Crisis ambiental en el México urbano. Calidad de vida opacada por el esmog.
Hace 71 años, en Londres, Inglaterra, sucedió uno de los primeros grandes desastres ambientales que tomaron por sorpresa al mundo: una neblina negra tóxica invadió la ciudad y, a su paso, las personas caían fulminadas. A esa nube se le nombró esmog —proveniente de los términos anglosajones smoke (humo) y fog (niebla)—.
Las descripciones de lo acontecido suenan extrañas y muy lejanas. Una tarde cualquiera del invierno de 1952, con temperaturas que rondaban los cero grados Celsius, salía el calor de las hogueras de carbón de las chimeneas londinenses. Pero en lugar de que el humo se elevara y dispersara en la atmósfera como siempre, un manto de aire cálido y húmedo —un sistema meteorológico de altas presiones conocido como anticiclón— se detuvo sobre la capital británica y empujó las emisiones hacia el suelo. Las bajas temperaturas condensaron el vapor de agua en el aire y lo convirtieron en niebla. Nuestra ahora vieja conocida, la inversión térmica, atrapó el esmog sobre la ciudad durante cuatro días. Ante el asombro (o indiferencia) de las autoridades, Londres vivió un caos, con los hospitales colapsados por personas literalmente asfixiadas. Oficialmente el gobierno contabilizó tres mil muertos, pero años más tarde los historiadores calcularon que el verdadero número de víctimas de la llamada Gran Niebla fue de alrededor de 12 mil. Los años posteriores, muchísimas personas (más de 100 mil) desarrollaron asma y otras enfermedades respiratorias.
Si bien en Inglaterra se establecieron férreas leyes para que no volviera a ocurrir un episodio de contaminación letal, su ejemplo hizo poco eco en otras naciones y, siete décadas después, la pesadilla se ha extendido sin que se avisore una pronta solución. Al contrario, a las crisis ambientales que en la actualidad afrontan decenas de países, se añade el cambio climático.
No hay una fecha exacta para que la humanidad llegue al punto de no retorno en materia de daño ambiental, pero la ciencia indica que tenemos una ventana de oportunidad estrecha, que se cierra rápidamente. Por ello, las próximas dos décadas son críticas para tomar medidas decisivas y evitar consecuencias catastróficas para el planeta.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió hace unos días que 99 por ciento de la población del mundo respira aire “con altos niveles de contaminantes, por arriba de los límites recomendados”. Esa instancia calculó que, cada año, la exposición a este tipo de contaminación causa siete millones de muertes prematuras y provoca la pérdida de otros tantos millones de años de vida saludable.
EFECTOS ADVERSOS EN LA SALUD
Las principales fuentes de polución del aire en el exterior, explica la OMS, son los vehículos de combustión (un 25 por ciento); la generación de energía, la incineración de residuos y desechos agrícolas (22 por ciento); el consumo doméstico de energía para cocinar y calentarse (20 por ciento), y la industria (15 por ciento). Sobre todo, lamenta que “los datos indican que la exposición es más elevada en los países de ingresos medianos y bajos”.
Eso coloca a México como una de las naciones donde las consecuencias de la contaminación ambiental continúan arrojando números rojos en el sector salud: tan sólo en 2019 ocurrieron 48 mil 331 muertes prematuras atribuibles a la mala calidad del aire, de acuerdo con el Informe de la calidad del aire en la megalópolis 2013-2022, elaborado por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) para la Comisión Ambiental de la Megalópolis.
Si bien la mayoría de esos fallecimientos (entre ocho mil y 14 mil) ocurren en la Ciudad de México, ya no es la única urbe donde los estragos de la polución hacen mella. Los recientes meses, Monterrey se colocó en el primer lugar del ranking de las metrópolis más contaminadas del país, principalmente debido a la alta densidad de su población y su gran cantidad de industrias, comenzando por la automotriz.
