por cuenta propia: Candyman (1992), basada en su relato Lo prohibido, incluido en los Libros de Sangre, narra la historia sobre un pintor contratado para retratar a una de las hijas de un rico hacendado. Ambos se enamoran y engendran una hija, lo cual no está bien visto por el padre de ella. El artista es perseguido, le cortan la mano y lo llenan de miel. Las abejas dan cuenta de él y lo matan. En venganza, Candyman aparece desde entonces para asesinar a quien lo invoque. Di su nombre cinco veces frente al espejo —versa la leyenda urbana— y aparecerá.
Nightbreed, o Razas de la noche (1990), basada en la novela Cabal, nos conduce hacia Midian, una urbe posapocalíptica habitada por monstruos punk. El protagonista, un enfermo mental que sueña habitualmente con Midian, descubre al lugar oculto bajo un cementerio. Él es asesinado en el mundo real, pero la mordida de uno de los habitantes de Midian lo vuelve a la vida, empezando así, bajo el visto bueno de un Baphomet splatterpunk, su travesía por la ciudad de las aberraciones. La película tuvo una pobre recepción por la crítica, sin embargo, el tiempo le dio un merecido reconocimiento. Actualmente se considera un filme de culto alabado por los fanáticos del autor y del género.
ALMA TORTURADA
La prolífica y tormentosa carrera de Clive Barker continúa hasta nuestros días. A sus más de setenta años, tras periodos de enfermedad y agobiado por el virus de la inmunodeficiencia humana, la oscura imaginación del autor no parece descansar. Actualmente, asentado en su país natal, continúa activo, escribiendo novelas, relatos, guiones para cine y televisión, teatro y cómics. También se encuentra desarrollando una línea de juguetes de horror, a la que denominó Tortured Souls (Almas Torturadas). De igual manera, los videojuegos y las artes gráficas forman parte de su tenebroso trabajo.
El extenso universo de Barker plagado de monstruos, carnalidad, psicópatas, caníbales y placeres profanos no termina. Su legado, como una de las más grandes mentes en el horror contemporáneo, ha quedado registrado para la eternidad. Una eternidad donde los cenobitas nos acompañarán hasta que todo lo que conocemos como tal desaparezca, y solo queden la desolación y la sangre de las heridas causadas por el placer y el espanto.
En palabras del propio Clive Barker: “Un monstruo acecha dentro de mí; una confusión de heridas y penurias, pero aún más furiosa es la vida y el poder del yo que yace acechando dentro de él”.