Foto: EFE/ Sáshenka Gutiérrez
La escritora argentina Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) lleva las gafas oscuras encima del cabello. Ha paseado por los pasillos de la Feria Internacional del Libro Coahuila (FIL Coahuila), ha subido un piso en ascensor y ahora se arrellana en el sofá de una oficina. Se dice emocionada, porque en unos días presenciará por primera vez la ceremonia del Grito de Independencia en la Ciudad de México. Habla también del árbol de los desaparecidos frente al Palacio de Gobierno de Coahuila, en pleno corazón de Saltillo. Impresionada, se conmovió por las fotografías de los ausentes, ecos en el rostro de una región llamada América Latina.
Se crió en la ciudad de Caseros, en el partido de Tres de Febrero, provincia de Buenos Aires. Cursaba el jardín de niños cuando su maestra sacó un libro y le dio lectura frente al grupo. Aquel momento fue mágico y alucinante, de vívida sensación. Más tarde, en la primaria, Dolores leyó los cuentos oscuros de Horacio Quiroga, para luego perderse en otras páginas por su cuenta.
—Mujercitas, Tom Sawyer, Viaje al centro de la Tierra, La guerra de los botones, un montón de literatura, un tanto juvenil. Siempre me gustó, siempre elegía quedarme leyendo que salir a jugar o ver las telenovelas, como lo hacían mis compañeros.
Bárbaro era el ímpetu. A edad temprana se asoció a la biblioteca de su barrio. Visitaba el lugar con frecuencia, sacaba libros y se entregaba a sus historias. Esa necesidad lectora también la llevó a un cementerio, cercano al trabajo de su madre, en la periferia bonaerense. Empezó a leer las lápidas. Le intrigó que la despedida de un ser querido se materializara en una superficie tan pequeña.
Años más tarde apareció Cometierra. Dolores Reyes se encontraba en un taller literario impartido por Selva Almada, en el centro de experimentación Enjambre. Mantenía los ojos cerrados cuando Marcelo Carnero, uno de sus compañeros, leyó un relato que terminó con la frase “tierra de cementerio”. Detrás de sus párpados comenzó a dibujarse la figura de una chica, flaca, muy joven, con el pelo largo y castaño. La vio agacharse en un camposanto, agarrar tierra y llevársela a la boca. Esa joven imaginaria la arrasó, sería la protagonista de su primera novela.
Así publicó Cometierra (Sigilo, 2019), la historia de una chica capaz de ver a las personas desaparecidas tras comer la tierra que han pisado. La protagonista descubre su don a los siete años, tras la muerte de su madre. Entonces sus familiares le obligan a ir al entierro y ve caer el cuerpo en la fosa, ve cómo es cubierto hasta ocultarse del mundo. La piba cierra los ojos, toma tierra con sus manos, la traga hasta llenarse el estómago y entonces lo ve: su madre fue víctima de feminicidio.
Ese don se convierte en rumor por los laberintos del conurbado. Hasta ella llegan personas con botellas llenas de tierra, pidiéndole que encuentre a los suyos o que por lo menos les dé razón de su muerte.
Cometierra lo hace, busca a los extraviados, la tierra le sabe a gente, pero no todo es tristeza, en ocasiones los encuentra con vida. Dolores dice que hay lectores que suelen escribirle para preguntarle si la vidente existe en realidad. Ella lo interpreta como el grito desesperado de aquellas personas que no han dado con los suyos.
La novela tuvo aceptación, le dio un espacio a la autora en el panorama literario latinoamericano. En 2022, apareció Miseria, su segunda novela publicada por Alfaguara. Miseria es un personaje que aparece al final de Cometierra. Es la novia de Walter, hermano de la chica vidente. Ahora Miseria espera un hijo y Cometierra se plantea seguir o no con su don. Luego, Cometierra se topa con un hospital y comprende que entre tanto concreto será complicado ayudar a su cuñada.
