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Entrevista

Los viajes de “Catón”

“La vida es un viaje, pero cada viaje es también una vida; una experiencia nueva que nos enriquece”.

Foto: Enrique Castruita

Foto: Enrique Castruita

SAÚL RODRÍGUEZ

Saltillo es cubierta por la niebla, como si las nubes hubiesen bajado a la ciudad para besarla. En el fraccionamiento San Alberto, los nogales permanecen desnudos en espera de la primavera; de sus ramas cuelgan drupas sin nueces, vacías, como péndulos. El taxi transita en calles empedradas que asemejan el fondo de un arroyo. “Tu estado de ánimo es tu destino”, decía el historiador griego Heródoto. Termina el viaje en un domicilio de la calle Cocoyoc, palabra náhuatl que significa “lugar de coyotes”.

El salón es pequeño. Un gran librero de madera cubre la pared. En esa soledad se asoman volúmenes de literatura rusa, enciclopedias, fotografías, recuerdos. Un cuadro de la Virgen del Carmen es honrado con nardos y flores sobre de la chimenea. De pronto, el escritor y periodista Armando Fuentes Aguirre “Catón” (Saltillo, 1938) entra un poco apurado, se disculpa por la demora. Momentos antes participó en un evento realizado en el Centro Cultural Vito Alessio Robles, donde la Presea Manuel Acuña fue entregada al pintor Marco Gómez Saucedo.

Es casi la una de la tarde. “Catón” acerca un sillón para hundirse en él. Conversa como si bajara la ventanilla de sus recuerdos, como si cada palabra fuese un boleto a sus anécdotas. Manifiesta que lo aprendido debe compartirse a los demás, que comunicarse con el prójimo es comulgar con el otro. ¿Existe un escritor que sólo escriba para sí mismo? Lo duda; voz serena y clara, mirada tras los cristales del armazón, cabello cano, suéter que combina con el saco tan gris como el día que ahora amenaza con lloviznar.

El también cronista oficial de Saltillo es un homo viator, un viajero. A temprana edad zarpó desde el puerto de la literatura al leer Corazón: diario de un niño (1886), del autor italiano Edmondo de Amicis. Entonces navegó en su imaginación y descubrió la historia de un infante que anota lo que acontece en su escuela. Más tarde la ficción pasó a la realidad: tomó carretera y se trasladó con su familia a El Refugio, una ranchería ubicada en las afueras de Saltillo. Allí conoció el campo y a la gente que cultiva la tierra. Ese viaje le resultó inolvidable porque también lo adentró en la fantasía.

—De ahí nació mi interés por el vastísimo mundo de la imaginación, de la fantasía, de la creación de cosas y de seres que, sin existir, tomaban existencia. Entonces, mi primer viaje fue al campo y a la fantasía. Sigo viajando a las dos partes.

En México en mí (Diana, 2023), su más reciente libro, el autor de 85 años recopila las crónicas de viajes que ha realizado por el país. Desde Tijuana hasta Mérida, desde llanos desiertos hasta relieves desbordados de follaje, “Catón” transita por plazas, iglesias, cafés, mercados e incluso cantinas. En esos hangares populares conversa con la gente, disfruta la gastronomía, rescata historias, tradiciones, para pintar cada párrafo con anécdotas y humor. Se ha enamorado de todos los paisajes y ciudades que ha visitado. ¿Cómo amar lo que no se conoce? El viajero es un juglar, él y su circunstancia. Escribe un poema narrativo que evoca a esa “Suave patria” con la que soñó Ramón López Velarde.

Foto: Enrique Castruita
Foto: Enrique Castruita

México en mí contiene crónicas de sus travesías por el país, ¿usted considera que la vida es un viaje en sí misma?

