Aumento histórico del salario mínimo
El nuevo año viene acompañado por un incremento en el salario mínimo general de 20 por ciento, para pasar de los 207.44 pesos diarios a los 248.93 pesos, mientras que el de la zona libre de la frontera norte pasará de los 260.34 pesos diarios a los 312.41 pesos, lo que sin duda marca un momento importante en la reivindicación salarial de nuestro país.
De acuerdo con el artículo 90 de la Ley Federal del Trabajo, el salario mínimo es la menor cantidad de dinero que debe recibir la persona trabajadora por los servicios prestados en una jornada laboral. Este deberá ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de una o un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de las y los hijos.
De 2018 a la fecha, el incremento salarial en México ha sido de aproximadamente un 182 por ciento, por lo que el país obtuvo el primer lugar en este aumento entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), organismo que agrupa a las economías más desarrolladas del planeta. Respecto a América Latina, México avanzó del lugar 16 al sexto en este rubro durante el mismo periodo, de acuerdo a un comunicado realizado por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos.
En lo que va del actual sexenio (2019-2024), el salario general ha acumulado un aumento de 142.4 por ciento y el de la frontera norte un 112.1 por ciento; sin embargo, a pesar de esta buena noticia, la discusión al respecto se centra en la siguiente pregunta: ¿A cuántos mexicanos realmente beneficia esta alza? Por principio de cuentas, se debe quitar la idea de que un incremento del 20 por ciento generará un efecto proporcional en el resto de las pagas en el país; es decir, no implica que los trabajadores que reciben dos o tres salarios mínimos vayan a obtener dicha mejora. De hecho, por lo regular el aumento en estos casos está en función de la inflación, que para el cierre de 2023 quedó en alrededor de un cinco por ciento.
De acuerdo al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el número de empleados formales con una remuneración igual o menor al salario mínimo es de aproximadamente 212 mil 829, lo que representa apenas el 0.949 por ciento del total de trabajadores en la formalidad. Entonces, ¿por qué una medida económica de esta naturaleza resulta tan polémica?
NEOLIBERALISMO Y MANO DE OBRA BARATA
Los aumentos al salario mínimo se suelen percibir como uno de los principales factores que alteran los mercados y que generan procesos inflacionarios en espiral. Este fenómeno se explica cuando dicho incremento obliga a las empresas a subir los precios de sus bienes y servicios para compensar los costos que les genera el alza salarial. Esto encarecerá todo, creando inflación, lo que una vez más orillará a los trabajadores a solicitar mayores sueldos, generando una espiral sin fin.
Durante la fase de globalización —de principios de los noventa al gobierno de Donald Trump y el Brexit, por situarla en momentos históricos—, el modelo de competitividad en México se basó en materia prima y mano de obra baratas. Con esta visión el país decidió participar en los mercados internacionales, dejando de lado la educación, la innovación, la tecnología, la diferenciación de productos, etcétera. Al basar el comercio exterior exclusivamente en ofrecer producción asequible a costa de una mano de obra malpagada, la nación enfrentó lo que se conocería como pauperización salarial, que, por cierto, es el corazón del neoliberalismo (en las economías emergentes).
Por poco más de tres décadas, México consideró que este liberalismo comercial atraería más empresas e inversión extranjera directa que beneficiaría a la economía nacional, pero en los hechos esto no sucedió, al menos para la mayoría de la población. Por el contrario, permitió que los niveles de pobreza fueran mayúsculos, y a su vez generó una enorme informalidad laboral que hoy representa aproximadamente una cuarta parte de la producción total del país. Más de la mitad de los trabajadores forman parte de este sector.
SALARIO MÍNIMO E INFLACIÓN
En 2016, cuando Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, una de sus principales acciones fue renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que databa de 1994. Incluso amagó con eliminarlo definitivamente, pero al final se firmó un segundo acuerdo entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC o TLC 2.0). El entonces presidente estadounidense solicitó que se contemplaran incrementos salariales en México con el objetivo de que la competencia no fuera desleal para los trabajadores del vecino del norte, ya que los sueldos de este país son mucho más elevados y, por lo tanto, las empresas norteamericanas buscaban instalarse en el extranjero, donde los costos laborales fueran menores.
Otro factor que no podemos perder de vista es que durante la crisis sanitaria de covid-19 quedó de manifiesto la desarticulación productiva de Estados Unidos, evidenciando su nivel de dependencia de las economías asiáticas, principalmente la china, lo que hizo necesaria la repatriación de empresas hacia el continente americano. El fenómeno no se redujo exclusivamente a Estados Unidos, sino a toda América del Norte, incluyendo México y Canadá, y hoy se identifica plenamente como nearshoring, donde las inversiones se establecen cerca de sus mercados, a diferencia del periodo neoliberal del siglo pasado, en que el offshoring planteaba que las inversiones debían establecerse donde los costos de producción fueran los más bajos posibles.
Estos elementos han permitido desmentir la idea de que sólo el incremento de salarios mínimos crea inflación, afectando el desempeño del sector empresarial y la economía nacional. De hecho, el aumento de remuneraciones es una parte importante de la nueva dinámica económica que vive no solo México, sino el mundo en general. Se puede considerar que al mejorar los ingresos de los trabajadores, estos pueden convertirse en clientes potenciales de más empresas, lo que fortalecería al mercado interno, el consumo y, por tanto, la economía.
COMBATE A LA INFORMALIDAD
México está viviendo un momento estelar (diría cualquiera con “otros datos”) en materia de trabajo, no solo por la reivindicación salarial, sino también debido a que la tasa de desocupación se encuentra en su nivel más bajo (2.7 por ciento) desde que se creó el indicador, además de la recuperación de casi dos millones y medio de empleos después de la pandemia. Sin embargo, no se ha resuelto la informalidad laboral. En teoría es en ese rubro donde se deberían observar los beneficios de un mayor salario mínimo en los próximos años (esperemos).
Debido a que un salario bajo en el sector formal no crea los incentivos necesarios para que una persona decida pasar de la informalidad a la formalidad, al duplicar los sueldos se vuelve más atractivo que un trabajador trate de migrar a este sector económico. Pero mientras esto sucede, los más afectados por los incrementos en el mínimo definitivamente serán las micro y pequeñas empresas con procesos productivos básicos y poca innovación tecnológica, que son en su mayoría quienes ofertan empleos con baja remuneración, pues de otra manera no podrían subsistir.
Es claro que el alza salarial es necesaria, pero esta no debe hacerse con base en un decreto, sino fundamentándose en el funcionamiento del mercado laboral y el análisis exhaustivo de la competitividad de las empresas. De lo contrario, sólo quedará como una medida populista que tarde o temprano afectará a quienes intenta beneficiar: los trabajadores.