Dolores conoce de primera mano las violencias que se ejercen sobre la maternidad. Ella misma es madre de siete hijos. Un hijo es la esperanza del mundo. Pero, durante el proceso de escritura, prefiere aislarse. En ese marco, alejada de todo, fluyen mejor las ideas. Ahí, es sólo ella junto a sus personajes, junto a la trama, junto a la historia que quiere contar. La palabra es su laburo.
¿Qué momento vivías cuando escuchaste leer a tu compañero Marcelo y te vino a la mente la imagen de Cometierra?
Bueno, durante un año estuve yendo a un centro de experimentación artística, que era Enjambre, que tenía arte visual, textil, había un montón de disciplinas y yo iba al taller de escritura. Hacía un año que estaba escribiendo cuentos a consigna, pero ya habíamos pasado a otra etapa, donde cada uno iba a crear su proyecto. Y cuando lo escucho a él decir esto, yo estaba muy concentrada y se me apareció una nena con el pelo lacio, llovido, la piel color de la tierra, que estaba sentada en un cementerio y que lo que hacía era arrancar pedacitos de tierra debajo de sus piernas y comerlos, masticarlos. Fue algo tan fuerte, tan impactante que dejé los cuentos que venía trabajando y me puse a armar eso por escrito. De alguna forma yo también venía buscando algún tipo de escritura que no era la de la universidad, ni la de la traducción, no era la académica, sino que era esto: ficción. Y por eso, justamente, había buscado ese espacio de escritura. Y cuando apareció Cometierra, siento que me arrasó también. Como que mi universo empezó a rondar alrededor de ella, a pensar qué le pasa cuando come esa tierra tan particular; es del cementerio, es tierra que estuvo y está en contacto con otros cuerpos. Entonces allí me llegó la idea, quizá con algo del orden de la experiencia o la historia de esas personas, de esos cuerpos. Y ella conecta con eso: por medio de visiones que la tierra le muestra al tenerla en la panza o adentro del cuerpo. Cierra los ojos y puede ver la experiencia, los últimos momentos de vida o dónde está esa persona que falta, por la cual hay alguien buscando, que lleva una botella de tierra.
¿Qué tanto construyen a Cometierra sus propias ausencias?
Absolutamente la constituyen. Pensemos que si a ella no le hubiesen arrebatado a la mamá, quizá nunca encontraba el don, porque el don lo encuentra azarosamente cuando pierde a su mamá y nadie le explica por qué murió. La obligan a ir al cementerio, la obligan a ver cómo la entierran. Entonces, allí en su desesperación, justamente por esa ausencia, empieza a tragar tierra como para guardarse algo de esa mamá dentro del cuerpo, donde no se la puedan sacar. Así lo conoce. Si esa madre no hubiese sido víctima de un feminicidio, Cometierra quizá nunca hubiese encontrado su don.
Hay una imagen en el libro de Miseria que me hizo reflexionar en profundidad: Cometierra está en la ciudad y no comprende el cemento que la separa de la tierra. ¿Ese concreto de las urbes qué tanto nos ha impedido entender nuestra esencia como seres humanos?
Yo creo que eso sí es muy Latinoamérica. Latinoamérica es una naturaleza desbordada, es estos paisajes la montaña es verde, el desierto mismo es omnipresente y siento que eso nos constituye. O sea, no es cualquier tierra, sino la tierra que habitaste, la que te conoce. Bueno, pasa lo mismo con la naturaleza. Entonces, eso es absolutamente constitutivo. Y eso que, muchas veces, construimos tantas separaciones, que tiene consecuencias: el agua se empieza a acabar, empieza a haber cambios en el clima. Siento que no es muy beneficioso para nadie y en particular para Cometierra. Ella incluso lo ve como un peligro, cuando piensa en Miseria, en ese hospital que también es todo cemento y dice: “Bueno, si a Miseria le pasa algo acá adentro, yo no voy a saber, porque no hay tierra a la cual consultar, no hay nada, es todo artificial”. Cometierra lo ve, en un punto, como un problema.
