Imagen: Ramón Sotomayor
Nailea Norvind (Ciudad de México, 1970) aparece en el escenario del Teatro Isauro Martínez (TIM), el cual ha sido decorado con lirios, rosas blancas y una pequeña sala. Lleva en sus manos un ejemplar de A Lupita le gustaba planchar, novela de la escritora Laura Esquivel. Es lunes por la noche. La actriz se acomoda en uno de los sillones. Desde allí contempla los relieves y frescos del pintor español Salvador Tarazona. Emocionada levanta los brazos, agradece la invitación. Su primer impulso consiste en hablar sobre la belleza.
—¡Gracias por esto, por esta belleza! ¡Cómo es importante embellecer nuestras vidas en todo momento!
Nailea participa en Leo… luego existo, programa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), consistente en ciclos de lectura en voz alta, donde artistas escénicos dan vida a un texto relevante de la literatura nacional. Antes de abrir el libro, la nominada en 2012 al Premio Ariel decide confesar: para ella no hay nada más valioso que un teatro, nada es más sagrado que pisar un escenario.
Leer es otra de sus pasiones. Platica que su madre, la artista Eva Norvind, le inculcó la aventura de sumergirse en historias impresas. Recalca que los padres tienen esa valiosa oportunidad de estimular a los hijos para navegar entre páginas y palabras. Si el escritor francés Pascal Quignard apuntó que la literatura es ese camino de voz en las murallas de Babel, Nailea no puede imaginarse una casa sin un librero, sin un muro lleno de libros.
Se coloca sus lentes, abre el ejemplar, toma aire, inicia la lectura: “A Lupita le gustaba planchar. Podía pasar largas horas dedicada a esa actividad sin dar muestras de agotamiento. Planchar le daba paz. Consideraba esa actividad como su mejor terapia y recurría a ella diariamente, incluso después de un día de trabajo”.
La novela de Laura Esquivel, publicada en 2014, es protagonizada por Lupita, una antiheroína fuera de serie, una policía poco agraciada con problemas de alcoholismo. Lupita sobrevive en un mundo plagado de violencia e injusticias, de corrupción e impunidad. Y en esa ignorancia que genera la búsqueda del amor, llega al lugar equivocado. De repente se ha convertido en testigo de un asesinato y entonces su vida da un giro radical; corre peligro, necesita desentrañar el crimen.
Tras 45 minutos, Nailea termina de leer. Sabe que los asistentes han construido sus propias imágenes de la novela. Así funciona: el ritmo de su lectura y la cotidianidad de las cosas erigen ese mundo que brota de la imaginación; el mismo que atrapó a don Quijote en las novelas de caballerías. Por eso la actriz quiere escuchar a su público, romper esa cuarta pared del teatro como lo propuso Bertolt Brecht, mientras expresa su admiración por Jorge Ibargüengoitia.
—¿Y qué pasa cuando terminas ese libro? Dices: “¡Ay, no!, ya se acabó! ¡No quiero llegar a la última página! ¿Cómo le hago para seguir?”. Generalmente, buscamos algo más que haya escrito ese autor: “¡Ah! ¡Otro de Ibargüengoitia! Me lo voy a echar”.
Cuando en 2015 asistió al programa Taller de Actores Profesionales (TAP) de Canal Once, el conductor Óscar Uriel le preguntó: “¿Qué es el arte?”. La actriz respondió: “Una razón para vivir”. En el Teatro Isauro Martínez añade: “En ocasiones, el arte es quien salva el alma”.
La actriz estudió una licenciatura en Historia del Arte en el Instituto de Cultura Superior. Para graduarse realizó una tesis sobre Charles Baudelaire; le interesó su irreverencia y el hecho de que despreciara lo natural. En su célebre ensayo sobre el poeta francés publicado en 1949, Jean-Paul Sartre escribe que Baudelaire no podía soportar la desnudez de la naturaleza, necesitaba sustituirla por el cosmos de su imaginación.
Luego de tomarse fotografías con sus seguidores, Nailea entra al camerino. Allí habla de Baudelaire, de Auguste Rodin, de San Agustín, de Peter Brook, de Stephen Fry, de Declan Donnellan. Afirma que la belleza es armonía, que entender el significado de las palabras ayuda a comunicarnos mejor. Y es lo que ella hace: comunicar su ser a la grabadora antes de que las luces del teatro se apaguen, antes de que el telón cierre otro ciclo.
Sé que hiciste tu tesis sobre Baudelaire, ¿qué te interesó tanto de este poeta?
