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Contacto y autenticidad

Para la doctora Brené Brown, la vergüenza puede ser definida como el miedo a la desconexión de su comunidad. Y ese miedo es consustancial a los seres humanos.

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

La necesidad de pertenecer y sentirse aceptado es común a todos los seres humanos. Muchos adolescentes empiezan a consumir drogas y a participar en conductas destructivas con tal de ser aceptados en pandillas. El viejo apotegma del filósofo empirista George Berkeley, “existir es ser percibido”, se ha convertido en el propósito vital de infinidad de personas. Muchos seres humanos no se conforman ya con sólo ser percibidos, quieren además ser admirados. La imagen es prioritaria; en las sociedades modernas se asume que la percepción es más importante que la realidad. 

No obstante, eso favorece y consolida el artificio en la peor de sus acepciones, es decir, como engaño, simulación, impostura. Se simula que no se cometen errores, no se aceptan las fallas y las equivocaciones. Así se dificultan los aprendizajes significativos y relevantes. El miedo al error en la ejecución de las tareas lleva a la parálisis y al estancamiento. Un bateador que no quiere verse “abanicando” la pelota que le lanzan, puede evitarlo, pero al alto precio de no conectar hits, deja de ver lo esencial: los mejores bateadores de la historia han fallado en más de la mitad de sus turnos al bat. 

Las verdades obvias no por ser obvias dejan de ser verdades. Resulta obvio que quien quiera aprender a manejar una bicicleta ha de caerse varias veces. Está claro que quien quiera hablar con fluidez y pronunciar con corrección las palabras de una lengua extranjera tendrá que incurrir en abundantes yerros. Es evidente que los cocineros dominan su oficio y sólo se convierten en renombrados chefs tras numerosos platillos malogrados. Siempre es la práctica lo que hace al maestro. 

La vergüenza inhibe. Esa expresión hasta parece un pleonasmo. Casi todas las personas, al sentirse observadas durante una actividad, experimentan inquietud y muchas sienten vergüenza, aunque no puedan precisar el motivo. Entonces surgen punzantes preguntas. ¿Se darán cuenta de mis deficiencias?, ¿estaré haciendo el ridículo?, ¿soy lo suficientemente capaz para estar a cargo de esta responsabilidad? l Para la doctora Brené Brown, la vergüenza puede ser definida como el miedo a la desconexión de su comunidad. Y ese miedo es consustancial a los seres humanos. 

La doctora Brené Brown, autoridad mundial en investigación cualitativa, insiste en que a las personas nos da por mirar desde la perspectiva de la carencia, desde el enfoque de lo que nos falta y no de lo que ya tenemos. Si se le pregunta a la gente por el amor de pareja, hablará de sus dolorosas rupturas; si se le cuestiona por su sentido de pertenencia a un grupo, compartirá feas experiencias de exclusión. De hecho, para ella la vergüenza puede ser definida como el miedo a la desconexión de su comunidad. Y ese miedo es consustancial a los seres humanos. La doctora Brown asegura que las pocas personas que jamás han experimentado vergüenza están incapacitadas por completo para la empatía y la comprensión. Se trata de casos patológicos. 

No obstante, la vergüenza mueve a mostrar coraje. Es oportuno aclarar que el coraje no es enojo. Por su etimología significa demostrar que se tiene corazón. Va mucho más allá de la mera valentía. Lleva a abrazar la vida con todas sus ambigüedades a pesar de que sabemos que a cada momento somos radicalmente vulnerables. El coraje es la voluntad para dar lo mejor de nosotros en la vida a pesar de que sabemos que nunca hay ni habrá garantías. Ese compromiso de actuar desde el corazón es la fuente de la alegría y la paz, es el manantial de la vitalidad y del más reconfortante sentido de pertenencia. 

Atreverse a asumir la vulnerabilidad —con todas sus vivencias y sentimientos—, vivir con la apertura nacida del genuino coraje, es la suprema prueba de vida. Sólo desde la fragilidad de nuestro corazón podemos ser realmente humanos. Los ruidos y sinsabores de los frenéticos tiempos actuales invitan sin duda al embotamiento, las adicciones y todo tipo de conductas perniciosas y compulsivas. Los dolores y contratiempos son inevitables, pero la alegría, el compromiso con el desarrollo humano, la biofilia —amor por la vida— son recursos siempre a nuestro alcance. Su contacto nos lleva a la existencia auténtica. Desde nuestro vulnerable centro se puede vivir cada momento con conciencia, pasión y responsabilidad. Hermosa paradoja: asumida con coraje la adversidad acaba por hacernos más fuertes y más humanos. 

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