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Arquitectura

Las medallas de oro de la arquitectura olímpica

En cuatro de las ediciones modernas de las olimpadas, fueron premiados los más destacables proyectos arquitectónicos para las competencias atléticas. El diseño de estos espacios sigue siendo una pieza clave durante cada celebración.

Estadio Olímpico de Berlín en 1936, diseñado por Werner y Walter March. Imagen: Andrew Newman Photography

Estadio Olímpico de Berlín en 1936, diseñado por Werner y Walter March. Imagen: Andrew Newman Photography

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

La arquitectura ha estado intrínsecamente ligada a los Juegos Olímpicos desde sus inicios hasta la actualidad. De hecho, hubo un tiempo en que también se premiaba a los mejores proyectos arquitectónicos. 

El fundador de las olimpiadas de la era moderna, el francés Pierre de Coubertin, quería recuperar la tradición de la Antigua Grecia en que las bellas artes también formaban parte de las competencias, a la par de las disciplinas atléticas. En aquel entonces participaban músicos, cantantes y oradores; en la versión surgida en el siglo XIX, se abrirían las categorías de pintura, literatura, música, escultura y arquitectura, todas ellas con temática deportiva. 

La primera medalla de oro en arquitectura se otorgó en 1912 durante los Juegos Olímpicos de Estocolmo, Suecia. Los ganadores fueron los suizos Eugène-Edouard Monod y Alphonse Laverriére por su Plan de Construcción para un Estadio Moderno, el cual contemplaba una parte para deportes de tierra y otra para competencias acuáticas. La primera incluía un estadio, una cancha de futbol y una de tenis; la segunda estaba conformada por albercas de natación, un puerto para yates y un espacio para regata. Alrededor se ubicaban edificios administrativos y un camino triunfal llamado Avenida de la Gloria. 

De acuerdo a un documento de la Sociedad Internacional de Historiadores Olímpicos, ambos arquitectos desarrollaron una teoría que vinculaba arte y deporte, reflejando las tradiciones de la Antigüedad. Consideraban que los “festivales atléticos debían tener un carácter estético y proponían que el artista tomara su inspiración del atleta para completar el espectáculo. Creían profundamente que un estadio no era solo una sede deportiva, sino un escenario para el drama, las ceremonias y desfiles”. 

Esa visión prevaleció en las siguientes ediciones de las olimpiadas, aunque fueron pocas aquellas en las que se premiaron proyectos arquitectónicos. La siguiente medalla de oro en esta categoría fue para el neerlandés Jan Wils, en 1928, por el Estadio Olímpico de Ámsterdam. A diferencia del edificio de los arquitectos suizos, este no se quedó en papel, sino que había sido construido como sede de la mayoría de las competencias olímpicas de aquel año. 

Los galardones de arquitectura que se celebraron después de las olimpiadas en la capital neerlandesa fueron hasta 1936, quizá los más históricos que hubo. El ganador fue el austríaco Hermann Kutschera por su diseño de un Estadio para Esquí, el cual nunca fue construido. Adicionalmente, se le otorgó una medalla de oro a los hermanos Werner y Walter March por la planeación urbana del Reichssportfeld (Campo Deportivo del Reich), hoy conocido como Olimpiapark Berlín (Parque Olímpico de Berlín). 

Estadio Olímpico de Amsterdam en 1928, diseñado por Jan Wils. Imagen: Flickr/ Nederlands Instituut voor Militaire Historie
Estadio Olímpico de Amsterdam en 1928, diseñado por Jan Wils. Imagen: Flickr/ Nederlands Instituut voor Militaire Historie

EL LEGADO ALEMÁN

Se trató de la primera obra a gran escala del Tercer Reich y, por lo tanto, debía transmitir la grandeza del gobierno nazi y el pueblo alemán. Adolf Hitler encargó el proyecto en 1931; este debía incluir una reconstrucción del Estadio Deutsches, diseñado precisamente por Otto March, padre de los arquitectos asignados por el führer. 

El complejo ocupa una superficie de 130 hectáreas y, además del estadio principal, cuenta con recintos para hockey, natación y eventos ecuestres, así como con una plaza olímpica, una plaza de armas, un teatro al aire libre, un memorial de los soldados caídos en la Primera Guerra Mundial, la Casa del Deporte Alemana y una serie de esculturas monumentales que también fueron encargadas especialmente para los Juegos Olímpicos. 

