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Entrevista

Juan Villoro y el balón de la palabra

Para el autor de "No fue penal", el futbol tiene que ver con la vida, pues concede recompensas y castigos no esperados. Hay que saber disfrutar el triunfo, afrontar la derrota y hermanarse en el sinsabor que suele tener el empate.

SAÚL RODRÍGUEZ

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) juega con el balón de la palabra, en ese añejo derbi entre el verbo y el sustantivo. Al salir a la cancha viste su voz con un discurso lleno de regates. Muestra sus dotes, recorta, luego amaga y remata al arco. Sobre el césped retórico tiene gambeta, picardía y temple; en sus dorsales carga la experiencia necesaria para responder a cualquier pregunta. 

Comenzó a ir al Estadio Olímpico Universitario en los años sesenta. Solía llevarlo su padre, el fallecido filósofo Luis Villoro. La comunión entre padre e hijo se generaba sobre la grada de cemento, como sólo hace posible el futbol. Juan veía jugar a los Pumas, al América, al Necaxa. Eligió seguir a este último equipo desde que pateaba la pelota sobre el asfalto del barrio Mixcoac; tomó así el camino de la incertidumbre, una escuadra con altibajos que terminó por exiliarse en Aguascalientes y aún se embriaga con la memoria de su época dorada en los años noventa. 

La infancia también es un estadio, uno cuyas gradas están repletas de recuerdos. Los más fuertes, los más enraizados, se colocan en la primera línea de la hinchada. Allí se balancean sobre el alambrado, ondean las banderas, golpean los bombos, entonan las trompetas, brincan ante cualquier estímulo identitario que desborde su pasión. Por eso a Villoro le parece inconcebible que un aficionado cambie de equipo, porque al hacerlo traiciona al niño que alguna vez fue. 

El autor viaja en el asiento trasero de una camioneta. La noche anterior, junto a Aldo Valdés, presentó su libro No fue penal. Una jugada en dos tiempos (Almadía, 2023) en las instalaciones de El Siglo de Torreón. El público abarrotó el salón como en una final de liga. Ahora observa por la ventanilla el paisaje del desierto que suele visitar cada año. A lo lejos se asoma el Estadio Corona, la casa del Club Santos Laguna, la directiva lo ha invitado a hacer un recorrido por el complejo deportivo. 

Para el narrador, este deporte tiene que ver con la vida, pues concede recompensas y castigos no esperados. Hay que saber disfrutar el triunfo, afrontar la derrota y hermanarse en el sinsabor que suele tener el empate. Las glorias, las frustraciones, se enmarcan en un melodrama de noventa minutos. “¿Cómo vas a saber lo que es la vida si nunca jugaste futbol?”, canta un poema del periodista argentino Walter Saavedra. En la cancha del Corona, durante una sesión fotográfica, Juan juguetea con el balón, pero sabe que no es dueño de él. Nadie lo es. “En la cancha, Dios es redondo y juega como le da la gana”. 

Su libro más reciente tiene a la amistad como eje de ataque. Dos exjugadores que alguna vez fueron amigos vuelven a encontrarse en un campo de juego. El Tanque se ha convertido en entrenador, aprisionado a gritos en su área técnica, porque el equipo al que dirige se encuentra al borde del descenso. Por su parte, Valeriano Fuentes es ahora un árbitro del Video Assistant Referee (VAR), el sistema tecnológico que en años recientes se ha implementado en busca de justicia futbolística, pero que ha restado emoción a los encuentros.

Imagen: Gabriel Escobar
Imagen: Gabriel Escobar

El escritor sabe que los tiempos han cambiado. Los intereses económicos de la industria futbolística mordisquean a la pasión con colmillos ambiciosos. En medio de la crisis del futbol mexicano, sus reflexiones otorgan cierta claridad en el panorama sombrío y ponen al futbol femenil como un faro todavía sin corromper. Cuando este deporte llega a desilusionarlo, Juan Villoro no se extravía en la frustración; su cancha nunca está vacía, pues sabe que siempre tendrá la literatura. 

