Imagen: Vayron Infante García
En la esquina del patio habilitado como comedor, se apilan juguetes de todo tipo con los que se entretienen dos niñas. Una de ellas apenas rebasa el año de edad, su compañerita tendrá poco más de dos. Ambas agarran a las muñecas de plástico y las suben al colorido carrito de supermercado. Lo empujan. Las pasean. Luego las cargan para abrazarlas. Algo balbucean entre sí antes de dejarlas en el piso. Miran a los demás muñecos colocados en el estante de madera para seleccionar otro. Sonríen. Están profundamente concentradas en su juego, ajenas a la fila de adultos que esperan para recibir la comida del día.
Detrás de la pareja infantil, cuelga una pintura con la escena de un grupo de varones sentados en el techo de un vagón de ferrocarril. Son migrantes, como ellas. Las pequeñas nacieron en Venezuela. Emprendieron con sus padres esta travesía de cinco mil kilómetros hasta Torreón. Les llevó un mes lograrlo y aún faltan 900 kilómetros para acercarse a la frontera norte de México, donde les esperan más obstáculos antes de conseguir lo anhelado: un nuevo hogar.
¿Cómo ha sido la travesía? Se le pregunta a Andrueska, madre de una de las pequeñitas. “Duro, ha sido muy duro. Ninguna madre migrante deberíamos pasar esto. Es fuerte pero… no merecemos vivir todo lo que estamos pasando. Por decisión propia decidimos traernos a nuestros pequeños a esta aventura, prácticamente uno se los trae a ellos que no tienen conciencia, no sabemos si ellos quieren estar aquí, y es duro para mí, y para otras madres”.
Andrueska ronda los 20 años de edad, es alta y fuerte. Está sentada en una banca de madera en la esquina contraria a donde están los juguetes. Su hija espera el baño para asearse en el Centro de Día para Migrantes Jesús Torres Fraire de Torreón, un remanso en el camino de los desplazados. Dos días antes de esta entrevista, durmió junto con otros venezolanos cerca de las vías del tren en Gómez Palacio. El profundo sueño les impidió percatarse del avance de la pesada máquina que golpeó a uno de sus compañeros de viaje, aunque Andrueska está convencida de que fue una mujer la persona lesionada, quien alcanzó a salvar a su pequeña al aventarla fuera de la vía.
“Cada vez que veo a una madre con otra niña trato de apoyarla, porque estamos todas juntas en esto”, dice.
En una mesa cercana come su pareja. También joven, esbelto, se aprecia profundamente agotado. En ese momento cumplían cinco días de estancia en la ciudad a causa del impedimento del Instituto Nacional de Migración (INM) para abordar el tren.
La entrevista con la madre venezolana ocurrió al interior del albergue situado en la colonia Las Julietas al sur de Torreón. Aquí los migrantes pueden descansar, comer, bañarse y esperar el mejor momento para continuar con su travesía hacia Estados Unidos. Es un refugio temporal donde además se puede medir la evolución del fenómeno migratorio: actualmente son familias completas las que se movilizan, con hijos cada vez más jóvenes, incluso bebés y madres embarazadas, lo que no ocurría hace tres años, cuando sólo hombres jóvenes se aventuraban a cruzar el país rumbo a la frontera norte.
La migración de familias comenzó con los haitianos; ellos recorren miles de kilómetros con sus hijos, uno o dos, que es el promedio de descendencia. Siguieron los venezolanos, quienes llegan a tener hasta siete hijos y con ellos se montan en los trenes para avanzar hacia la frontera, con todos los riesgos que ello implica. Este comportamiento de viajar con la familia se ha replicado con el resto de migrantes procedentes de una veintena de naciones que cruzan por la Comarca Lagunera.
La hija de Andrueska abraza a una muñeca y con esta se acerca. Algo le dice a su mamá antes de regresar a jugar.
—¿Cómo hablas con tu hija? ¿Qué le dices respecto a este viaje?—, le pregunta el reportero sentado a su lado. Andrueska, erguida, mira fijamente hacia el frente; su hablar es fluido y firme. Lleva el cabello recogido con una liga, viste una blusa deportiva color gris y en su antebrazo izquierdo muestra dos rosas tatuadas.
