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Entrevista

Óscar Bonilla, un relato de juventud

Óscar quería hablar de la violencia en la forma periférica en que él mismo la vivió; la veía como su realidad. Tituló a su texto "Los veranos con Emilia" y este le otorgó el Premio Bellas Artes de Literatura Juan Rulfo para Primera Novela 2020.

Foto: Vayron Infante

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SAÚL RODRÍGUEZ

Ha ascendido por las escaleras de un viejo edificio que alguna vez fue presidencia municipal de Torreón y ha entrado a la librería llamada El Astillero, como aquella novela de Juan Carlos Onetti. De pronto, el joven escritor lagunero Óscar Bonilla (Gómez Palacio, 1996), quien carga una pequeña libreta y un volumen de cuentos de Kafka, se ve rodeado por otras obras literarias. Es la agonía del penúltimo día de enero, con esa luz melancólica y debilitada que atraviesa el cristal de los ventanales. El momento recuerda a su etapa en la escuela secundaria, cuando escapaba de clases para refugiarse en la biblioteca.

Las bibliotecarias nunca lo delataban. Bonilla hojeaba los cuentos de Bestiario (1951), de Julio Cortázar, y los de otros autores latinoamericanos. Incluso se escabullía para ir a comer o sólo pasaba el rato entre los estantes. Por eso dice que rodearse de libros le genera tranquilidad, le hace sentirse en un lugar seguro.

Eran tiempos violentos en La Laguna. Mientras el entorno se sumergía en el caos, el profesor Mario Rodríguez fotocopiaba libros de autores como Mario Benedetti o Enrique Serna, los engargolaba y entregaba a sus alumnos. Por eso Bonilla lo siguió hasta la preparatoria, fue su inspiración, su primer contacto serio con la literatura.

Entonces el joven escribió cuentos de forma esporádica hasta entrar a la universidad. Luego su visión de escritor dio otro giro al ingresar al Centro de Estudios Literarios. Ante sus ojos aparecieron autores como el francés Michel Houllebecq, en cuya novela Sumisión (2016) leyó que sólo la literatura puede generar esa sensación de contacto con otra mente humana, que sólo ella puede “entrar en contacto con el espíritu de un muerto”.

Influenciado también por la melancolía que empapa a los relatos de la estadounidense Carson McCullers, el joven comenzó a teclear los renglones de su primera novela. Óscar quería hablar de la violencia en la forma periférica en que él mismo la vivió; la veía como su realidad, no le suponía algo dramático y deseaba que sus personajes lo experimentaran así. Así dio punto final, guardó el documento, tituló a su texto Los veranos con Emilia y este le otorgó el Premio Bellas Artes de Literatura Juan Rulfo para Primera Novela 2020.

Publicada por la editorial independiente An.Alfa.Beta en 2023, la novela de Óscar Bonilla es narrada en primera persona por un adolescente de quince años. En ese descubrimiento que supone la juventud, conoce a Emilia, con quien comienza una enredada relación hasta que ella desaparece. El recuerdo de Emilia es una resonancia constante para el narrador, porque una persona también es todo aquello que ha perdido.

¿En qué punto de la memoria se transforma en un sueño?, se cuestiona el protagonista. ¿Qué habrá sido de Emilia?, puede preguntarse el lector. ¿Quizá se fundió en el horizonte de esos veranos luminosos de los que hablaba Carson McCullers? Óscar Bonilla entrega una escritura breve y personajes cínicos, rotos, entusiasmados por su entorno. En esa juventud inconsciente de las propias limitaciones, hay una necesidad de desconexión, porque la realidad tiene un vacío que busca ser llenado.

Foto: Vayron Infante
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En el inicio de “La balada del café triste”, Carson McCullers arroja una imagen que describe a los veranos del cuento como “blancos de luz y de un calor rabioso”. ¿Hay alguna similitud entre estos y Los veranos con Emilia?

Se parecen bastante. Carson McCullers es una de mis autoras favoritas. Aparte de su sensibilidad como persona, siempre he sentido que hay una relación entre el sur de Estados Unidos, ese sur profundo, y el norte de México. Siento que las regiones se parecen en el clima, pero también en la forma de ser de la gente. Hay bastante parecido. Además, cuando yo era adolescente leía a McCullers. Quizá se mezclaron mis lecturas con mis impresiones de la vida y eso se vio en lo que estaba escribiendo.

