(El Universal)
La mayoría de sus críticos definen su obra como “neobarroca” y “rizomática”, pero ella prefiere creer que la poesía escapa a toda definición. Coral Bracho (Ciudad de México, 1951), ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023, expresa que el lenguaje poético es plástico, rítmico, sonoro y posee otros elementos además de la posible abstracción de la que hablaba Ezra Pound. La poesía es más cercana al recuerdo, una manera de evocar, de observar a detalle el mundo.
Cruzo el gran pasillo central de Cintermex para dirigirme a la lectura de poesía que ofrecerán Coral Bracho y Elsa Cross. Reviso de nuevo el programa de mano de la Feria Internacional del Libro Monterrey: 19:00 horas, salón 105. Hay que subir unas escaleras, me dirijo a ellas. No sé cuántos, pero faltan pocos minutos. Esquivo personas como si se tratara de malos recuerdos. Entonces observo a Coral. Es la descripción que la desaparecida poeta Rocío González hace en Piedra viva: la poesía de Coral Bracho (2003), su tesis de maestría: “una mujer menuda, muy delgada, de pelo lacio y una expresión afable y dulce en el rostro”.
Viste de negro, porta cubrebocas, pero sus anteojos fallan en esa misión de ocultar su rostro y evidencian el brillo en su mirada. La acompaña personal de la editorial Era. Sube las escaleras como si escribiese un poema en verso libre. Afuera del salón saluda a Elsa Cross, luego al escritor Alberto Chimal y al editor Daniel Goldin. La abrazan, la felicitan. En septiembre pasado se anunció que la poeta resultó acreedora al Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el galardón más importante que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Cuando se enteró estaba en un parque de Ciudad de México. Jugaba en la resbaladilla con su nieta de tres años, quien la visitaba desde Chicago. El teléfono sonaba con necedad, pero la poeta hacía caso omiso. “¡Te están llamando!”. Entonces contestó. Fue una sorpresa. No podía creerlo. Era el mismo premio que su amigo el poeta David Huerta obtuvo en 2019. ¿Qué le habría dicho él al respecto? La invadió una enorme felicidad, se sintió agradecida. En 32 años del premio, es apenas la séptima mujer en recibirlo.
ENCUENTRO
Coral Bracho me ha citado en su hotel a las nueve de la mañana. Se trata de una autora que no acostumbra a dar entrevistas, pero el premio de la FIL la ha llevado a replantearse esa postura.
Tarda unos minutos en bajar de su habitación. Los elevadores son una verdadera locura. El vestíbulo está junto al comedor, hay demasiada gente, demasiado ruido. Coral prefiere un lugar menos estridente para hacer la entrevista. ¿Por qué los poetas siempre buscan el silencio? Pienso en la terraza, con esa vista hacia las montañas de Monterrey, pero el sol ya cae a plomo. Nos acomodamos en un sillón, en el pasillo principal. La poeta saca su libreta y su pluma. Está dispuesta. Antes pidió que le enviara un borrador de mi cuestionario. Tiene idea de qué le preguntaré.
Muchos de sus críticos definen a su poesía como “neobarroca” y “rizomática”, ¿está de acuerdo con esto o considera que la poesía escapa a toda definición?
Yo creo que la poesía se escapa de toda definición. Lo que sí es cierto es que, cuando empecé a escribir estaba muy presente Paradiso (1966) de Lezama Lima. Para mí fue una lectura sorprendente y reveladora de posibilidades. Creo que la descripción de neobarroca y rizomática tiene que ver con que mis poemas se consideraban complejos, pues muchos otros poemas de otros autores, que se consideraron neobarrocos, son muy distintos entre sí. Todos comparten, en efecto, cierta complejidad. No son poemas coloquiales. Y eso los unió bajo ese término.
¿La poesía es resultado del choque de la tradición con lo contemporáneo?
Yo no lo veo como un choque. Si escribes poesía creo que es importantísimo leer toda la poesía que puedas, empaparte de ella aunque escribas algo totalmente distinto. Siempre hay cosas importantísimas que quedan o que alimentan cualquier cosa que hagas.
Más bien es un diálogo…
Es un diálogo, sí, per no hay que ceñirse a él. Para mí siempre ha sido muy importante la libertad expresiva. Puede haber diálogo con todo, pero finalmente tú decides… o dejas, simplemente que fluya.