—(Le digo) que vamos a una nueva casa, lejos de todas las cosas malas que nos han pasado, porque también la estábamos pasando mal en Venezuela, y que es para un mejor futuro… (en este momento parece que flaquea, su voz se quiebra, pero retoma la firmeza inicial para terminar la frase), para nosotros como familia—, eso le platica a su hija. —Trato de darle mucho amor, mucha comprensión y paciencia porque es un viaje que estresa; si uno se estresa como madre no quiero ni imaginarlos a ellos, llenos de desesperación. Sí me pregunta mucho, todo, todo me pregunta”.
—¿Qué te pregunta?
—¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué corremos? ¿Mami, por qué huimos de la policía? ¿Son malos o son buenos? Y yo le respondo: son buenos, pero no estamos en nuestro país. Y yo le explico que no podemos tener las condiciones de otras personas… pero no nos ha hecho daño la policía. A mí no me ha hecho daño la policía, Migración tampoco nos ha hecho daño. Sabemos que estamos en un país con leyes y hay que respetarlas.
—Le hablas como a un adulto a tu hija.
—Sí, para que entienda, porque creo que estamos pasando un proceso de adaptación y la mejor opción es hablarle para que ellos estén ya atentos. Mi hija tiene dos años y es muy inteligente, tiene la valentía de preguntarme muchas cosas y yo también como madre tengo la valentía de responderle, para que ella en su cabecita entienda más o menos cómo es todo, porque tampoco de fantasía podemos vivir. Por lo duro que estamos pasando, no la puedo engañar, porque ella sabe que no la estamos pasando bien.
El movimiento es constante al interior del albergue. Unos comen, otros duermen una siesta. María Concepción Martínez Rodríguez, coordinadora del centro desde hace tres años y medio, mete sábanas a la lavadora y otra de sus compañeras clasifica ropa y calzado en el área del ropero.
Al centro, fundado hace 14 años, llegan y se van migrantes de todas partes. Entre ellos cada vez son más los menores de edad y mujeres que salen de su país de origen con la intención de cruzar la frontera, anhelando mejores condiciones de vida.
Los peligros que padecen los adultos también ocurren en los menores, incluso llegan a ser más graves. En esta variante del fenómeno migratorio se han generado escenas desgarradoras donde pequeñas quedan indefensas. Ejemplo es lo acontecido en enero de 2023, cuando el Grupo Beta del Instituto Nacional de Migración rescató a tres hermanas de origen salvadoreño, una de nueve años, otra de seis y la bebé de un año seis meses, quienes fueron “abandonadas” en el río Bravo, entre Eagle Pass y Piedras Negras.
Las infantes estaban en un isla en medio del río, entre el zacatal y los carrizos más altos que ellas. Cuando la lancha de los rescatistas se acercó a ese islote, la mayor cargaba a la bebé y la entregó a uno de los guardias que portaba un chaleco salvavidas. La niña se ajustó la pantalonera antes de abordar la embarcación, se sentó en la proa. En tierra, su hermana de seis años se levantaba del suelo. Llevaba en la espalda una mochila y se resbaló en el primer intento de abordaje. Para ayudarla a subir, el guardia la tomó del brazo. También la niña de nueve años se levantó para apoyar a su hermana y al agente que seguía cargando a la bebé. Al momento en que la pequeña de seis años abordó, la mayor se acercó al guardia para tomar de nuevo a su hermana menor, se sentó y la abrazó como si fuese una madre.
MÁS NIÑAS MIGRANTES
De acuerdo a la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), en 2023 se contabilizaron 24 mil 471 niños detenidos en la frontera con México, todos ellos sin acompañante adulto. Aquella cantidad representa el 5.95 por ciento del total de migrantes registrados en aquel periodo por la agencia norteamericana, que fue de 411 mil 125 personas.
Por otra parte, la Unidad de Política Migratoria del Gobierno de México publicó las estadísticas del primer bimestre de 2023 y 2024, en las que resalta el disparo al alza de las personas en situación migratoria irregular en nuestro país.
Destaca el aumento en el número de niñas de un año a otro: de enero a febrero del año pasado hubo 14 mil 336 infantes en situación migratoria irregular, de los cuales siete mil 551 fueron hombres y seis mil 785 mujeres. En el mismo periodo de este año, la cifra se incrementó a 27 mil 74 menores migrantes y, acaso lo más sobresaliente, es que fue mayor el número de infantas migrantes irregulares: 13 mil 733 niñas, contra 13 mil 341 niños.
