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Nobleza obliga

La libertad siempre exige toma de conciencia y valentía; invariablemente demanda abrir los ojos y animarse a encarar la realidad tal como es.

Nobleza obliga

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

En el pasado, la palabra nobleza se asociaba con la clase social más alta; hoy en cambio se vincula ante todo con la calidad humana. Tiempo atrás, la nobleza aludía sólo a posiciones de poder y riqueza; ahora se relaciona con la gratitud, la generosidad y la grandeza de alma. 

El mundo contemporáneo alienta comportamientos egoístas, acciones depredadoras y despiadadas. En cambio, las conductas marcadas por la nobleza son escasas. Signos de estos tiempos son la competencia exacerbada, el imponerse a los demás a toda costa y el no considerar seriamente impactos en la naturaleza y en la sociedad. 

Lo mismo regímenes de derecha que de izquierda, en aras de estructurales propósitos y de coyunturales intereses, son depredadores del medio ambiente y explotadores de grupos humanos. Entre muchos otros, autores como Hobbes —“el hombre es un lobo para el hombre”—, Trasímaco —“la ley es del más fuerte”— y Maquiavelo —“el fin justifica los medios”— brindan justificaciones que les vienen como anillo al dedo. Para la derecha los justificantes predilectos son Dios, patria y tradiciones. Para la izquierda los suyos son progreso, utopía y proyectos de emancipación. 

Nadie en su sano juicio puede negar el influjo de las circunstancias sociales. Tienen un enorme poder. No obstante, los seres humanos pueden trascender esas circunstancias y superar sus condicionamientos. Claro que cuesta mucho hacer frente a las negativas presiones de la sociedad y rara vez se logra todo el bien que se pretende, pero siempre se puede hacer algo. La historia es clara. Los avatares adversos condenan a la perplejidad, pero nunca a la impotencia. Aunque sea reducido, el margen de maniobra sí existe. El libre albedrío pone en acción decisiones y actitudes para mejorar las realidades que se viven. 

A veces no queda de otra que nadar contra la corriente. Es difícil, incluso peligroso, pero se puede y debe hacer. A guisa de ejemplo: una joven, hija de una sexoservidora, crece en una zona de prostíbulos y la mayor parte de las personas que trata día tras día están vinculadas al trabajo sexual. No tiene más apoyo real que su madre. La presión para atar su existencia a la prostitución es ingente. Sin embargo, ella ha decidido asumir otro modo de vida. Enfrenta tremendos obstáculos y sufre contratiempos, pero finalmente logra su cometido. Es que a un ambiente poderoso puede vencerlo una voluntad poderosa. Una persona sólo es persona cuando ejerce así su libertad. 

¿En qué consiste la libertad? En determinar la propia vida en función de valores. La libertad siempre exige toma de conciencia y valentía; invariablemente demanda abrir los ojos y animarse a encarar la realidad tal como es. Erich Fromm asegura que nadie puede dejar de enfrentar esta disyuntiva radical: escoger la seguridad —siempre endeble y engañosa— o elegir la libertad —con todos sus riesgos verdaderos—. Fromm enfatiza que la vida auténtica sólo se alcanza cuando se opta por la libertad, esa que está signada por el compromiso con la justicia, no con la venganza. 

Ampliar la visión lleva a aumentar las posibilidades vitales. No constituye ninguna casualidad que las palabras optimismo y óptico tengan el mismo lexema. Una visión enriquecida lleva a valorar y disfrutar más la existencia. Por ello, en su contemplación para alcanzar amor, Ignacio de Loyola invita a darse cuenta de tanto bien recibido. Allí radica la clave de la transformación. Aquel recio vasco, fundador de los jesuitas, sabía los efectos positivos de ese darse cuenta. Le llamó conocimiento interno porque alcanzaba y renovaba las profundidades del ser. Es significativo que otras nobles tradiciones también animan a realizar un honesto inventario personal, que es un insuperable principio y fundamento para el desarrollo humano integral. 

El círculo virtuoso de la nobleza opera así: tras la toma de conciencia, la gratitud se manifiesta como dínamo para optimizar la vida y para ampliar los horizontes. Esa gratitud pone en estado de gracia. Ese estado de gracia motiva a ser generosos desde el corazón. Irradiar el bien es causa y efecto de la magnanimidad, es decir, de la grandeza de alma. Y vuelta a empezar. Nunca se trata de una mera repetición. Es una siempre fresca, estimulante y renovadora espiral ascendente. Todo se vive y se revive con mayor intensidad y conciencia. Así nace dar lo mejor de sí. Nada más y nada menos. La nobleza liga y obliga.

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