La vida es un viaje. Los latinos hablaban del homo viator, eso quiere decir que el hombre es un caminante y la vida es una peregrinación que nos lleva a un santuario final, que es el hecho de morir. Morir es tan natural como nacer. Jorge Manrique, en sus coplas por la muerte de su padre, habló de eso y dijo: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. La vida es un viaje, pero cada viaje es también una vida, una experiencia nueva que nos enriquece. Mi querido tío Rubén Aguirre, hermano de mi madre, que vivió casi toda su vida en Torreón, padre del inolvidable Profesor Jirafales (Rubén Aguirre Fuentes), tenía un sabio dicho: “Los viajes ilustran a los ilustrados”. Es decir, para exprimir todo el jugo que un viaje puede dar, tienes que haber viajado antes a ese lugar en la imaginación, tienes que haber leído, saber no sólo acerca de la geografía y de la historia, sino del estilo y modo de ser del sitio a donde vas a ir, por eso él decía eso. Un turista no saca de un viaje lo mismo que saca un viajero; un viajero sabe a dónde va.

Ahora que menciona la peregrinación, el Camino de Santiago, en España, fue construido por los propios peregrinos, ¿siempre es así?, ¿el camino se construye caminando?

Antes el camino se hacía caminando. En la Edad Media había tres grandes peregrinaciones. Una es la que has mencionado: el Camino de Santiago. Yo me enamoré de ese camino leyendo un extraordinario y bellísimo libro de un escritor irlandés que se llama Walter Starkie. Era un maestro sencillo y sin mucho dinero, pero que tocaba bellamente el violín y conoció prácticamente toda Europa y toda España, manteniéndose, para pagar hospedaje y comida, tocando su violín en la calle. Escribió libros bellísimos, sobre todo acerca de España: este del Camino de Santiago, otro sobre los gitanos (un pueblo del cual se enamoró y que fue aceptado por ellos). Los otros dos caminos que en la Edad Media se recorrían eran el de Roma (de ahí viene la palabra “romero”, que significa “caminante”), y a Tierra Santa. A la Edad Media se la ha llamado “Edad Oscura”. ¿Cómo llamar Edad Oscura a una época que dio las catedrales góticas, que dio a Giotto, a Fra Angelico, que dio el poema de El Cid? Yo gusto más bien de llamarla “Edad de la Fe”, porque era la visión religiosa del mundo. Y en la Edad Media el hombre peregrinaba caminando y cada peregrinación justificaba una vida. El que iba a los santos lugares con eso justificaba toda su existencia; lo mismo el que iba a Compostela, lo mismo el que iba a Roma. Entonces, este libro mío que se llama México en mí, es la reseña de una serie de peregrinaciones por los santos lugares de México, que son sus hermosas ciudades, sus pueblos, sus paisajes, sus antiguas haciendas. Y ahí soy yo un homo viator, un caminante enamorado de México. Me duele que hay mexicanos que conocen Dubai, Singapur, Japón y China, India, Turquía, pero no conocen Mérida, no conocen Oaxaca, no conocen Morelia, no conocen Puebla o Veracruz. Para mí, eso constituye un pecado de lesa mexicanidad.

'Catón' presentando su libro 'México en mí' en El Siglo de Torreón. Foto: Enrique Castruita
"Catón" presentando su libro "México en mí" en El Siglo de Torreón. Foto: Enrique Castruita

En Tipos de agua, la poeta canadiense Anne Carson escribe que se llega a entender un viaje porque se han tenido conversaciones. México en mí está poblado de encuentros con la gente.

Coincido totalmente con ella, porque además del paisaje, el verdadero protagonista de un viaje debe ser la gente. No podemos entender a un lugar sin entender a su gente. Y del mismo modo, no podemos entender a la gente sin entender el contexto en que nació o en que vive. Es un bello diálogo del hombre con su circunstancia, pero también de la circunstancia con el hombre. No se ama lo que no se conoce. No podemos amar a México si no lo conocemos. Y para conocerlo hay que vivirlo. Es una pena, una enorme desgracia, que en este tiempo nuestro la inseguridad derivada del crimen dificulte ese caminar por México y lo convierta de un deleite magnífico en una aventura peligrosa. Esa es una de las mayores tragedias que están sucediendo en este país: la imposibilidad de conocerlo a causa de la inseguridad reinante.