Estos menores de edad proceden principalmente de Venezuela, de Guatemala, Honduras, Ecuador, Nicaragua y Colombia. Todos ellos se exponen a riesgos físicos en su camino rumbo a la frontera norte de México.
Por otra parte, la estadística publicada en los boletines de la Unidad de Política Migratoria, indica que de enero a noviembre de 2023 fueron repatriadas más de 23 mil personas entre los cero y 17 años de edad, de las cuales 24.4 por ciento fueron mujeres y el resto hombres. Representó así una disminución del 1.4 por ciento con respecto al año anterior.
Además, el gobierno reportó que en 2023 existieron 113 mil 660 migrantes irregulares en el país, entre los cero y 17 años de edad, cifra récord. De ellos, el 47 por ciento fueron mujeres. La cifra total representó un incremento importante del 59.6 por ciento con respecto a 2022.
En tanto, desde México se repatriaron seis mil 548 menores de 17 años durante 2023.
En lo que se refiere a la situación de inseguridad, desde enero de 2015 al mismo mes de 2024, se tuvo un reporte de 474 niñas, niños y adolescentes víctimas de tráfico de menores. El 48.9 por ciento de esa población fueron mujeres y el resto hombres. La mayor parte de los casos se presentó en Sonora, con casi el 70 por ciento; Guanajuato y Chiapas le siguieron con porcentajes mucho menores.
El tráfico de menores de edad “es un delito que ha disminuido en los últimos años, particularmente durante la última administración federal”, indica el blog de la Red por los Derechos de la Infancia. De enero de 2015 a noviembre de 2018 se reportaron en promedio nueve niñas, niños y adolescentes víctimas mensuales de este delito. En tanto que de diciembre de 2018 a enero de 2024, el promedio disminuyó a 0.8 casos por mes.
Hay un registro más llamativo: la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) aseguró que, en 2023, cada día 74 niñas, niños y adolescentes de otras naciones solicitaron refugio, otro récord en este ámbito.
El número de migrantes podría dispararse a cifras extraordinarias en el presente año. Solamente en el Centro de Día para Migrantes Jesús Torres Fraire se tuvo un registro de nueve mil personas que acudieron al albergue a descansar en 2023. En contraste, durante el primer trimestre de 2024 la cifra fue de seis mil 322, muchos de ellos niños y niñas, también cada vez más jóvenes.
Las problemáticas que orillan a las familias extranjeras a migrar también se presentan en México, ocasionando la movilización hacia el norte para escapar de una realidad adversa.
CORRUPCIÓN INHERTE
Antonio Meza Estrada fue Cónsul general de México en El Paso, Texas, de 2000 a 2002. Después fue cónsul en Detroit, Michigan, hasta 2006. Desde aquel momento investigó el fenómeno de la migración infantil mexicana que difundió en su libro Aves de paso, trabajo que le valió también para doctorarse en sociología.
“Una de mis sorpresas, de mis preocupaciones, de mis tristezas, fue cuando me enteré de los niños que eran detenidos por la patrulla fronteriza porque no traían papeles, pero además porque cruzaban solos. Migrantes indocumentados no acompañados es el nombre completo”, comparte para este reportaje el doctor originario de Durango, quien mantiene un contacto permanente con los paisanos.
Siendo cónsul, la comunicación entre instituciones norteamericanas y mexicanas le permitió asistir oportunamente a los menores de edad migrantes. La patrulla fronteriza entrevistaba a los niños y el consulado averiguaba si tenían parientes en México para entregarlos en el puente fronterizo, o si tenían familiares en Estados Unidos para que los recogieran y regresaran a México, ya que no podían ingresar a Norteamérica por su carácter de indocumentados.
“Allí me di cuenta de la cantidad de tragedias, de cómo los niños iban buscando a su papá, a su mamá, a algún hermano o pariente. Eran fundamentalmente niños entre 12 y 15 años. La relación era de una niña por cada cuatro niños. Créeme que se me rompió el corazón con las entrevistas con ellos y pues, hice todo lo que pude. Pasó el tiempo y realicé entrevistas personales a 60 niños con un cuestionario bastante extenso sobre su origen, sobre qué los motivó a migrar, qué tanto habían estudiado, a dónde iban y con quién”.
Los resultados indicaron que la gran mayoría procedía de hogares disfuncionales, sin papá o mamá, incluso sin ambos, y emigraban a Estados Unidos buscando a alguien que hiciera familia con ellos.