En La figura del mundo, libro que escribes sobre tu padre, mencionas que el pasado tiene muchas formas de volver, ¿por qué el futbol es una de ellas? 

El futbol está hecho de lo que sucede hoy, pero también de lo que sucedió antes. A mí me sorprende mucho, Saúl, que por ejemplo haya rivalidades que se van estableciendo a través del tiempo entre determinados equipos y que de repente puede suceder que un equipo siempre pierde cuando visita al otro. Esto puede durar años, a veces décadas, y es como el coco de un equipo ir a ese estadio. Y sin embargo, quienes juegan ahí son ya totalmente distintos, porque los jugadores han cambiado con las generaciones, los entrenadores son otros, la directiva es otra y no obstante esto se reproduce; hay algo que ocurre, que viene desde el pasado y que nos impregna. Eso tiene que ver, por ejemplo, con los grandes clásicos del futbol: en México, América-Guadalajara; en España, Barcelona-Real Madrid. Se remontan las rivalidades a mucho tiempo antes. A mí me parece muy interesante que en el futbol cristalizan muchas cosas. Para algunos aficionados importa ese partido y nada más. Pero otros, aunque no sean historiadores de su equipo, saben que hay cierto club al que te da más gusto ganarle. El futbol está hecho de lo que ocurre hoy, pero también de lo que ocurrió antes. 

En Safari accidental, otro libro tuyo, dices que en la vida hay muchos malentendidos. Cuando de niños elegimos a nuestro equipo, ¿consideras que es parte del malentendido de la inocencia o hay ciertas dosis de conciencia en esta elección? 

A mí me interesa muchísmo por qué alguien se apasiona con un equipo, y puede haber razones muy distintas. Tan disímbolas como que tu tío favorito es muy aficionado a un equipo, te lleva al estadio y entonces te asocias con esos colores. O bien, te gusta el uniforme de un equipo y dices: “yo les voy a los de rojo”. O sigues a un jugador que es el gran ídolo del momento y dices: “¡yo me apasiono por este equipo!”, aunque luego ese jugador se vaya a otra escuadra. O bien, el hecho de que fuera el equipo de tu barrio, el de tu universidad o de tu ciudad. Son motivos muy diversos. Lo que sí considero es que, una vez que decides que un equipo te representa, ya no se vale cambiar de preferencias. Creo que en la vida todo es modificable: puedes tener otra actitud política, cambiar de religión, cambiar de pareja, hasta de sexo con una operación, pero cambiar de equipo de futbol es como negar tu propia infancia. Por supuesto que siempre hay un periodo de prueba, a lo mejor a los cuatro años te gustó el Necaxa porque era rojiblanco, pero luego dices: “no, pero el Guadalajara también es rojiblanco y me quedo con las Chivas”, se vale. Pero ya una vez que estableces la pasión en la infancia, negar esos colores es como negarte a ti mismo, al niño que fuiste. Por eso creo que es la última intransigencia legítima que tenemos. 

Imagen: Verónica Rivera
Imagen: Verónica Rivera

¿Recuerdas el libro de conversaciones entre Menotti y Ángel Cappa? Menotti le comenta que el futbol siempre se identifica con algo: con una barriada, con una esquina o incluso algo más simple, con una amistad, como fue lo que te pasó cuando elegiste al Necaxa por los amigos con quienes te juntabas. ¿De qué manera la amistad se puede abordar desde este deporte? 

