Imagen: Adobe Stock
Donald Trump lo vuelve a hacer. Es la clásica historia de una película hollywoodense en donde vence todos los obstáculos —incluso un atentado contra su vida— para convertirse en héroe, un defensor de su nación. Bajo esta narrativa todo pudiera sonar perfecto. El gran problema es que Estados Unidos no está aislado y hoy se enfrenta a dos guerras con fuertes tendencias a escalar en áreas estratégicas de insumos: Europa Oriental y el territorio que rodea a la Franja de Gaza en Oriente Medio. Es un terreno en el que el presidente electo no puede entrometerse de forma tan sencilla. Lo que sí puede hacer fácilmente es propagar su discurso migratorio y de lucha antidrogas. El objetivo: México. ¿Cuál es el riesgo de esto para nuestro país? La amenaza se encuentra en la estrategia económica ligada al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Durante su campaña electoral, el discurso agresivo de Donald Trump contra México fue más que evidente. Amagó con imponer aranceles a los productos mexicanos que ingresaran a Estados Unidos, con ampliar el muro fronterizo que divide a ambas naciones y con tomar medidas drásticas contra la migración ilegal. También responsabilizó a nuestro país por la entrada de fentanilo a la Unión Americana y por todos los problemas derivados del crimen organizado. Además, criticó la relación comercial con China y exigió una renegociación del T-MEC. El desafío, como se puede notar, es enorme, y estamos en la antesala de cuatro años muy difíciles para nuestro país.
Desde el punto de vista migratorio, se ponen en riesgo las remesas, que son la tercera fuente de divisas para México, sólo detrás del petróleo y el turismo. En lo comercial, el rearme arancelario podría desarticular la base exportadora de la economía nacional y, por último, en materia de control de drogas se vulneraría la soberanía mexicana.
Sin embargo, también está la otra cara de la moneda, donde la relación económica entre ambos países puede fortalecerse, como de hecho sucedió durante el primer periodo de gobierno de Trump, entre 2017 y 2021. En ese lapso, México fue, sin lugar a dudas, el más beneficiado de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. A diferencia de hace ocho años, hoy la relocalización de plantas es una realidad y es un cambio en la dinámica mundial que se puede aprovechar.
SIMPLE PROTECCIONISMO O TRANSFORMACIÓN DEL LIBERALISMO
Los aranceles son impuestos que se aplican a las mercancías que provienen de otros países. Sirven como medida tributaria para recaudar ingresos y como mecanismo de protección al comercio interno, ya que este valor adicional al precio del producto extranjero lo encarece respecto a bienes nacionales, favoreciendo el consumo de estos últimos.
Estas restricciones a las importaciones, al limitar el flujo de productos extranjeros protegiendo el desarrollo industrial nacional, ayudan en la reasignación de los recursos cuando se está en medio de un libre comercio desfavorable.
El discurso comercial de la campaña de Trump contra México se basó en plantear aranceles del 25 por ciento a los productos mexicanos —la advertencia fue también para su otro socio del bloque norteamericano, Canadá— si el país no detiene el paso ilegal de migrantes, además de imponer tarifas del 500 por ciento a los autos producidos en México por empresas chinas. Sin embargo, la experiencia del primer mandato de Trump fue que las compañías estadounidenses que estaban instaladas en China encontraron hospedaje en nuestro país, transformándolo en el principal exportador de productos hacia la nación de las barras y las estrellas.
Producto de esta relación comercial, México se convirtió en la duodécima economía del mundo en los últimos años, superando a Corea del Sur, Australia y España, de acuerdo con cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto se debe a la constante atracción de Inversión Extranjera Directa (IED) a territorio nacional y al fortalecimiento de su comercio exterior, ambas variables dependientes de Estados Unidos.
En los últimos 20 años, la IED que ha llegado a México supera los 600 mil millones de dólares (MMD), de los cuales el 41.3 por ciento provienen de Estados Unidos y 8.8 por ciento de Canadá. China apenas alcanza el 0.4 por ciento e India el 0.1 por ciento de las inversiones. En el caso de las exportaciones mexicanas entre 2005 y septiembre de 2024, el 80.91 por ciento están dirigidas a Estados Unidos y el 2.83 por ciento a Canadá; es decir, el 84 por ciento de las exportaciones totales van a dar a sus socios comerciales del T-MEC. En el caso de China, estas representan sólo el 1.5 por ciento.
