¿Qué se siente morir?
Morir es, ante todo, un proceso, tal como lo es vivir. “Así como el parto, la velocidad del proceso puede variar de persona a persona. El apoyo médico a veces es necesario para hacer que morir (o dar a luz) sea tan seguro y cómodo como sea posible”, explica la doctora Kathryn Manix en un artículo para BBC, donde aborda algunas de las señales comunes de un cuerpo que ha iniciado este tránsito irreversible.
Cuando la muerte no llega repentinamente, uno de los principales signos de su cercanía es la falta de energía. La persona duerme más de lo habitual y su sueño no es reparador, sino que es más bien un estado en el que cae debido a un agotamiento perpetuo. Es el caso de quienes están en la última etapa de la vejez o de una enfermedad crónico-degenerativa.
A eso se le añade la falta de apetito. Puede iniciar con problemas digestivos porque al organismo se le comienza a dificultar el procesamiento de los alimentos. Finalmente, el cuerpo dejará de invertir tanta energía en la digestión y es cuando se dejará de tener hambre e incluso sed.
Otros indicadores son la pérdida de masa muscular y adelgazamiento de la piel, debido a que las células que dejan de funcionar ya no se sustituyen por nuevas unidades. Esa misma decadencia del organismo provoca que los signos vitales sean irregulares. La temperatura corporal disminuye, al igual que el ritmo respiratorio y la presión sanguínea.
Identificar esas señales es útil para que los familiares y amigos de la persona puedan solicitar el apoyo médico necesario, a fin de hacer más llevaderos los últimos días del ser amado en este mundo. Mucha gente teme a la muerte por el posible dolor que pudieran sentir en esa transición. Sin embargo, los cuidados paliativos, es decir, aquellos enfocados en disminuir las molestias en pacientes cuya condición no tiene una cura, han demostrado ser efectivos. La Palliative Care Outcomes Collaboration (Colaboración de Resultados de Cuidados Paliativos) indica que, en la última década, ha habido una mejora significativa en la contención de síntomas al final de la vida de los enfermos.
En esos últimos momentos, el individuo irá cayendo en períodos cada vez más largos y frecuentes de inconsciencia, hasta finalmente abandonarse al sueño eterno. Ese instante en que el corazón se detiene y los pulmones dejan de respirar es quizá el que más aprensión causa a gran parte de la población, pues no se sabe a ciencia cierta la cantidad de sufrimiento que se padecerá entonces. Sin embargo, a pesar de que falta mucho por recorrer en el estudio de la muerte, hay evidencias de que no es una experiencia dolorosa ni terrorífica.
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE
Quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte normalmente dan cuenta de narraciones extraordinarias. Aseguran haber visto luces brillantes e, incluso, dicen haber entrado en contacto con seres amados que ya habían fallecido. Otros más describen una sensación de inmensa paz, como si estuvieran flotando, tal vez al grado de tener una experiencia extracorporal: la sensación de salirse de uno mismo, generalmente incluyendo la capacidad de ver el cuerpo propio desde las alturas.
Este fenómeno ocurre cuando la persona ha dejado de respirar, su pulso se ha detenido y sus reflejos no responden. Es el momento en que suele aplicarse reanimación cardiopulmonar. Muchos de los que han “vuelto a la vida” después de pasar por ese proceso, relacionan sus visiones con la existencia de una deidad o de otro mundo. Si bien esto no se puede comprobar ni descartar (si no no existiría tanta diversidad de religiones y creencias), varias investigaciones han arrojado luz sobre las experiencias cercanas a la muerte.
Se sabe, por ejemplo, que la hipoxia (falta de oxígeno) cerebral provoca alucinaciones y eleva la percepción sensorial. Ante un paro respiratorio, la oxigenación disminuye drásticamente. De hecho, este elemento vital suele escasear incluso aunque el paciente todavía esté respirando, pues entre la decadencia de las funciones corporales se encuentra la incapacidad del corazón, cada vez mayor, para bombear sangre rica en oxígeno. Por ello no es raro que los pacientes que están en etapa terminal parezcan tan confundidos. Pueden no reconocer a sus seres queridos, hablar a la nada, hilar ideas incoherentes o intentar comunicarse con familiares que ya fallecieron.
Por otra parte, un estudio publicado en la revista académica Proceedings of the National Academy of Science, en mayo del presente año, indica que hay un incremento en la actividad cerebral justo antes de morir, especialmente en la unión temporoparietal, también conocida como TPJ por sus siglas en inglés. Está ubicada en el centro de ambos lados del cerebro y es donde se unen los lóbulos temporal, parietal y occipital. Esta área está relacionada con la atención y con la toma de decisiones en contextos sociales, pero también con un proceso que de alguna forma atañe a la muerte: los sueños.
EL SUEÑO ETERNO
“Yo casi nunca sueño”, aseguran algunos. Sin embargo, que no recuerden sus sueños no quiere decir que no los hayan tenido. Un estudio publicado en Neuropsychopharmacology, en 2014, analiza las posibles causas por las cuales una persona es capaz de evocar, una vez despierta, las imágenes creadas por su mente mientras dormía. Resulta que quienes las rememoran con más facilidad presentan un mayor flujo sanguíneo cerebral, específicamente en la región TPJ, en distintas etapas del ciclo onírico: la fase R.E.M. (la de mayor actividad neuronal), la N3 (de sueño profundo) y al despertar.
“Los resultados sugieren que la TPJ y el MPFC (cortex prefontal medio) no sólo están involucrados en el recuerdo de los sueños al despertar, sino que también tienen un rol al soñar [...] La actividad incrementada en la TPJ y el MPFC puede provocar las imágenes mentales y/o la decodificación de las memorias de los sueños”, apunta la investigación.
Así, el que la unión temporoparietal sea precisamente la que se active en un cerebro moribundo, indica que tal vez, después de todo, la muerte no está tan lejos de ser un sueño eterno.
El estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Science, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Michigan, detectó que la actividad cerebral se dispara cuando el corazón y la respiración se han detenido. El descubrimiento fue posible al aplicar encefalogramas a cuatro pacientes en coma que fueron desconectados del soporte vital, luego de que los médicos de la Unidad de Cuidados Intensivos determinaran que su recuperación era imposible. Tan pronto se cortó el suministro de oxígeno, se activó la TPJ.
“Los hallazgos observados son emocionantes y proporcionan un nuevo marco para nuestra comprensión de la conciencia encubierta en los humanos moribundos”, dijo Nusha Mihalyova, una de las autoras del estudio, a través de un comunicado. El término “conciencia encubierta” se refiere a la respuesta cerebral de una persona cuando no es capaz de reaccionar de ninguna otra forma a un estímulo, por lo que solo puede medirse a través de encefalogramas. Es el caso, por ejemplo, de individuos en coma que presentan signos de actividad neuronal.
¿Eso significa que las personas están conscientes al momento de morir? De cierta manera sí, pero la evidencia científica y los testimonios de experiencias cercanas a la muerte apuntan a que no se trata de un razonamiento lógico, sino de un sueño que, al parecer, no causa angustia.