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Identidad femenina en la escritora venezolana Teresa de la Parra

Renovó el panorama literario de su época al profundizar en el mundo interno de sus personajes femeninos y en las relaciones entre mujeres, además de cuestionar las estructuras sociales de su país y el racismo interiorizado.

Imagen Biblioteca Nacional de Venezuela.

Imagen Biblioteca Nacional de Venezuela.

ANA SOFÍA MENDOZA

La primera autora venezolana reconocida internacionalmente fue Teresa de la Parra, escritora de inicios del siglo XX que cuestionó las estructuras sociales de su país natal y que se interesó por profundizar en la historia hispanoamericana. 

Su primera novela, Ifigenia (1924), tuvo un gran éxito y fue traducida inmediatamente al francés. El título deriva del personaje femenino de la mitología griega que fue sacrificado para favorecer los vientos que habrían de llevar a las embarcaciones de su padre, Agamenón, a la Guerra de Troya. Al final de la novela se hace referencia directa a este “sacrificio por los hombres”, por lo que se asume que la protagonista, María Eugenia, corre este mismo destino al dejar morir todos sus deseos y aspiraciones para convertirse en una señora “de bien” que cumple todas las expectativas de su marido.

Ifigenia aborda, a modo epistolar y de diario, la vida de María Eugenia tras la muerte de su padre. Había nacido en Venezuela, pero él la llevó a Europa desde muy pequeña. Ahí la joven recibió su educación en un estricto colegio de monjas. Por eso, cuando quedó huérfana y hubo de volver a su país natal con sus familiares, de alguna manera se sintió libre de la rigidez a la que había estado sometida por años. Antes de partir al continente americano pasó unas semanas en París, donde disfrutó de la libertad de elegir sus propios atuendos, peinados y, sobre todo, su propio rumbo. 

Sin embargo, esta independencia duró poco, pues al llegar a Venezuela descubrió que un tío suyo le había robado su herencia y, además, su familia veía con malos ojos el “libertinaje” de la Belle Époque parisina. Pese a que en su nuevo hogar disfrutaba de la compañía de su tío Pancho y de Mercedes, una mujer que conoció a través de él y a quien admiraba ampliamente, su abuela pronto la alejó de esas “malas compañías” y la hizo guardar luto por su padre durante dos años que pasó recluida, aprendiendo a cocinar, tejer y comportarse como señorita. Así permaneció hasta que un hombre que no le atraía en ningún sentido la quiso tomar como esposa y moldearla a su gusto. 

La vida de María Eugenia transcurrió como la de la mayoría de las mujeres de la época: sin independencia, bajo el escrutinio de una sociedad moralina y a merced de las decisiones de los hombres que la rodeaban. Acaso los soplos de libertad que tuvo la sumieron más en la desazón de resignarse a su destino, que nada tenía que ver con la autonomía efímera que había probado por momentos y que era imposible recuperar en ese mundo.Por esta clase de disecciones sociales, Teresa de la Parra fue y es considerada una autora feminista, a pesar de que ella misma describía su feminismo como “moderado”. 

Escultura de Teresa de la Parra en el Parque de los Caobos, Caracas, Venezuela. Imagen Facebook Venezuela Descúbrela.
Escultura de Teresa de la Parra en el Parque de los Caobos, Caracas, Venezuela. Imagen Facebook Venezuela Descúbrela.

ADMIRACIÓN FEMENINA

La escritoria venezola tiene varios paralelismos con la protagonista de Ifigenia, comenzando por los lazos tanto con el continente americano como con el europeo. Teresa de la Parra nació en París, Francia, en 1889, y pasó los dos primeros años de su vida en Berlín, Alemania, pues su padre era cónsul en esta ciudad. Luego la familia se mudó a la hacienda El Tazón, cerca de Caracas, Venezuela, donde Teresa pasó gran parte de su infancia. Sin embargo, tras la repentina muerte de su padre cuando ella tenía tan solo once años de edad, partió con su madre y sus hermanos a Valencia, España, y ahí fue educada en un colegio religioso que la puso en contacto con la literatura. 

En 1915 volvieron a Caracas y, a partir de entonces, desarrolló su carrera como autora. Sus primeros cuentos fueron publicados bajo el seudónimo Fru-frú. Nathalie Bouzaglo, en su ensayo Escrituras en escena: Teresa de la Parra y el teatro de lo íntimo, destaca que esta firma “puede representar lo ‘femenino’ y al mismo tiempo ofrecer espacios de transgresión”. 

