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La “envidia del pene” es un concepto acuñado por Sigmund Freud que se refiere al impacto que tiene para las niñas el momento en que se dan cuenta de que no tienen ese órgano, lo cual genera más tarde una serie de deseos y características psicológicas que supuestamente determinan a la mujer. Como casi todos los preceptos del psicoanalista, este perdió su vigencia desde el siglo pasado.
Una de las principales críticas que se lanzaron contra su perspectiva es que aborda la sexualidad femenina desde la carencia de algo. Hoy se sabe que la dimensión psicológica de la mujer no tiene por qué girar en torno al hombre. En cuanto al aspecto biológico de su vida sexual, la realidad es que no hay nada que envidiar, porque las mujeres sí tienen un “pene”: el clítoris.
Ambas partes son homólogas, es decir, resultado de un mismo proceso de desarrollo y, por lo tanto, conservan una misma estructura. Hasta las ocho o nueve semanas de embarazo, los genitales de un embrión femenino no se distinguen de uno masculino. Cuando se diferencian, el tejido eréctil del feto XY se convierte en pene y el de la XX en clítoris.
Del primero siempre ha habido información anatómica vasta. Cualquier niño de preescolar sabe dónde tiene su “pipí” (lo correcto, por cierto, es enseñar a los pequeños el nombre real de sus genitales). También sabe que ciertas formas de tocarlo se sienten bien (la masturbación en esas edades no es de carácter sexual, sino meramente sensorial).
El clítoris, por el contrario, no goza de tal popularidad. Hay hombres adultos que pasan la vida sin echarle un vistazo. Las mujeres, por su parte, se topan con ese término (muy de pasada) hasta que se les enseña el aparato reproductor en educación básica. Una que otra adolescente, en ese momento, tal vez llegue a pensar “con que así se llama esa bolita”, aunque posiblemente sus maestros no le enseñen que la parte que ella puede tocar es solo el glande y el resto se encuentra por dentro, envolviendo parte de la vagina.
Esa disparidad de conocimiento entre genitales homólogos no es de extrañarse en una sociedad que, en el siglo XV, creía que solo las brujas tenían clítoris o que, en el siglo XVI, tenía la convicción de que las mujeres sanas no lo poseían. Estamos hablando de hombres europeos que descubrieron América antes de darse cuenta de la existencia prevalente del clítoris en el sexo femenino.
Fue hasta 1981 que la Federación Feminista de Clínicas de la Salud de la Mujer se dio a la tarea de crear imágenes anatómicamente correctas de este órgano. En 2016, la investigadora Odile Fillod generó, en conjunto con la Cité des Sciences et de l’Industrie en Paris, un modelo 3D en tamaño real (alrededor de 10 centímetros desde la punta del glande hasta el fin de la crus clitorial) con el fin de ampliar el material educativo sobre el clítoris. El conocimiento del propio cuerpo siempre es útil por motivos de salud y de placer.
PLACER CLITORIANO
Para comenzar a entender mejor el funcionamiento de esta parte genital, hay que aclarar que, al igual que el pene, tiene capacidad de erección. De hecho, es necesario que esté erecto para que la mujer disfrute plenamente de la relación sexual; para ello, se requiere que esté excitada. Imagínese un hombre intentando penetrar una vagina con el pene fláccido. Qué incómodo sería para él. Algo equivalente siente alguien cuyo clítoris no se ha expandido.
La erección femenina ocurre, al igual que la masculina, debido a que la sangre bombea en mayor medida hacia el área pélvica. Cuando esto sucede, el clítoris se engrosa, se endurece y se puede tornar más oscuro. Esto no solo provoca más gozo a la mujer, permitiéndole mayores sensaciones placenteras gracias a sus ocho mil terminaciones nerviosas (más que las cuatro a seis mil del pene), sino también al hombre.
Los bulbos vestibulares del clítoris rodean a la apertura vaginal. Con la erección, estos se dilatan ejerciendo presión alrededor de esa cavidad y, por lo tanto, apretando más al pene durante la penetración. Cuando un varón se queja de que una vagina no aprieta, en realidad lo que da a entender es que no fue capaz de excitar a su pareja lo suficiente. Lo recomendable en esos casos es trabajar más en el preámbulo.
Otra forma de provocar la erección del clítoris es a través del punto G. Este se encuentra al interior de la vagina, a entre tres y ocho centímetros de profundidad, en dirección hacia el vientre. Una forma relativamente sencilla de acariciarlo es introduciendo uno o dos dedos con la palma hacia arriba y, una vez dentro, moverlos hacia arriba y hacia abajo (como si se estuviera haciendo la señal de “ven”), ejerciendo la presión con la que la mujer indique mayor disfrute. También puede estimularse, claro está, con el movimiento del pene. El punto G, que básicamente corresponde a las glándulas de Skene de la próstata femenina, no solo endurece el clítoris, sino que es una vía para llegar al orgasmo vaginal.
Hay muchos estudios que indican que sólo un bajo porcentaje de mujeres (los números varían, pero siempre es menos del 50 por ciento) alcanzan el orgasmo al tener relaciones sexuales. Son aún menos las que llegan a él a través de la penetración. Esto no significa que ellas sean más difíciles de estimular, sino que la mayoría de los encuentros carnales se enfocan en provocar el placer masculino, cuando nada se pierde al buscar el balance entre ambos.
Un estudio de 2006, realizado por investigadores del Centro de Salud de la Universidad McGill, en Canadá, arrojó que mujeres y hombres tardan prácticamente el mismo tiempo en excitarse. Alrededor de los 10 minutos, ambos géneros alcanzan el punto máximo de excitación recibiendo los mismos estímulos. La medición se hizo a través de imágenes térmicas altamente precisas. Decir que las féminas son menos propensas a la pasión sexual es una afirmación falsa, basada en estereotipos sin fundamento que perpetúan la insatisfacción femenina en este ámbito.
Siempre y cuando el clítoris de la mujer esté erecto, ella disfrutará la penetración, pues los nervios que rodean a la vagina le permitirán sentir placer, incluso fuera del punto G. Para sacarle mayor provecho a las bondades clitorianas, los expertos recomiendan que la mujer explore las sensaciones en su interior. Experimentar diferentes posiciones, ritmos y movimientos puede resultar en descubrimientos gratos. No siempre es necesario mantener la velocidad agitada que lleva al hombre al orgasmo. Hacer movimientos lentos, que permitan contraer las paredes vaginales a consciencia durante la penetración, es una forma de despertar el placer femenino sin que el hombre deje de sentirlo.
Si por alguna razón la penetración no resulta lo suficientemente grata para la mujer, siempre se puede recurrir al glande del clítoris, que concentra la mayor cantidad de terminaciones nerviosas y, en consecuencia, el mayor potencial orgásmico. Para estimular este “botón” ni siquiera es necesaria la intervención del pene. Manos, boca o, incluso, un juguete sexual, pueden provocar el clímax.
Cada quien tiene sus preferencias en la cama. Es cuestión de comunicación, práctica y apertura descubrir lo que mejor le viene a cada uno. Informarse sobre cómo funciona el placer en ambos sexos es vital para vivir una sexualidad satisfactoria y recíproca. Sin embargo, si los problemas persisten tras intentar varias alternativas, lo mejor es consultar a un profesional que ayude a la pareja a alcanzar un grado de excitación adecuado para gozar el encuentro sexual.