El corazón del conjunto es, por supuesto, el Estadio Olímpico, un óvalo de 300 metros de largo y 230 de ancho, el cual originalmente podía recibir hasta 100 mil asistentes. Su altura no es tan descomunal como su extensión, sin embargo, esto se debe a que 12 metros están bajo el nivel del suelo, albergando la pista de atletismo. 

Pero las dimensiones del inmueble no son lo único que hacía alusión a la grandiosidad del Tercer Reich; los materiales —concreto armado revestido de piedra caliza y travertino— y el diseño de la fachada, inspirado en la arquitectura clásica, completan esta imponente obra. 

El estadio fue ocupado por el ejército británico luego de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1994. Después, volvió a ser utilizado para eventos deportivos y culturales —principalmente conciertos— hasta ahora. Independientemente de su nacimiento como símbolo nazi, es posible asegurar que ha sido un gran legado arquitectónico para Europa. Incluso, del año 2000 al 2004, el estadio fue renovado por la firma Von Gerkan, Marg and Partners, ampliando el área bajo tierra y colocándole un techo que parece flotar sobre el inmueble. 

La siguiente medalla de oro fue también la última. La recibió el austríaco Adolf Hoch por su Ski Jumping Hill para los Juegos Olímpicos de Londres en 1948. Si bien desde entonces no se han vuelto a reconocer de esta manera las obras de infraestructura para las olimpiadas, el diseño arquitectónico sigue siendo una de las piezas clave para que cada país anfitrión deje huella. 

Nido de Pájaro en Beijing. Imagen: arquitecturaviva.com
Nido de Pájaro en Beijing. Imagen: arquitecturaviva.com

DESPLIEGUE ARQUITECTÓNICO 

Ediciones olímpicas más recientes han nutrido la creatividad de arquitectos de renombre internacional, quienes han creado proyectos únicos en el mundo del deporte. Es el caso, por ejemplo, de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, quienes estuvieron a cargo del llamado Nido de Pájaro en Beijing 2008; Zaha Hadid, quien diseñó el Centro Acuático de Londres para los juegos de 2012; Santiago Calatrava, con su icónica Torre de Comunicaciones de Montjuic, que evoca a un atleta cargando la antorcha olímpica, para Barcelona 1992; o Hugh Dutton, quien dio vida al Arco de Turín para las olimpiadas de invierno de esta ciudad italiana en 2006.

Sin embargo, no todas las creaciones arquitectónicas de este tipo han sobrevivido al paso del tiempo. De hecho, muchas de ellas han sido parcial o totalmente abandonadas tras la celebración olímpica. En la mayoría de los casos, esto se debe principalmente a que el mantenimiento de las estructuras no suele ser viable económicamente, ya que es muy caro y son pocos los eventos que convocan las cantidades de espectadores que asisten a las olimpiadas. 

Uno de los casos más lamentables de este abandono son las instalaciones que se construyeron para Atenas 2004, sobre todo considerando que Grecia es la cuna de los Juegos Olímpicos. Solamente el estadio principal costó 265 millones de euros, pero a eso debe añadirse el valor de otras sedes en el Complejo Olímpico Helliniko, como las de voleibol de playa, hockey, softbol, taekwondo, kayak y natación, además de la Villa Olímpica. Hay análisis que sugieren que el costo de este evento aceleró la recesión de Grecia por la deuda contraída por el Estado para cubrir las necesidades de la justa deportiva. Algo parecido le ocurrió a las instalaciones de Río de Janeiro 2016, que fueron desatendidas tan pronto concluyeron las competencias, a tal grado que las autoridades ni siquiera se tomaron la molestia de limpiar la basura generada en cada sede; incluso años después, todavía era posible encontrar publicidad y otros desechos en los decadentes recintos. 

Para ahorrarse la pena de tener esos elefantes blancos, Corea del Sur apostó en 2018 por la arquitectura desmontable: el estadio de Peyongchang, con una capacidad de 35 mil asistentes, fue construido para tener una vida útil que abarcara solo las olimpiadas de invierno. 

De los errores se aprende, pero cuando salen tan caros es mejor no arriesgarse a cometerlos; por ello cada vez son menos las ciudades que se ofrecen como sede para los Juegos Olímpicos. Tal vez sea momento de darle otros enfoques a los complejos deportivos que habrán de tener los próximos anfitriones.

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Escrito en: Ana Sofía Mendoza arquitectura olímpica estadios olímpicos

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