Al igual que los cuentos de McCullers, el protagonista de tu novela inicia sumergido en cierta melancolía.

Sí, eso es verdad. McCullers era una persona muy melancólica. Por ejemplo, con toda la tristeza y con todo el aislamiento de McCullers, sus ambientes son soleados, muy cálidos. No son lo que estamos acostumbrados a asociar con la melancolía y la tristeza, que son climas más del norte de Inglaterra o de Estados Unidos, lluviosos. Ella retrata sus ambientes con sus sentimientos y creo que por eso conecté tanto con ella. Sí hay mucha melancolía y sentimiento de aislamiento en mis personajes y en el ambiente donde nos tocó vivir, que es este.

Emilia es evocada por el protagonista como una especie de fantasma, pero ¿cuáles crees que son los fantasmas que la perseguían a ella?

No sé, creo que, en gran medida, Emilia era un misterio para mí, igual que para el personaje. Es un personaje atractivo, pero lejano al mismo tiempo, inalcanzable. Y al igual que el protagonista, yo tampoco alcancé a comprenderla por completo. No lograba asirla del todo. Y al final es lo que pasa con el personaje, que se escapa, se va.

Cuando se escriben personajes como Emilia que, como tú dices, no alcanzas a comprender, ¿un escritor habla de una parte de sí mismo que tampoco logra distinguir?

Sí, eso es muy importante. Creo que la literatura es una búsqueda de los demás, una búsqueda del mundo, pero también una búsqueda de nosotros mismos, que puede ser muy iluminadora o puede dejarnos aún más confundidos.

Da la sensación de que Emilia quiere desconectarse del mundo. ¿Tú también experimentas esa necesidad?

Sobre todo cuando era joven. Cuando era adolescente, yo vivía en mi mundo, que era un mundo compuesto por la música. Para mí era muy importante la música. Hasta cierto punto yo me aislé con las bandas que me gustaban, que ni siquiera eran de mi época, de mi contexto. Yo escuchaba mucho rock de los noventa, de los ochenta. Creo que eso me ayudó a sobrevivir un poco a esa época, que fue la de la violencia terrible. Mientras aquí estaban los tiroteos, yo estaba escuchando a Mötley Crüe, a Nirvana, música que estaba un poco alejada de lo que estaba sucediendo.

En la novela haces esa mención de la música: “Comparar gustos musicales es lugar común entre personas que no se conocen”.

Eso también es muy importante. Grandes amigos y amigas que tengo desde esa época conectamos a partir de la música, de las bandas que nos gustaban. Era una forma muy importante para conectar con otra persona.

Hay otra escena donde el protagonista se percata de que Emilia dibuja algo. Él le pregunta qué dibuja y ella le responde que está aburrida. ¿Dibujamos, escribimos, porque estamos aburridos?

No creo que sea solamente porque nos aburre, sino más aun, porque falta algo. La realidad no nos llena, no nos satisface, por eso recurrimos al arte, para añadir algo. No es mero aburrimiento, es algo más profundo. Pero en el caso de Emilia, que es una adolescente que está sometida a un castigo, sí dibuja para evadirse de lo que está sucediendo en ese momento, porque era algo que yo hacía. Es decir, cuando me castigaban —que me castigaban mucho, como a esos personajes—, dibujar era lo que hacía en ese momento.

La adolescencia es descubrimiento constante: sexualidad, emociones, un sinfín de elementos. El hecho de que tus personajes habiten un entorno de extrema violencia, ¿cómo afecta a ese descubrimiento?

Creo que necesariamente lo tiene que condicionar todo, sobre todo e una época de la vida tan rica y tan estimulante como lo es la adolescencia, porque como lo has dicho, es el momento de la vida donde se descubren más cosas, por eso creo que es la época más estimulante —una de las épocas más torpes también—. Pero si a los adultos, que ya estaban hechos, que ya tenían una madurez, una personalidad, esta violencia que entró los trastocó —tuvieron que aprender nuevas formas de entender el mundo—, necesariamente a un adolescente también; pero precisamente porque apenas está descubriendo muchas cosas, es más difícil que un adolescente alcance a percibir qué tan distinta hubiera sido su vida o su personalidad si se hubiera desarrollado ante situaciones más normales. Yo no lo sé. Por ejemplo, no puedo decir de qué manera hubiera sido yo si me hubiera tocado vivir en una época menos violenta, porque es lo único que conocí. Entonces, mi personalidad, para bien o para mal, se formó durante esos años.

