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No es ninguna sorpresa que actualmente exista una crisis de salud mental entre los adolescentes. Los síntomas de depresión de la generación Z, comparados con aquellos que vivieron su adolescencia hace diez años, son mayores, indica la Encuesta sobre conductas de riesgo en jóvenes (2021) del Center for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos.
Dentro de ese incremento progresivo de padecimientos mentales, destaca la tendencia del género femenino: no sólo va en aumento, sino que se ha disparado notablemente. Según registros del CDC, en 2021, el 57 por ciento de las adolescentes sufría de sentimientos persistentes de tristeza y desesperanza, mientras que en 2011 estas emociones correspondían al 36 por ciento de este grupo poblacional. Su contraparte masculina, en cambio, pasó del 21 al 29 por ciento en ese mismo periodo; es decir, tuvo un crecimiento menos marcado de rasgos depresivos. Lo mismo ocurre con las ideaciones suicidas: el porcentaje de hombres que las presentaba se mantuvo estable en esa década, oscilando entre el 13 y el 14 por ciento, mientras que para las mujeres pasó del 19 al 30 por ciento.
Respecto a este malestar psicológico, múltiples estudios apuntan a que uno de los factores que podrían estarlo causando son las redes sociales, las cuales, de acuerdo a estas investigaciones, tienden a afectar más al sexo femenino. Uno de los análisis que respaldan este hecho es el publicado en el Global Education Monitor 2023-2024 de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Básicamente, el reporte concluye que las tecnologías digitales (particularmente las redes sociales) presentan riesgos de invasión de la privacidad, acoso cibernético y distracción del aprendizaje para las jóvenes, quienes están más expuestas a estas situaciones que sus compañeros varones.
Una encuesta del Pew Research Center indica que el 28 por ciento de las mujeres entre 13 y 17 años de edad se sienten insatisfechas con su propia vida después de navegar por redes sociales, y es que según otro estudio de la misma institución, titulado Teens and Cyberbullying 2022, ellas son más propensas a ser blanco de múltiples formas de acoso cibernético, entre ellas el recibir imágenes explícitas sin haberlas solicitado, el que se compartan imágenes íntimas de ellas sin su consentimiento, que se difundan rumores falsos sobre su persona y ser hostigadas con preguntas personales —como los lugares donde se encuentran y con quién—.
Sería muy simplista pensar que si tan infelices son las chicas en las redes sociales, ¿por qué no simplemente se alejan de ellas? Pero la realidad no es tan sencilla. Lo cierto es que los jóvenes de ambos sexos reportan que el uso que hacen de plataformas como TikTok, Instagram o Snapchat tiene que ver con estar conectados con sus amigos, tener un espacio para expresarse, encontrar personas con quienes compartir intereses y, en general, sentirse más aceptados.
Además, no olvidemos que las redes sociales están diseñadas para enganchar a sus usuarios mostrándoles el contenido con el que es más probable que interactúen. En esta sociedad hiperconectada, es posible que alguien que deje este hábito tienda a sentirse aún más aislado y “fuera del mundo”, sobre todo si ya presentaba síntomas de depresión.
Muchas de las formas de cyberbullying que sufren las adolescentes son de índole sexual. En este sentido, las redes sociales se convierten en una extensión más del espacio público donde las mujeres ya eran cosificadas previamente de forma constante, sólo que ahora con más herramientas tecnológicas y con la ventaja que el anonimato otorga a los agresores.
EL CIBERESPACIO PÚBLICO
La relación negativa de las jóvenes con las redes sociales comienza entre los 11 y los 13 años de edad, antes que sus pares masculinos, entre quienes ocurre a partir de los 14. Esto puede deberse a que las características propias de la pubertad, en la que hay cambios desde hormonales hasta en la estructura del cerebro, vuelven al individuo más sensible a su entorno. Esta etapa del desarrollo ocurre antes en las mujeres que en los hombres, lo que explicaría la temprana edad en que las niñas empiezan a sentirse inseguras consigo mismas, según indica un estudio publicado en 2022 en Nature Communications y en el que participaron expertos de la Universidad de Oxford, la Universidad de Cambridge y del Instituto Donders para el Cerebro, la Cognición y el Comportamiento.
