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Acompañar

Una respuesta empática jamás comienza con “al menos”. Y tiene razón, porque eso le quita valor a lo que sea que estemos sintiendo. Tampoco es empático analizar, resolver, mejorar el panorama con nuestros comentarios.

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CECILIA LAVALLE

Imaginemos que vamos a acompañar a alguien a una caminata por el campo. ¿Dónde nos colocamos? ¿Al frente? ¿Atrás? Seguramente a un lado, porque la idea de “acompañar” nos remite a estar a la par. Sin embargo, cuando se trata de algún duelo no hacemos la misma interpretación. 

Mi amiga perdió mucho en la inundación que hundió la mitad de la ciudad en la que vivimos. A su casa entró metro y medio de agua. Ella y su familia salieron nadando para salvarse. 

No sólo perdió casi todos sus muebles y cosas que le eran preciadas, también tuvo que cambiarse de casa, porque la única garantía que les dio el gobierno es que se volverían a inundar. 

Dejó atrás no sólo las comodidades que tenía, sino más de 30 años de recuerdos que ahí se tejieron. 

Me siento una ingrata, me dijo con lágrimas en los ojos, porque tengo un pequeño departamento en el que puedo vivir ahora y en general estamos bien, pero me duele mucho haber perdido mi casa. 

Cuántas personas le estarán diciendo a mi amiga que, al menos, ella tiene un lugar donde vivir; que, al menos, tiene salud; que, al menos, tiene trabajo y los recursos para volver a empezar. 

Cuántas veces decimos eso cuando alguien nos cuenta su pena, su dolor, su tragedia. 

Brené Brown —socióloga norteamericana destacada por sus investigaciones respecto a la conexión humana, la empatía, la vulnerabilidad y la valentía— afirma que una respuesta empática jamás comienza con “al menos”. 

Y tiene razón, porque eso le quita valor a lo que sea que estemos sintiendo. Tampoco es empático analizar, resolver, mejorar el panorama con nuestros comentarios. Volviendo a la imagen de la caminata, no se trata de guiar o arreglar nada. Se trata de acompañar. Escuchar y quedarse. 

Y digo “quedarse”, porque cuando de dolor se trata la tendencia es huir. Ante un duelo, nos preguntan ¿cómo estás?, ¿todo bien?, y pocas personas realmente quieren saber la respuesta. Esperan un “bien”, “mejor”, “ahí voy”. Acto seguido dirán alguna frase común: “dale tiempo”, “todo estará bien” y huirán. 

Acompañar es más que “ponerse en los zapatos” de la otra persona. Es reconocer el sentimiento de estar en esos zapatos. 

La empatía no requiere que encontremos una solución para la otra persona. Precisa, eso sí, que seamos capaces de conectar con su sentimiento y, para ello, necesitamos reconocer ese sentimiento en nosotras, nosotros mismos. 

Eso da mucho miedo. Por eso afirma Brené Brown que la empatía es una elección y requiere abrazar nuestra propia vulnerabilidad. Pero, por otro lado, sólo es la empatía la que permite la conexión con otra persona. 

Yo aprendí de empatía cuando murió mi hijo. Llegaron acompañantes guías y de las que huyen. Pero un par de amigas se quedaron, me oyeron, no juzgaron, no arreglaron nada, no dijeron “al menos”, y en cambio sí me abrazaron y lloraron conmigo. 

Aprendí entonces que acompañar en el dolor no se trata de hacer que el dolor desaparezca, se trata de estar ahí, de quedarse. 

Conectar con el dolor de mi amiga requirió que yo reconociera el dolor por mis pérdidas, que yo volviera a sentir el dolor por lo que he perdido, incluida la muerte de mi hijo. Y que yo recordara a ese par de amigas que me acompañaron en algún tramo de mi duelo. 

Así que decidí acompañar. Abracé a mi amiga y lloramos juntas un rato.

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Escrito en: Cecilia Lavalle empatía pérdida amistad

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