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Una mujer embarazada abre el explorador de Google en su computadora. Accede a la plataforma de YouTube y comienza a teclear “música clásica para bebés”. Presiona “enter” y una lista de videos aparecen frente a sus ojos. Lo curioso es que la mayoría de ellos contiene música del compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). A continuación, la mujer reproduce la música, conecta sus audífonos y los coloca en su vientre. Las ondas sonoras del también llamado genio de Salzburgo llegan hasta su útero.
Los académicos han nombrado como “Efecto Mozart” a los beneficios que produce el hecho de escuchar la música de este compositor. Los antecedentes de este concepto se remontan a 1991, cuando el otorrinolaringólogo Alfred A. Tomatis publicó su libro Pourquoi Mozart, el cual está basado en su método Tomatis, donde el investigador empleaba música en las sesiones de terapia con sus pacientes; afirmaba que la música de Mozart podía ayudar en el proceso e incluso curar casos de depresión.
Otro evento importante ocurrió en 1993. Los psicólogos Frances H. Raucher, Gordon L. Shaw y Katherin N. Ky, investigadores del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria (CNLM) de la Universidad de California, publicaron un artículo en la revista Nature titulado Music and Spatial Task Performance.
En este texto se relata un experimento donde 36 estudiantes son expuestos a la música de Mozart durante diez minutos. La pieza elegida fue la Sonata para dos pianos en Re mayor K 448, obra que el compositor terminó en 1781, cuando tenía apenas 25 años de edad, y que quería ofrecer a la pianista Josephine von Aurnhammer. Su partitura arroja un estilo galante, melodías entrelazadas y cadencias simultáneas en tres movimientos: Allegro con spirito, Andante y Molto allegro.
Durante el experimento, los especialistas organizaron tres grupos: el primero escuchó la pieza de Mozart, el segundo atendió instrucciones de relajación diseñadas para medir la presión arterial y el tercero permaneció en silencio. En esos diez minutos debieron completar una serie de tareas según la escala de inteligencia Stanford-Binet, así como otras pruebas que consistían en cortar y doblar papel. Los resultados arrojaron que los estudiantes que habían escuchado a Mozart obtuvieron mayor puntaje que los dos grupos restantes.
SONORIZAR LA PRIMERA INFANCIA
En su artículo La música y la estimulación temprana, publicado en la revista Escena, Ivette Rojas, docente de la Escuela de Estudios Generales y de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica, acude al Efecto Mozart para indicar que la música es de vital importancia para el futuro emocional e intelectual de un niño.
“Es fácil descubrir a un niño que ha sido estimulado por sus padres mediante el juego musical. Cuando uno los pone a cantar, disfrutan, se mueven, en fin, participan y se divierten. El niño, en cuyo hogar no se le ha estimulado, se queda impávido ante cualquier manifestación artística, lo cual no le permite incrementar su sensibilidad y espiritualidad”, apunta Rojas.
Al citar a otros investigadores como la española Isabel Francisca Álvarez Nieto, maestra en Educación, Rojas enumera una serie de beneficios que conllevan las actividades musicales en los niños. Subraya en el factor salud, ya que la música de Mozart “escuchada por niños en incubadoras demostró que estos ganaban más peso, reducían estrés y salían del hospital en un promedio de cinco días menos que quienes no la escuchaban”.
Mientras tanto, en su libro La música, Mozart y su efecto en bebés (2005), Lorraine H. Newman enfatiza en la estimulación del bebé, una tarea que los padres deben ver como una hermosa y única oportunidad de contribuir a su desarrollo. Por supuesto, un camino hacia tal estimulación es la música.
“El bebé es un ser abierto a todos los estímulos, cada uno de ellos lleva a un aprendizaje. Los estímulos musicales forman en el bebé complejos circuitos neuronales que les servirán, más adelante, para ejercitar razonamientos complejos”, escribe Lorraine H. Newman.
El hemisferio derecho del cerebro realiza el reconocimiento inicial de la melodía y el izquierdo analiza otras características como el ritmo o el tono. La conexión entre estos hemisferios a través de la música, permitirá al bebé mejorar su coherencia y fluidez, tanto en sus movimientos, como en sus pensamientos y lenguaje.
Pero, ¿por qué precisamente Mozart y no otro compositor? Lorraine H. Newman dirige la respuesta hacia el ritmo, pues se trata de un elemento que el genio de Salzburgo supo maniobrar a la perfección. “El ritmo que mejor dominó, como ningún otro compositor, fue el del cuerpo humano”. Por ejemplo, en el caso de la mujer embarazada que se citó al principio de este artículo, el repertorio mozartiano podría ayudar a estimular el ritmo cardíaco de su feto.
Durante la estancia en el vientre de su madre, Anna María Pertl, Mozart literalmente nadaba en un mar de música. Su padre, Leopold Mozart, también era compositor, por eso su hogar en Salzburgo era un resonar de armoniosas melodías para piano, sonatas para violín y demás música de cámara.
“A sus tres o cuatro años, el niño prodigio ya había empezado a participar en ensayos con su padre, madre y hermana mayor, creando sus primeras melodías basadas en el conocimiento musical y emocional que había asimilado en su vida intrauterina”.
Lorraine H. Newman añade que en todo el repertorio mozartiano —más de 600 obras— existe una constante de 0.5 segundos entre una onda musical y otra, es decir, 120 golpes por minuto. Información del portal Stanford Medicine, arroja que la frecuencia cardíaca fetal promedio transita entre 110 y 160 latidos por minuto —números similares a los golpes en la música de Mozart—. Una anomalía en esta frecuencia puede indicar que el feto no está recibiendo suficiente oxígeno o que existen otro tipo de problemas. La música también es un método para controlar esta frecuencia cardíaca y evitar secuelas tras el nacimiento.