Estos niños mexicanos cruzaban todo el país, desde Chiapas, desde Guerrero o Veracruz, sin documentos, “lo cual es muy peligroso y la pregunta aquí es ¿cómo es posible que estos niños transiten por el país solos si a nosotros los adultos el Instituto de Migración nos pide cierta cantidad de documentos? O en las líneas aéreas, nos piden la credencial del INE, el pasaporte y luego todavía hay retenes (que por cierto dudo mucho de la eficacia de estos retenes), en donde otra vez nos vuelven a pedir los papeles y, sin embargo, estos niños en la frontera habían llegado sin papeles”.
—¿Qué supone, doctor, que pasa en el camino para que estos niños puedan llegar a la frontera sin ser detenidos?
—Hay sobornos a los agentes del Instituto Nacional de Migración, porque no se puede explicar que los niños van a comprar un boleto de autobús para ir, por ejemplo, de Zacatecas a Juárez, y hay por ahí escalas y nadie dice nada. La única explicación es esa. Los niños no me lo dijeron, pero como adulto te quiero decir que es muy extraño.
Otra estadística que reveló el doctor Meza es que en aquel entonces uno de cada cinco niños no hablaba español. Procedían de Chiapas, Guerrero, Veracruz, Estado de México y se comunicaban en su lengua. De los agentes migratorios norteamericanos unos pocos hablan español, pero nadie habla otomí, náhuatl u otra lengua originaria.
Cuando los menores eran detenidos y repatriados, surgía otro problema igual de grave: se bajaban del camión que los llevaría a su ciudad de origen, porque no existía alguien que los recibiera. “No tenían a dónde ir o vendían el boleto, por eso optábamos en subirlos al camión”, para asegurar su retorno.
“El punto es que no hay una atención por parte de la sociedad civil, no digamos de los gobiernos de los estados de donde son estos niños. Estos organismos como el DIF (Desarrollo Integral de la Familia), no sé para qué sirven aparte de cortar listones, porque para este asunto de los niños menores migrantes no acompañados, no hay programas. Creo que debería haber programas de los gobiernos para acompañar a estos niños”.
El desinterés de los tres niveles de gobierno por afrontar esta problemática, además de la acentuación de otras adversidades como la pobreza, la inseguridad e injusticia, han disparado las estadísticas de menores migrantes, así lo revela Meza Estrada: “Cuando estuve de cónsul, este era un fenómeno de dos, tres, cinco niños por mes. Ahorita es de entre 15 y 20 diarios; no son sólo mexicanos, son centro y sudamericanos”.
DESDÉN GUBERNAMENTAL
“El Estado mexicano, a través de su estructura de control de la población migrante, es responsable de una enorme cantidad de violación de derechos humanos, por colusión y por la corrupción de las autoridades de todos los niveles”, acusa sin reserva el maestro Mario Luis Fuentes Alcalá, investigador social, autor, entre otros títulos, de La frontera está en todas partes, obra en la cual destaca las condiciones sociales adversas que orillan a la población a salir de sus lugares de origen.
El gobierno mexicano no sólo está ausente, sino que es un ente “bipolar”, porque en el discurso habla “de garantizar el tránsito y, por otra parte, ha transformado las estaciones de migración en estaciones de control”.
Recordó el capítulo de marzo de 2023, cuando 39 migrantes murieron en las instalaciones del Instituto de Migración de Ciudad Juárez, en Chihuahua.
“Es uno de los enormes ejemplos de cómo una estructura migratoria que debería garantizar los derechos de los que caminan, se convierte en una cárcel temporal que deriva en una tragedia. Y este proceso se ha agudizado en los últimos años”, debido a lo que califica como un “enorme pragmatismo del presidente Andrés Manuel y su gobierno”, que cede ante las presiones de Estados Unidos.
Economista, académico, escritor y político, Mario Luis Fuentes Alcalá ha levantado la voz en más de una ocasión para señalar la constante violación de los derechos humanos de los migrantes, mexicanos y extranjeros.
