El lado oscuro de Miguel Hidalgo
El león no es como lo pintan, dice el refrán. Si algún área del conocimiento nos permite comprenderlo es la Historia. Otras veces he señalado en este mismo espacio que llevo años estudiando a Miguel Hidalgo. En contraste con el “genio de libertad” y la “sombra augusta y generosa” que perfilan ciertos biógrafos, existen documentos que le retratan como un hombre interesado en la libertad y el conocimiento, pero a la vez parrandero, jugador, mujeriego, vengativo y hasta cruel. Además, destacan que las diferencias y enfrentamientos que tuvo Hidalgo con otros protagonistas de la lucha de Independencia fueron tales que hubo intentos de asesinarlo promovidos por Ignacio Allende y otros líderes insurgentes.
Estas aristas oscuras del llamado Padre de la Patria constan en la biografía Hidalgo, la vida del héroe, de Luis Castillo Ledón, publicada por la Comisión del 175 Aniversario de la Independencia. Allí, el autor aclara: “he querido presentar al Libertador de México con todas sus virtudes, pero también con todos sus defectos, sin olvidar por un instante que fue un héroe, es decir un hombre, no un santo”. Párrafos más adelante, al referirse a la iconografía, señala que “ya es tiempo de desterrar los retratos mentirosos que (de Hidalgo y otros héroes patrios) circulan”.
Castillo Ledón perfila un Miguel Hidalgo que en sus búsquedas “leía a los autores vedados”, sostenía “conversaciones reservadas sobre religión y política” y además “era dado al juego y al trato torpe con mujeres”. Tanto se murmuraba sobre su conducta, que las autoridades eclesiásticas resolvieron alejarlo de Valladolid y enviarlo al curato de La Escondida, en Colima. Al partir, señala Castillo Ledón, “muy ocultamente pone a salvo a dos hijos suyos, Agustina y Lino Mariano, habidos en sus relaciones con la señorita Manuela Ramos Pichardo”. A estos dos hijos habrán de agregarse dos hijas más —Micaela y Josefa— que el cura procreó con otra señorita de nombre Josefa Quintana.
Hacia 1809, Hidalgo había acumulado ya al menos tres acusaciones en su contra ante el Tribunal de la Inquisición por “declaraciones escandalosas y heréticas”. Además, promovió entre los fieles “todo tipo de industrias”, incluidas una pequeña empresa vinícola y otra destinada al cultivo de la seda, a pesar de que éstas estaban prohibidas por la corona para garantizar la importación de productos españoles.
Sin embargo, el punto en el que más se aleja el Hidalgo retratado por Castillo Ledón del personaje de las versiones más difundidas, es la relación que éste tuvo con otros héroes de la lucha de Independencia, sobre todo con Ignacio Allende.
La biografía muestra a Allende como un hombre cuyo carácter se revelaba “opuesto al del cura” aun antes de iniciar la lucha de Independencia. Según el documento, las diferencias entre ambos personajes se agravaron tras los disturbios y saqueos llevados a cabo por el improvisado ejército Insurgente, de modo que el 17 de septiembre de 1810, cuando la rebelión llevaba sólo unas horas de iniciada, estalló entre ambos “una discusión que llegó a acalorarse y aun a degenerar en agria disputa, concluyendo Allende por proponer a Hidalgo se separara y lo dejase solo”.
Las diferencias entre los jefes insurgentes se agravaron después de la derrota sufrida en Aculco el 6 de noviembre de 1810. El ejército se había reducido a menos de la décima parte, y para entonces Allende se refería a Hidalgo como “el bribón del cura”. En enero de 1811, el ejército insurgente es derrotado en el Puente de Calderón, lo que se traduce en una confabulación para arrancar al Cura del mando. La disputa, llevada a cabo en la Hacienda de Pabellón, culminó en “amenazas personales de Allende […] de quitarle la vida si no renunciaba al mando a favor del primero de ellos”. A partir de allí, el papel de Hidalgo se limita “a simular que él seguía siendo el Generalísimo, a fin de que infundiese fe y confianza con su presencia”.