EL RIZOMA
En 1980, el filósofo Gilles Deleuze y el psicoanalista Félix Guattari publicaron Mil mesetas (1980), una extensa obra que continuaba lo planteado en El Anti Edipo (1970). El texto que inaugura el volumen de 667 páginas es titulado “Rizoma”. A partir de la imagen de este tallo subterráneo, ambos autores plantean una nueva idea de libertad en ámbitos creativos. Coral Bracho se interesó tanto en este texto que decidió traducirlo. Su versión se publicó en la Revista de la Universidad de México.
En la introducción la poeta escribe: “El deseo, concluyen Deleuze y Guattari, es un creador de realidad, pertenece al orden de la producción y, por lo tanto, es también social; poco tienen que ver con los fantasmas y el sueño”. También cita frases del texto en el poema “Sobre las mesas: el estello”, incluido en El ser que va a morir. Abordo a la maestra sobre el tema, cito a Spinoza, quien indica que el deseo no es fruto de una carencia, sino una fuerza productiva, positiva y creadora.
—Claro, es algo generativo en todos los sentidos.
—¿Por qué razón?
—Así lo vivo yo. Me imagino que hablas del deseo en general, ¿no? Pero pues el deseo de escribir, el deseo amoroso, es algo creativo, reiterativo, algo que te abre caminos.
La poesía es su modo de estar en contacto con la ciencia, otra de sus pasiones. “Rizoma” también trata sobre la mente: “El pensamiento no es arborescente; el cerebro no es una materia enraizada ni ramificada”. En su juventud, Coral se interesó por estudiar psicología, pues no existía la carrera de neurociencias. Tiempo después entró a un coro en la Escuela de Música y ese contacto artístico influyó en su deseo de escribir.
En un principio quería ser científica, estaba muy interesada en el tema del cerebro humano. Cuando deja el canto y siente la necesidad de escribir poesía, ¿a qué era sensible en esos momentos?
En efecto, me quería dedicar a la ciencia y, sobre todo, a lo que no existía en ese momento: las neurociencias. Me interesaba muchísimo la mente. Tuve la posibilidad de entrar al coro de la Escuela de Música y fue una experiencia fascinante, algo realmente hermoso. A partir de esa experiencia fui consciente de que no necesariamente tenía que estudiar una carrera de ciencias, también el arte era algo a lo que me podría dedicar, y que seguramente disfrutaría mucho hacerlo. Cuando salí del coro comencé a escribir poesía. Fue un verdadero deslumbramiento. Inmediatamente me di cuenta que tocaba regiones mentales que yo jamás había tocado, donde se unían la música, la plástica y una perspectiva analítica constante que decidía por dónde debía seguir. Desde entonces no he dejado de escribir. Me fasciné: “¡Yo quiero dedicarme a esto”. O seguir haciéndolo, más que nada, porque luego entré a Letras no porque quisiera ser poeta, sino porque quería leer.
Respecto al concepto del rizoma, ¿por qué se interesó tanto en el texto de Deleuze y Guattari?
No recuerdo exactactamente por qué, pero era algo presente entre las inquietudes del momento. Decidí traducirlo porque me interesó mucho. Lo veía, sobre todo, como esa posibilidad de a apertura que ya había descubierto en mi proceso de escribir, fue una relación hermosa en términos de la poesía. Era una especie de diálogo: leía un fragmento suyo e inmediatamente salía la cascada poética. Cuando lo publiqué, nos invitaban mucho a leer, era algo gozoso y al mismo tiempo muy estimulante. Bueno, me preguntabas del rizoma, ¿verdad? El rizoma era sobre todo saber que había una libertad que te permitía dejar que surgiera la poesía. Y claro, un control, porque constantemente estamos sopesando: esta palabra sí, esta palabra no, las que tienen un poco lo que quiero decir, estas otras tienen más un sentido plástico que quiero hacer sentir.
¿Coincide con esta idea de Deleuze y Guattari sobre que escribir “no tiene que ver con significar sino con acordelar, con cartografiar, aun territorios futuros”?
Ahí no estoy de acuerdo. No creo que sea “cartografiar”, lo que me interesaba del rizoma era la libertad y la expansión de las raíces hacia todos lados, siempre y cuando tenga sentido. Más una apertura y una libertad para hacerlo, una apertura para descubrirlo.
AUSENCIAS
El otoño recorre la isla es el volumen que reúne la obra poética de José Carlos Becerra, una de las influencias de Coral Bracho. Yo observo cómo el otoño recorre los cerros que están detrás de la autora. La felicito por su reconocimiento en la FIL, agrego que lo han obtenido muchos de sus amigos, entre ellos David Huerta.