Se suman a esa lista varias poblaciones del Estado de México, una zona altamente industrializada: Acolman, Zumpango, Toluca, Cuautitlán, Cuautitlán Izcalli, Zinacantepec, Naucalpan y Fuentes del Valle, por mencionar algunos de los lugares donde frecuentemente se registran altos índices de un tipo de contaminante llamado PM2.5, que son partículas finas con un diámetro menor de 2.5 micrómetros. Al ser inhaladas, penetran profundamente en el sistema respiratorio, incluso hasta alcanzar los alvéolos pulmonares, lo que hace que las sustancias nocivas lleguen a zonas muy sensibles del cuerpo.
La población más vulnerable a estos daños son los niños, que ya están presentando una reducción del crecimiento y de la función pulmonar, infecciones respiratorias o agravamiento de males crónicos, como el asma. En los adultos han crecido los casos de cardiopatías isquémicas y accidentes cerebrovasculares atribuibles a la contaminación del aire; “y están apareciendo pruebas de otros efectos, como diabetes y enfermedades neurodegenerativas”, señalan informes oficiales médicos.
La danza macabra de estadísticas y estudios es vasta, por lo que resulta incomprensible que no existan aún medidas efectivas para contener la espada de Damocles que pende sobre la vida de la Tierra. Se trata de un problema complejo debido principalmente al crecimiento y desarrollo descontrolado de las ciudades, la industrialización y la sobreexplotación de recursos.
LEGISLACIÓN AMBIENTAL Y CORRUPCIÓN
En 1992, la primera ciudad mexicana que reportó una emergencia ambiental fue, precisamente, la capital del país, entonces llamada Distrito Federal. Se activó la Fase 2 de aquella primera contingencia cuando los niveles de contaminación se dispararon a 360 puntos, considerados “peligrosos”. Ese año la Organización de Naciones Unidas determinó que esa urbe fue “la más contaminada del mundo”.
Apenas dos décadas atrás de esa fecha, se había puesto en marcha en el país una primera legislación para controlar el impacto ambiental. La Ley Federal para Prevenir y Controlar la Contaminación Ambiental, promulgada en 1971, estableció un marco para abordar los problemas de polución en aire, agua y suelo, y representó un paso importante hacia este tipo de regulación en la totalidad del territorio nacional. Sobre todo, marcó el inicio de un enfoque más sistemático y regulado en este aspecto, aunque posteriormente surgieron reformas más específicas, como la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LGEEPA) de 1988, vigente hoy en día.
Se oye bien decir que hay reglamentos (con sus respectivas sanciones por incumplimiento) para evitar la contaminación, pero, al menos en México, su eficacia es variada y a menudo limitada.
Se aplaude que se hayan creado instituciones como la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) o la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, encargadas de la supervisión y aplicación de las normativas ambientales. También es bueno que existan leyes específicas para cuidar la calidad del aire, optimizar el manejo de residuos, continuar con la conservación de áreas naturales protegidas, así como la protección de la biodiversidad, todo ello aunado al aumento de la conciencia pública sobre la importancia del desarrollo sostenible.
Pero muchas buenas intenciones y proyectos se quedan en el tintero debido a la corrupción, la falta de recursos y la capacidad limitada de las instituciones encargadas de hacer cumplir las leyes. En muchos casos, otras prioridades económicas han prevalecido sobre las preocupaciones ambientales, lo que ha llevado a la explotación de recursos naturales y la degradación de los ecosistemas.
Sucede que la falta de educación y capacitación adecuada sobre temas ecológicos para los funcionarios y la población en general ha disminuido la efectividad de las leyes. Además, la política ambiental a menudo está sujeta a los cambios sexenales y de enfoques políticos, lo que ha generado inconsistencia en la aplicación de esas medidas.