¿Se acepta el peligro de esa realidad y se aprende a vivir con él?

Aceptar es una palabra peligrosa, porque no debemos aceptar, aunque parece que la sociedad está yendo para allá, y no solamente los jóvenes, sino todos. ¿Se aprende a vivir? Sí y no. Es decir, no queda otra opción: vives con miedo; no vives o aprendes a vivir con eso, salvo que encuentres una forma de irte. No sé, es difícil hablar de cómo es alguien que no aprende a vivir en las situaciones donde está obligado a hacerlo, tendría que dejar de interactuar con la vida y eso es una opción aún más triste.

El teatro toma un papel importante en la segunda parte de la novela. Emilia también parece ser la dramaturga de su propia existencia, pues comienza a inventar situaciones como el hecho de que fue adoptada. ¿Qué la lleva a querer ficcionarse a sí misma?

Lo que decíamos del arte como una forma de no estar satisfecho con la vida y de querer aumentarla. Creo que hay ciertas personas como Emilia, que de alguna u otra manera —al igual que Sara, el otro personaje femenino— se sienten atraídas por el arte, necesitan modificar la vida. En el caso de Emilia, también se une a su personalidad que es socarrona, burlona, sarcástica. Pero no queda claro, ni a mí me quedó claro, qué tanto escribía ella, qué tanto no creía en las mentiras que estaba diciendo. Intenté no indagar mucho en cuanto al tema de la adopción, de qué tan cierto era eso.

Foto: Vayron Infante
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¿Qué tanto resuena la realidad rota de tus personajes en la realidad rota del entorno?

Creo que son un espejo. De la misma manera en que el entorno social está roto, necesariamente mis personajes también lo están, porque son un producto y extensión del universo literario en el que se están desarrollando. Ahora, en el mundo real sería más difícil decirlo, porque no sé hasta qué punto yo entiendo bien el mundo real objetivamente, y no sólo como lo filtro y lo veo a través de mi literatura. No sé, recuerdo mucho una vez que tomé un curso con Julián Herbert y él decía que hacer novela era malinterpretar la realidad. Y creo que los novelistas, por defecto, malinterpretamos la realidad y nos cuesta verla de forma objetiva.

En su novela Sumisión, Michel Houellebecq dice que sólo la literatura puede proporcionar contacto con otra mente humana. ¿Por qué razón los lectores podrán conectar con los personajes de Los veranos con Emilia?

¡Ah! Esa pregunta me gusta y me parece difícil. Y luego de dónde sacaste esa frase. Houellebecq me encanta, Sumisión me gusta muchísimo. ¿Por qué pueden conectar con los personajes de Los veranos con Emilia? Quiero pensar que porque los personajes están bien construidos, pero al decir eso se siente un poco pretencioso. No sé por qué puedan conectar, pero me gusta pensar que sea de esa manera.

Houellebecq escribe en ese mismo libro que la idea de juventud suele implicar cierto entusiasmo hacia la vida, tal vez cierta rebelión, y que esto se acompaña de una vaga sensación de superioridad respecto a la generación que tiene que reemplazarse.

Estoy de acuerdo con esa frase de Houellebecq. Creo que en parte la juventud es un sentimiento vago de superioridad respecto con las personas que son mayores, principalmente porque cuando eres joven no eres consciente de tus propias limitaciones. Todavía no has tenido la oportunidad de probar tus propios límites por falta de experiencia, entonces crees que todo es más posible para ti que para los demás. Eso hace que sientas entusiasmo, un entusiasmo que puede ser cínico y rebelde, pero que está relacionado con esa sensación de que todo está dentro de tus límites, que todo está dentro de lo que se puede lograr. Ya con la edad, con la experiencia, con los fracasos, vas adquiriendo una concepción más realista de la vida, que por ser más realista es más consciente de los puntos débiles de tu personalidad. En la novela lo ves. En Los veranos con Emilia los personajes principales son bastante cínicos, pero al mismo tiempo están muy entusiasmados por las cosas que suceden, por el arte, por el teatro. Por su propio cinismo se encuentran entusiasmados.