Yo creo que la amistad es esencial. Todo mundo sabe que es mucho más divertido ver un partido con los amigos, ya sea por televisión o en el estadio, y comentar las jugadas. Félix Fernández, quien es buen amigo, me decía que cuando él se volvió un futbolista profesional, lo que extrañó fue el tercer tiempo. Porque cuando jugaba con sus amigos había los dos tiempos reglamentarios y el tercer tiempo, que consistía en ese momento donde los amigos, que incluso habían jugado en equipos distintos, compartían cervezas, discutían lo ocurrido, echaban bromas; esa convivencia es esencial. Y jugadas que duran unos cuantos segundos en la cancha, gracias al milagro de la amistad y la conversación, se alargan eternamente. Entonces, tú puedes decir: “¡No! Ese gol estuvo en fuera de lugar”. Y yo te digo: “No, Saúl, por favor, recapacita. Ese gol nunca estuvo en fuera de lugar”. Podemos hablar horas de una jugada que duró unos cuantos segundos y eso engrandece al futbol. Yo creo que el futbol reclama amistad, por eso en No fue penal traté de entenderlo desde una amistad muy intensa que luego se torna en una enemistad. 

Hablando de tu libro, la amistad entre Tanque y Valeriano acaba por romperse cuando, precisamente, el primero fractura al segundo en un entrenamiento. ¿Las amistades fuertes también pueden quebrantarse en escenarios donde se supone que no se está poniendo en juego nada? 

Una de las cosas más interesantes del futbol, y eso no lo advierte el público necesariamente, es que los jugadores tienen una vida íntima que ponen en juego en ese momento. Hay un magnífico documental de David Beckham donde él narra la situación del peor partido de su vida: cuando estuvo en el mundial de Francia (1998) y se hizo expulsar, con cierta ayuda del “Cholo” Simeone, a quien le lanzó una patadita y el jugador argentino la agravó como si fuera una falta mayúscula. El árbitro expulsó a Beckham, quien era un jugador decisivo para Inglaterra y ahí acabaron las posibilidades de su selección de pasar a la siguiente ronda, convirtiéndose en el villano de los ingleses. ¿Qué sucedió? En vísperas de ese partido, su novia le dijo que estaba embarazada. Él no tenía la menor noticia del asunto, en ese momento no se pensaba casar, no sabía cómo reaccionar, salió al campo pensando en otras cosas y jugó pésimo. Esto nos revela —y es uno de muchísimos casos— que los jugadores llevan su vida íntima, sus problemas, sus tensiones, a la cancha. Y cuando dos jugadores se enfrentan, aunque sean muy amigos, pueden tener también ciertas rencillas y sospechas. En el caso de No fue penal, la gran figura del momento es Valeriano Fuentes, un jugador muy dotado. Y su mejor amigo es un esforzado jugador, un tronco, un leñero, que lo tienen en el equipo porque le echa ganas, pero la verdad no es la gran cosa. Accidentalmente, se fractura Valeriano cuando choca —sin que el otro tenga mala voluntad, al menos en apariencia— con el Tanque y arruina su carrera, porque se rompe la tibia y el peroné, que es una lesión terrible para los futbolistas. Entonces, ¿qué sucede? Que este encuentro accidental también nos lleva a conjeturar por qué paso eso. El Tanque, en principio, es totalmente inocente, porque él estaba parado, Valeriano se resbala, choca con él y se fractura. Pero el Tanque tenía un motivo para hacerle daño, porque Valeriano le había robado a la mujer de su vida. Entonces, él se sentía mal. Digo, la mujer escogió, prefirió a Valeriano, gran figura, etcétera, pero el Tanque le tenía una envidia que le daba también ciertos motivos para actuar en su contra. La gran pregunta es: ¿se trató solamente de un accidente o no? Esa amistad se fractura por el accidente, pero también por esa sospecha latente que hay entre los dos. 

Imagen: Verónica Rivera
Imagen: Verónica Rivera

Tu narración me recuerda a una obra teatral de Vicente Leñero, a quien dedicas el libro. La obra se llama Gol. Hay un portero jugando en el llano y llega un amigo con resaca a contarle lo que hizo la noche anterior. Al final termina confesándole que se metió con su chica y en eso el portero recibe un gol. Leñero describe al cancerbero tirado en el área al percatarse de su desdicha. ¿A los escritores les interesa abordar las derrotas de la vida? 

