Los amantes (1928). Imagen: MoMA
En el lienzo El castillo de los Pirineos (1959), una enorme roca flota con singular ligereza sobre las olas del mar, sosteniendo un castillo, mientras que en El imperio de las luces (1954), el cielo diurno contrasta con una casa y árboles en tinieblas, iluminados únicamente por la luz de un farol. ¿Son acaso estas imágenes que rompen con las leyes de la física, producto de sueños que se atisban cuando entramos en la vigilia? René Magritte, el extraordinario pintor de estas poéticas escenas, parece decirnos que las imágenes engañan, que existe un significado más profundo que se nos escapa y nos inquieta. Y es que la fantasía y lo irreal se disipan ante las apremiantes necesidades del diario vivir. Pero, de pronto, nos puede llegar un olor sutilmente conocido que nos lleve a lo más profundo de la conciencia y evoque pasados lejanos en la neblina de los recuerdos, provocando sensaciones olvidadas cargadas de nostalgia.
Es precisamente en su cuadro La traición de las imágenes (1929) , que muestra a una pipa flotando en un fondo neutro, donde se observa por qué damos por sentado las cosas en las prisas diarias, sin profundizar más allá de nuestra percepción. Debajo de la pipa se lee la leyenda “Ceci n’est pas une pipe”, es decir, “Esto no es una pipa”. Efectivamente la pintura referida no es una pipa, como bien se señala, sino la representación de una pipa, de tal manera que Magritte hace un juego conceptual y sintáctico, cuestionando nuestra percepción del mundo.
Considerado como uno de los pintores surrealistas más importantes de la historia, René Magritte va más allá de esta clasificación. Su arte se mueve entre lo onírico y lo conceptual, con imágenes que ahondan en la condición humana.
JUGAR CON LA PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD
El surrealismo surge en Francia a partir del dadá, un movimiento artístico donde lo absurdo se impone como una respuesta ante la insensatez de la Primera Guerra Mundial, cuestionando el arte y la vida de la burguesía de la época. ¿Cómo era posible que la sociedad europea, supuestamente tan sofisticada y de avanzada, produjera un conflicto bélico tan monstruoso? A partir de esta premisa, lo absurdo se impone y la evasión de la realidad se materializa en el surrealismo.
Los sueños fueron una parte importante de la materia prima con la que trabajaron quienes pertenecían a esta corriente. En los sueños el tiempo se diluye, la realidad se transmuta y los extremos se tocan. Muchos artistas buscaron captar lo más profundo de la conciencia, haciéndolo surgir a través de la escritura automática o técnicas como el frottage, que consiste en frotar el pigmento sobre una superficie con la suficiente fuerza para plasmar la textura que hay debajo.
Magritte negó siempre la presencia del subconsciente en su arte. Sin embargo, existe una famosa anécdota de la infancia del artista —desestimada por algunos especialistas— que puede sugerir la explicación de sus pinturas primarias y temas recurrentes en su obra. Los padres de René Magritte peregrinaron de una ciudad a otra para instalarse en Chatelet, Francia, y de ahí establecerse en Bruselas, Bélgica. Leopold, el padre de René, era sastre y comerciaba con tejidos, mientras que Adeline, su madre, era modista, por lo que pertenecían a una pequeña burguesía que permitía darles a sus hijos un buen nivel de vida. Sin embargo, una tragedia se cernió sobre la familia. Adeline comenzó a desarrollar graves depresiones que la llevaron a atentar contra su vida varias veces. Leopold la encerró en su habitación para impedir que se lastimara, pero ella escapó y duró varios días perdida, hasta que fue encontrada ahogada en el Sambre, cerca de Chatelet, a sus 41 años de edad. Tras buscarla, René y sus hermanos encontraron su cadáver semidesnudo cubierto con un camisón mojado y con una camisa sobre su rostro. Si reamente esto sucedió, dejó al adolescente profundamente impresionado. Magritte siempre eludió el tema, como cuando fue interrogado por el poeta Louis Scutenaire.
Existen críticos que han querido ver en este suceso el germen de obras tan importantes como Los amantes (1928), donde una pareja intenta darse un beso, pero sus rostros están cubiertos por velos blancos que impiden el contacto entre sus labios, o el Homenaje a Mack Sennett (1934), que muestra en el interior de un ropero la bata de una mujer, de la cual sobresalen senos. ¿Será que las vestimentas guardan la esencia de los seres amados?, o ¿el recuerdo de la madre muerta de Magritte se hace presente en la realidad? Esto se sigue discutiendo, pues, como ya se comentó, el pintor nunca habló del tema y tampoco buscó explicar su obra por medio del psicoanálisis, como lo harían otros surrealistas como Arp, Miró o Dalí.
Las primeras obras de Magritte se desarrollaron dentro del impresionismo para luego irse influenciando por el cubismo, el orfismo y el futurismo. Hacia 1922, contempló una reproducción de La canción del amor (1914), del pintor metafísico italiano Giorgio de Chirico, que le causó una profunda impresión. Los objetos representados —un busto de Apolo y un guante de cirujano colocados frente a un muro, un tren en la lejanía y una esfera verde en el piso, relacionados de manera aparentemente aleatoria— se presentan con una carga simbólica que nos inquieta desde un mundo onírico y melancólico.
A partir de esta revelación, Magritte dejaría atrás su estilo anterior para sumergirse en un arte donde los objetos se transmutan y lo que se oculta pareciera más importante que lo que se ve. Escenas de la vida cotidiana se transforman a través de las relaciones antagónicas entre los elementos de la composición, donde lo fantástico se hace presente y los contrarios se tocan, los objetos parecen cobrar vida y lo absurdo habla con una lógica donde los significados se nos escapan, pero a la vez susurran verdades intuidas desde lo profundo de nuestra psique.
POESÍA VISUAL
En El sabor de las lágrimas (1946), una planta en forma de ave está siendo devorada por un insecto, atada a la tierra sin posibilidad de escapar. Por su parte, en Prohibida la reproducción (1937), un espejo revela la espalda de un hombre. El lienzo refleja con tanta exactitud el paisaje que se ve a través de la puerta, que nos hace cuestionarnos: ¿El arte imita a la naturaleza o la naturaleza al arte?
Para el artista, la pintura debe ser poesía que, a través de lo misterioso, lo secreto, lo que evoca y no revela, permita que el espectador resuelva el significado de la obra con su imaginación y sus recuerdos. Temas recurrentes de Magritte, como hombres con traje y bombín, cuyo rostro se oculta al estar de espaldas o, en el caso del autorretrato Hijo del hombre (1964), tras una manzana, nos pueden remitir al pecado, a la salvación, a Cristo o simplemente a la nada. Mujeres desnudas con la luna en la cabeza o cuyo rostro está cubierto por flores; aves o barcos que se confunden con la naturaleza, con el cielo o el mar; ojos que, como espejos, pretenden ver más allá del espacio, son parte de la poesía de la obra del pintor.
Magritte es más que un surrealista, grupo al que estuvo ligado y del cual luego se separó para seguir su propio camino. El artista nos muestra otra manera de ver los paisajes, los hombres y mujeres. Su obra misteriosa y poética tiene una capacidad poderosa de evocación; nos la apropiamos ante la mirada atónita de este mundo, más allá de los sueños donde todo se transmuta y el absurdo parece más certero que la realidad.