—David es mucho más que un amigo. Es una persona importantísima a lo largo de mi vida, importantísima desde que empecé a escribir. Fue muy conmovedor para mí cuando él se sacó el premio.
En la contraportada de Incurable (1987), una de las obras cumbres de Huerta, está impresa una fotografía del autor tomada por Coral. El 30 de noviembre de 2019, cuando el poeta recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, se refirió a su amiga en su discurso: “El mejor poema del mundo tiene la belleza del agua, es decir: del rasgo distintivo, el más sobresaliente en el diseño de nuestro planeta […] el agua de medusas de Coral Bracho”. Aristóteles estimaba que la amistad es lo más necesario para la vida. David Huerta falleció el 3 de octubre de 2022, tenía 72 años de edad.
Otras ausencias pueblan la obra de esta poeta: Ese espacio, ese jardín (2003) versa sobre su padre, mientras que Debe ser un malentendido (2018) describe el proceso que vivió su madre con el alzhéimer. A pesar de que han partido, Coral siente cerca a los suyos.
Usted obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes en 1981 por El ser que va a morir, pero de no ser por la insistencia de David Huerta, no hubiese postulado el proyecto.
Cuando te digo que David fue importante… sigue siendo importantísimo. Yo lo sigo sintiendo tan cerca, tan aquí. Fue una persona realmente importantísima en mi vida, en general, y en mi vida como escritora de poesía, absolutamente fuerte y necesaria. Tenía una confianza que obviamente yo no tenía. Él conocía mis textos porque leíamos juntos. Un día me dice:
—¡Oye! Manda esto al Aguascalientes.
—¡No, Davo! ¿Cómo crees? A mí me falta mucho, hay cosas que quiero corregir, cosas que quiero añadir.
—No, no, no. Mándalo al Premio Aguascalientes.
—No, Davo.
Pues un día tocan el timbre en mi casa y era David.
— ¡Davo! ¿Qué haces aquí?
—Vengo para pedirte que me des los poemas y, si quieres venir conmigo, que vayamos a fotocopiarlos y mandarlos al concurso, porque hoy es el último día y faltan sólo unas horas para que se cierre.
Entonces a mí me conmovió mucho. Dije: “Igual no me lo van a dar, pero lo hago”. Estaba muy conmovida con su generosidad. Fuimos, fotocopiamos dos juegos y los pusimos en el correo. Y pues fue David quien realmente hizo todo.
¿Cree que nuestros muertos pueden tener una relación con el rizoma? Yo lo estaba pensando respecto a la tradición de enterrar a la gente, de que el rizoma no crece de forma vertical, sino horizontal. ¿Los muertos también pueden ser eso para nosotros: rizomas en nuestra vida?
Yo estoy convencida de que desconocemos prácticamente todo. No sabemos qué es el tiempo, no sabemos realmente qué es el espacio. Como seres humanos tenemos una noción de lo que tenemos alrededor, pero es muy limitada; simplemente un científico sabe que las cosas son más complejas. Hay algo que nos rebasa y que desconocemos en la relación que tenemos con la gente a quien hemos querido mucho. Mi padre murió cuando yo tenía diez años, y a lo largo de toda mi vida he sentido su presencia con una enorme fuerza.Y con David es lo mismo. A David lo siento cerca todo el tiempo. No sé cómo explicarlo ni por qué, pero es algo que vivo y que siento, que la gente que quisimos, aunque haya muerto, va a estar ahí de alguna manera.
Respecto a su padre, hay un libro que leyó ayer y que está pensado en él: Ese espacio, ese jardín, libro con el que ganó el Premio Xavier Villaurrutia 2003. Durante su escritura, usted padeció cáncer de mama, no quería publicarlo, y decidirse a hacerlo no sé si tuvo que ver con la necesidad o necedad que tenemos de postergar la muerte.
Fíjate que no, en realidad es al revés. Es un librito al que le tengo mucho cariño, pero tenía que dejar de escribirlo, a veces, cuando estaba en la universidad. Tenía otras cosas y lo guardaba, y lo retomaba, lo guardaba y lo retomaba. Era algo así como mi espacio. Ese espacio, ese jardín tiene que ver con lo que era para mí ese texto: algo muy mío, justamente de lo que te acabo de comentar, de mi relación de toda la vida con esa fuerza amorosa de mi padre y esa presencia. Cuando supe que tenía cáncer y había la posibilidad de que muriera, quise terminarlo. Me planteé, entonces: “¿Sigo pensando lo mismo que escribí durante todos estos años sobre la muerte, que de alguna manera es algo generativo, que tiene aspectos no necesariamente negativos? ¿Lo sigo pensando cuando estoy ya frente a la muerte?”. Y me dije: “Sí, sí lo sigo pensando.” Entonces sí, lo acabo. Y lo terminé en esas semanas.
