Del Año (y daño) de Francisco Villa
Según fuentes oficiales, la Cámara de Diputados —en realidad, el Presidente de la República— tuvo el mal gusto y el peor tino de designar el presente 2023 como el “Año de Francisco Villa” para honrar con ello la memoria del célebre bandolero y revolucionario que terminó siendo liquidado por los familiares de algunas de sus víctimas hace 100 años en la ciudad de Parral, Chihuahua; como patentara magistral y recientemente el historiador Reidezel Mendoza en La Emboscada: Asesinato de Francisco Villa (2022).
Cabe señalar que, al menos en lo que va de este sexenio, no es la primera vez que esto sucede; es decir, que el titular del Ejecutivo, entre sus muchas y evidentes carencias formativas, toma la iniciativa de celebrar a antihéroes o criminales, como lo hizo con los miembros sobrevivientes de esa célula terrorista que fue la Liga Comunista 23 de Septiembre —instrumento de Luís Echeverría, responsable del secuestro y asesinato de varios mexicanos connotados opuestos al régimen— o en 2022, con el “Año de Ricardo Flores Magón”, anarquista y mercenario a sueldo de la élite periodística norteamericana, encargado de ofrecerle Baja California y Sonora a los Estados Unidos.
En el presente caso el mito (o mejor dicho, la mitomanía) acompaña como una constante a la persona de quien naciendo como Doroteo Arango intentó legitimar su incursión en el bandolerismo con una mentira —el falso rapto o abuso de su hermana Martina— desde la publicación de sus Memorias, algo también desmentido gracias a las fechas que el propio guerrillero se encargó de brindar y a través de varias versiones muy distintas del supuesto hecho (al menos cinco) proporcionadas en vida por él mismo. Al intento de autojustificación por parte de quien estaba acostumbrado al dinero fácil desde muy joven —robando a pobres y a ricos por igual— seguirá el intento posterior de pasar de perseguido por la Justicia a convertirse en perseguidor gracias a la pauta tardía que le brindó el estallido de la Revolución maderista, por invitación de Abraham González.
Sin embargo, aún bajo el régimen de la “Revolución triunfante”, quien pretendía seguir haciendo lo mismo que como bandolero topó en pared cuando, tras haberse robado un caballo en Jiménez en revancha contra uno de sus antiguos denunciantes por abigeo, fue enviado al paredón por órdenes de Victoriano Huerta que, como jefe directo y ante las lágrimas suplicantes del propio Villa arrodillado, terminó por perdonarle la vida pero no el delito, remitiéndolo preso a Santiago Tlatelolco, de donde terminará fugándose.
Tras la “Decena trágica” y el encumbramiento de Carranza, Villa volverá cínicamente a sus viejos modos abusando de su poder al mando de la División del Norte: ya sea pactando vilmente con el Káiser Guillermo II el ataque a Columbus para detonar una invasión norteamericana contra México o cometiendo violaciones, asesinatos, secuestros, robos y hasta feminicidios en masa como la quema de 120 soldaderas vivas en Camargo; ordenando la violación masiva de todas las mujeres y niñas en Namiquipa; dinamitando viva a la Profesora Margarita Guerra en Chihuahua capital y hasta perpetrando el genocidio de San Pedro de la Cueva, Sonora, donde ordenó asesinar “a todos los hombres nacidos y aún por nacer” pese a los ruegos del párroco local, a quien terminó por matar también, por evitar ese crimen de lesa humanidad.
Pero el problema no radica solo en el presidente y sus limitaciones, sino en quienes a sueldo, desde el poder político y cobijados desde las instituciones públicas, se han dedicado a lavarle el rostro a personajes francamente impresentables, imponiendo mitos vergonzantes o levantando muy dudosos altares cívicos por dedazo presidencial.
En la clase política como oligarquía gobernante, que lo anterior se intente suele ser predecible, pero no así entre quienes como académicos y formadores deberían de preparar a futuras generaciones de investigadores y mexicanos en la ciencia histórica —no en ideología— para evitar que la impostura sustituya a la verdad o que la mentira se entronice a perpetuidad desde el poder.