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Los inicios coahuilenses de Robert Rodríguez en el cine

¿Es esta obra una película para inspirar a nuevas generaciones de directores jóvenes? Lo único sensato es aceptar que el director estadounidense fue muy afortunado desde el principio.

Los inicios coahuilenses de Robert Rodríguez en el cine

Los inicios coahuilenses de Robert Rodríguez en el cine

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

Robert Rodríguez es uno de los directores más populares de su generación. Creador de historias icónicas como las de Machete, Mini Espías, Sin City, Planet Terror o la Trilogía México, ha recaudado más de mil millones y medio de dólares con sus películas. 

Por supuesto, no siempre fue una máquina de hits cinematográficos. Antes de alcanzar el éxito en Hollywood era un joven cuya mayor pasión era grabar cortometrajes; primero con una cámara casera y, luego, con equipo de la Universidad de Texas, donde estudiaba. El cineasta en ciernes había nacido en San Antonio, Texas, hijo de migrantes mexicanos, y su gran compañero de filmación, Carlos Gallardo, era originario de Acuña, Coahuila. Probablemente este par de amigos no se imaginaba que esa pequeña ciudad fronteriza sería la que catapultaría la carrera de ambos. Fue ahí donde se filmó El Mariachi (1992), el primer largometraje dirigido por Robert Rodríguez, el cual alcanzó un éxito inimaginado. 

La cinta sigue a un músico que va de pueblo en pueblo con su guitarra, tocando en bares locales para ganarse la vida. Al llegar a Acuña, sin embargo, su identidad es confundida con la de Azul, un criminal recién salido de la cárcel y que es buscado por Moco, un narcotraficante, para asesinarlo, pues están enemistados. 

La confusión ocurre porque Azul carga con un montón de armas en una funda de guitarra idéntica a la del músico, así que los achichincles del narcotraficante siguen al hombre equivocado. Mientras tanto, el mariachi encuentra trabajo en un bar liderado por Dominó, una bella mujer de la que se enamora. Para su mala suerte, ella le corresponde a pesar de ser el interés amoroso de Moco. 

Estos sencillos pero creativos enredos hacen de El Mariachi una muy entretenida película de acción con persecuciones trepidantes, mucha sangre y algunas escenas oníricas. Estas características, llevadas a la exageración al punto de adquirir un tono paródico, compensan las flaquezas en las actuaciones y en los diálogos, que se sienten poco naturales. No es para menos, ya que, debido al bajo presupuesto para la producción, no había oportunidad de que los actores —todos ellos amateurs— ensayaran sus líneas lo suficiente. 

Aunque, pensándolo bien, tal vez si las interpretaciones de los personajes hubieran sido más formales y realistas, no hubieran complementado tan bien al resto de los elementos de la cinta. El tono del largometraje es tan coherentemente desprolijo que toda posible falla parece deliberada para generar una historia de acción cómica, más allá de querer lograr una narrativa que fuera muy tomada en serio por sus participantes. El resultado, despojado de toda solemnidad y pretensión, es refrescante. 

Pero quizá el aspecto más revitalizante de El Mariachi no sea la película en sí, sino la historia de cómo fue posible su realización y, sobre todo, su amplio alcance, que la llevó a ganar el Premio del Público en el Festival de Sundance, el Premio ACE a la Mejor Ópera Prima y el Independent Spirit Award a Mejor Dirección, así como a convertirse en una obra de culto. 

REALIZACIÓN 

Cuando Bedhead (1991), uno de los cortometrajes que había dirigido Robert Rodríguez, obtuvo éxito en festivales, el joven texano decidió que era el momento perfecto para dar el siguiente paso en su carrera: hacer su primer largometraje. El compromiso de él y su compañero Carlos Gallardo con el séptimo arte era tan fuerte que ambos dejaron el último año de universidad para emprender esta aventura. El objetivo era escribir un guion adaptándose a un modestísimo presupuesto de menos de 10 mil dólares para obtener una película que pudieran posicionar en el mercado mexicano de VHS, pues era imposible pensar en salas de cine con tan reducida cantidad de recursos. Sin embargo, eso no era relevante; lo que realmente importaba era ponerse a prueba, aprender todo lo posible de esa experiencia y recaudar fondos para un proyecto futuro más serio. 