De acuerdo a la organización sin fines de lucro Tax Foundation, las medidas arancelarias de la primera administración de Trump aplicaron en un 14 por ciento de las importaciones de Estados Unidos, principalmente a productos de origen chino como bicicletas, televisores, maletas, zapatos, etcétera. Este monto es pequeño comparado con el arancel general que planea aplicar al 100 por ciento de los artículos importados en su segundo periodo presidencial. Sin embargo, se debe destacar que durante el gobierno de Biden estos impuestos no fueron eliminados —de hecho, algunos aumentaron su tasa—, por lo que queda de manifiesto que la guerra comercial con China no es una visión individual, sino una política de estado. Sin duda, la renegociación del T-MEC a partir del próximo año será un instrumento contra China, pero también una herramienta de control migratorio.
Por otra parte, la realidad es que Donald Trump tiene suficientes obstáculos que vencer en Ucrania, Oriente Medio e internamente como para enfrascarse en una lucha para complicar su gobierno.
NUEVA COYUNTURA O TRANSFORMAR LA ESTRUCTURA
El mundo enfrenta tres conflagraciones económicas: la guerra comercial entre China y Estados Unidos; el renacimiento del proteccionismo, impulsado por el primer gobierno de Donald Trump y por el Brexit —la separación comercial de Gran Bretaña de la Unión Europea—, y, por último, la transición de la globalización hacia una integración económica a través de la consolidación de bloques comerciales.
En el primer caso, la política norteamericana busca detener el avance económico del gigante asiático en Occidente, pero fundamentalmente reducir su dependencia comercial de China. Esta quedó expuesta durante la crisis de covid-19, pues los insumos sanitarios requeridos por Estados Unidos provenían casi en su totalidad de Asia. Por ello, un objetivo prioritario de Norteamérica es alejar, lo más rápido que se pueda, a México del área de influencia china. Así, más allá de las amenazas de Trump, la renegociación del T-MEC deberá realizarse bajo este contexto, donde los países miembros no sólo “hagan comercio”, sino que fortalezcan su alianza y compromiso mutuo.
El segundo conflicto es el creciente proteccionismo que vive el mundo, en el que los países buscan reducir sus importaciones. En el caso específico de Estados Unidos, Trump planteó en repetidas ocasiones —durante su campaña presidencial— que buscaría imponer aranceles generalizados de entre el 10 y el 20 por ciento a todas las mercancías provenientes de otros países, y una tasa adicional del 60 por ciento a los productos chinos.
Sin embargo, no se puede perder de vista que estos aranceles, además de desincentivar el comercio, podrían aumentar el precio final de las mercancías. Es decir, más allá del discurso proteccionista del presidente electo Trump, se tiene que evaluar el impacto real de dichas medidas en la economía del vecino país del norte, y no perder de vista que uno de los factores por los que Joe Biden perdió su oportunidad para reelegirse se debió a la inflación que vivió aquel país en su mandato. De hecho, fue la más alta en 40 años, por lo que las políticas arancelarias deberían analizarse más allá de su impacto electoral favorable.
La última evolución económica a abordar es la consolidación de bloques comerciales como el de la Unión Europea o el de México, Estados Unidos y Canadá, consolidado primero con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y después con el T-MEC. Esta integración económica nace cuando dos o más naciones se unen para formar un solo mercado, eliminando las barreras comerciales —como los aranceles— entre ellos para facilitar el intercambio de bienes y/o servicios, materias primas, mano de obra o capital.
Pareciera que el proteccionismo y la integración son una contradicción, sin embargo, no es así, ya que la idea es crear un proteccionismo de bloque, a diferencia del siglo pasado, donde los países actuaban en lo individual en un escenario donde la integración económica con otros territorios no existía. En el caso de Norteamérica, Estados Unidos, México y Canadá aplicarán restricciones conjuntas al comercio con China y Europa. La vía más clara para la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, sería ajustarse a esa realidad, tal como ya lo ha manifestado, pues recientemente anunció que su gobierno está preparando un plan para reducir importaciones chinas mediante un proyecto en que estas serán sustituidas con la producción proveniente de empresas norteamericanas y nacionales.
En estas condiciones globales, México es un actor preponderante por el tamaño de su economía —es el principal socio comercial de Estados Unidos— y por su posición geográfica —está unido a la primera potencia mundial con una frontera de más de tres mil kilómetros—. Los beneficios o los problemas derivados de la relación del bloque norteamericano se magnificarán para nuestro país una vez que Donald Trump asuma su segundo mandato.
No podemos perder el hilo de esta narrativa. Ya tuvimos una primera parte en donde México empezó a construir un camino cuando surgieron los conceptos nearshoring y offshoring, por lo que, en esa nueva etapa, sigue profundizar la integración económica regional.