Hispanidad e indigenismo versus falso indigenismo
El 12 de octubre de 1492 inició una gesta que maximizó la grandeza de la humanidad, potenciándola más allá de los mares.
Testimonio de esta hazaña en el devenir de la historia lo es el nacimiento de una cultura que en su sangre conlleva lo mejor de ambos mundos, cuya grandeza y riqueza se encarna en el esplendor del mestizaje aquí en América.
En Europa, por su parte, este encuentro de Dos Mundos, como solía llamarle Miguel León Portilla, vino a erigir a España como un imperio ultramarino cuyas glorias logran cantarse más allá de los límites de la imaginación y la espiritualidad; esto es, en carne viva, pues los peninsulares se encargaron de llevar y potenciar lo mejor de este continente —hablamos de personas y de insumos—, a grado tal de emparentarlo con la nobleza europea, como es el caso de los Atahualpa y los Moctezuma, o de promoverlo como algo digno de ser conocido y disfrutado por todos, debido a sus bondades y cualidades inherentes como el chocolate, el maíz, la vainilla y la patata.
De este intercambio y valoración encontraremos testimonio en la enorme riqueza de lo que sería el Siglo de Oro —en realidad más de dos siglos— de las letras y el pensamiento españoles, al igual que en la belleza recargada y salomónica del barroco, palpable a la luz de los sentidos en palacios, templos, plazas, universidades e instituciones donde la rusticidad de la cantera y la roca brindan un deleite que es capaz de tocar el alma de quien lo contempla a partir del tacto y la vista.
Todo esto, sin embargo, ha pasado de largo o ha sido deliberadamente silenciado y oculto de manera reciente por parte de regímenes y sistemas políticos populistas que, tras la caída del Muro de Berlín, desde lo más rancio del marxismo, sustituyeron el maniqueísmo del odio de clases por el odio entre sexos, el odio entre culturas y, sobre todo, el odio hacia la ciencia y el pasado.
Dentro de estos dos últimos, encontraremos cómodamente habilitado nada menos que el falso indigenismo que hoy es moneda de uso corriente en algunos países de Hispanoamérica.
En la historia el indigenismo comienza con frailes españoles de dos tipos: bien intencionados como Motolinía, o perniciosos y ruines como Las Casas, bajo la divisa de asegurar al máximo los derechos de los indígenas —garantizados plenamente desde Isabel la Católica y las Leyes de Indias de los Habsburgo, hasta el arribo del borbonismo afrancesado y decadente en la segunda mitad del siglo XVIII—.
Hoy en día el indigenismo —que es consubstancial a la hispanidad— se ha desvirtuado por completo, puesto que ha sido sustituido, desde el poder en turno, por un instrumento político que nada tiene que ver con los derechos históricos ni con la dignidad de los pueblos originarios. Fue desvirtuado y falseado retóricamente para convertirlo en un arma ideológica que contribuyó a la división de la hispanidad a partir de Guillermo de Orange y de la propaganda racista del Siglo de las Luces. Tan así que el falso indigenismo no es un invento indígena siquiera. Sus exponentes teóricos son sajones y europeos —concretamente, estadounidenses e ingleses—, no para reivindicar a los nativos de los despojos y masacres de las que sí serían víctimas después de las independencias y la impostura de las repúblicas latinoamericanas durante el siglo XIX, sino para lucrar con su nombre en beneficio de nuevas élites transnacionales, de cacicazgos locales y de tiranías bananeras como las de los falsos mapuches en la Patagonia o los señores de la droga en las fronteras de Bolivia y Brasil.
¿Y quién se ha beneficiado del cultivo intelectual de este falso indigenismo desde el siglo XIX hasta la fecha? Solo las potencias extranjeras como Estados Unidos y Canadá, que se han llevado más oro y plata en un siglo que lo que España cobraba como impuesto en el Quinto Real —solo 20 por ciento de la extracción—, así como las oligarquías locales que han lucrado con estos países en detrimento del bienestar y la sostenibilidad de recursos, no solo de los indígenas, sino de todas las naciones latinoamericanas en lo futuro