Me gusta la irreverencia que tiene. Como fue poeta maldito, él hablaba de que no le gusta lo natural. Ahí somos un poco opuestos, por eso me dio curiosidad. Yo decía: “¿Por qué alguien dice que no le gusta lo natural?”, ¡porque a mí no me gusta lo artificial! Hoy tenía esa conversación con amigas, antes de verte, y pasa que Baudelaire dice que lo natural es salvaje, es caos, y a él le daba paz el orden, poner ciertos límites a la creación misma, que uno le puede dar como hombre, como individuo, a lo que la naturaleza nos ofrece. Y eso también lo alcanzo a entender. Es como de las pocas ocasiones que alguien que quiere intervenir no me produce el rechazo por dicha intervención. Me hace pensar en Japón, cuando le ponen palos a los árboles y los quieren delimitar. Pero también me lleva al pensamiento de Peter Brook, que cuando monta teatro le da libertad a los actores. Es como si empezara por esa parte de todo lo que se te ocurriría: “No te limites, vete a todo”. Y él, como director, va a decir: “¡Ah! Esto lo vamos a quitar”, y como capas de cebolla va depurando. Primero incluso les ponen en el montaje, en el escenario, todos los elementos que se supone van a existir: la mesa, la silla, el florero, los objetos. Y sin embargo, luego dices: “¿Ya los viste? Sabes que están ahí, ahora quítalos”. ¡Me encanta ver eso! Y también decía Peter Brook que todo actor, por más tiempo que llevemos, necesitamos que nos corten la hiedra. Ninguno de nosotros lo sabemos todo, todo lo debemos ir puliendo, limpiando y perfeccionando. Ahí es cuando lo relaciono con ese pensamiento de Baudelaire, que lo vuelve un verdadero poeta. Ahí está nuestro hacer y no nada más que todo salga así, como escupido al mundo. No sé si les genere esa imagen, pero eso es lo que yo entendí a partir de lo que decía Baudelaire.
Aparte me apasionó específicamente un poema suyo que se llama “La belleza”, que está en Las flores del mal, “La beauté”. Yo estaba en la universidad y debía hacer un ejercicio donde tenía que unir dos diferentes artes que me transmitieran algo en común. Era curioso que cuando leí este poema me hizo pensar en una escultura de Rodin, me hacía pensar en esa belleza de una escultura que había visto físicamente en París, en el museo de Rodin. Decidí hacer el trabajo alrededor de estos dos. Esa escultura de Rodin se llamaba Je suis belle. Resulta que no fui la primera que lo había pensado, resulta que Rodin hizo un homenaje a Baudelaire, a ese poema, ¡hizo su escultura inspirada en ese poema de Baudelaire! Está escrito en la piedra de la escultura, pero yo no tenía esa información. Entonces, es curioso cómo las artes están en el subconsciente, se fusionan y nos expresamos desde diferentes lugares. Hay gente que expresa su alma y su espíritu desde la música, otros desde el teatro, otros desde la danza y la pintura. A mí eso me maravilló, dentro de muchas otras cosas. Me diste en mi mero placer de hablar de lo que más me gusta, gracias.
Al principio de la lectura también abordaste la belleza, ¿qué significa esta cualidad para ti?
La belleza para mí es armonía, es el equilibrio. La belleza no consiste nada más en algo que nos causa placer, porque creo que hay belleza dentro del arte del horror y dentro de otras cosas. Bueno, tampoco lo puedo definir yo. Es una mezcla de armonía, porque si pensamos en los griegos, esa estética griega de las construcciones y de las esculturas que nos han dejado, el teatro mismo consiste en un equilibrio a final de cuentas. Como la proporción áurea de Fibonacci, en donde, cuando eso se da, hay un misterio de por qué se da. Además, no es tan obvio, no es tan evidente, por eso hay cosas que no son bellas, no son arte y no son bellas, pero son demasiado bonitas. Son como un sticker, como una postal. No, yo creo que la belleza se da desde un equilibrio inexplicable. Y Fibonacci medio nos lo comunica.
Una de las intenciones de Baudelaire en Las flores del mal fue abordar los pecados capitales. En la novela de Laura Esquivel que leíste también habitan estos temas.
Creo que es como si el ser humano corriera el riesgo de todos, de poder estar cercano a los pecados capitales, que nos vamos perdiendo según nuestras circunstancias y según nuestras decisiones. Creo que las circunstancias en las que vamos naciendo y viviendo nos ponen en determinada situación, y a veces tenemos la fortuna de poder detener algo, observarlo y actuar desde un razonamiento… o más que la razón, también desde nuestra intuición, desde el corazón permitirte saber qué está bien, qué es más correcto. Tampoco me gusta ser tan maniquea y decir que el bien y el mal… pero hay veces que el mundo ya es tan violento y tan peligroso que es imposible detenerte a, desde la conciencia, saber qué hacer y nada más. Hay que sobrevivir, y cuando hay que sobrevivir… ¡híjole! Ya no sabemos cuándo vas a encontrarte perdido en uno de esos pecados capitales. Por eso se dice que la ignorancia es la que nos mete en esas circunstancias, porque no tuvimos tiempo de detenernos y con conciencia hacer la modificación.
Has mencionado que te gusta interpretar a villanos porque son personajes muy complejos, pero ¿qué me dices de los antihéroes?, ¿qué hay de Lupita como antiheroína?
