Sergio Rojas. Foto: Luis Enrique Terrazas
Aislarse puede ser el camino más corto para el encuentro con uno mismo, pero ¿qué pasa cuando esa soledad se convierte también en un campo de batalla, cuando la habitación, la cama, la ventana son al mismo tiempo una declaración de guerra? Ocurre que a veces la casa es el universo y las habitaciones del fondo son galaxias inhabitables, donde uno tiene que acostumbrarse a vivir. Ocurre que cuando se entra también se transforma en cuerpo celeste y lo orbita la memoria, y es entonces que la noche llega difícil y uno debe conservarse despierto a pesar de todo.
La voz poética de Sergio Rojas logra construir, a partir de cuatro paredes, un complejo ecosistema de emociones e imágenes que convierten a la lectura de Habitación del pánico en una experiencia intensa e inquietante. Para el caso de este, su primer libro publicado, el autor ha logrado ofrecernos una obra que se siente importante, donde el mundo se encuentra en depresión.
El poemario fue publicado bajo el sello de la colección Viento y Arena del Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE) de Torreón, Coahuila. Construido a partir de poemas breves, una de sus cualidades más notorias es que el autor ha buscado emplear la sencillez y la claridad en cada uno de sus versos, evadiendo por completo la complejidad innecesaria y el enredo de ideas que obstaculizan e infectan el artefacto escrito. Pareciera que una de sus intenciones estéticas es encontrar, en muy pocas palabras, un significado amplio que reconozca la fragilidad que nos concede la noche.
LA CIUDAD
La primera sección del libro nos ubica en una zona urbana frágil, que padece sus habitantes y de a poco se destruye, se consume, hasta volver a su origen de polvo. Los elementos vivos de este paisaje agrietado convocan a la muerte y la abrazan como si fuera una pieza elemental del escenario, o acaso el engranaje que coordina y encamina a los cuerpos hacia la plenitud.
En muchos sentidos, la obra de Sergio Rojas se fundamenta en cierta inquietud por la muerte y establece un diálogo íntimo con el vacío, si es que eso hay en ella. Los poemas no son precisamente especulaciones, sino que pretenden trepar el andamio del asombro y lanzarse hacia el concreto y la certeza.
Otro elemento importante en la ciudad construido por el autor es el de la ausencia. Y es que parece que los habitantes de estos edificios son los únicos que permanecen ahí, no precisamente por gusto, sino más bien por resignación. Sin embargo, lo interesante no está en los que se quedan, sino en lo que se va. Sergio propone una constante lejanía para iniciar el tránsito hacia el exilio, tal como ocurre en el poema “Éxodo”, que es el punto de partida de la obra, y también el de la hierba y los árboles que remueven sus raíces del suelo para llegar al otro lado del horizonte. Las calles se alargan inalcanzablemente, hasta perder su dirección, en el poema titulado “La Juárez”, que aprovecha este nombre tan recurrente en las avenidas de nuestro país, pues otro de los valores visibles de este volumen es que el autor logra evocar su entorno con elementos reconocibles para el lagunero, pero no necesariamente condiciona o restringe su discurso a esta tierra.
Es necesario mencionar el último poema de la sección, titulado “Espejismo”. Se trata quizá del texto más cercano a lo experimental en cuanto a su forma, ya que tiene tres maneras de lectura: la columna de la izquierda, la columna de la derecha y ambas de forma simultánea. Si bien Sergio no es el primer poeta ni el último en emplear este recurso, sí se debe resaltar lo bien lograda que está la propuesta y, más aún, la potencia de las imágenes que evocan, al mismo tiempo, el reflejo de un hábitat y su interior.
OTRA CASA
En la segunda parte del poemario, acompañamos a Sergio en la mudanza. Un cambio de hogar que significa traspasarse de una soledad a otra, revaluar los parámetros de la ausencia y tantear los muros que no poseen un “otro lado”. En este nuevo espacio, el personaje, por momentos, pretende aislarse del mundo y de su gente, pero también busca apartarse de sí mismo. En muchos sentidos, el libro propone un conflicto interno; la casa se convierte en un campo de batalla donde la presencia poética colinda de forma agresiva con sus propios fantasmas y su memoria.
Un propósito bien logrado es otorgar, en la lectura, la experiencia de transitar esta casa en la que ocurre la aflicción. Se entra en la habitación como se entra a las ruinas de uno mismo. Desde la ventana, el ojo poético observa un mundo que sigue operando y trabajando sin él, un mundo que no se ha dado cuenta de lo que ha extraviado. La voz de Sergio queda suspendida en los pasillos intransitables en los que permanece la fractura y el quebranto. Este estado de soledad permite que la luz tenga alcances distintos y que los focos del edificio toquen latitudes imprevistas, así como ciertos paisajes enclaustrados en donde se contiene el fuego, la lava y todo lo que podría terminar en incendio y ceniza.
Después, Habitación del pánico se aproxima a un registro más existencial. Los poemas comienzan a cuestionarse cómo vivir a partir de ausencias, olvidos y fallas casi irremediables que surgen en este nuevo lugar. Acaso hay algo de nosotros en estas fallas, o son las partes de nosotros que se quedan perdidas y ya no podemos empacar ni traer arrastrando como parte de la mudanza.
PAPÁ
La sección titulada “Elegía Infinita” evoca a un personaje que quizás ha muerto: el padre. Si bien la relación padre-hijo no es necesariamente trágica, sí existen los suficientes puntos de tensión para detonar emociones intensas y una nostalgia sofocada.
El autor dispone escenas en las que, más que un conflicto, hay un cuerpo que busca ausentarse. El padre es también un habitante de la casa, alguien que vive en el recuerdo y la transparencia. Nadie lo ve ni tiene la certeza de dónde está. Es esa intermitencia lo que intriga y estremece.
PÁNICO
Un recurso usado con regularidad en esta parte del poemario es la inclusión de sucesos naturales que, de algún modo, pueden vislumbrarse a partir de la falta de sueño. Es como si el insomnio trajera consigo un suelo fértil en el que avanzan las hierbas y las flores del mal.
Habitación del pánico concluye en una muerte que sabe a transformación. No está en los propósitos del libro dar solución o remedio a la depresión, pero la poesía de Sergio Rojas presenta una visión auténtica y reveladora sobre aquellos que pasan las noches viendo el ventilador quieto mientras el resto del mundo gira frenético. El enclaustramiento es parte del volumen, pero al mismo tiempo deja libre al fantasma que es ese otro que fuimos y que a veces volvemos a ver de noche. El autor nos ha revelado algo importante: el poema es una forma de renacer cuando no se puede dormir.