A pesar de esta inseguridad, ¿cree que los mexicanos, aun sin darnos cuenta, escribimos nuestra propia “Suave patria” todos los días?

Ramón López Velarde tuvo una visión amorosa de la patria. Él vio a México con un sentido entrañable. Para él México era sobre todo el México del campo: “Patria: tu superficie es el maíz”. Y es el México, no de la gran ciudad, sino del pequeño pueblo. “Sobre tu capital, cada hora vuela/ ojerosa y pintada, en carretela;/ y en tu provincia, del reloj de vela/ que rondan los palomos colipavos/ las campanadas caen como centavos”. Y ve a México como un extenso y vasto lugar en que caben todos los sueños, todas las esperanzas, pero también todos los dramas. “Suave patria: tu casa todavía/ es tan grande, que el tren va por la vía/ como aguinaldo de juguetería”. Pero también dice: “Por tu balcón de palmas bendecidas/ el Domingo de Ramos, yo desfilo/ lleno de sombra, porque tú trepidas”. Y teme que esa visión suya, entrañable y querida, desaparezca: “Quieren morir tu ánima y tu estilo,/ cual muriéndose van las cantadoras/ que en las ferias, con el bravío pecho/ empitonando la camisa, han hecho/ la lujuria y el ritmo de las horas”. Y le pide a la patria algo imposible, le pide que no cambie: “Patria, te doy de tu dicha la clave: / sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;/ cincuenta veces es igual el ave/ taladra en el hijo del rosario/ y es más feliz que tú, Patria suave”. Le pide que no cambie y es imposible. Ha cambiado la patria desde el año de 1921, cuando él hace dos cosas importantes. La primera: escribir “La suave patria”. La segunda: morir, porque él muere el mismo año en que concluye su bellísimo poema. Entonces, la patria ha cambiado y me temo que el sueño de López Velarde, el hermoso sueño de López Velarde, se ha vuelto pesadilla. Pero sobre todo eso, está el amor que los mexicanos sentimos por nuestro país.

Heródoto tituló a sus libros de la historia con el nombre de cada una de las nueve musas griegas. Parece que en México en mí la musa principal es la nación misma.

El protagonista de este libro es México, es el personaje, no sólo principal, sino único. A él le está dedicado, como un canto de amor a mi país, a este México nuestro que es varios Méxicos, distintas culturas, lenguas diferentes, modos de ser diversos y que nos da entonces una visión muy amplia. Eso quise poner en mi libro: sus paisajes, su arqueología, su arquitectura, su arte, su gastronomía, sus atavíos, sus modos de hablar. Y el escribir, mediante anécdotas y relatos, el modo de ser de cada mexicano según la parte del país donde nació y donde vive.

Foto: Enrique Castruita
Foto: Enrique Castruita

¿Lo más importante en un viaje es tener a dónde ir o a dónde llegar?

Lo más importante de cualquier viaje es el regreso. Y es la mejor parte, porque en ningún lugar nos vamos a sentir tan bien como en el rincón en que moramos. También en el viaje de la vida lo mejor es el regreso. Hay gente perversa que ha inspirado en el hombre el miedo de la muerte, es un crimen igual a de inspirarle el miedo de la vida. Cuando morimos no hacemos sino regresar y lo mejor, ya lo he dicho, es el regreso.

Hay una imagen en su libro donde contempla el mar en Acapulco. Dice que arriba hay otro cielo: el de las nubes. Creo que la vida es así, a veces somos el mar y otras las nubes.