Qué bueno que nombraste esa obra breve de Vicente Leñero, que forma parte de su libro Los perdedores. Todas esas obras de teatro tienen que ver con la situación en la que un deportista se ve influido por cuestiones extradeportivas, y justamente fue lo que traté de hacer en No fue penal: demostrar que los jugadores tienen que ver con eso, con circunstancias que los pueden afectar. El libro de Leñero toca el tema que mencionas, que es la derrota. Yo creo que para un escritor siempre es más elocuente, más estimulante hablar de las caídas que hablar de los triunfos. Escribir de un jugador que siempre gana es admirar a ese gran ídolo pero, al mismo tiempo, lo que nos interesa a todos nosotros es conocer las fisuras del ser humano: cómo alguien logra sobreponerse a la adversidad a pesar de tener debilidades. Yo creo que eso es lo que tratamos de hacer los escritores cuando tocamos temas del deporte en general o del futbol, en este caso. 

Recuerdo el partido de Chacarita Juniors contra Nueva Chicago, en la promoción por el ascenso argentino de 2012. Chacarita estaba derrotado, pero le marcaron un penal de último segundo y la esperanza retornó a su hinchada. Lamentablemente el jugador erró el penal y Nueva Chicago volvió a la vida. Cuando entrevistan a los hinchas de Chacarita, estos suelen decir que no entienden por qué los ilusionaron con el penal, si ellos ya se habían resignado a la derrota. 

El futbol tiene que ver con la vida en su conjunto, con el destino. Y eso creo que es muy provechoso, creo que es lo que hace que sea un deporte tan extraordinario. El futbol te concede recompensas que no has esperado, pero también castigos que tampoco has esperado, como la vida misma. De pronto tienes un cálculo en el riñón sin que hayas hecho nada especial para merecerlo, o te ganas la lotería, también sin que hayas hecho nada especial para merecerlo. En el futbol puedes de pronto tener esta recompensa del penalti concedido en el último minuto y al mismo tiempo fallarlo. Parecía que se revertía la situación en favor de Chacarita Juniors y es Nueva Chicago quien puede capitalizar esto porque se falla el penalti. Entonces, esa ruleta entre el bien y el mal, entre el triunfo y el fracaso, es lo que hace tan atractivo al futbol, porque a diferencia de otros deportes, no puede ser tan calculado, no tiene tantas maneras de atajar la sorpresa. Yo creo que la mayoría de los deportes prescinden un poco de la sorpresa, tratan de acotarla al máximo, pero en el futbol la sorpresa sigue siendo la reina del juego. 

Imagen: Verónica Rivera
Imagen: Verónica Rivera

¿Y esa sorpresa ha sido afectada por el VAR? ¿Esta búsqueda de justicia rompe con la intimidad de la jugada? 

Sí, yo soy enemigo del VAR. Por supuesto que puede tener usos útiles, no lo niego. Pero yo creo que una de las cosas más interesantes del futbol es que tenía un sistema de jurisprudencia completamente humano. Y nosotros sabemos que el error pertenece a las condiciones del ser humano. En el futbol, 22 personas tratan de ser semidioses o semidiosas, pero sólo una persona trata de ser mujer o trata de ser hombre: quien se convierte en arbitro, porque admite que se pueda equivocar. Que un hombre tenga que soplar justicia cuando tiene que perseguir a un jugador rapidísimo, que va por la punta derecha a una velocidad extrema, y él, tratando de alcanzarlo con la vista nublada por el sudor, tiene que juzgar en una fracción de segundo la acción que ocurre frente a él. Muy probablemente se equivoque, pero los aficionados de todos los tiempos estamos acostumbrados a esto. Recuerdo que cuando el árbitro se equivocaba a nuestro favor, en la tribuna gritábamos: “¡Árbitro justo!”, dándole las gracias por el error que nos beneficiaba. Ahora tenemos este tecnicismo que, por un lado, enfría la pasión. 

