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Dr. Strangelove (Dr. Insólito), el sinsentido de la guerra desde el humor

Stanley Kubrick dirigió esta sátira política que juega con la idea de un ataque nuclear iniciado por los delirios conspiranoicos de un militar de alto rango.

Dr. Strangelove (Dr. Insólito), el sinsentido de la guerra desde el humor

Dr. Strangelove (Dr. Insólito), el sinsentido de la guerra desde el humor

ANA SOFÍA MENDOZA

Hay un sinfín de películas de guerra. Pocas son las que se salen de la escala que va del drama a lo épico, y aún menos las que se sitúan en la comedia. No es para menos, ¿cómo podría un tema tan trágico ser motivo de risa? 

Pero la realidad es que cualquier circunstancia absurda se presta para ser vista desde el humor, y son pocas –tal vez nulas– las situaciones tan desproporcionadamente absurdas como la guerra: miles de seres humanos mueren para que un puñado de sujetos con un inmenso poder tenga aún más poder.

Stanley Kubrick supo transmitir ese sinsentido con Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba, 1964), una punzante sátira que deja al descubierto los hilos políticos que hay detrás de las hostilidades bélicas entre potencias mundiales.

CONTEXTO

El humor de esta obra es arriesgado no sólo por enfocarse en la guerra, sino porque aborda un evento que en ese entonces estaba en todo su apogeo: la Guerra Fría, cuya sombra se extendía sobre el mundo ante las amenazas de Estados Unidos y Rusia de utilizar armas nucleares si alguna de las dos naciones se atrevía a intentar someter a la otra. No eran sólo dos países poderosos en conflicto, sino dos ideologías: el capitalismo y el comunismo.

El planeta ya había sido testigo de la capacidad destructiva de las armas nucleares cuando el ejército estadounidense barrió con las islas japonesas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Y sin embargo las bombas seguían ahí, incluso más potentes que en aquel entonces, listas para activarse cuando fuera “necesario”, aunque eso significara eliminar poblaciones enteras del mapa. Pero nadie, ningún país, por muy enemistado que estuviera con otro, quería repetir un suceso de tal magnitud. Quién hubiera imaginado una manera tan coercitiva y peligrosa de mantener la paz. Kubrick, entonces, desarrolló Dr. Strangelove a partir de un escenario en el que la temida bomba fuera lanzada por error.

El filme está basado en la novela Red Alert (1958), del militar británico Peter George, donde se plantea el inicio de la Tercera —y última— Guerra Mundial, que traería consigo el fin de la humanidad y, probablemente, de gran parte de la vida en la Tierra. Sin embargo, el tono de la cinta de Kubrick dista bastante de la seriedad del libro, lo que no sólo hace de Dr. Strangelove una obra hilarante, sino que añade una capa más de reflexión para el público, acentuando lo tremendamente absurdo que podría ser el final de nuestra especie.

TRAMA

La premisa de la película es sencilla, pero es suficiente para mantener la tensión —y no sólo eso, sino también aumentarla progresivamente— a lo largo de la hora y media que dura el largometraje. El detonante del conflicto es, básicamente, la decisión de un general de alto rango de bombardear Rusia antes de que el país comunista lance el primer ataque.

Todo comienza en el interior de un Boeing B-52 donde el piloto, el comandante Kong (Slim Pickens), recibe una llamada informándole que Rusia ha atacado a Estados Unidos y, por lo tanto, es necesario poner en marcha el plan R, es decir, el lanzamiento de las bombas nucleares que cargan esa y otras aeronaves. Se trata de una estrategia “blindada” en la que los aviones cortan toda comunicación para evitar ser interceptados por la inteligencia soviética. La única manera de contactarlos es a través de una clave generada por quien haya dado la orden de ataque, en este caso, el general Jack Ripper (Sterling Hayden).

Este último corta la comunicación en la base militar a su cargo e informa a sus subordinados de la supuesta acción bélica de Rusia. Nadie entrará y nadie saldrá de la base hasta que él lo ordene. Todo aquel que se aproxime al lugar deberá ser eliminado, incluso si porta el uniforme estadounidense, pues el enemigo podría intentar infiltrarse haciéndose pasar por los suyos, explica.

Estas medidas, en realidad, son para que nadie intervenga con su plan de masacrar a “los rojos”. La verdad es que no hubo un ataque soviético, sino que era una mentira para iniciar la guerra. El asistente de Ripper, el capitán Lionel Mandrake (Peter Sellers), no sólo descubre el engaño, sino los motivos detrás de las acciones del general: está convencido de que los comunistas están contaminando el agua del planeta con flúor para envenenar “los preciados líquidos corporales” de toda la población que no se alinee con sus preceptos, y por eso los rusos sólo beben vodka. Es una teoría conspiranóica que se popularizó en la época.

Pero saber todo eso no le sirve de nada a Mandrake porque no puede comunicarse con nadie fuera de la base militar. Su única opción es intentar convencer al general de que le brinde el código para entrar en contacto con el grupo de aviones que se dirigen a bombardear Rusia.

Mientras tanto, el presidente de Estados Unidos, Merkin Muffley (también Peter Sellers) se reúne con sus principales asesores en el Cuarto de Guerra para encontrar la manera de revertir el plan R o, al menos, mitigar los daños. Para ello deciden que es necesario confesar el error a la Unión Soviética y buscar una solución conjunta. Entonces se revela que Rusia cuenta con una “máquina del Fin del Mundo” que se activa automáticamente ante cualquier ataque nuclear y libera suficiente radiación como para hacer de la Tierra un planeta inhabitable por casi un siglo.

Dos de los asesores destacados del presidente son el general Buck Tugidson (George C. Scott) y el doctor Strangelove (Peter Sellers otra vez), un científico alemán ex-nazi con bastos conocimientos tecnológicos.

IDEOLOGÍAS

Es así que con tan sólo tres locaciones relativamente sencillas, Kubrick logró realizar una de las películas antiguerra más icónicas de la historia. Su guion y las acertadas actuaciones ponen sobre la mesa diversas cuestiones respecto a los conflictos bélicos. Quizá la de mayor peso sea el papel que juegan las ideologías en ellos.

Los soldados a bordo de las aeronaves, por ejemplo, accionan bajo el influjo de un impulso patriótico particularmente notable en el comandante Kong. Están dispuestos a dar la vida para que Estados Unidos siga manteniendo su grandeza, sea quien sea el enemigo.

Por su parte, la motivación de Jack Ripper es proteger al mundo del comunismo. Ha caído en la propaganda contra la Unión Soviética, al grado de creer en teorías conspiranóicas que prácticamente la hacen responsable de todo mal.

Al general Buck Turgidson no parecen interesarle mucho los asuntos políticos o sociales, sino cumplir a cabalidad con su labor militar. De hecho, no es difícil imaginarlo en cualquier otra misión, e incluso en cualquier otro trabajo, con el mismo entusiasmo por desarrollar estrategias.

A Dr. Strangelove no le importa el país con el que esté cooperando, siempre y cuando haya una oportunidad para llevar a cabo su idea fascista de “limpiar” a la humanidad, salvando sólo a los “mejores” individuos.

Por último, para los líderes políticos todo es una eterna negociación para mantener el poder. No hay un compromiso con la patria ni con la humanidad; tampoco con ningún sistema económico o social en particular, basta con que sea uno que les permita seguir en lo alto de las jerarquías.

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