Un espacio íntimo lo hizo público.
Sí, exactamente. Y me importaba mucho eso: Ese espacio, ese jardín es mi infancia y la importancia que tiene la infancia para todos nosotros. Incluso, el escribir tiene mucho de esa mirada de niño, fresca, abierta a todo. Mi infancia fue muy hermosa y muy gozosa. Eso también está en ese libro.
Otro poemario: Debe ser un malentendido, lo dedica a su madre por el tema del alzhéimer. Cuando lo leí, lo relacioné con la historia de la poeta griega Safo, cuyos poemas sobrevivieron en fragmentos: son pedazos de sus versos y los huecos en ellos corresponden a lo perdido. El alzhéimer no es una pérdida cronológica de la memoria, sino estos huecos que aparecen en el poema de la vida, ¿lo ve de esa forma?
Absolutamente así. No es que se les olviden datos, sino que es una especie de desmoronamiento de nuestra manera de percibir el mundo. Cada persona que sufre alzhéimer es distinta y ve las cosas de manera distinta. Por ejemplo, ella adoraba los pájaros. En un momento dado, estábamos paseando en un parque, ve un pájaro y me dice: “¿Qué es esto? ¡Nunca he visto nada igual!”. Es como un desmoronamiento de la realidad que para nosotros es completamente obvia y manejable: la clasificación de los animales, los distintos tipos de objetos, etcétera. Y de manera impredecible, de pronto desaparecen cosas, desaparecen situaciones que crean una realidad muy distinta. Pero también era muy conmovedor ver cómo ella mantenía, con una claridad impresionante, la idea de justicia, de cercanía con los demás seres humanos. Esa idea de justicia y de amor me impresionaba muchísimo. Que no supiera ya lo que era un pájaro, que abría un libro como si fuera un niño que pasaba la página para el otro lado y decía: “¿A dónde se fue?”, la imagen que estaba viendo de pronto desaparecía y no tenía idea de por qué había desaparecido. Fue muy doloroso ver cómo perdía capacidades, pero muy gozoso también, porque se volvió una niña. Me daba cuenta de que ella sufría y se angustiaba de que la gente se diera cuenta de que no tenía todas sus capacidades, y ella lo sabía. Me decía: “Esta enfermedad de las palabras que tengo…”. Y le decía: “¡Yo también la tengo, mami!”. Entonces, se convenció de que yo también estaba con la misma enfermedad. Me tenía mucha confianza, jugábamos, me decía: “Pero no le digas a nadie que hacemos esto”, porque sabía que porque sabía que eso era algo infantil. Por otro lado estaba el deslumbramiento constante de ver en esa mirada la de un niño que está viendo el mundo por primera vez. Veía una puesta de sol y se fascinaba de que hubiera fuego en el agua del mar.
¿La poesía está más cerca del olvido o del recuerdo?
Del recuerdo, de hecho es una manera de evocar y de ver, de ver lo que tienes enfrente con mucho más detalle, con mucha más cercanía emotiva, plástica, en todos los sentidos. Y obviamente el recuperar imágenes y situaciones.
Cuando recibió el Premio Xavier Villaurrutia dijo en su discurso que el poema es una acción colectiva: “cada lector ve en sus reflejos algo distinto”.
Mira, te contaba que nunca daba entrevistas. Una de las razones era porque yo no quería describir mis poemas. No quería juzgarlos ni tampoco describirlos, decir en qué consistían o de qué hablaban, pues los que tienen que decir algo sobre los poemas son los lectores. Ellos verán cosas que tal vez propuse, pero seguramente otras que no; cada quien —y lo veo cuando leo— aprecia distintas cosas, porque tienen distintas maneras de aproximarse al poema, porque tienen otra vida, otras ideas, otros sentimientos, y esa libertad para mí era muy importante.
El reconocimiento de la FIL le será entregado el próximo 25 de noviembre, ¿cómo se está preparando para ese día?
Han pasado muchísimas cosas, y he tenido que hacer otras que no había hecho antes, como participar en entrevistas. Pero han sido unas semanas hermosas llenas de la presencia de muchísima gente muy querida a la que no había visto en años, y de gente que no conocía y que he tenido la suerte de conocer ahora.