Fru-frú es el nombre de una obra teatral francesa que tuvo un gran éxito a finales del siglo XIX gracias a la interpretación de la célebre actriz Sarah Bernhardt. La puesta en escena trata una mujer frívola de la alta sociedad, apodada Frou-Frou, quien se enamora de un hombre de menor edad y clase social, desafiando así las expectativas de su familia. Sarah Bernhardt, admirada por Teresa de la Parra, se fundía con su personaje y también ampliaba los límites de las normas sociales desde su propia imagen, al usar maquillaje y ropa llamativos en la recatada era victoriana, hasta su larga trayectoria de casi sesenta años, en la que interpretó más de 120 papeles —entre ellos algunos roles masculinos— en Europa, América y Australia. 

De este modo, el seudónimo Fru-Frú es una forma en que De la Parra honró al tipo de mujer que aspiraba a ser. En sus textos es común que construya personajes femeninos con el arrojo de Bernhardt.

Aquí cabe destacar que una de las peculiaridades narrativas de la venezolana es la forma en que aborda las relaciones entre mujeres. Ifigenia comienza con una carta escrita desde Venezuela por María Eugenia para Cristina, su mejor amiga del colegio de monjas en Europa. Las palabras de la protagonista revelan que en la amistad de las jóvenes había una complicidad y un interés intelectual compartido. Ambas sentían una gran fascinación por la literatura y por el teatro, y pasaban tanto las temporadas de estudio como las de vacaciones juntas. 

Incluso entre mujeres diametralmente diferentes existe cierta conexión. María Eugenia y su abuelita, por ejemplo, conversaban sobre el pasado de la familia.

Estas ricas interacciones estaban adelantadas a su tiempo por décadas, pues incluso en clásicos literarios o cinematográficos de finales del siglo pasado es común que los personajes femeninos apenas crucen palabra entre sí.

Fotografía de Teresa de la Parra perteneciente al archivo de Lydia Cabrera resguardado en la biblioteca de la Universidad de Miami. Imagen Universidad de Miami.
Fotografía de Teresa de la Parra perteneciente al archivo de Lydia Cabrera resguardado en la biblioteca de la Universidad de Miami. Imagen Universidad de Miami.

IDENTIDAD HISPANOAMERICANA

Otro tema que permeó en la literatura de Teresa de la Parra fue el fenómeno criollo de la Venezuela de su época. La escritora pertenecía a la aristocracia y venía de una familia de terratenientes, así que conocía bien la moral en esos círculos sociales, tan religiosa y puritana, pero a la vez tan discriminatoria y prejuiciosa. 

A la escritora le resultaba interesante esa tendencia de la sociedad venezolana por negar la diversidad de su población, asumiendo únicamente el legado español. “Evelyn, que tenía tres cuartos de sangre blanca, maldecía con ellos su cuarto de sangre negra. Como no le era posible maltratar su negro en ella, le pasaba poderes a Vicente y lo maltrataba en él”, narra la protagonista en Memorias de Mamá Blanca (1929), segunda y última novela de Teresa de la Parra.

La autora pasó los últimos años de su vida investigando el folclor de su país y otras naciones hispanoamericanas, a través de viajes y libros, con el afán de desenterrar la multiculturalidad que había sido borrada por el desprecio hacia lo étnico o lo mestizo. Resultado de estas investigaciones es un ensayo en que analiza el papel de mujeres clave —casi todas ellas indígenas— en la configuración de la América hispana. Una de ellas es doña Marina, mejor conocida como “la Malinche”, quien buscó, a través de todos los medios a su alcance —incluso desde su condición inicial de esclava del conquistador Hernán Cortés—, la conciliación entre españoles y su pueblo tlaxcalteca. 

Si Teresa de la Parra no pudo escribir más sobre la historia y cultura hispanoamericana fue porque la muerte le llegó tempranamente, a los 46 años, a través de una grave tuberculosis que la sorprendió en Madrid, España. 

Afortunadamente, su vida distó mucho de ser como la de su personaje María Eugenia. Viajó por el mundo, se introdujo a círculos intelectuales, entabló amistad con autores de la talla de Miguel de Unamuno, renovó la literatura hispanoamericana, gozó el folclor de la región, nunca se casó y profesó un profundo amor a dos mujeres: la venezolana Emilia de Ibarra, con quien vivió en Caracas durante años, hasta la muerte de Ibarra, y la antropóloga cubana Lydia Cabrera, quien no se separó de ella hacia el final de su vida. Definitivamente, Teresa de la Parra no sacrificó su libertad por nada en el mundo.

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