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Klezmer contemporáneo

Apertura a la fusión de culturas

Abraham Inc.

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ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

El klezmer, antes limitado a la esfera de las celebraciones hebreas, es ahora un género global que refleja la situación actual de la población judía, especialmente de las generaciones a partir de la millennial, pues han integrado esta corriente musical como una parte importante de su identidad cultural; en algunos casos, incluso, más que la religión.

Es notable la forma en que ha evolucionado esta tradición sonora, sobre todo considerando que sus inicios son tan vagos que la palabra klezmer deriva de las palabras hebreas kley, que se traduce como “recipiente”, y zemer, que significa “canción”. Así, en el siglo XVIII, el término se empleaba en las comunidades judías de Europa del Este para referirse a cualquier músico profesional. Como suele ocurrir en el folclor, el conocimiento musical no se adquiría formalmente, sino que se transmitía de padre a hijo; es decir, era un oficio hereditario que, además, viajó con la población judía a lo largo de los siguientes siglos.

Cabe mencionar que las piezas que tocaban no compartían suficientes características como para definir un género. De hecho, abarcaban un amplio espectro de melodías diametralmente distintas, utilizando instrumentos variables dependiendo de la región y la época. Las agrupaciones que amenizaban las bodas, por ejemplo, tocaban tanto canciones de carácter reflexivo como procesiones y ritmos bailables que eran la base de danzas como la freylekhs, donde los invitados del evento se movían en círculo.

En su libro The Essential Klezmer, Seth Rogovoy apunta que el sonido que actualmente se conoce como klezmer (sobre todo por los puristas del género) tiene sus raíces en la combinación que se dio en los años veinte de aquellos ritmos bailables con el swing y con ciertos elementos de jazz. Sin embargo, el autor señala también que encasillarse en ese estilo va contra la naturaleza misma del klezmer, que “siempre ha hablado en el lenguaje particular y acento de su tiempo y lugar”. Querer mantener esa expresión cultural inamovible daría resultados anacrónicos y, tal vez más importante, la despojaría de carácter. De ahí que celebre la fusión con el rock, punk, jazz, techno o hip hop.

“(Las bandas que mezclan el klezmer con otros géneros) en realidad son al menos tan o más tradicionales que las bandas que se apegan a una estética preestablecida artificial o arbitrariamente, que no sólo es históricamente incorrecta, sino francamente fetichista, por no hablar de que no es muy divertida que digamos. Y el klezmer, en todo caso, debe ser divertido. De hecho, es un mandamiento religioso, una mitsve, que el klezmer sea divertido, ya que es deber de los músicos y de los invitados a la boda difundir alegría por la unión de una kale y un khosn (una novia y un novio)”, argumenta Rogovoy.

The Klezmatics. Imagen: klezmatics.com
The Klezmatics. Imagen: klezmatics.com

REVIVAL DE SONIDOS HEBREOS

Es preciso puntualizar que el término klezmer se empezó a usar para designar a un género (y no como sinónimo de “músico”), en la segunda mitad del siglo XX, en la década de los setenta, luego de que en Estados Unidos se popularizara la música folk y pasó de ser una expresión cultural de pequeñas comunidades rurales a un fenómeno nacional cuyos exponentes, como Bob Dylan y Joan Baez, atraían a miles de oyentes de las grandes ciudades. A partir de esa explosión se avivó un nuevo interés por preservar y explorar tradiciones musicales de diversas regiones del mundo de las que habían llegado numerosos inmigrantes, entre ellas Reino Unido y Europa del Este. Esas distintas tradiciones no tenían un nombre que las unificara, así que se las llamó respectivamente “música celta” y “klezmer”. Cada vertiente estaba unida, más que por formalidades relacionadas con ritmos o instrumentación, por su origen cultural, lo que las hacía más propicias a adaptarse a contextos sociales diversos y evolucionar con ellos. Andy Statman y Lev Liberman fueron algunos de los compositores que destacaron en este revival de la música hebrea que se dio durante los setenta y ochenta.

