La humanización de los perros es una característica reciente de la relación histórica de los humanos con esta especie. Imagen: Adobe Stock
La película animada de Walt Disney La dama y el vagabundo (1955) narra, a través de perros que razonan, una historia humana clásica: la mujer privilegiada que se enamora de un chico del lado equivocado del bulevar.
Los protagonistas del largometraje pueden representar fácilmente estos arquetipos debido a nuestras nociones de “raza pura” y pedigrí. Después de milenios de domesticación, les dimos a nuestras mascotas árboles genealógicos y una identidad que simboliza el enfoque de la humanidad en el linaje y la crianza.
Esas identidades son invenciones artificiales y dicen más sobre nuestra propia percepción y uso de los perros que de los canes mismos. El deseo de la gente de tener animales de compañía y de trabajo es antiguo, pero la línea que divide ambas categorías se ha vuelto borrosa. La tendencia a sentir cariño por las criaturas domesticadas significa que hemos estado en una zona gris con especies como los caballos, los pájaros y los perros, que se encuentran (o llegaron a estar) en algún lugar entre “ganado” y “mascota”.
CANINOS EN LOS HOGARES
La domesticación de los perros comenzó hace miles de años, cuando los primeros lobos se acercaron sigilosamente a las fogatas de los homo sapiens en busca de alimento.
Los animales domesticados desarrollan características distintivas, como las orejas caídas en el caso de los canes. Esto parece suceder independientemente de la intención humana, pero algunos elementos de los perros modernos —tamaño pequeño o pelaje de colores— sí son resultado de la selección de los criadores. De esta forma evolucionaron, a partir de la intervención artificial, para realizar diferentes trabajos y servirnos de distintas maneras.
La creciente riqueza de la Europa mercantil a principios del período moderno, entre los siglos XVI y XVIII, permitió a las familias de Occidente tener mascotas y dinero para comisionar pinturas donde estas figuraran. Así, pequeños compañeros peludos comenzaron a aparecer en la cadera de los aristócratas en el arte isabelino. Simbolizaban el lujo de tener un perro demasiado pequeño como para ser un animal de trabajo; es decir, algo así como un juguete.
Desde entonces, diferentes razas han estado dentro y fuera de moda, como lo demuestra la lista de razas populares del American Kennel Club, que lleva el registro de los perros con pedigrí. En la década de 1920, el chow chow era muy codiciado, pero luego salió de “los 10 mejores” durante décadas. Los grabados art déco muestran de forma estilizada razas relativamente oscuras como el borzoi y el saluki, con sus complexiones delgadas y angulosas que combinaban con la silueta característica de la época.
Un incondicional de la lista es el labrador golden retriever, que ha ocupado el puesto número uno durante más de 30 años. Originalmente de caza, es un símbolo de lealtad y estabilidad, la mascota familiar por excelencia. Los labradores también suelen ser animales de trabajo —como perros guía, de búsqueda, rescate policial y de detección de explosivos y drogas—, lo que contribuye a las cifras registradas. Pero incluso ellos sufren algunos de los problemas genéticos de la crianza selectiva: la displasia de cadera es común, como lo es en otras razas más grandes, y son particularmente propensos al cáncer.
Así, la popularidad de las razas está fuertemente influenciada por la cultura de cada época y lugar. Rin Tin Tin convirtió al pastor alemán en una mascota aclamada después de que apareció por primera vez en películas mudas en la década de 1920. Los programas de televisión de Lassie llevaron al collie a la sala de estar de todos, y pronto tuvo una mayor demanda como compañero de la familia. Las diversas películas de 101 Dálmatas han provocado una gran demanda de cachorros, seguida de un aumento en el número de dálmatas abandonados en refugios, a medida que el valor de la novedad va desapareciendo. La elección de cada uno de estos perros es un mensaje cultural de sus dueños.
LO QUE ELLOS “QUIEREN”
Señalamos nuestra clase, nuestras preferencias y personalidad a través de la elección de un perro como mascota. Al elegir un labrador, por ejemplo, el propietario puede estar indicando su estilo de vida suburbano o sus valores tradicionales. La semiótica de la propiedad de un can se relaciona tanto con nuestra comunicación con el animal —cómo lo nombramos y tratamos— como con el mensaje que transmitimos al resto de la sociedad sobre lo que significa su posesión. Este significado cambia a través de la coevolución de ambas especies.
A veces se considera que los propios perros se han domesticado en su afiliación con los humanos, que no fue nuestra elección sino la de ellos. La historia que nos contamos de que ellos eligen nuestro estilo de vida o prefieren las cosas que queremos —qué suerte tener una mascota que comparte nuestros gustos—, se refleja incluso en la forma en que se los alimenta. En los últimos años se ha propagado una tendencia hacia la comida cruda y hacia los productos orgánicos. Hay incluso quienes intentan que sus compañeros peludos coman dietas humanas, como la vegana, aunque sean perjudiciales para ellos. Estos propietarios muestran tanto un deseo cuestionable de humanizar a sus mascotas como una aspiración de estatus social, así como cierto grado de autoengaño. Esto provoca que, en ocasiones, quienes brindan alimentos básicos a sus mascotas se sientan avergonzados por no preocuparse lo suficiente por ellas. Estas expectativas exageradas se aplican más en algunos medios sociales que en otros.
Ver personas en los centros comerciales sujetando con una mano una carriola con un perro dentro y con la otra a un niño con una correa, hace que el instinto de parentalidad se difumine. Actualmente, los perros son “hijos” de sus propietarios. El solo hecho de decir que se es dueño de un hijo sigue generando debates entre quienes argumentan que los perros se están humanizando innecesariamente y quienes creen que los canes necesitan apellidos.
SIGNIFICADO Y SIGNIFICANTE
La clase media que se expandió en el siglo XX trajo un modelo de familia nuclear que incluía al perro como mascota, a menudo uno callejero adquirido gratis y criado con el afecto indiferente de los niños: “Papá, ¿podemos quedárnoslo?”. Desde entonces, la industria en torno a las mascotas —comida, juguetes, ropa, etcétera— se ha convertido en un gigante del mercado.
Reflejar sensibilidad es lo que los seres humanos suelen hacer para ser bien vistos por sus círculos sociales. Si la posesión de una raza de moda envía el mensaje de que puedes permitirte un bien de lujo, afirmar que tu cachorro es un ángel que rescataste es una forma de anunciarle al mundo la bondad propia.
Los perros son, en sentido barthesiano, el significante y el significado. Se encuentran a ambos lados de una línea entre el yo y el otro, en la forma en que los hemos “humanizado”, pero sin dejar de usarlos como objetos. Si se dice que alguien tiene un pitbull como mascota, se podrían hacer suposiciones sobre esa persona, muy diferentes de las que se harían sobre el dueño de un yorkshire terrier. Nuestro tótem peludo refleja al mundo nuestros valores culturales.