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Este año, el país más poderoso del mundo en lo militar y lo económico votará por su poder legislativo, que pondrá en juego 435 espacios de la Cámara de Representantes y 35 del Senado, y también elegirá a quien estará a cargo del ejecutivo, que podría ser el expresidente Donald Trump o Kamala Harris, como la posible primera presidenta de la nación.
A través de los años, el sistema democrático de Estados Unidos ha funcionado mediante el voto indirecto, que en algunos momentos de la historia se ha vuelto polémico. Basta recordar las elecciones del año 2000 entre Al Gore y George W. Bush, que se decidieron en el estado de Florida, o la elección del 2020 entre Joe Biden y Donald Trump, que también planteó serios desafíos para el país de las libertades.
Resulta muy familiar, entonces, la disputa que se ha vivido en este proceso entre republicanos y demócratas —quienes, por cierto, tuvieron que cambiar de candidato en medio de la contienda electoral—. Hasta el momento de escribir este artículo, las encuestas indicaban un empate técnico entre ambos partidos, por lo que se vuelve relevante retomar el análisis económico de la presidencia de Joe Biden (2021 a la fecha) y del primer periodo de Donald Trump (2017-2021).
Los efectos económicos que dejó la crisis de covid-19 fueron determinantes para la no reelección de este último y, ahora, la inflación que vivió Estados Unidos en los últimos años, así como la incertidumbre en cuanto a empleo, han obstaculizado significativamente que el partido demócrata asegure la silla presidencial.
ÚLTIMOS PERIODOS PRESIDENCIALES
El principal desafío de la gestión de Biden fue el incremento en los precios, que, si bien es cierto que hoy ya está por debajo del tres por ciento, llegó a estar por encima del ocho por ciento en 2023, el nivel más alto en cuarenta años. La inflación de los alimentos superó el 13 por ciento, dejando serias dudas sobre el buen funcionamiento de la política económica impulsada por el todavía presidente.
Al inicio de su gobierno se aprobó el Plan de Rescate para reponerse de la crisis económica de covid-19, el cual fue efectivo para reducir la tasa de desempleo a su menor nivel en 50 años, alcanzando un 3.4 por ciento; pero también promovió los desequilibrios fiscales y aceleró la inflación.
Además, los salarios aumentaron a principios de 2020, durante la pandemia. Este repentino incremento estuvo relacionado con la probabilidad de que los trabajadores con menos ingresos estuvieran más expuestos a ser despedidos, y esto mejoró la situación financiera de las personas que aún estaban empleadas. Sin embargo, a pesar de esto, el costo de vida actual no ha permitido que se observen beneficios en términos reales.
Índices empresariales como el Dow Jones y el Nasdaq han presentado crecimientos positivos del 38 y el 37 por ciento, respectivamente; sin embargo, durante el periodo presidencial de Trump, el primero creció 57 por ciento y el Nasdaq superó el 142 por ciento.
Cuando Donald Trump llegó al gobierno, la economía estadounidense aún contaba con el impulso de la recuperación tras la “crisis subprime” de 2008-2009, teniendo un crecimiento promedio superior al 2.5 por ciento hasta el año de la pandemia, donde la cifra fue negativa en un 3.3 por ciento, siendo la peor caída económica en este país desde la Segunda Guerra Mundial. Esto, a su vez, aceleró el desempleo, que superó el ocho por ciento en 2020 al final de su gestión.
Sin embargo, los años del 2017 al 2020 son recordados principalmente por las tasas de interés cercanas a cero y por un agresivo paquete de recortes de impuestos, así como una política comercial basada en el fortalecimiento del mercado interno.
Dados los antecedentes mencionados y en el marco de las elecciones presidenciales, las propuestas económicas de los candidatos juegan un papel clave en la decisión de los votantes. Por un lado, Donald Trump, quien espera regresar a la Casa Blanca, pretende reactivar la economía mediante recortes de impuestos, desregulación, políticas comerciales proteccionistas y renegociación de tratados. Estas iniciativas contrastan con las de Kamala Harris, la candidata demócrata, quien busca expandir programas sociales, otorgar subsidios y fortalecer a la clase media; es decir, un proyecto mucho más intervencionista y que haría recordar al expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en su mejor momento. Donald Turmp se refiere a las propuestas de su contrincante como “Plan Maduro”, refiriéndose a la candidata como la “camarada Kamala”.
DONALD TRUMP: AMERICA FIRST
El primer obstáculo que deben resolver ambos candidatos es la inflación, con el fin de reducir las tasas de interés y favorecer el crecimiento económico. Para lograr esto, Donald Trump pretende disminuir el gasto del gobierno, así como dejar de comprar energéticos al extranjero para no estar expuestos a precios internacionales elevados y, de este modo, controlar las presiones inflacionarias. Cabe mencionar que el sector energético tradicional (energías fósiles) será prioritario para el republicano.