“La población que se desplaza sale por las condiciones de violencia. En los valles de Iguala, Guerrero, o Chiapas, salen expulsados por situaciones de hambre. No podemos perder de vista que cuando hablamos de migración hay mucha población mexicana que está siendo invisibilizada a causa de que sólo se considera como migrantes a quienes proceden de otras naciones”. Sin embargo son miles de desplazados nacionales que “se van quedando en lo que yo le llamo los tiempos de espera y resistencia: espera a que lleguen los trenes, espera para que les avisen que tal camino es más seguro, espera para saber si realmente podrán encontrar algo de alimento, de agua, porque hoy lo que sabemos es que la población que camina no sólo es una población masculina joven que se va en busca de empleo. No, hoy tenemos a núcleos familiares que caminan, tenemos a población infantil, adolescentes, niños, niñas que caminan, que están viviendo bajo una situación de trauma muy alto, que se están violando sus derechos y que están expuestos a mucha violencia”.
El desdén es manifiesto en los tres niveles de gobierno, porque tanto a las autoridades municipales como estatales les compete la atención de los derechos de la población en tránsito, pero ni siquiera en el discurso de las autoridades locales se menciona esta problemática, sostiene el también director del programa multimedia México Social.
Justo al momento de la entrevista con el maestro Fuentes Alcalá, se agudizaba el conflicto migratorio en Gómez Palacio, debido a que personal del INM impedía a los migrantes subir a los trenes para continuar su viaje.
“Desde hace 15 días este ha sido el panorama en Gómez Palacio, en donde se ha convertido en un cuello de botella para los migrantes al no poder seguir su camino”, escribió en El Siglo de Torreón la periodista Guadalupe Miranda el 12 de abril, cuando la Guardia Nacional y el Ejército reforzaron las medidas para impedir el avance de las personas.
“Estas poblaciones que caminan son objeto de todos los delitos. No sólo está la extorsión por parte de las autoridades, sino también por las violaciones físicas, sobre todo a mujeres. Los niños, las niñas, los adolescentes que caminan, están viviendo bajo una situación de traumatismo muy alto, porque obviamente se violan sus derechos, por tanto, la huella psicológica será imborrable”, puntualiza Fuentes Alcalá.
SUBIRSE AL TREN, OTRA OPCIÓN
María Concepción Martínez Rodríguez, “Conchis”, colabora desde joven en el Centro de Día Jesús Torres Fraire. Este albergue temporal subsiste de las donaciones de la gente y aunque su labor es altruista, paga por igual servicios de agua y luz.
“Los migrantes merecen toda nuestra admiración y más las madres que traen a sus niños. Para que una madre traiga a sus hijos en estas circunstancias y se arriesgue de la manera como lo hace, es porque realmente la situación en su país es terrible. Por ese motivo, lo primero que nosotros pedimos es que no hagamos juicio de la situación que el migrante está viviendo”, expresa al comienzo de la entrevista, dentro de su pequeña oficina donde reserva juguetes, ropa y calzado producto de las donaciones.
“Sabemos que la situación del niño cambia, pero no deja de ser niño. En el centro les tenemos un espacio con juguetes, con cuadernos, con colores, porque pensamos que el niño, al no dejar de serlo, tiene que vivir ese proceso de crecimiento y maduración que todo ser humano tiene”, comparte la maestra.
¿De dónde sacan el coraje para seguir adelante? ¿Cómo lidian con este miedo, con esta zozobra e incertidumbre? Se pregunta “Conchis”.
La convivencia diaria con los migrantes le permite a María Concepción saber de los peligros que enfrentan madres e hijos. En las fronteras sur y norte persiste el tráfico de personas, la venta de menores, el tráfico de órganos, y se ha recrudecido el reclutamiento forzado de los narcotraficantes.
“De por sí ellos vienen de una migración forzada. Nadie en su sano juicio, o que esté bien en su país, va a migrar. Todos vienen de una migración forzada y saben todo lo que está sucediendo. Hay cosas tremendas por las cuales las mamás pasan para salvar a sus hijos y también hay cosas tremendas que pasan entre ellos, entre las mismas personas: a veces los niños son utilizados, ¿de qué forma? Para pedir”, lo cual también representa una forma de explotación infantil.
En el breve lapso que cumple María Concepción al frente del albergue, han ocurrido diferencias notables. “El perfil del migrante ha cambiado en varios aspectos, principalmente en el acompañamiento. Cuando llegué aquí, la población que teníamos nosotros era un 95 por ciento varones y el cinco por ciento damas, y eran varones en su mayoría de Centroamérica con la idea de ir a Estados Unidos, trabajar, hacer algún dinerito, mandarle a su familia y regresar ya con algo que habían logrado hacer en su país con lo que habían mandado”.