La amo, porque es una mujer auténtica, porque es valiente, porque se está atreviendo y porque es víctima y no se victimiza, porque es luchadora. Por eso a mí, como actriz, siempre me atraerá hacer una antiheroína, porque tiene muchas capas, porque es más interesante. ¡Qué hueva me da la gente que quiere vivir dentro de lo políticamente correcto! Hace poco vi una entrevista con Stephen Fry, este actor que hizo a Oscar Wilde y aboga por las minorías. Decía que le damos importancia a tener la razón en lugar de buscar lo que es efectivo. Qué es efectivo para ayudarnos es mucho más importante que tener la razón. Bueno, okay, tal vez sí pasó así, tal vez alguien sí asesinó, tal vez alguien fue un criminal, pero ¿no seríamos más eficientes, por ejemplo, abordando a un criminal conociéndolo y dándole de lo que careció en su momento, para ver si lo ayudamos como sociedad? ¿Por qué nada más querer ser castigadores y más violentos? ¿Quién va a querer abrirse ante alguien que está tan en lo políticamente correcto, porque sabes que nada más te está juzgando? Contrario a cuando estamos frente a alguien que la ha pasado mal también y que te va a entender. Un buen terapeuta, un buen psicólogo, normalmente tiene que haber pasado por cosas para poder entenderte, ayudar y abrir su corazón a ti. Los demás son fríos. Por eso siempre prefiero a San Agustín, porque San Agustín se atrevió a vivir y luego ya decide tomar los votos y todo, pero primero hay que atreverse a vivir.
Cuando uno lee, ¿se convierte en actor o se mantiene como espectador?
Yo creo que te vuelves actor. Yo creo que todos nos volvemos actores de una u otra forma. Declan Donnellan, este director que tanto admiro, justo hablaba sobre que todos somos actores en nuestras vidas, de cómo nos personificamos para estar ante el otro y ser vistos como nosotros queremos que nos vean. Pero ahí hay una diferencia entre ese tipo de actor y cuando a la persona le das un guion y te tienes que parar en el escenario, y tienes que controlarlo y todo; ahí está realmente el oficio de que todo se lleve a cabo, ahí también se le ven los hilos al actor y lo que no le está saliendo. Pero todos actuamos en la vida. Y sí, cuando leemos, cuando la novela es lo suficientemente valiosa, te abstrae de todo lo que está en esta realidad y nos metemos a la realidad de la lectura.
Sobre tu participación en Leo… luego existo, ¿qué técnicas de actuación empleas en tu voz al momento de la lectura?
¡Ay! Interesante pregunta, porque por ejemplo, cuando vamos a ensayar teatro, hay algunos directores que piden —yo soy de esa corriente— que no trates de darle todo el énfasis a la primera lectura, como que nada más suéltalo, déjalo ser, sé neutro, porque si no ya estás empezando a empujar emociones y cosas que ni siquiera las tienes bien entendidas. A veces se puede dar, sales, lo sientes, pero es parte de ese empujar, en lugar de no precipitarte tanto. Yo sí estoy a favor de la neutralidad en un inicio, y ya durante el trabajo de ponerte de acuerdo y porque empiezas a recibir el estímulo del otro, se da. Depende también de qué se va a leer.
Hay gente que lee poesía y le dan ese entonadito, como que lo cantan. A mí eso no me parece tan adecuado, porque pienso que entra en un ritmo tan hipnótico que te aleja, en lugar de que centre tu atención. Siento que te duerme, como que ya todo te suena igual. Entonces, aunque ya no sea poesía o pensando en cómo leí el día de hoy —tampoco quiero leer como si le estuviera leyendo a un niño—, lo importante es que cuando esté leyendo las palabras yo pueda transmitir mi magia, eso es lo importante; que en la unión y la frase de lo que voy leyendo, el escucha tenga tiempo de armar su imagen. Tampoco se trata de cuando vas demasiado veloz, porque estás construyendo, el que lo escucha lo está construyendo. Entonces, podemos ayudar a que genere la imagen por el tempo que elijo o por la cotidianidad de las cosas, porque hay cosas que no se tienen que pensar tanto.
¿Consideras que el acto de leer es similar a lo que Grotowski propone en su teatro pobre?
Yo opinaría lo contrario. Opino que cuando leemos se abre todo un universo. Y también dependiendo de a quién estás leyendo, entre más detalles nos dan como que más vas coloreando, rellenando todo, una pintura, y se puede volver bastante complejo.
¿Por qué es importante para ti difundir la lectura en varios puntos del país?
Me preocupa porque se oye, porque nada es más rico que vivir enriquecidos. Mientras más leemos se nota en cómo hablamos y cómo entendemos el verdadero significado de las palabras y las aplicamos mejor, y nos ayuda a comunicarnos mejor. Creo que leer nos ayuda a una mejor comunicación y por eso no nos estamos comunicando lo suficientemente bien. Por más avances científicos y tecnológicos, a veces se siente que estamos en retroceso y en mayor soledad, porque no logramos comunicarnos. Además de todo, súmale que ya no sales de tu casa, todo lo estás viendo en una pantalla y crees que tus amigos están ahí, en los números que te salen, en lugar del contacto físico. Entonces, yo creo que contacto físico y lectura nos van ayudar a ser una mejor sociedad.