También busca retomar una política de comercio exterior restrictiva, estableciendo aranceles de entre 10 y 20 por ciento a productos importados para incentivar el consumo de artículos fabricados internamente, por lo que la competitividad de las empresas estadounidenses deberá mejorar a través de un rediseño de la política industrial que disminuya la burocracia y priorice los intereses de las compañías nacionales, sobre todo de sectores como los de defensa, energéticos y manufactura.
Trump planea mantener los impuestos de las corporaciones en un 15 por ciento y otorgar subsidios al sector agrícola; sin embargo, el problema de este programa es que con una menor recaudación y un mayor gasto en subsidios, los desequilibrios fiscales prevalecerán en la economía de Estados Unidos.
Con estas medidas, el expresidente Trump busca devolver a su nación la prosperidad del american dream.
KAMALA HARRIS: FOR THE PEOPLE
Por su parte, Kamala Harris propone una prohibición federal para evitar la especulación de precios en los alimentos y, de este modo, combatir el encarecimiento de los productos básicos para las familias estadounidenses, sobre todo las de menores ingresos. Es una medida orientada a controlar la inflación.
Sobre este tema, Harris dijo: “Como presidenta, me ocuparé de los altos costos que más importan a la mayoría de los estadounidenses. Y trabajaré para aprobar la primera prohibición federal de la historia sobre la especulación con los precios de los alimentos”.
Cabe mencionar que si bien los precios de los productos básicos son un 25 por ciento más altos que antes de la pandemia (hace cuatro años y medio), estos se han estabilizado recientemente y no está claro que ahora haya mucha especulación en torno a ellos.
La candidata también propone, por primera vez, subsidios destinados a compradores de vivienda, así como apoyos adicionales para quienes decidan construir, reconociendo que la adquisición de vivienda es uno de los principales problemas de la sociedad. Esto se sumaría a la construcción de casas por parte del gobierno.
Para el partido demócrata, el otro gran problema en materia económica se encuentra en el costo de los servicios médicos, por lo que busca reducir los precios de fármacos recetados, principalmente de la insulina, así como un ajuste al programa gubernamental de salud Medicare, para hacer los medicamentos más accesibles a través de negociaciones con los fabricantes.
Salta a la vista que el proyecto de Kamala Harris posee un enfoque mucho más social que el de su contrincante. Sin embargo, también tiene iniciativas en materia empresarial, principalmente dirigidas a las energías renovables y tecnologías limpias, además de un ambicioso plan de infraestructura muy en sincronía con el trabajo realizado por Biden durante los últimos cuatro años y que, sin duda, da certidumbre a los agentes económicos.
TAN LEJOS DE DIOS, TAN CERCA DE ESTADOS UNIDOS
En el caso del triunfo republicano, el principal desafío que enfrentará la economía mexicana será la revisión del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), lo que podría traer un mayor número de restricciones para hacer negocios con otros países, como China.
Se debe recordar que bajo la administración de Trump se impusieron aranceles para ciertos sectores de la economía mexicana, como el acero y el aluminio, afectando al comercio exterior nacional. Esta circunstancia podría volver en el futuro, principalmente en el sector automotriz, como dejó de manifiesto el candidato. Esta propuesta ya impactó en la incertidumbre sobre la instalación de una planta de Tesla en Nuevo León.
Otro problema para México se encuentra en el discurso agresivo de Trump dirigido a su base electoral, porque este impacta en el tipo de cambio, los mercados bursátiles y otras cuestiones políticas y sociales.
En el caso de Kamala Harris, si bien es cierto que hay más afinidades en materia climática, ambiental y de género, la presión continuará en materia migratoria y salarial, al proteger a los sindicatos de Estados Unidos por encima de los intereses mexicanos. Aun así se debería respaldar una integración más acelerada del bloque económico conformado por Estados Unidos, México y Canadá.
Otro factor a tomar en cuenta es el programa de gasto del gobierno demócrata que, en los últimos años, ha impactado significativamente en la inflación de aquel país y, por lo tanto, en México. Además, se ha caracterizado por una política exterior más intervencionista que la de Trump, que en gran medida ha afectado el desarrollo de varios conflictos a nivel internacional (Rusia-Ucrania, Israel-Palestina, etcétera), limitando la estabilidad de economías emergentes como la nuestra.
El impacto de Kamala Harris en la economía internacional será menor al de Donald Trump; sin embargo, los riesgos particulares para México no pueden ser subestimados en ninguno de los dos panoramas por la magnitud de la relación comercial entre ambos países.