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El septentrión novohispano

Fue gracias al trabajo de campo y la autosuficiencia que las órdenes habían experimentado a través de la explotación de huertas conventuales en España, que lograron trasplantar el mismo modelo con éxito a la región del Altiplano, en la Nueva España.

El septentrión novohispano

El septentrión novohispano

ENRIQUE SADA SANDOVAL

Cuando Robert Ricard publicó en su momento La Conquista espiritual de México: ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572, este eminente catedrático e investigador francés no dejaba de reparar, a lo largo de su obra, en la labor infatigable de aquellos misioneros pertenecientes a las muy distintas órdenes religiosas en un territorio como el nuestro. 

Sin embargo, pocos como él o como el doctor Philip Powell han reparado en los mayores esfuerzos y sacrificios que implicó la civilización de lo que ahora es el norte de México, más allá de la zona de seguridad que en su momento fuera el Altiplano. 

Contrario a lo que comúnmente se piensa, la conquista del septentrión novohispano no puede asociarse de manera exclusiva al impulso de las prospecciones mineras, ni a cuestiones de asentamientos de defensa —aún dentro del contexto inmediato de las guerras chichimecas—, puesto que también se debió en mayor medida a la búsqueda de nuevas rutas para la expansión evangelizadora. Será en este contexto en el que franciscanos, agustinos, jesuitas y hasta dominicos lograrán establecer puestos de avanzada a través de una serie de fundaciones donde lograrán erigir una cadena de villas, rancherías, misiones, conventos y monasterios, desde la provincia de Zacatecas hasta Nuevo México, en el Camino Real de Tierra Adentro, mismo en el que además de la doctrina cristiana lograrán transmitir y establecer tanto técnicas de trabajo para cultivos diversos de hortalizas y árboles frutales, al igual que la gran maestranza en lo que a términos de construcción de arcos, acueductos, templos, plazas, haciendas y aposentos habitacionales se refiere. 

Según Adriana Macías Madero, fue gracias al trabajo de campo y la autosuficiencia que las órdenes habían experimentado a través de la explotación de huertas conventuales en España, que lograron trasplantar el mismo modelo con éxito a la región del Altiplano, en la Nueva España. De aquí que un aspecto fundamental en la conformación de las ciudades novohispanas fue la presencia de las órdenes mendicantes, y Zacatecas no fue la excepción, las cuales contribuyeron a establecer las bases del proceso de urbanización, pues se relacionaron con unidades fundamentales como los templos, hospitales y pueblos de indígenas, además los monasterios y conventos que constituyeron espacios de enseñanza que contribuyeron a la consolidación de aspectos culturales que dieron forma a las sociedades de una manera integral. 

Como ejemplos de lo anterior, Pilar Gonzalbo llegará a referir también los asentamientos de las muy distintas órdenes que solían establecerse a partir de la construcción de una iglesia y convento adjuntos a una serie de dependencias administrativas —como huertos y corrales— mismas que constituyeron a su vez una serie de espacios productivos vinculados con la propia labor evangelizadora, pues su importancia recayó en la amplia variedad de cultivos que se trabajaban, además del valor monetario y alimenticio que tuvieron por especie, citando como referencia los inventarios de afamados fundos zacatecanos que se hicieron de la Huerta de la Hacienda de Santa Rita de Tetillas del Colegio Grande y de la Hacienda de San José de Linares, Ciénega Grande—ambas pertenecientes a la Compañía de Jesús—. Siendo de tal relevancia que la primera representaba ingresos por comercio de frutas, conservas y licores, en tanto la segunda abastecía al seminario de San Luis Gonzaga en sus necesidades. 

Además de la amplia gama de cultivos que solían cosecharse conforme los temporales, tanto en las huertas conventuales como en los campos disponibles para estas mismas actividades, aún suelen encontrarse registros de una serie de obras de infraestructura habilitadas para optimizar la producción en estos sitios: desde canales o acueductos hechos de cantera, norias de adobe y sitios de explotación de elementos constructivos con sus respectivas pilas. 

De aquí la importancia de la configuración de los espacios monásticos y conventuales para la civilización del Septentrión, pues tan sólo en el caso de Zacatecas —como plataforma civilizadora— una sexta parte del abasto de trigo y una cuarta del maíz provenía de estos sitios, sin los cuales la expansión a aquellas otras provincias que hoy abarcan el norte de México y sur de Estados Unidos hubiera sido impensable.

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