Universidad de Oxford. Imagen: iStock/ Wojtek Skora
Ya en la Antigua Grecia, en el siglo IV antes de nuestra era, existían escuelas donde se estudiaban las ciencias. Las más famosas fueron la Academia y el Peripatos, fundadas en Atenas por Platón y Aristóteles, donde se enseñaban, además de filosofía, disciplinas como matemáticas, meteorología, botánica y zoología. También en el México prehispánico existían escuelas donde, al igual que en la Europa medieval, los maestros eran casi exclusivamente sacerdotes. Y no olvidemos el mundo árabe con centros de enseñanza como Al-Karaouine en la ciudad de Fez (hoy Marruecos), la más antigua institución educativa del mundo todavía en función, fundada en el año 859. Sin embargo, las universidades sensu stricto surgieron unos doscientos años después en Italia, Francia e Inglaterra, entre los siglos XI y XIII.
La caída del Imperio Romano en el siglo III y la invasión de los pueblos germanos desde el norte colapsaron por completo el sistema sociocultural, incluyendo el educativo, en gran parte de Europa, con un aumento del analfabetismo en prácticamente todas las clases sociales. La única institución romana que sobrevivió más o menos intacta este declive fue la Iglesia Católica, que se convertiría en guardiana de las ciencias.
Se considera como precursoras de las universidades a las escuelas catedralicias, las cuales, como su nombre lo indica, estaban asociadas a las catedrales góticas de las ciudades grandes. Su tarea principal era la formación de los clérigos en teología, derecho canónico y filosofía, pero muy pronto la Iglesia también aumentó la oferta para los laicos interesados en artes liberales.
En estos ambientes se desarrolló lo que posteriormente se llamaría método escolástico, un estandarizado y sofisticado proceso que consiste en un debate intelectual donde se intercambian rigurosamente los pros y los contras en torno a un dado problema (questio), acercándose a la solución y fomentando así un pensamiento crítico. Precisamente este pensamiento crítico es (o debería ser) el fundamento de las universidades en nuestros tiempos.
LAS PRIMERAS UNIVERSIDADES
La transición de las escuelas catedralicias a las primeras universidades es históricamente difícil de rastrear. La Universidad de Bolonia, Italia, fundada en 1088, es considerada la más antigua del mundo. Sin embargo, algunos historiadores aseguran que la primera fue la Universidad de Sorbona en París, Francia, originalmente unida a la catedral de Notre Dame y fundada por el capellán Robert de Sorbon en el año 1150, porque fue precisamente a partir de esta que se desarrolló el modelo para todas las universidades posteriores: facultades que abarcan varios campos del conocimiento, donde los estudiantes obtienen grados académicos correspondientes a su aprendizaje. En ellas permea la libertad de cátedra, que asegura a los docentes una libre elección de sus enfoques de investigación y métodos de enseñanza. Sin embargo, esta libertad fue y es limitada por aspectos político-económicos.
Sin el patrocinio, privilegios y apoyo financierologístico de la Iglesia, las primeras universidades difícilmente habrían podido sobrevivir. Casi todos los docentes fueron clérigos, entre ellos superestrellas intelectuales como el obispo San Alberto Magno (hoy patrón de las ciencias naturales) o Santo Tomás, el doctor angélico de filosofía y teología.
LIBRE PENSAMIENTO
Bolonia y Sorbona eran corporativos (societas) de docentes y estudiantes, donde ambos grupos decidían las cuestiones académico-administrativas y donde estos últimos podían ser rectores y elegir a sus maestros, algo inimaginable hoy en día.
En París los pupilos fueron divididos en cuatro grupos llamados nationes. No era raro que un maestro interrumpiera la clase de un colega y, después de convencer a los estudiantes de que él era mejor catedrático, simplemente se los llevaba consigo, dejando así al otro sin ingresos. Tal ambiente de libre pensamiento y las apasionadas disputas entre miembros de varias naciones no fueron siempre armónicos y causaron en muchas ocasiones pleitos y conflictos.
Al principio, la población de las ciudades no acogió con alegría la fundación de las universidades. El comportamiento a menudo moralmente “inadecuado” de los alumnos los disgustaba, de modo que se produjeron altercados.
Sin embargo, a pesar de tales dificultades iniciales, rápidamente se corrió la voz sobre el éxito y la fama de las universidades de París y Bolonia en toda Europa, desencadenando otras fundaciones: Oxford (Inglaterra) en 1190, Vicenza (Italia) en 1204, Nápoles (Italia) en 1224, Salamanca (España) en 1227, Praga (República Checa) y Cracovia (Polonia) en 1364, y Colonia (Alemania) en 1388.
Las primeras universidades conducían al alumno no solamente al saber, sino también, y sobre todo, a la sabiduría (sophia). Todos los estudiantes, antes de especializarse en la disciplina deseada, tenían que pasar por las siete artes liberales: el trivium (gramática, dialéctica y retórica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), con una duración de por lo menos cinco años. Concluido el trivium exitosamente, se obtenía el título de Baccalaureus (bachelor, bachiller), y tras lograr el quadrivium, el título de Magister artium (master). Esto les permitía ingresar a los estudios superiores de teología, filosofía, derecho o medicina, que duraban por lo menos ocho años. La Licentia docendi no se entregaba antes de los 35 años de edad.
REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
Las ciencias naturales, como física, química, biología, etcétera, tuvieron un gran desarrollo en las primeras universidades, donde sobresalió por mucho la de Oxford. Aquí destacan sobre todo dos obispos-científicos: Robert Grosseteste y Roger Bacon. Con frases como “todas las cosas deben ser verificadas por la experiencia” o “entender la naturaleza sin matemáticas es imposible”, Grosseteste, quien estudió las propiedades de la luz, es considerado un precursor de la ciencia moderna. Sus trabajos de óptica culminaron en el posterior invento del telescopio y sus ideas sobre el origen del Universo se acercan asombrosamente a la actual teoría del Big Bang.
Pero el primer científico moderno, inventor del método científico, es Roger Bacon, alumno del anterior en la misma institución. La frase “quien no sepa matemáticas no puede conocer ninguna ciencia y, más aún, no puede descubrir su propia ignorancia ni encontrar el remedio apropiado para ella”, viene de este franciscano que vivió en el pleno siglo XIII. Bacon, también Magíster en la universidad de París, estableció la necesidad de los experimentos en el trabajo científico, por encima de la pura especulación racional.
INTERNACIONALIZACIÓN
Con su estructura sofisticada de escuelas catedralicias, la Iglesia fue la única institución capaz de organizar un intercambio intelectual internacional, más allá de las fronteras de los estados particulares. Mientras que en la antigüedad el lenguaje de la ciencia fue el griego, la Edad Media temprana cedió lugar al latín. Este idioma fue precisamente el que conectó a Europa durante casi todo el medioevo, algo que facilitó (como hoy lo hace el inglés) la generación e intercambio de conocimiento.
Junto con el método escolástico, con sus debates y experimentos, se generó dentro de las universidades una verdadera explosión de avances científico-tecnológicos. Sin embargo, este proceso —como lo confirman casos como el famoso proceso de Galileo Galilei en Italia— no fue siempre armónico. Pero, al contrario del mundo árabe, donde nunca hubo una verdadera institucionalización de la ciencia, Occidente se colocó a la vanguardia en la ciencia en pocos siglos. Desde entonces y hasta hoy la universidad es un modelo exitoso que se exportó a todo el mundo.