Esto quiere decir que, incluso antes de ingresar a la secundaria, las niñas ya comienzan a realizar comparaciones sociales entre lo que ven en redes sociales y su propia vida, entre las influencers que viven de su belleza —en la mayoría de los casos realzada de forma artificial— y su propio cuerpo. Recordemos que la comparación es el ladrón de la felicidad y, en este caso, puede llevar incluso al desarrollo de trastornos alimentarios u otros comportamientos dañinos. Si a eso se le añade que más del 20 por ciento de las adolescentes dice haber recibido comentarios negativos sobre su apariencia física en redes sociales, el resultado es una persona sumamente vulnerable, insegura y, por su edad, inexperta; justo el tipo de víctima que buscaría algún depredador sexual o algún extorsionador.
Una de las claves para evitar caer en esa espiral de comparaciones negativas es lo que se conoce como alfabetización digital o mediática, es decir, la capacidad de analizar y comprender los mensajes implícitos en los medios.
EDUCACIÓN MEDIÁTICA
Escuelas, familias y sociedad en general deberían considerar enseñar los reveses de la comunicación mediática a niños y niñas desde la educación básica. Hoy, más que nunca, es necesario para proteger su integridad emocional, mental y física, en especial porque el lenguaje de las redes sociales es particularmente ambiguo.
En el formato de televisión tradicional, por ejemplo, no es difícil distinguir un anuncio del programa en cuestión. En cambio, en redes sociales, si bien hay imágenes o videos que se presentan abiertamente como publicidad, existe una gran cantidad de material audiovisual que pretende vender algún producto o servicio haciéndose pasar por contenido creado espontáneamente, sin ninguna pretensión más que la de compartir algún consejo o, simplemente, el estilo de vida de una persona “común y corriente”. Chicas que hacen tutoriales de maquillaje —con el respaldo de marcas patrocinadoras— para verse bien en el día a día, coaches que revelan sus “sencillos” hábitos cotidianos para tener un cuerpo perfecto —el cual no se puede alcanzar, aparentemente, sin adquirir su marca de proteína para el gym—, jovencitas que viajan por el mundo —lo cual no sería posible sin cierta libertad financiera o acuerdos comerciales con aerolíneas, alojamientos y demás— mostrando las bondades de una vida “libre”, etcétera, aparecen minuto a minuto en las pantallas de adolescentes ávidas de aceptación y que van interiorizando los valores con los que más tienen contacto. En el caso de las plataformas digitales, los valores que suelen brotar a borbotones tienen que ver con la belleza, el éxito económico, la popularidad y estar en tendencia.
Hacerle ver a los adolescentes de ambos sexos que las redes sociales, en general, se tratan más de decisiones de consumo que de lecciones de vida, puede ser una gran defensa para su autoestima. Pero generar esa conciencia no suele ser fácil. Para ello se requiere ayudarlos a adquirir el valioso hábito de, cada cierto tiempo, detenerse y preguntarse cómo les está haciendo sentir el contenido al que se exponen. Es importante que aprendan a identificar sentimientos de ansiedad, depresión o sobreestimulación, y que tengan presente que, en el momento en que esas emociones aparecen, ellos tienen el poder de finalizar su interacción con TikTok, Instagram o cualquiera que sea la aplicación de su preferencia.
Si se sienten mal es porque probablemente el contenido está hecho para ello y no porque se trate de un defecto propio del adolescente. Resulta que el enojo, la indignación, el deseo por lo que no se tiene y los choques ideológicos generan más interacciones y tráfico en redes sociales, por lo que los algoritmos no tienen empacho en favorecer las publicaciones que despiertan sensaciones y reacciones que poco aportan al desarrollo personal.
Todo esto no significa que las plataformas digitales sean intrínsecamente dañinas. Después de todo, sólo son una herramienta y sus consecuencias dependen del uso que se les da. Sería poco realista pedir a toda la juventud que dejara de utilizarlas, pero sí es posible emplearlas de manera más consciente.
Sin embargo, la seguridad en este ambiente digital no puede depender solamente de las potenciales víctimas. También es necesaria la intervención de las leyes y la justicia para proteger a los usuarios de situaciones como el ciberacoso, que, como se mencionó anteriormente, suele afectar más al sexo femenino.