También en Miseria, Cometierra está con este dilema de ya no utilizar su don, pero de repente voltea a una pared y ve las fotos de las chicas desaparecidas; eso también constituye una especie de cementerio. ¿Los muros de las ciudades se han convertido en los nuevos panteones de las ausencias?
Totalmente. Justamente ella no quiere ir al cementerio al principio de la novela y la empiezan a asfixiar, a asediar con esas botellas, y terminan haciendo de su casa una suerte de cementerio de la ausencia. Y lo mismo le va a pasar en Miseria con el local, las escaleras, todo lleno de botellas, porque desafortunadamente hay tantas desapariciones en Latinoamérica. Me contaban, todavía no he podido ir, de un árbol frente al Palacio de Gobierno de Coahuila donde están las fotos de los ausentes, y también termina siendo como un árbol de los desaparecidos. Siento que esto hermana a toda Latinoamérica. Es algo con lo que me topo de la misma forma que en Cometierra o en Miseria: vas caminando por cualquiera de nuestras ciudades y te encontrás con esos espacios resignificados, habitados por las desapariciones, por la ausencia.
Miseria está escrita a dos voces, tanto Cometierra como Miseria narran en primera persona.
Primero, no me quería repetir en ningún aspecto. Sentía que Cometierra ya está, fue la mejor novela que pudo ser en su momento y yo ahora quería escribir otra cosa. Eso me lo dio la posibilidad de las dos voces. Son dos personajes muy pegadas en cuanto a edad, procedencia y a la vez son muy distintas, tienen dos personalidades muy distintas. Entonces, es este juego de cómo afrontan las cosas una y otra, siendo que Cometierra es mucho más cerrada, oscura, reflexiva, y Miseria es pura acción y vitalidad. Me permitían jugar con las dos voces y las dos experiencias.
¿Cuáles son las preguntas que Cometierra y Miseria te hacen a ti misma como escritora?
¡Uh! Una cantidad de preguntas… primero, ¿cómo seguimos adelante con tanto horror?, ¿cómo seguimos apostando al amor, a tener hijos, a tener amigos, a tener proyectos de vida, en medio de tanto horror? De hecho, quizá por eso trabajo tanto el equilibro en Miseria. Está todo ese universo del horror, de la falta, de las desapariciones, de la ausencia, de la violencia, pero hay otro que es súper vital: un bebé que está por llegar, un grupo de amigos muy fuertes, mujeres que saben y acompañan, la amistad entre mujeres, el conocimiento, el amor, el sexo, el encuentro, todo lo que es tan vital y que también nos sostienen como a Cometierra, como nos sostienen a todos nosotros, porque si no, no podríamos seguir habitando el mundo que vivimos. De alguna forma, son preguntas que me hago pensando en la experiencia de personajes tan jóvenes: Miseria, Walter, Cometierra. ¿Qué es lo que se encuentran en el mundo y cómo lo sobreviven?, ¿cómo lo sobrellevan?
Pienso en Miseria quien espera a su hijo, y en las visiones que tiene Cometierra sobre el embarazo de su cuñada. ¿Un hijo es la esperanza del mundo?
Para mí sí. En el momento en que se decide tenerlo hay una esperanza del mundo, hay una apuesta a futuro, hay una apuesta a la vida, al amor. Hay algo muy, muy fuerte, que trae a ese niño, si no, no habría niños en el mundo, nadie tendría ninguna esperanza a futuro. Eso convoco con el presente también. Pero de nuevo, no está silenciado el conflicto, está presente, pero también está el lado vitalista. Miseria es una persona absolutamente vitalista que dice todo lo que piensa, que no para ni un segundo, que incluso a veces eso lo mete en problemas.
¿Notas alguna relación de Cometierra con México?
