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El polvo que levantan las botas de los muertos

Narrativas en torno a la Revolución mexicana

El polvo que levantan las botas de los muertos

El polvo que levantan las botas de los muertos

SAÚL RODRÍGUEZ

Las huellas de la Revolución mexicana aparecen en las palabras de los escritores Luis Jorge Boone (Monclova, 1977) y Julián Herbert (Acapulco, 1971). En El polvo que levantan las botas de los muertos (Ediciones Era, 2022) ambos han dispuesto dos relatos enmarcados en el Coahuila de 1913, en esa época a la que Alfonso Reyes denominó “febrero de Caín y de metralla”, para referirse al asesinato de Francisco I. Madero y la llamada Decena Trágica.

La amistad entre los dos escritores alcanza el cuarto de siglo. El origen del libro se remonta a 2010, cuando fueron invitados a participar en Graduación: una nueva novela de la Revolución para Coahuila, proyecto colectivo editado por el entonces Instituto Coahuilense de Cultura (ICOCULT), con motivo del primer centenario de la Revolución mexicana. “Pero luego Luis Jorge y yo vimos que su texto y el mío tenían como un diálogo más allá”, comenta Julián Herbert en entrevista para Siglo Nuevo.

Así decidieron extraer sus textos de la novela colectiva y generar una nueva edición publicada en 2013 por la editorial Filo de Caballos. No obstante, Herbert asegura que el libro no tuvo mayor circulación ni impacto, hasta que una década después fue publicado por Ediciones Era. “Ese es el origen del proyecto en términos generales, pero el origen más profundo es la amistad que tenemos Luis Jorge y yo, que todo el tiempo estamos discutiendo cosas y haciendo proyectos juntos”.

León Tolstoi, el célebre escritor ruso, dijo alguna vez que se debe hablar de lo propio para partir hacia lo universal. Boone y Herbert adoptan muy bien la frase y realizan algo similar en su trabajo. El también autor de Canción de cuna (2014), recuerda que hace tiempo se le contrató para escribir sobre la Benemérita Escuela Normal de Coahuila (BENEC). Y las fuentes encontradas lo conectaron con un sentimiento sobre la idea de país.

En medio de esa dinámica surgió una idea. Herbert recuerda la reseña sobre uno de sus libros donde el autor afirmaba que toda narrativa de capitalismo salvaje es al final un western. Se trata de una idea que le obsesiona. Su lectura so bre la Revolución mexicana es que el conflicto bélico es el western nacional por excelencia.

EN EL ESTRUENDO DEL ANONIMATO

El relato que abre la novela se titula “Breve fuego de disparos nocturnos”, su autor: Luis Jorge Boone, quien fecha el inicio en el 29 de marzo de 1913, describiendo el entorno hostil de Coahuila. Su texto es sobre un soldado anónimo. Cuando lo escribió, Boone era muy consciente de sus propios dolores; le enseñó que todos sus personajes experimentan algún tipo de dolencia. Una frase en el libro lo denota: “Todo cuerpo es una conspiración contra su propia existencia”.

Desinteresado en la mala narrativa que en ocasiones otorga la historia como ciencia o rama del conocimiento, fue la primera vez que Boone se vio inmerso en una investigación de ese tipo. “A mí nunca me gustó la historia. Yo tenía esos maestros y maestras que te ponían puras fechas, que no te contaban una historia, y para mí era muy aburrido”.

El acercamiento a autores de la Revolución como Nellie Campobello o Francisco L. Urquizo, tampoco aportó mucho a la relación. No obstante, un reencuentro más tarde le instó a girar su perspectiva. “Todas estas historias lo que hacían era dar una perspectiva mucho más viva y encarnar el relato de la historia nacional. Ese fue mi primer gran descubrimiento”.

Venustiano Carranza es el personaje histórico de mayor relevancia que aparece en su relato. Boone es consciente del gran papel que jugó para la narrativa de la historia nacional. “Pero cuando decimos esto, buscando la trascendencia de los personajes (históricos), en realidad los estamos matando; queremos que dejen de moverse, que estén quietos, muertos, que no agreguen nada, que no respiren”.

Lo que el autor intentó al emplear a Carranza en uno de los pasajes, fue demostrar sus contrastes emocionales, su insanía para desafiar al Gobierno federal en turno liderado por Victoriano Huerta, idear una resistencia y querer apoderarse de Saltillo.

“Todas esas cosas se me hacían mucho más vivas. Sí vemos a un héroe, pero también vemos a un cabrón kamikaze que dijo: ‘Ese no es mi país y no puede ser. De mi cuenta corre que eso no sea’. Por un lado, me gusta ese gesto, pero también, para ponerlo en contexto, me parece una locura”.

GABRIEL CALZADA

Herbert no nació en Coahuila, pero se considera profundamente coahuilense. Su relación con las ciudades del estado está nutrida de intensidad. Para él, sus más de 151 mil 500 kilómetros cuadrados comprenden un territorio de la imaginación. En su mayoría, las conexiones que realiza con el mismo no son intencionadas, brotan sin forzarlas.

“Un día de fiebre” es la aportación de Herbert para este volumen. En él es impulsado por el personaje de Gabriel Calzada, un profesor que encarna el concepto del “ya merito”, pues estuvo a punto de triunfar en la educación, en la política y en la guerra, pero siempre sucumbía instantes antes de lograr su objetivo.

“Nos gustó la idea de contar esa historia y, por otra parte, el personaje de Gabriel Calzada es un burócrata militar. Yo quería contar la noción de que la milicia, de que el ejército, también necesita burócratas. La guerra no se estructura nada más con valientes, con armas, sino que detrás hay toda una logística que casi nunca es narrada”.

Herbert confiesa que su texto contiene también una tensión autobiográfica. El autor trabajó catorce años en la burocracia y vivió en carne propia lo inviable que es entrar en ella con la idea del servicio público. “La burocracia es otra cosa, lo del servicio público es una ficción y creo que a Gabriel Calzada le pasó un poco eso”.

Otro momento en el relato de Herbert es cuando Venustiano Carranza se toma una fotografía con estudiantes de la Escuela Normal de Coahuila, durante su graduación. En ese momento, a Carranza le llega un telegrama notificándole que Victoriano Huerta acababa de asumir el poder. Para Herbert se trata de un encuadre que imprime el papel de la cultura y la educación en tiempos de barbarie.

El polvo que levantan las botas de los muertos responde a una metáfora para la historia de la Revolución, del país y de la región, la cual está tejida con violencia, sangre, dolor y sufrimiento. La imagen fue extraída de dos frases que habitan en los relatos y refinada en un verso alejandrino (de catorce sílabas) por León Plascencia Ñol, el primer editor del libro.

Durante la Revolución mexicana, era común ver nubes de polvo a lo lejos. Eso significaba que el enemigo se aproximaba, pero también podría tratarse de un engaño. Desprender la tierra del suelo es en ocasiones lo que busca todo profesional de las letras: tratar de despertar la imaginación del lector.

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Escrito en: Luis Jorge Boone Litertatura Julián Herbert Ediciones Era

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