Paisajes sonoros: entornos que hablan
El 18 de julio se celebró el World Listening Day (Día Mundial de la Escucha), fecha destinada a la escucha activa y un llamado a notar la contaminación auditiva presente en las sociedades modernas. Este movimiento se inspiró en The World Soundscape Project, un proyecto dedicado, desde los sesenta, a registrar y preservar los sonidos de la naturaleza; en ese sentido, vale la pena hablar del sonido como parte de nuestra vida cotidiana. Este viene acompañado del silencio y se le puede atribuir un sinnúmero de connotaciones simbólicas y formas de representación. El silencio, por su parte, es una palabra que evoca planteamientos filosóficos: el silencio como respuesta, como ausencia, como espacio, como vacío.
El sonido y sus silencios también remiten a un significado cultural. Es decir, la manera en que percibimos y representamos objetos, música, arte, tradición, normas, ideología, está relacionada con nuestra educación y el momento histórico que habitamos.
Este campo ha sido ampliamente estudiado, pero, en ocasiones, poco comprendido. El carácter intangible del sonido está atravesado por la subjetividad y, en las ciencias sociales, todavía existe una tradición hacia el dato duro, las cifras, una postura positivista que puede descartar de inmediato la percepción de un tema que involucre elementos de carácter simbólico.
Sin embargo, para fortuna de los estudiosos de lo intangible, el sonido también ha podido clasificarse. Investigaciones recientes por la universidad John Hopkins han demostrado que, a través de ilusiones sonoras, las personas pueden percibir y representar el silencio de manera similar a como perciben el sonido. Con una muestra de mil personas, se realizó un ejercicio de reproducir “pitidos”, solicitando a los participantes identificar el inicio y el final de cada uno, es decir, el silencio.
Este estudio, publicado en Psychological and Cognitive Social Sciences (2023), demuestra la capacidad que tiene el cerebro de retener información de lo que escucha, para posteriormente procesarla e interpretarla. Lo interesante radica en que el cerebro, con su increíble capacidad de funcionamiento, unía el pitido con el silencio, dando lugar a una prolongación del sonido de manera mental. Esto permite crear un preámbulo para dos temas esenciales: la memoria y la representación cultural del sonido.
SONIDOS NORTEÑOS
Los estados del norte de México poseen una cultura amplia y rica, visible tanto en la historia de sus comunidades indígenas, sus tradiciones y lengua viva, como en los regionalismos y la conformación de sus ciudades. Son entidades multiculturales que, a través de sus sonidos, guardan una carga histórica de la vida cotidiana de sus regiones, que podemos ubicar tanto en el espacio urbano como en el rural-natural. Aquí, las sociedades modernas conviven con un pasado de momentos cúspide en nuestro país, llenos de acontecimientos conocidos y otros por descubrir. Ese descubrimiento es una oportunidad para darle lugar a la memoria, y con ello, al sonido y su valorización.
La identidad de los estados del norte de México va más allá del culto al narcotráfico. En algunas partes del país y en el extranjero se refieren a esta región como el lugar donde gobierna la nada y, de manera despectiva, como “tierra de bárbaros” —como lo solían llamar los primeros colonizadores—. Sin embargo, esta porción de la nación es mucho más que el sonido de las balas, las explosiones y los narcocorridos. La riqueza de la cultura norteña yace también en las representaciones sonoras de sus sociedades y de sus espacios naturales. La importancia de los sonidos que nos rodean radica en la cantidad ilimitada de información que puede brindar.
Mis primeros acercamientos al estudio del sonido se realizaron en el año 2016, desde una curiosidad genuina por entender qué pasa con la memoria cuando es incentivada mediante el oído. Esa duda surgió durante una visita de campo al ejido El Cántabro en el municipio de Francisco I. Madero, Coahuila, un día frío de noviembre, en el marco del festejo del Aniversario del Reparto Agrario.
Un comisariado ejidal dirigía palabras a los pocos primordiales que aún vivían y a su descendencia: “¡Que viva el Tata Cárdenas! ¡Que viva el ejido!”, clamaba, mientras los demás gritaban y aplaudían. Aparentemente era un discurso aprendido que se había replicado con el paso del tiempo. Un sonido heredado de generación en generación a través de la voz de los campesinos. En ese entonces, habían pasado 80 años de ese momento cumbre en la historia de la Comarca Lagunera y decidí grabarlo.
El sonido es una fuente viva, intangible, pero que al ser capturada se vuelve materia, porque reverbera y se replica a través de dispositivos electromagnéticos o digitales para convertirse en archivos que pueden ser consultados y analizados con fines científicos, históricos, culturales y de estudios biológicos.
MEMORIA SONORA
Existen distintas disciplinas que se encargan de los estudios sonoros y que metodológicamente permiten aproximarse a las investigaciones territoriales. En el caso personal, la teoría de la ecología acústica me ha permitido incursionar en el amplio mundo de lo intangible y relacionarlo con las sociedades.
Para Murray Schafer, ambientalista y musicólogo, los sonidos reflejan de manera amplia la transformación de una sociedad, los elementos de un entorno rural y también revelan una geografía, como la de los espacios naturales. En el caso de las ciudades, la escucha activa tiene la capacidad de remitir a los recuerdos y forma parte de un proceso de memoria colectiva.
Recordemos, entonces, el sonido del tren pasando por el poniente de Torreón, entre las 17:00 y 18:00 horas, cuando su sonido marcaba la hora de salida de las fábricas en las primeras naves industriales de la ciudad. A la llegada del tren a la estación, era momento de recoger las frutas y verduras que tendían los marchantes en las orillas de las vías.
En cualquier rincón de la Comarca, el sonido de una cumbia de Tropicalísimo Apache nos remonta a una cultura rica, tanto rural como industrial, a la mezcla de sonidos latinos que es común encontrar en un mercado, una fonda, una tienda comercial, en la bocina de un triciclo que carga un barril de tepache fresco en una tarde de canícula, en una calle del Viejo Torreón.
Pongamos atención a los sonidos del desierto, aquellos perceptibles desde un paraje en medio de la carretera o en un entorno rural. A lo lejos, se escucha una manada de coyotes aullando, el crujir de los huizaches cuando rozan con el viento, los insectos después de la llovizna, las aves locales y las migratorias.
El sonido de fricción de los zapatos revela una tierra dura, en un lecho seco entrecortado que muestra el paso del agua y su evaporación. Sin embargo, el anochecer y el amanecer albergan los sonidos más extraordinarios de una fauna que se ha adaptado a los cambios drásticos del ecosistema, muchos de los cuales han sido provocados por el ser humano en su deseo voraz e infinito por el llamado “progreso”.
El oído humano nos permite interpretar el momento actual, situarnos en el espacio–tiempo. A través de él podemos explorar qué hay detrás de lo que vemos, sentimos, olemos y tocamos. Su carácter intangible lo vuelve una bruma a la que pareciera no ponérsele mucha atención; invisible, pero no imperceptible. Entonces, ¿qué escuchas cuando escuchas?