La vida no es una competencia
Competencia significa ir detrás de un triunfo, es una disputa entre dos o más personas, oposición, rivalidad entre quienes aspiran a lo mismo, aunque competencia también se relaciona con la habilidad, la destreza o la pericia.
Vivimos en un mundo donde la competencia es despiadada, porque la asumimos desde el demostrar que somos los mejores, pero ¿qué es ser mejor?, ¿desde dónde es que lo vemos? Puede ser que ser mejor sea aparecer en más fotografías en la sección de sociales, puede ser que sea acumular más riqueza, puede ser que sea viajar más, tener una posición más acomodada o que los hijos brillen y, por consecuencia, los padres pudieran sentir que son mejores que otros.
No sé, creo que hemos extraviado el verdadero concepto de ser mejores. Claro, esto lo digo a la luz de los años, es muy probable que en la juventud el sentido de competencia sea otro, aunque creo que las nuevas generaciones lo han vivido de manera más acentuada.
Para empezar, ¿cuánto dura eso de ser el mejor? La respuesta es sencilla, hasta que alguien es mejor y te desplaza del lugar de privilegio que tuviste. ¿Hay manera de que esto no ocurra? Yo creo que sí y radica en la habilidad de nunca sentir que eres el mejor. La soberbia es el mal de nuestros tiempos, que casi siempre va acompañada de sonrisas falsas, inseguridad encubierta, afanes de protagonismo y un querer enfermizo de sentirse tomados en cuenta. Pero el tiempo coloca a cada quien en su lugar. Aunque no queramos, nos vamos dando cuenta que sólo son momentos los que vivimos encumbrados, además, en la mayoría de las ocasiones estamos supeditados a que otros sean los que definan nuestra superioridad, así que el vaivén de las percepciones va cambiando los lugares en los que colocamos a las personas.
Ser mejor no es ser el más popular, ser mejor no es el que más títulos consigue, ser mejor no es al que más halagan, ser mejor no es el que cree merecerlo todo.
El trabajo de ser humano es inagotable, son subidas y bajadas, son páramos yermos y valles verdes, son sueños y pesadillas, son puertas que se cierran y otras que se abren, son risas y llantos, y cada experiencia va dejando una impronta en tu ser emocional y físico.
La vida es tan corta y sorpresiva. Lo que hoy nos hace sentir como los mejores, mañana es probable que dé paso a la incertidumbre, por eso recordar que nada es para siempre tal vez sea el primer paso para ubicarnos en la realidad de los cambios constantes que significa la existencia.
Reconocer errores, ofrecer disculpas, controlar lo que decimos a sabiendas de que de lo que habla la boca, habla el corazón. Ser más empáticos, tener los sentidos abiertos para el aprendizaje constante, dejar de hacer juicios, dejar de ser falsos, conectar la sinceridad con la acción, tener memoria, reconocer cuando alguien influyó positivamente en ti y agradecérselo, dejar de intentar ser perfectos o de tener siempre la razón, evitar mirar con desdén a quien consideramos por debajo de nuestras expectativas, dejar de creernos que somos imprescindibles y que el triunfo lo tenemos en la bolsa, todo ello, es probable que nos haga mejores personas.
Porque a final de cuentas, lo importante es eso, vivir sin tantas complicaciones, sin tantas dramatizaciones, sin tantas creencias distantes de lo que realmente somos. Por eso, pasa por un filtro el halago, la palmada, el regalo, las palabras bonitas que muy rápido se las lleva el viento.
Humildad es el antídoto, porque es la virtud que te recuerda tus propias limitaciones. Dejemos de lado que también significa sumisión y rendimiento y concentrémonos en que, si bien hubiéramos podido nacer con talentos y hubiéramos podido potenciarlos a lo largo de los años, es imposible que no tengamos debilidades. Nada más que para ser humildes se necesita perder el miedo para identificar nuestras imperfecciones.
Con humildad podemos transitar por la vida más amorosamente, tener más paz, mejores relaciones interpersonales, mejor desarrollo profesional, estar más conectados con nuestra mente y nuestras emociones. Hasta por conveniencia deberíamos todos ser más humildes, pero con la consciencia que no se trata de lo buenos que somos, sino de que hemos sido capaces de vencer nuestros afanes de superioridad. Prefiero creer que compito conmigo misma para depurar mis enormes fallas, a creer que compito para ser la mejor en cualquier ámbito de la vida.