Crystal Fairy and the Magical Cactus.
Para algunos cineastas, la exploración del ascenso de un personaje al poder siempre resulta atractiva. Además, la esfera del narcotráfico se retrata con cierto glamour o engrandecimiento, por lo que ofrece varias opciones creativas. Sin embargo, retratar siempre la misma narrativa hace pensar que las drogas se limitan a eso. Algunas de estas narrativas radican en el desarrollo personal de sus personajes centrales, quienes triunfan a costa del sacrificio de numerosas vidas humanas. A pesar de ello, la mayoría de las propuestas similares prefieren no profundizar; su objetivo principal es claro: suministrar de adrenalina y emocionar al espectador.
Así mismo, las cintas que prescinden de intercambios financieros y se enfocan en el consumidor, lo hacen desde la perspectiva del placer. El o la protagonista utiliza narcóticos para experimentar sensaciones agradables o para escapar de sus problemas personales. ¿Cuántas veces se ha visto ese montaje hedonista y orgiástico donde alguien baila en una espiral de placer, bajo luces estroboscópicas después de consumir una pastilla? Estas escenas son lugares comunes en el cine, pero su naturaleza sensorial interesa a personas creativas, ya que el cine es capaz de recrear y representar sensaciones intensas.
Es pertinente abordar la carga moralizadora que lleva la representación de las drogas en el cine. En pantalla, alguien que se deja seducir por el poder monetario de la compraventa o que se entrega al placer ofrecido, eventualmente recibe su merecido mediante consecuencias nefastas. Esta representación polarizante es la más común y deja de lado complejidades culturales, medicinales y hasta religiosas inherentes al tema.
Por fortuna, ni todos los cineastas ni todos los consumidores son iguales, y a veces el cine también invita a explorar otras realidades. El uso de las drogas no se limita a lo que las películas comerciales nos ha hecho creer, puesto que su consumo con fines ajenos a la comercialización, la recreación y el placer, se remonta a miles de años atrás.
EJEMPLOS
Quizás el género en el que el cine más ha explorado el uso ceremonial de sustancias es el documental antropológico. México se anota un punto a favor, porque quizá el primer estudio cinematográfico de una chamana fue María Sabina, mujer espíritu (1978), documental que realizó Nicolás Echeverría. El director sigue de cerca a la curandera y la acompaña en sus rituales religiosos y medicinales con hongos psilocibes de la Sierra Mazateca. La cámara capta el desfile por su cabaña de muchos de sus pacientes (en general, personajes occidentales) e incluso al propio director, quien subió al monte con ella para recoger hongos que luego utilizaron para su ceremonia personal. El documentalista retrata una figura mítica, captura la seriedad y la fe de estos rituales propios de culturas indígenas, cuyas costumbres continúan ajenas a los centros urbanos de México.
En la ficción, destacan películas como El abrazo de la serpiente (2015), de Ciro Guerra, que también funciona como retrato de un chamán. En este caso, el protagonista se dimensiona y surge a partir de la confrontación y choque de dos mundos. Karamakate es un médico tradicional indígena que vive en lo profundo del Amazonas, alejado de “los hombres blancos” por razones de gran peso. La película asincrónica es contada en dos épocas distintas con tres personajes principales: el chamán y dos hombres occidentales. Su punto medular involucra la búsqueda de una planta sagrada llamada yakruna: mientras que para el pueblo de Karamakate esta es espiritual y de propósitos rituales y medicinales, para los hombres blancos significa una oportunidad comercial. El filme establece un punto de diálogo con el espectador, al tiempo que cuestiona con sutileza la dualidad moral de la sociedad.