Aun con leyes por aquí y por allá, ciudades como Torreón han enfrentado este problema al menos en los recientes 20 años. Según un informe de la Secretaría de Medio Ambiente de Coahuila, Torreón es el municipio con la peor calidad del aire en la entidad, al acumular 155 días con niveles de contaminación calificados como “malos”, “muy malos” o “extremadamente malos” durante el periodo de 2020 a 2023. Como en otras urbes, los principales contaminantes son las partículas en suspensión PM2.5 y las PM10, que tienen un diámetro aerodinámico igual o inferior a 10 micrómetros. Estas pueden ser sólidas o líquidas y están formadas por una variedad de compuestos como carbono, silicatos o metales pesados.
En cuanto a las industrias, en México existen leyes robustas, desde el punto de vista técnico, que regulan su actividad. La principal y más amplia es la ya mencionada LGEEPA, que establece los criterios para la preservación y restauración del equilibrio ecológico y que, entre otros puntos, señala que es obligación de las empresas presentar una Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) para proyectos que puedan causar afectaciones significativas. Es decir, todas esas entidades deben regular sus emisiones, gestionar residuos, respetar las áreas naturales protegidas y, lo más importante, involucrar a la ciudadanía en la toma de decisiones ambientales.
Las industrias también deben acatar la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, cuyo objetivo es que se pongan en marcha planes de manejo de residuos y se cumpla con las normas oficiales mexicanas en materia de desechos peligrosos; la Ley de Aguas Nacionales que regula la explotación, uso y conservación de éstas, con énfasis en la gestión de descargas de aguas residuales, o la Ley de Desarrollo Forestal Sustentable, sobre todo para obtener las autorizaciones correspondientes para determinados proyectos.
Lamentablemente, diversas industrias han sido señaladas de manera constante por no respetar las leyes ambientales, por ejemplo, la minera, que comúnmente contamina cuerpos de agua con metales pesados, cianuro y otros químicos tóxicos; o deforesta y degrada el suelo al tiempo que genera grandes cantidades de residuos. Basta recordar el caso de la mina Buenavista del Cobre en Sonora, operada por Grupo México, protagonista de varios derrames tóxicos, incluyendo uno en 2014 que afectó los ríos Sonora y Bacanuchi.
En la industria petrolera también son frecuentes los derrames del hidrocarburo en tierra y mar, así como las emisiones atmosféricas y un manejo inadecuado de residuos peligrosos. Además, existen varias compañías químicas en el corredor industrial de Coatzacoalcos, Veracruz, señaladas por contaminación recurrente. En las industrias textil (principalmente de Puebla y Tlaxcala) y agroalimentaria también abundan los casos de empresas que operan fuera de la ley, contaminando ríos (como el Atoyac y el Zahuapan) o usando de manera excesiva pesticidas y fertilizantes químicos, y deforestando para la expansión agrícola (como sucede en Sinaloa y Sonora, donde se ha reportado la polución de acuíferos y suelos).
La palabra que vuelve a surgir cuando se escucha la pregunta “¿por qué sucede esto?” es “corrupción”, por supuesto dentro de las instituciones encargadas de la supervisión ambiental.
Pero no todo ha sido cruzarse de brazos. Desde hace décadas se escucha, en los altos foros internacionales, que el impulso a las energías renovables para reducir la dependencia de combustibles fósiles es la meta para tratar de revertir la polución, sin embargo, la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) acaba de presentar un informe en el que asegura que será hasta el año 2035 cuando la electricidad supere al petróleo como principal fuente combustible.
Mientras tanto, el cambio climático ha aparecido en escena, complicando el panorama. Basta ver lo que se está viviendo este 2024 —a pesar de la Tormenta tropical Alberto— en todo el país con la sequía y el inusual domo de calor que llegó con la primavera y que ha provocado temperaturas sofocantes desde el sur de Estados Unidos hasta Centroamérica.
Por desgracia, no es posible evitar los domos de calor, al ser fenómenos meteorológicos complejos que se forman debido a condiciones atmosféricas específicas, como la alta presión estacionaria y el descenso de aire cálido y seco. Son parte natural de los patrones climáticos.