A mí me parece que siempre que salgo a caminar por México, cada vez que vengo, que vengo muchísimo, siento que son escenarios totales de Cometierra. De hecho, me han dicho muchos lectores que por ahí leyeron y en algún momento se olvidaron de Argentina y les parecía que transcurría en México. Además, hay cosas de Miseria, en particular, que tienen que ver con mis viajes a México, al toparme con los edificios o monumentos intervenidos; las familias que ponen fotos de sus desaparecidos, sus nombres y la última vez que los vieron. Eso yo después lo construyo dentro de la novela, pero en realidad es experiencia mexicana.
Ese don de Cometierra, de comer tierra y ver a los muertos, me recuerda mucho a lo que hacen las madres buscadoras: van a los terrenos donde les reportaron la presunta presencia de fosas clandestinas, clavan una varilla en la tierra, la sacan, la huelen y el mismo olor les dice si hay un muerto abajo.
Sí, eso me pareció tan impresionante. Me enteré mucho después, pero es este eco que tienen tan, tan fuerte. Cometierra usa el gusto, el tacto y las buscadoras usan el olfato para exactamente lo mismo, para recoger a nuestros muertos que nos están faltando. Y eso me pareció una triste coincidencia, pero una coincidencia voluntaria, que hermana tanto a México y Argentina.
¿Las palabras son esa tierra que necesitamos para ver, para replantearnos lo que sucede en América Latina en torno a la violencia?
Sí. Incluso en estos últimos años han nacido palabras que han sido paridas por las luchas, por las teorías, por la observación, como “feminicidio”, una palabra que no existía hace cuarenta años. En Argentina se incorpora la figura de feminicidio como agravante de un crimen recién en el año 2012. Antes eran crímenes de pasión, era “la mató porque la quería mucho, porque la celaba”, de alguna forma siempre justificando el crimen y ligándolo al amor y a la vida privada: “No, eso es algo de una familia, no hay que meterse ahí”. Imaginate si las palabras no importan, cómo hemos sacado esa falsa interpretación con términos como feminicidio, violencia, violencia obstétrica, que es algo que tampoco se ha hablado para nada y ahí está absolutamente silenciado: de un lado está el poder, del otro está el cuerpo sometido que no puede hacer nada, que no puede opinar sobre su propio proceso y… por supuesto, los excesos sobre las mujeres y sobre ese bebé que está llegando al mundo. Un parto no es sólo de la madre, sino que lo protagoniza también el niño. Todos hemos atravesado eso y tampoco es algo que se cuente. Generalmente no es material literario, siempre como que se interrumpe; pasa algo y de repente ya está el bebé. Todas estas palabras siento que las vamos ganando, disputando, incluso simbólicamente.
A MANERA DE EPÍLOGO
Dolores Reyes está ahora en un panel junto a las escritoras mexicanas Jazmina Barrera y Gabriela Jáuregui. La autora argentina habla sobre los feminicidios en su país, dice que la gran mayoría son cometidos por armas del Estado. Con firmeza en la voz, denuncia las sentencias judiciales despectivas y misóginas que, gracias al abuso de autoridad, los funcionarios suelen escupir sobre las mujeres latinoamericanas. Denuncia la impunidad. A pesar de esto, cree en la justicia. Su rostro arroja una leve sonrisa al nombrar esta palabra. Pasan de las siete de la tarde. El salón está poblado por unas cuarenta personas.
—Yo sí creo que hay una justicia. Incluso la literatura lo ha tratado desde Antígona para acá. Antígona dice que hay una justicia superior a la justicia temporal de cualquier Estado, que tiene que ver con justamente eso, con enterrar a todo cuerpo, el cuerpo de un hermano. Ella, por supuesto, lo va a colocar en un plano divino. Yo siento que es una justicia de derecho humano.
En la actualidad, Dolores Reyes trabaja como profesora en una escuela de educación básica al norte de Tres de Febrero. A 150 metros se encuentra el cementerio de Podesta, a orillas del arroyo Morón. Allí están sepultadas Melina Romero y Araceli Ramos, víctimas de feminicidio, a quienes dedicó Cometierra.