Dante iniciador
Siempre convendrá recordar que, en el curso de la historia de Occidente, la humanidad sobrevivía amodorrada por el catolicismo cuando aparecieron en tierras bañadas por el mar Mediterráneo habitantes que ahora llamamos italianos para sacudirle la somnolencia y lanzarla hacia la confianza en sí misma; a liberarse de las cadenas metafísicas, a reconstruir sus potencialidades minadas por siglos de atonía engendrada por promesas providencialistas y amenazas celestiales.
Pienso así cada vez que rebusco en libros que hablan del Renacimiento. Esta vez fui a ellos después de escuchar Vide cor meum, bellísima pieza de Patrick Kassidy, cuya letra surge de versos de Vita Nuova (Vida nueva), de Dante. Un comentarista contemporáneo de ese breve libro, Federico Ferro Gay, dice que Vita Nuova es la primera prosa de la literatura en lengua vulgar. Él mismo cita a otro autor en igual sentido: “el poeta y crítico ruso Minski dice que [Vita Nuova] es el primer gran ejemplo de novela moderna”.
Las referencias precedentes sugieren la orientación de este texto en tanto dicen que Vita Nuova es “la primera prosa” y “el primer gran ejemplo”, porque al hacerlo revelan el impulso pionero, transformador, revolucionario de Dante. Entre otros, Dante es el iniciador mayúsculo del Renacimiento. Escuchemos otra voz que lo señala como poderosa vanguardia, iniciador. Jacob Burckhardt escribe que cuando se leen sonetos y canciones de Vita Nuova se diría que “durante toda la Edad Media los poetas se habían evitado a sí mismos y que él es el primero que se ha buscado.”
Eso quiere decir que, otra vez, el autor de la Divina Comedia es el primero. Y aquí algo más importante: al hacerlo, Dante enseña al individuo en general a transformarse, a renacer. Lo que siente, lo que trae dentro es importante y lo puede expresar, tiene la capacidad de manifestarlo. De ese modo Dante mostrará a la humanidad que es valiosa en sí misma; que su valor humano no depende de su relación con figuras celestiales ni parnasianas.
Grande entre los grandes iniciadores del Renacimiento, Dante es —apenas se puede decir que principalmente— escritor y, por ello, una de las grandes inquietudes que lo aguijonean como creador en el campo de la palabra es el valor de su lengua materna. El gran testimonio que su biografía ofrece de ello es el Tratado de la lengua vulgar (De Vulgari Eloquentia), escrito para imponer el derecho de uso del habla doméstica. En esa obra aclara: “[…] entendemos por lengua vulgar la que, sin ninguna regla, recibimos al imitar a la nodriza”.
Por su parte, Burckhardt, en su Cultura del Renacimiento en Italia, sobre el derecho lingüístico “vulgar” afirma que “Dante encendió la lucha. Su obra Sobre la lengua italiana [sic] no sólo es importante por lo que al problema se refiere, sino que es, en general, la primera obra razonada sobre una lengua moderna”. Conviene resaltar de esas palabras las que implican el papel transformador, revolucionario, vanguardista, iniciador de Dante: él encendió; él escribió la primera obra razonada.
En la secuencia de hechos pioneros del Renacimiento se puede ver a Dante abriendo brecha en la selva oscura de la sumisión con el machete de la crítica y la caricia del arte. Su poema mayor, la Divina Comedia, le parece a Burckhardt obra “inicial de toda la poesía moderna”. En esta breve cita conviene repensar el significado de tres términos: inicial, toda, moderna.
Con su obra, entre otros méritos, Dante desvanece el concepto de nobleza y el respeto a la jerarquía católica; establece la igualdad entre los hombres y defiende el Estado laico. Con su poesía y su obra de inspiración social —mucho de su Divina Comedia se nutre de lo social y lo alimenta— Dante es grande entre los grandes creadores del Renacimiento. Lo evoco en el aniversario de su muerte el 14 de septiembre.