GROOMING, SEXTORSIÓN Y PORNOVENGANZA
Quizá uno de los mayores riesgos para las niñas y adolescentes sea el llamado grooming, es decir, cuando un adulto contacta a la víctima mediante una identidad falsa, generalmente haciéndose pasar por otro menor de edad, para ganarse su confianza y eventualmente obtener contenido de índole sexual o, en el peor de los casos, acordar un encuentro presencial para concretar el abuso de forma física.
Para evitar que los cuidadores de la niña o adolescente lo descubran, el agresor se vale de la manipulación para aislar a su víctima y que no cuente nada acerca de sus interacciones. Si hay indicios de que la menor quiera hacer esto último, o de que quiera dejar de hablar con el adulto encubierto, este puede recurrir a la llamada sextorsión, es decir, a amenazar con divulgar las imágenes íntimas que ha conseguido de la joven. Con eso se asegura que ella le siga enviando el material visual que le pide. En algunos casos, el abusador puede recurrir a la pornovenganza cuando su voluntad es contradecida. Llegar a este punto significa que, ahora sí, publicará el contenido explícito de la víctima.
Una forma de mantenerse alerta ante estos posibles peligros es explicar a los hijos, desde la infancia, que hay adultos que buscan dañarlos y que se hacen pasar por otras personas en Internet. Es importante dejar claro que si la interacción con un “amigo” en línea escala a amenazas o a exigencias sexuales, se debe informar a los padres. Más que temer un castigo por su comportamiento, la víctima menor de edad necesita saber que cuenta con el apoyo de su familia para protegerla de agresiones de cualquier tipo.
De acuerdo a la organización Grooming Latam, el 15 por ciento de los adolescentes latinoamericanos han tenido contacto virtual con alguien que les ha pedido imágenes de desnudos o semidesnudos. En México, el 35 por ciento de los casos de ciberacoso dirigidos hacia las niñas han consistido en insinuaciones o propuestas sexuales, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Cabe mencionar que tanto la sextorsión como la pornovenganza son delitos no solamente cuando los afectados son menores de edad, sino también cuando se trata de adultos. Asimismo, el acto no se limita a desconocidos de Internet; también pueden cometerlo, por ejemplo, las parejas o exparejas de las mujeres como represalia contra ellas.
Lamentablemente, en nuestro país todavía no existe una legislación amplia contra el ciberacoso. Uno de los principales vacíos es que no contempla la posibilidad de que los agresores virtuales actúen desde el extranjero, lo cual es particularmente grave en el caso del grooming.
Sin embargo, tal vez uno de los mayores avances al respecto es la Ley Olimpia, llamada así en honor a su impulsora, Olimpia Corral Melo, quien se convirtió en activista contra la violencia digital luego de sufrir en carne propia que se difundiera un video íntimo suyo sin su consentimiento.
Esta reforma al Código Penal, como parte de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, busca “sancionar los delitos que violen la intimidad sexual de las personas a través de medios digitales”. La condena en estos casos puede ser de tres a seis años de prisión, así como de 500 a mil Unidades de Medida y Actualización (UMA).
POR UN MEJOR FUTURO
En conclusión, la naturaleza omnipresente de las redes sociales plantea riesgos significativos para las adolescentes. A medida que estas plataformas se arraigan cada vez más en sus vidas diarias, es fundamental que los cuidadores —ya sean padres, educadores o mentores— fomenten líneas de comunicación abiertas. Al participar en debates honestos sobre las realidades de las redes sociales, pueden ayudar a las jóvenes a navegar por sus complejidades y desarrollar habilidades de pensamiento crítico esenciales para discernir la información creíble del contenido dañino.
A través de la educación y el apoyo, podemos equiparlas para desarrollar resiliencia contra los impactos negativos de estas plataformas en la salud mental. Al priorizar estas conversaciones y recursos, podemos crear un entorno digital más seguro donde las mujeres jóvenes se sientan confiadas y seguras, mitigando en última instancia los riesgos asociados con el uso descontrolado de las redes sociales. No hay que ignorar la responsabilidad de guiar a la próxima generación hacia una relación más saludable con la tecnología, fomentando una cultura de concienciación y protección que les servirá en el futuro.