La sobrecarga en las redes de energía por el uso de aires acondicionados, que ocasionó apagones en el territorio nacional hace unas semanas, parece algo menor ante la noticia de la muerte de monos aulladores en el sureste mexicano, aves y otras especies animales que literalmente caen de los árboles fulminados por la deshidratación. También han fallecido personas por golpes de calor, aunque no hay hasta el momento una numeralia precisa. El mundo se calienta rápidamente debido a los gases de efecto invernadero que provienen de la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). Sí, el mismo monstruo que atacó sin piedad a la ciudad de Londres en 1952.
ESTADOS VERDES
Con respecto a fenómenos como el domo de calor, la respuesta es la adaptación: se requiere una mejor planificación urbana, es decir, diseñar ciudades y comunidades con áreas verdes, techos reflectantes y edificios que minimicen la retención de calor.
También es necesario un sistema de alertas tempranas y respuestas rápidas para advertir a la población sobre las olas de calor y proporcionar información sobre cómo protegerse para salvar vidas y reducir los impactos en la salud pública.
¿Cuántas de nuestras ciudades cuentan con la llamada infraestructura verde y azul? Hay que promover la creación y conservación de espacios con vegetación y cuerpos de agua en parques, jardines y lagos. Se trata de una incipiente idea que en la Ciudad de México se quiere concretar con la creación del Parque Ecológico Lago de Texcoco. En Guadalajara, la iniciativa se refleja en la ampliación de parques urbanos como el Metropolitano y el Bosque Los Colomos, mientras que en Monterrey se trabaja en el desarrollo de más áreas verdes como el Parque Fundidora.
Yucatán, Chiapas, Querétaro y Baja California Sur también destacan por sus esfuerzos en diferentes aspectos de conservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible, por lo que podríamos decir que son nuestros “estados verdes”, los pulmones del país. Por ejemplo, el primero de ellos cuenta con varias reservas naturales protegidas, como el Parque Nacional de Dzibilchantún y la Reserva de la Biósfera Ría Celestún; además, la entidad ha invertido en proyectos de energía renovable, incluyendo parques eólicos y solares.
Chiapas es hogar de una gran biodiversidad en sitios como la Reserva de la Biósfera Montes Azules y el Parque Nacional Lagunas de Montebello, y entre sus comunidades hay varias iniciativas para la conservación de selvas tropicales y bosques nubosos.
Querétaro, a pesar de que aloja industrias contaminantes, ha avanzado en sostenibilidad urbana, incluyendo proyectos de movilidad sostenible y gestión de residuos. El estado cuenta con áreas protegidas como la Reserva de la Biósfera Sierra Gorda, que es modelo de conservación y desarrollo sostenible.
Mientras que Baja California Sur es famoso por el manejo de sus áreas marinas protegidas, como el Parque Nacional Cabo Pulmo y la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno. También ya se desarrollan en esa entidad proyectos de energía solar y eólica para reducir la dependencia de combustibles fósiles, a la par de propuestas que fomentan el ecoturismo, protegiendo especies marinas y ecosistemas costeros.
PROPUESTAS
Cuando el 24 de mayo la Ciudad de México alcanzó el récord de 34.4 grados Celsius, se desempolvó aquella vieja propuesta que a finales de los años ochenta hizo el ingeniero y activista Heberto Castillo (1928-1997), que consistía en construir un sistema de ventiladores gigantescos en las partes altas de la capital con el fin de hacer circular el aire en la metrópolis. El proyecto incluía tres túneles que atravesarían las montañas del sur. Sin embargo, más que calificarla de innovadora, la iniciativa fue considerada no viable por las autoridades, pues se determinó que, paradójicamente, se requería quemar petróleo para hacer funcionar los ventiladores, lo cual provocaría mayores emisiones de dióxido de carbono. Por supuesto, también se negaron a desembolsar 100 millones de dólares, costo aproximado de la megaobra.
