De la repatriación de un óleo cortesiano
Mucho se ha dicho que desde la historia se desconoce realmente la imagen real de Hernán Cortés, por cuanto muchos de sus óleos fueron supuestamente realizados por consigna encomiástica; tratando de asemejarlo en su físico nada menos que con el de otro grande como lo fue su soberano, el emperador Carlos V.
Esta noción o creencia estética, en cuanto a representaciones de la realeza o de personajes históricos, pareciera obedecer a cierto tipo de discurso por medio del cual el héroe o el conquistador asumiría en parte la naturaleza e identidad de su rey, no sólo como vasallo, sino como un alter ego o su representante, puesto que sería en su nombre que este realizara todas sus proezas como líder al igual que como gobernador y capitán general después.
Sin embargo, tal parece que esta idea que ha permeado con frecuencia aún entre miembros de la academia suele ser más bien un rumor popularizado o un lugar común, puesto que se conservan algunos óleos bastante singulares al igual que la descripción física que del conquistador y padre del mestizaje en México hicieron quienes le conocieron.
Lucio Marineo Sículo, que le conoció en persona, lo representó de la manera siguiente: “Fue de cuerpo ni muy delgado ni muy grueso, de estatura mediana, de buen rostro, de color más moreno que blanco, el cabello algo rojo, de ojos y pestañas negras, la frente llana y serena, la nariz pequeña, hermosa boca y los dientes blancos y medianos, la barba honrada, todos los miembros desde la cabeza hasta los pies muy bien proporcionado, fue hombre sano”.
Por su parte, Francisco Cervantes lo retrata con no menos detalle: “Fue Cortés hombre de mediana disposición, de buenas fuerzas, diestro en las armas y de invencible ánimo; de buen rostro, de pecho y espaldas grande, sufridor de grandes trabajos a pie y a caballo; parecía que no se sabía cansar; velaba mucho y sufría la sed y hambre mucho más que otros”.
Las Casas, que convivió con él en Cuba, lo describe: “De mediana estatura, algo baxo y lampiño, de poca barba… tenía el pecho alto y la espalda de buena materia y era cenceño y de poca barriga”.
Por su parte, Antonio de Solís ponderó más su personalidad que su físico al decir que: “Era profundamente religioso, de gentil presencia y agradable aspecto, hablaba siempre bien de los ausentes y partía generosamente con sus compañeros cuanto adquiría”.
Todo lo anterior viene a la donación generosa a nuestro país de un óleo del extremeño por una de sus descendientes: Tatiana Nicoletta Pignatelli Aragona Cortés.
La entrega formal se realizó en el Consulado General de México en San Francisco (California), donde se agradeció a Pignatelli Aragona Cortés el regalo de esta pintura que quedará bajo el resguardo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para su análisis, conservación y difusión cultural.
Se trata de un óleo sobre tela que a lo largo de varias generaciones fue parte de la colección privada de la familia de Hernán Cortés —que aparece de perfil portando media armadura—como testimonio virreinal y legado para futuras generaciones sobre esta singular etapa de gestación gloriosa en la historia del país.
A decir del gobierno actual: “La donación de esta obra es un nuevo logro que se da gracias a los esfuerzos conjuntos de las secretarías de Relaciones Exteriores y de Cultura, y el INAH. Constituye un ejemplo de las buenas prácticas internacionales para contribuir a la conservación de los elementos históricos mexicanos y de la concientización de las y los ciudadanos sobre la importancia de preservar la identidad cultural de nuestra nación”.
En efecto; hablamos en términos de repatriación precisamente porque siendo Cortés nada menos que el padre —oficialmente negado— de nuestra nacionalidad mestiza, y los mexicanos sus descendientes, (sin contar con el hecho de que él siempre quiso que sus restos reposaran en México) este tesoro es un tesoro que nos pertenece a todos y que hoy por hoy —pese a la usual retórica demagógica del régimen— ha vuelto a casa.