Así, con tan solo 23 años de edad, Robert Rodríguez ingresó como conejillo de indias para probar fármacos en una empresa. Durante el mes que estuvo consumiendo medicamentos escribió el guion de El Mariachi. Casi la totalidad de los costos de la película fueron cubiertos con lo que le pagaron por la ingesta de estas sustancias. 

Por su parte, Carlos Gallardo, quien conocía bastante gente en Acuña, se dedicó a conseguir todo lo que pudo de forma gratuita para el rodaje: personas dispuestas a actuar sin experiencia previa, bares y otras locaciones para filmar, utilería prestada —incluidas armas de la estación de policía local—, vestuarios sacados del clóset de los propios actores, etcétera. Incluso encontró la manera de reutilizar una bañera adquirida para Como agua para chocolate (1992) —película en la que había sido asistente y que también se había producido en Acuña—. 

Los siete mil dólares que costó El Mariachi fueron invertidos casi en su totalidad en los rollos de 16 milímetros para filmar y en el proceso de pasar la cinta a formato de video para su edición y distribución. El resto, unos quinientos dólares, se fue en gasolina y uno que otro gasto más. 

Robert Rodríguez durante la filmación de El Mariachi.
Robert Rodríguez durante la filmación de El Mariachi.

Robert Rodríguez se valió de todos los recursos que pudo para no generar costos excesivos. Rodríguez se encargó de la iluminación, para la cual sólo usaba dos lámparas en interiores y luz natural en exteriores; de la fotografía, que consistía únicamente de cámara en mano y travellings hechos sobre una silla de ruedas que habían pedido en un hospital; de la dirección, en la que no permitía más de una toma por escena para no desperdiciar cinta; del sonido, que era registrado con una simple grabadora; de los efectos especiales, que eran realizados, por ejemplo, con condones llenos de sangre falsa; así como de los ajustes en el guion cada vez que surgía algún imprevisto. Cuando no estaban en su papel, los actores apoyaban en lo que podían detrás de cámaras, y Robert procuraba desocuparlos siempre antes de la hora de comida porque no podía permitirse cubrir su alimentación. 

La película se terminó de filmar en alrededor de tres semanas y, cuando estuvo lista, el director fue a Los Ángeles a intentar venderla. Su objetivo era distribuirla a través de alguna empresa enfocada en el mercado latinoamericano, pero El Mariachi llamó la atención de varios agentes en la industria, tanto por su narrativa desenfadada e hilarante como por la capacidad de Rodríguez para ocuparse de prácticamente todos los aspectos del filme, desde el guion hasta la edición. De este modo, el proyecto fue acogido por Columbia, que invirtió 200 mil dólares en posproducción para adaptarlo a los requerimientos de la pantalla grande. Al final, se convirtió en la película con menor presupuesto en recaudar más de un millón de dólares —hecho que consta en los Récord Guinness—. 

El resto es historia: Robert Rodríguez lanzó Desperado (1995) y Once Upon a Time in México (2003), segunda y tercera partes de la Trilogía de México iniciada en Acuña. Estas contaron con un presupuesto digno de Hollywood, además de con las actuaciones de Antonio Banderas, Salma Hayek y Johnny Depp. 

Ese éxito no hubiera sido posible, quizá, de no ser por los contactos de su amigo Carlos en Acuña, Coahuila, así como por las posibilidades de filmar en una ciudad pequeña de México donde las regulaciones respecto a la industria cinematográfica eran prácticamente inexistentes. 

En 2011, El Mariachi fue seleccionada por la Librería del Congreso de Estados Unidos para su preservación en el Registro Nacional de Cine, por su aportación al “marcar el comienzo del auge del cine independiente de principios de los años 1990”. Sin duda, es una obra que demuestra que la creatividad puede superar los recursos económicos cuando se utiliza de forma auténtica.

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