Entonces sólo los hondureños tenían motivos diferentes para escapar de su patria: la inseguridad y presión del narcotráfico. En un instante la situación fue homogénea para los demás.
La coordinadora del Centro de Día recuerda que la primera ola de centroamericanos con familia ocurrió en 2021, cuando los haitianos buscaron la frontera norte a causa de los desastres naturales y políticos que sacudieron a la nación caribeña.
En poco tiempo, el número de países expulsores se disparó. De cuatro registrados, aumentó a 22, incluyendo de otros continentes. Al país han llegado migrantes de Sudán, Brasil, España, Cuba, Sudáfrica, Bolivia, Argentina, Grecia, Marruecos. Cada semana la cifra de ingreso se incrementa. Hay semanas de 600 migrantes, otras de 700, casi alcanzando los 800, y siempre hay menores de edad y mujeres entre ellos.
“Ellos se arriesgan al subirse al tren por dos motivos muy poderosos: primero, desde mi percepción, por la inseguridad que hay en su país, sea económica, social, política, o por amenazas. Segundo, México es el único país que no les vende un boleto de camiones, entonces ¿cuál es la única alternativa que tienen? Subirse al tren”.
Mujeres, niñas, hombres, niños, adultos, viajan arriba de los vagones, sobre todo en los conocidos como tolvas, que tienen una rejilla que sobresale aproximadamente 35 centímetros del techo. Ahí se meten y se amarran para asegurarse de no caer si es que el sueño les vence. “Está por demás decirte que ha habido muchísimos accidentes”, comenta la entrevistada.
Andrueska confirma lo narrado por María; aunque ha abordado una y otra vez a los trenes, eso no le quita el miedo, por el contrario: “Le tengo respeto al tren, lo hago por necesidad y es el camino que toca seguir. Si hubiera otro camino lo seguiría, porque se sufre mucho montarse al tren. Si corres con la suerte de que alguna persona te ayude… bueno, yo tengo pánico, porque me tengo que agarrar con una sola mano porque en la otra traigo a la niña, y mi pareja me ayuda, la agarra. Yo ni veo, trato de agarrarme y él sube a mi hija, pero mucha gente se desespera, te golpea para poder subirse primero que tú. Es difícil, a veces te toca perderlo (el tren), porque no puedes subirte con la bebita, con las bolsas, comida y agua, porque llevamos de cinco a 10 litros de agua”.
Si logran montarse a los vagones, lo que sigue es asegurarse para no caer. “Yo me voy siempre al centro del vagón y me amarro con una chamarra de la niña, una tela que es como canguro que nos dio la ONU. Mi esposo se amarra de mí, porque el tren tiene como una plataforma, y nos amarramos de las manos o los tobillos, y no nos movemos y la niña va en medio de nosotros, pero es muy difícil, muy duro”.
En algunos casos, los migrantes levantan techos con sábanas y cobijas sobre los vagones, con el riesgo de atorarse con cables de electricidad que no cumplen con las especificaciones de altura. En otros momentos, las máquinas aceleran hasta los cien kilómetros, aumentando el riesgo de descarrilamientos. La velocidad la han medido con aplicaciones de teléfono celular que usan algunos migrantes.
“Imagínate ese techito lo que se ha de mover, ves a los niños cómo van arriba de los vagones, pero su necesidad de buscar un futuro mejor precisamente para esos niños, les lleva a salir de su país. Me lo han dicho, literal, con estas palabras: ‘me quedo en mi país y nos morimos de hambre, preferimos salir e intentarlo, cruzar este calvario ’”, comparte María Concepción, quien además lamenta que el tramo más peligroso a lo largo del recorrido no sea la región del Darién, sino México:
“Es una tristeza que te digan eso los migrantes, porque es mi país y los dejan entrar. A esto se suma la situación de Ferromex que les impide subir, pues hay que darles alternativas”, pide.
LAS DESCONGELADAS FERROVIARIAS
Diarios como El País han reportado que la empresa Ferromex ha decidido detener sus trenes a las afueras de las ciudades y que también intenta eludir a los grupos de personas dando información inexacta. Además, con las maniobras propias de enganche y desenganche de vagones, ocasiona la separación de familias.