Me referiré a otra de tus obras. Consideras que cuando el balón está en el campo, ¿puede convertirse en ese “libro salvaje” que se niega a ser leído? 

El balón hace lo que le da la gana, por eso escribí un libro que se llama Dios es redondo, porque es caprichoso, como una deidad que no puedes controlar. Y es una deidad que puede afectar a un grupo, a un equipo o puede afectar a otro. Entonces hay siempre un valor imponderable: el balón es un objeto del deseo; todos quieren acercarse a él, pero no todos lo poseen. De ahí que haya expresiones como “balón dividido”, que puede estar entre tú y yo quién es el dueño del balón; pero en ese momento es nadie. Creo que es una de las cosas interesantes del futbol, que finalmente lo más valioso que tiene es la pelota, pero desgraciadamente hay tantos intereses que hacen que el futbol se enturbie, por eso Maradona dijo: “La pelota no se mancha”; es lo más sagrado que tenemos. 

Leí un artículo tuyo en la Revista de la Universidad titulado Formas de abrazarse en el césped. ¿Crees que Tanque y Valeriano volverán a intercambiar camisetas algún día fuera de las canchas? 

Yo espero que sí, que estos personajes en algún lugar se puedan reencontrar y pasar por ese ritual, que me parece una reconciliación muy significativa. Intercambiar camisetas es como cambiar la piel; tú admiras a tu adversario y te quedas con su camiseta. Incluso jugadores que han tenido problemas con otros. Yo mencionaba la jugada de David Beckham con el “Cholo” Simeone, pero cuando se volvieron a encontrar, Beckham tuvo la grandeza de pedirle la camiseta. Es una manera de la reconciliación, por eso digo que es muy significativo que los jugadores no sólo se abracen entre ellos, sino que al final venga este intercambio de camisetas. Y otra de las cosas más interesantes: quienes coleccionan las prendas del futbol saben que la manera de conseguir la camiseta de Maradona, no es ir a buscar a los herederos de Maradona. No, es ir a buscar a los rivales, a quienes les dio las camisetas. Si tú quieres la camiseta de Pelé, no buscas a la familia de Pelé, buscas a sus oponentes. Y eso me parece muy glorioso, porque entonces tienes que encontrar a la persona que Pelé respetó lo suficiente como para darle su piel, para darle su camiseta. Ese tipo de gesto yo creo que es muy importante. 

Imagen: Verónica Rivera
Imagen: Verónica Rivera

Tu papá te llevó al café La Vaca Negra después de que México fuese eliminado del mundial de Inglaterra ‘66. Te dijo que hay cosas más importantes que el triunfo, ¿lo crees así? 

La vida es más importante que el futbol y el futbol está hecho de la ilusión del triunfo. Cuando gana tu equipo o cuando gana tu selección —experiencia que desconocemos los mexicanos—, pero cuando los tuyos, los que te representan, con los que te identificas, triunfan en algo, te sientes mucho mejor. Y te sientes mucho mejor durante un buen tiempo. A mi edad todavía me sorprende que me siento deprimido cuando eliminan al Manchester City de Pep Guardiola. Me digo: “¡No puede ser!”. Tengo casi 70 años y sigo sufriendo como un niño. Me desilusiono por la pérdida de un equipo que admiro, sobre todo por lo que ha logrado Pep en ese cuadro. Pero, al mismo tiempo, debemos saber que esos triunfos son provisionales, lo mismo que esas derrotas. Lo más importante es la vida misma que está hecha de otras cosas. Por eso, cada vez que me desilusiono del futbol me digo: “Bueno, siempre me quedará la literatura”. 

Imagen: Verónica Rivera

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Escrito en: Saúl Rodríguez No fue penal Juan Villoro Futbol Dios es redondo

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