Sí, así es. Hay una canción en que el cantor se compara con el cielo y le dice a la mujer: “A ti te corresponde ser el mar”. Es decir, aunque a lo lejos se confundan, en realidad están separados. El viaje es un intento por unir el paisaje exterior a nuestro paisaje interior. Vale decir, es un intento por fundirnos, por confundirnos con el sitio en que nos hallamos; identificarnos con él, no verlo con los ojos de un extraño, sino con los ojos de un enamorado que quiere comprender al ser amado. Al decir “comprender” no sólo quiero decir “entender”, sino “comprender” en el sentido de abarcar, de abrazar. Y eso es la conclusión del libro, ahí concluye, en esa fusión del enamorado con el objeto amado.

MIRAR EL HORIZONTE

La tarde transita sin detenerse siquiera a pagar peaje. No hay más equipaje que experiencias y recuerdos. El maestro indica que no le gusta su pseudónimo, pues está tomado de Catón el Viejo, un político romano de áspero carácter que vivió entre el 234 y el 149 antes de Cristo. Este personaje también fue crítico, censor y con postura conservadora abogó por las tradiciones de Roma en contra de la corriente helenística. Murió tras promover en sus compatriotas la Tercera Guerra Púnica y la destrucción de Cartago. En definitiva, el “Catón” coahuilense no se identifica con el latino.

—Yo no tengo ese carácter. Yo tiendo a la benevolencia, a comprender las debilidades de mi prójimo, porque sé que mis propias debilidades son mayores. Y que por muchos defectos que mi semejante tenga, mis defectos son mayores que los de él.

En 1961, Armando Fuentes Aguirre trabajaba como reportero en El Sol del Norte, extinto diario de Saltillo. Un día quiso escribir una columna. La propuso ante Carlos Herrera Álvarez, entonces director del periódico. Éste la leyó, pero sólo un “mmm” salió de su boca. Con la moral golpeada, el joven continuó insistiendo. Una mañana llegó al café donde se reunía con sus colegas. “¿Ya vieron la columna que viene en la primera plana de El Sol? ¡Está muy buena!”, expresó uno de ellos. La firmaba un tal “Catón”, era la suya.

Foto: Enrique Castruita
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—Entonces no tenía coche y me fui corriendo al periódico. Le dije al director: “Oiga, ¿y esto?”. “Es tu columna, ya va a salir todos los días”. “¡Ah! Oiga, ¿y eso de ‘Catón’?”. “Así te vas a llamar”.

Carlos Herrera Álvarez fue muy importante para él, tanto que cuando tuvo que pedirle matrimonio a su novia, le pidió que lo acompañara junto a su padre. “Catón” estuvo casado durante casi 60 años, hasta que doña María de la Luz falleció en junio de 2023. A pesar de su ausencia, ella siempre lo acompaña; una pequeña fotografía sobre una mesa ha inmortalizado su sonrisa.

—Obviamente fue el amor de mi vida, mi compañera durante casi 60 años y una presencia que no se ha vuelto ausencia, que sigue estando conmigo. No hago sino esperar el tiempo en que otra vez vamos a estar juntos.

Mientras tanto, en esa espera, la publicación de México en mí le ha permitido seguir viajando. Durante sus presentaciones ha llenado foros en Coahuila, Monterrey, Guadalajara. En unos días tomará un vuelo para participar en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY). “Catón” ve el horizonte con ojos de esperanza, se desprende del pesimismo de los viejos, más bien es como un muchacho que aún se considera aprendiz de la vida, pues contemplar las cosas es lo mejor que se puede hacer cuando no es posible transformarlas.

—La tarea del escritor es compartir sus mundos en los mundos de su prójimo. Y es lo que intenté en este libro. Esa es mi tarea y espero estarla cumpliendo bien. No digo “espero haberla cumplido bien”, porque todavía tengo tareas por hacer.

¿Los recuerdos son como esos anuncios de neón que llegó a ver en Monterrey, pues nos iluminan la noche?