Por ejemplo, algún convoy desengancha vagones dejando varados a algunos migrantes mientras que el resto del ferrocarril avanza a otros estados. También ocurre que cuando se detiene, el maquinista avisa que tardará dos horas en avanzar, tiempo que aprovechan las personas para buscar alimento, agua y pañales. Aquel lapso se reduce y el ferrocarril retoma el viaje dejando en tierra a los migrantes. Estas acciones propician la separación de familias y en ocasiones los menores de edad se quedan sólo con el padre o con la madre, y entonces la prioridad cambia para lograr reencontrarse antes de llegar a la frontera.
Las ciudades de la Comarca Lagunera, específicamente Torreón y Gómez Palacio, no habían tenido la afluencia de migrantes como se está presentando en el comienzo de este 2024. Este incremento llamó la atención de organizaciones internacionales como Médicos Sin Fronteras, entre muchas más, para intentar apoyar a los albergues locales.
Sin embargo, el Gobierno Mexicano está cerrando los caminos y violentando los derechos humanos. El INM se apoya en diversos momentos en la Guardia Nacional para agredir a los migrantes. Y ahora, con la determinación de impedirles el paso, podrían crearse asentamientos irregulares. Ante este escenario, los gobiernos municipales no han planteado alguna alternativa.
En este contexto de violencia constante, están los niños y las niñas, cada vez más pequeños.
Por esta razón, en el albergue que coordina María Concepción, se trata de “hacerles el día” a los pequeños. “Si hay quienes cumplen años, les hacemos su pastel, le cantamos las mañanitas, para que nunca se les olvide que son niños, pero te da una tristeza ver que... bueno, ellos son felices, pero por ejemplo, cuando están jugando a los carritos, hacen sus filas de carritos, de camiones, y hay un niño que va con un carrito que tiene una sirena y él les grita: ‘¡La migra, la migra, corran!’. Ahora esos son sus juegos, pero yo digo: bendita niñez, porque ellos llegan a jugar”.
—¿Cómo te sientes al final del día?—, se le pregunta a María Concepción, quien entre respuesta y respuesta se asomaba al patio central para observar el movimiento. Era la hora de comer y habría que coordinar el servicio.
—Todos los días terminamos satisfechos, pero hay días en que esa satisfacción está acompañada de amargura o tristeza, porque las cosas no se dieron o algo pasó y no pudimos resolverles todo. Estamos conscientes de que no podemos resolverles el día, pero ese es nuestro propósito: que tengan un día de acogida, de protección, de seguridad, que se sientan a gusto y es lo que buscamos. Pero a veces, cuando hay situaciones adversas, terminamos con un traguito amargo, pero la mayoría son de satisfacción porque los migrantes te lo dicen.
Al terminar la entrevista, María salió al patio y con un altavoz informó sobre la situación en Gómez Palacio. Migración y la Guardia Nacional mantenían el cerco para impedir el avance de los migrantes.
En tanto, tocaba el turno de Andrueska para tomar el baño. Antes de levantarse reflexionó sobre lo que ha cambiado en ella durante este viaje.
“He ido madurando como madre. En el camino al principio era estresante, no quiero mentirte, de repente le pegaba a mi hija, la regañaba mucho: ‘¡Siéntate! ¡Ya me tienes estresada!’, me desesperaba. Después de un momento respiré, vi a otras madres en situaciones más difíciles que la mía, porque le doy gracias a Dios que aunque he pasado por muchas cosas fuertes, Dios no me ha abandonado en ningún momento. Entonces decidí decir, como madre, que tengo que ser más fuerte y tengo que darle más amor a mi hija, tengo que hacerle entender que este proceso es de las dos y que esto lo vamos a superar las dos juntas y decidí hablarle con palabras de madre a hija y sé que ella me entiende mucho”.
Entonces, Andrueska se levantó, tuvo tiempo de comer antes de bañarse, lavó el vaso de plástico del que bebió. Después entró al dormitorio, nuevamente habló con su hija y luego fue al baño. En el comedor algunos hombres seguían comiendo. María Concepción entró al dispensario médico y entregó algunas medicinas a quienes las solicitaron. Afuera del Centro de Día, tres jóvenes recién aseados preguntaban por la ruta del camión urbano, mientras otros cinco llegaban despeinados, con las ropas percudidas por el largo viaje que emprendieron hace semanas, acaso meses, y que aún continúa.