Se sabe que Estados Unidos es un hervidero multicultural. De ahí que sea el lugar ideal para que las más variadas manifestaciones artísticas entren en contacto entre sí y se nutran la una de la otra. Así, mientras había músicos tocando piezas tradicionales en bodas judías, agrupaciones como The Klezmatics se dieron a la tarea de explorar nuevas fronteras más allá de los rituales propios del judaísmo, para hacer llegar el klezmer a esferas seculares, como los escenarios de festivales musicales, algo que hace décadas hubiera sido inimaginable. A esa exploración de nuevos espacios para gozar la música se añade la búsqueda de nuevos sonidos para integrarlos a las composiciones, resultando en fusiones con géneros que actualmente van desde el rock hasta la electrónica.

Yom, clarinetista francés, abraza el jazz y el klezmer por igual, sin limitarse a añadir en algunas de sus composiciones sonidos “ajenos” a esos géneros, como guitarras eléctricas y percusiones poco comunes. Sus melodías pueden ser tan dulces que evocan tierras de ensueño, o tan potentes como el rugir de una tormenta.

Abraham Inc, por su parte, da la bienvenida al hip hop y al funk, generando una atmósfera diametralmente distinta a las que crean otros artistas del klezmer, pero donde es igualmente latente la musicalidad hebrea, que es posible identificar sin importar qué tantos otros géneros converjan con el klezmer en una pieza.

Forshpil, banda de klezmer-rock. Imagen: Marlene Karpischek via JTA
Forshpil, banda de klezmer-rock. Imagen: Marlene Karpischek via JTA

SECULARIZACIÓN DEL KLEZMER

Se podría caer en el error de pensar que esa secularización de un estilo musical cuyo origen es 100 por ciento religioso es una banalización. Sin embargo, como concluye Seth Rogovoy, se trata más bien de una adaptación natural (y enriquecedora) a nuevos contextos. De hecho, tal como se menciona al inicio de este texto, actualmente un amplio sector de la comunidad judía, sobre todo los miembros más jóvenes, ve al klezmer como un canal que refleja más su identidad que los preceptos religiosos y las tradiciones ortodoxas. No es de extrañarse, pues se sabe que los dogmas son menos resistentes a las transformaciones que trae consigo el paso del tiempo. El arte, en cambio, siempre ha jugado con sus propios límites para expandirlos.

“En cierto modo, el klezmer se adapta perfectamente a las sensibilidades de los judíos-estadounidenses millennials y de la generación Z. Muchos de nosotros no somos religiosos, no estamos interesados exclusivamente en salir con otros judíos y no tenemos el tiempo ni el deseo de ir al shul (sinagoga) o guardar el shabat. Para aquellos de nosotros que, a pesar de todo esto, anhelamos una conexión con el judaísmo, el klezmer se siente como una solución perfecta”, expone la periodista Jael Goldfine en un artículo para Bandcamp.

Pero esta perspectiva generacional va más allá del desinterés en las prácticas religiosas, sino que en ocasiones se manifiesta de forma directamente política. Como consecuencia, hay vertientes del klezmer (sobre todo aquellas con influencias punk) que se oponen al sionismo, es decir, a la ideología que desde el siglo XIX busca la consolidación de un país judío y que resultó en la fundación del Estado de Israel a costa del desplazamiento de miles de familias palestinas que habitaban ese territorio.

Brivele interpreta Oy Zionists, un tema cuya letra dice: “Oh, pequeños sionistas tontos, / quieren llevarnos a Jerusalén / para que podamos morir como nación. / Preferiríamos quedarnos en la diáspora / y luchar por nuestra liberación”. Se trata de gente de ascendencia judía que no comulga ni justifica de ninguna manera la crisis humanitaria que ocurre en aquella región del mundo.

“Para mí, y conozco a muchos otros músicos (que sienten lo mismo), descubrir una identidad judía que no está relacionada con Israel fue realmente poderoso”, asegura Zoë Aqua, fundadora de Tsibele, otra banda de klezmer cuyas canciones se oponen al sionismo y al capitalismo.

Sin importar que el klezmer esté ahora desvinculado de sus orígenes ortodoxos, y que incluso pueda expresar directamente rechazo a los aspectos más extremistas del judaísmo, podría decirse que sigue conservando un aspecto espiritual en el sentido que expresa la estética y el sentir de su tiempo.

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