Son fruto de la modernidad también y no podemos negarnos a ella por una simple razón: es inevitable. La nostalgia es un bello sentimiento, pero no hemos de aferrarnos a ella, porque del mismo modo que el pasado existe, el futuro existe también, aunque no haya llegado todavía. Yo siempre veo el porvenir con ojos de esperanza y creo que va a traer algo mejor. No tengo el pesimismo de los viejos. No creo que todo tiempo pasado haya sido mejor. Tengo el optimismo de un muchacho que piensa que el futuro está lleno de promesas y que muchas de esas promesas se van a cumplir en él.

Quien escribe esto tiene a honra ser aprendiz de todo y oficial de nada”. ¿A sus 85 años de edad se considera todavía un aprendiz de la vida?

Claro que sí, ¿cómo no? ¡Claro! Cada día descubro en mí una nueva ignorancia y eso es muy bueno, porque a cada ignorancia corresponde un aprendizaje. Del mismo modo que estoy lleno de ignorancias, estoy lleno de ganas de aprender y eso es un signo de vitalidad, quiere decir que no he renunciado a los dones que la vida ofrece, que la quieres gozar, que la quieres sentir. ¿Coincide con Séneca sobre que no recibimos una vida corta, sino que somos nosotros quienes la hacemos breve? Bueno, alguien dijo que la vida del hombre es un relámpago entre dos abismos, o sea entre dos oscuridades: la oscuridad de no saber de dónde venimos y la oscuridad de no saber a dónde vamos, pero esa es una visión pesimista de la vida. Yo considero a la vida como un regalo, como una especie de fruto que debemos exprimir y gozar todo su jugo. La vida es para vivirla, porque hay quienes están muertos y siguen viviendo; no se dan cuenta de que ya han muerto. Y ese don que es la vida nos trae consigo regalos como el amor, como la amistad, como el buen vino, como la buena mesa, como la buena conversación. Cada oportunidad de vida debemos convertirla en una oportunidad de gozo.

Entonces, al igual que Sócrates en el Fedón, de Platón, ¿hay que agradecer hasta lo malo que nos pasa?

Yo creo que aun lo malo que nos pasa es parte de la vida. Cuando nos sucede alguna desgracia sentimos la sensación de preguntar “¿por qué a mí?” Siendo que deberíamos preguntar: “¿Y por qué a mí no? ¿Qué tengo yo que me separe de la común herencia de todos los hombres que es el sufrimiento?” Es parte de la vida como el gozo. Entonces, hemos de aprender a recibir el dolor, el sufrimiento, con igual ánimo que recibimos la felicidad, la alegría, el gozo. A eso los antiguos lo llamaban ecuanimidad. Que quiere decir ánimo igual.

Es como lo que escribe en México en mí: “Todo aquello que ha sido alguna vez, alguna vez volverá a ser”. ¿Qué piensa del puerto final de la existencia?

Cuando pensamos en la muerte, pensamos como algo que a nosotros no nos va a pasar, como que es algo que les sucede a los demás. Había un aforismo de lógica: “Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre, por lo tanto Sócrates es mortal”. Y yo hacía una variante: “Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre, por lo tanto Sócrates piensa que es inmortal”. No hay hombre que lo sea. Había una adivinanza. ¿Cuál es el apellido de la muerte? El apellido de la muerte es Segura. Todos vamos hacia allá, pero nuestra vida no debe ser una reflexión sobre la muerte, como lo era la de los antiguos santos —muchos aparecen con una calavera al lado y la tenían para obligarse a pensar en la muerte—. Acaba de pasar el miércoles de ceniza, la fórmula latina al imponer la ceniza decía: Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem revertis (“Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”). Esa era una invitación a pensar en la muerte, yo creo que más bien deberíamos tomarlo como una invitación a pensar en la vida. Si soy polvo y en polvo me convertiré, ¡voy a disfrutar la vida! Antes de convertirme en polvo, ¡voy gozar la vida en todo su esplendor!

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Escrito en: Catón México en mí crónicas de viaje homo viator

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