Algo similar ocurre en Blueberry (2004), del francés Jan Kounen. Este western, rodado en varias locaciones en Durango, Chihuahua y Torreón, está inspirado en la propia experiencia mística del director. Un sheriff de apellido Blueberry y conocido como “Nariz Rota”, vive en el profundo oeste de Estados Unidos a finales del siglo XIX. Descendiente de los colonos europeos y educado por indígenas, el protagonista se encuentra en un constante conflicto interno debido a la influencia de estas dos culturas. El arco dramático del personaje alcanza su punto álgido cuando experimenta una transformación interna tras consumir un brebaje durante un ritual chamánico. En esta escena, el director utiliza efectos especiales generados por computadora para recrear la experiencia psicodélica, permitiendo al espectador compartir la catarsis del protagonista. Inspirado en sus propios viajes psicodélicos, Kounen logra capturar de manera fidedigna las visiones y sensaciones que se experimentan al consumir enteógenos, particularmente ayahuasca. De hecho, chamanes contemporáneos y llamados coaches espirituales siguen compartiendo a sus clientes este video de esa escena en particular, como referencia de lo que les espera en una ceremonia similar.
La naturaleza sensorial del cine hace que recrear la experiencia psicoactiva asociada con la expansión de la conciencia, sea sumamente atractivo. Películas como las de Alejandro Jodorowsky son un ejemplo de ello. Al hablar de su obra El Topo, un acid western, Jodorowsky ha compartido su deseo de crear una película capaz de replicar las alucinaciones que provoca el LSD sin tener que consumir la droga sintética; intentó generar una obra que funcionara como un alucinógeno en sí misma, capaz de inducir un estado de conciencia alterado en el espectador.
Otra experiencia se encuentra en una película reciente: Midsommar (2019), de Ari Aster. Dani, la protagonista, viaja a Suecia junto a un grupo de amigos para visitar una comunidad aislada que lleva a cabo rituales paganos en adoración al sol. Desde el principio, se siente perturbada debido a una tragedia reciente, pero su percepción comienza a alterarse y su desconfianza y paranoia aumentan después de consumir hongos alucinógenos de manera recreativa. Al pasar los días, las costumbres y ritos de la comunidad se tornan extrañas y desconcertantes. Progresivamente, la protagonista va perdiendo la cordura y cuestiona sus propias creencias. Sin embargo, este claro descenso a la locura se presenta como un proceso liberado, transformando la estructura narrativa en un viaje psicodélico de la heroína en lugar del típico modelo del viaje del héroe. La película explora de manera inquietante la fina línea que separa la realidad y la ilusión, llevando tanto a la protagonista como a los espectadores a terrenos desconocidos y sumamente aterradores. Curiosamente, a pesar de eventos terribles que llevan a la conclusión de la historia, todo termina en un tono sorprendentemente “positivo”, al menos para Dani, quien sufre una transformación radical y liberadora.
Por último, también podemos mencionar el interés reciente del cine por criticar el turismo psicodélico, es decir, los viajes organizados con la finalidad de llegar a una comunidad y experimentar con sustancias psicoactivas. Sebastián Silva, director chileno, tiene dos películas que son muy distintas entre sí, pero que abordan temas similares y se desarrollan en torno a viajes de extranjeros a Chile. Ambas obras fueron rodadas simultáneamente y tienen al actor canadiense Michael Cera como protagonista. En la comedia Crystal Fairy and the Magical Cactus (2013) interpreta a un turista insufrible que, junto a sus amigos, emprende un viaje en búsqueda del cactus San Pedro, una planta sagrada con cualidades psicoactivas. En cambio, en el thriller Magic Magic (2013), Cera encarna a un personaje igualmente insoportable pero oscuro y siniestro, cuyas bromas pesadas llevan al límite a una chica mentalmente inestable, situación que se agrava luego de consumir drogas. En ambas, Silva critica de manera mordaz la banalización del consumo de drogas rituales con fines recreativos por parte de personas ajenas a estas culturas.
Las películas mencionadas están disponibles en las principales plataformas de streaming. Y aunque son propuestas arriesgadas y pueden diferir de lo que habitualmente se suele consumir, invitan a enriquecer nuestra perspectiva acerca del uso de las drogas en diferentes culturas y contextos. Además, mediante sus argumentos, proporcionan una visión más amplia e invitan a la reflexión acerca de las interacciones que suceden entre lo tradicional y el mundo moderno.