Más que disparatadas, existen hoy en día muchas propuestas creativas para combatir la contaminación y tratar de sanear un poco el aire que respiramos.
Principalmente, se trata de integrar la naturaleza en el entorno urbano, lo cual no solo mejoraría la calidad de vida de los residentes, sino que también contribuiría a la sostenibilidad y a la resiliencia frente al cambio climático.
Los ejemplos en el mundo van dándose poco a poco, como en Curitiba, Brasil, pionera en planificación urbana sostenible, que cuenta con un sistema de transporte público eficiente y extensas áreas verdes, o Copenhague, Dinamarca, reconocida por su enfoque en la movilidad ecológica por su extensa red de ciclovías y transporte público. Esta ciudad tiene el compromiso de ser neutral en carbono el próximo año, lo cual significa que planea reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a cero.
También está Estocolmo, Suecia, líder en la promoción de edificios energéticamente eficientes y en la gestión sostenible del agua, y de Singapur, conocida por su infraestructura verde, incluyendo jardines verticales, techos verdes y parques urbanos como el paradisiaco Gardens by the Bay.
Hay, además, acuerdos internacionales como el Protocolo de Montreal (1987), que busca proteger la capa de ozono reduciendo la producción y el consumo de sustancias que la agotan. Es una de las leyes ambientales más exitosas hasta la fecha, pues ha logrado una reducción significativa en el uso de clorofluorocarbonos (CFC) y otras sustancias nocivas. O el Acuerdo de París (2015), que pretende limitar el aumento de la temperatura global a menos de dos grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, con esfuerzos para limitarlo a 1.5 grados, con la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y la adopción de energías renovables. Su eficacia dependerá de su implementación y el compromiso de los países participantes.
Eliminar por completo la contaminación en México, en particular en la capital, es un desafío complejo por el tipo de topografía de la ciudad, situada en un valle rodeado de montañas, lo que la hace propensa a inversiones térmicas y a la falta de circulación de aire. Tampoco ayuda la densidad poblacional que contribuye al aumento del tráfico vehicular y, aunque las autoridades muestran su preocupación e interés por resolver el asunto, los expertos identifican otro reto para lograr una reducción sostenida de la contaminación: hay que cambiar hábitos y comportamientos individuales y colectivos en la población, así como atreverse (desde el ámbito gubernamental) a enfrentar la resistencia de sectores económicos afectados por las medidas ambientales.
Mientras la moneda sigue en el aire, dejamos aquí algunas sugerencias, pues en lo individual todos podemos contribuir con nuestro granito, no de arena, sino de un poco de frescura:
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Reducir el consumo de energía y agua, que puede incluir el uso de electrodomésticos eficientes y la instalación de sistemas de recolección de agua de lluvia.
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Utilizar medios de transporte sostenibles, como bicicletas, vehículos eléctricos o, simplemente, caminar.
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Reciclar y reutilizar objetos para disminuir la cantidad de residuos que generamos.
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Utilizar productos ecológicos, biodegradables, que no dañen el medio ambiente.
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Plantar árboles por doquier, para ayudar a absorber el dióxido de carbono y otros contaminantes del aire.
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Consumir alimentos locales y de temporada, para reducir la huella de carbono asociada a su transporte.
Por supuesto, se requiere un llamado a los líderes mundiales para fomentar la colaboración internacional en este tema e incrementar el intercambio de mejores prácticas entre países y ciudades para abordar el problema de manera global, pues como afirma la periodista estadunidense Elizabeth Kolbert, si todos hemos sido los culpables de esta sexta extinción, todos debemos conseguir que las consecuencias sean mínimas.
“La lucha contra el cambio climático, la apuesta por la economía circular y un modelo de consumo más responsable, especialmente en el campo de la energía, ayudarán a proteger la biodiversidad, y tal vez lleguemos a tiempo para revertir nuestras acciones”.