¿Qué te dice esta frase plasmada en tu novela: “La muerte de una persona es una tragedia y la de miles es una estadística”?

Suena muy cínica, cuando se lee suena muy cínica. La muerte de una persona es una tragedia y la de miles (o millones) es una estadística, pero al mismo tiempo es verdad. ¿Por qué? Porque con una persona podemos simpatizar psicológicamente. Si yo conozco la historia de una persona, cómo la tragedia invade esa historia y la destruye, puedo conectar con esa otra persona y sentir la tragedia en toda su expresión. En cambio, cuando me hablan de millones de personas, anónimas, que están muriendo en la guerra o de hambre, me resulta más difícil. No es porque las personas sean crueles en ese sentido, sino porque nuestro cerebro no está acostumbrado a lidiar con las personas como si fueran sólo números. Para ser conscientes de las tragedias que están sucediendo en el mundo, más que nos den un informe de que millones de niños están muriendo en África por X o Y razón, si me cuentas la historia de uno de esos niños y me la cuentas bien, creo que va a ser más potente o efectiva para hacernos entrar en conciencia sobre lo que sucede en esa parte del mundo.

Foto: Vayron Infante
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Al final emulas un muro con fotografías de desaparecidos al escribir en toda una página “desaparecido, desaparecida, desaparecido, desaparecida...”. Es curioso y doloroso que ese concepto englobe tanto en la brevedad del lenguaje, ¿no crees?

La forma en la que escribo, que es muy económica, realmente es porque se me dificultaba extenderme. Hablar y hablar, escribir y escribir, para mí es muy difícil. Siempre tiendo a la brevedad, pero no lo veo como un mérito, simplemente es mi naturaleza. Entonces dije: “Si así escribo y no puedo aventarme una novela enorme, voy a intentar que lo breve sea lo más potente que pueda ser”. La otra vez estaba viendo un documental y apareció Carmen Boullosa. No recuerdo si era una frase de ella o estaba citando a alguien más, pero dijo algo que me encantó, incluso lo anoté en mi libreta: “La buena literatura es saber en dónde las palabras no pueden tocar y dejar que el silencio quede ahí”, que eso es en lo que consiste hacer buena literatura, y me encantó. Más que escribirte un texto enorme sobre los desaparecidos, creí que esa representación iba a ser efectiva porque yo lo vi en la vicefiscalía de Gómez Palacio. Una vez entré y estaba un muro con fotos de personas desaparecidas, y ya se estaban borrando las caras. ¿Cuánto tiempo llevaban ahí? Me impactó mucho esa imagen y la quise reproducir en texto. Yo no podía poner las caras de las personas, pero creo que sólo con las letras se logró reproducir esa sensación que a mí me provocó.

Los veranos con Emilia son en realidad los veranos que el protagonista vive sin ella, ¿qué hacer con las imágenes de quienes se han ido sin despedirse?

Al igual que el personaje, nos toca vivir con nuestras pérdidas. No somos sólo lo que somos, sino también lo que perdimos. Eso siempre lo tengo presente; todas las personas que hemos conocido y ya no están, ya sea por la muerte o porque por una u otra razón desaparecieron de nuestras vidas, son parte de nuestra personalidad. Muchas personas me llegaron a cuestionar por qué Los veranos con Emilia, si es uno solo: porque para el personaje es la ausencia de Emilia lo que lo marca. Después ni siquiera logra construir su vida con otras personas. La ausencia es parte de lo que somos.

Al inicio y final de la novela, el protagonista se pregunta en qué punto la memoria se convierte en un sueño. ¿Has encontrado respuesta para esa cuestión?

Logramos cierta reconciliación con la pérdida cuando la trasladamos a lo simbólico. Hay un psiquiatra inglés llamado Darian Leader, quien precisamente ha escrito sobre el duelo, y habla sobre el proceso de duelo como un proceso de tomar la realidad, la pérdida de la realidad y transferirla al terreno de lo simbólico, ya sea como obra de arte, como sueños o algún tipo de separación de la persona para lograr procesar la pérdida. Esto sin olvidarla, porque siempre va a seguir siendo parte de nosotros.

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