RECUERDOS DE LA FACULTAD
Qué grato es trasladarse al pasado, y volver a vivir esos inolvidables pasajes cuando fuimos estudiantes, donde no solo nos forjamos como profesionistas, sino en hombres de bien. Hace cincuenta y un años, tomaba el autobús a las dos de la mañana a la ciudad de Durango para presentar el examen de ingreso a veterinaria, en aquel entonces no había escuela de veterinaria en Torreón. Contaba con diez y siete años de edad y era la primera vez que salía de casa para estudiar, no tenía ni la menor idea como llegar a la escuela y donde viviría. Al llegar a la central camionera, el último pasajero en bajar era un joven de veinte años con un enorme bigote, se acercó y me preguntó amablemente, ¿Vas a estudiar veterinaria? Le contesté dubitativo. Soy Samuel Pinto, pero me dicen Sam, voy a tercer semestre de veterinaria, en lo que te pueda ayudar, si no tienes donde llegar, te puedes quedar con nosotros en el Mac Donald, fue mi guía durante ese día y me presentó como su amigo entre sus amigos. Ese ángel partió muy pronto para estar con Dios, fue mi primer amigo de tantos que me esperaba el destino conocer. ¡¡Se iluminó mi día antes de que amaneciera!!
Nuestra primera clase en la escuela del kilómetro uno carretera a Mazatlán. Agosto del 73, entró al aula una persona joven con un portafolio negro. Soy el Dr. Jesús Frías, voy a ser su maestro de piscicultura, nos preguntó nombres de especies de peces a cada uno de nosotros, todos participábamos con mucho esmero en nuestra primera clase de la carrera, habían pasado diez minutos cuando apresuradamente recogió sus pertenencias abandonando el aula al acercarse el Dr. Carlos Michelena, catedrático de anatomía. Después supimos que el maestro de piscicultura era un alumno de quinto año, y esa asignatura no existía, fue la primera novatada de otras que aún nos esperaban. Era una tradición recibir a los "pelones" cada inicio de semestre en la granja avícola a un costado de la escuela, con una suculenta barbacoa, cerveza de barril, litros de sotol y un alegre conjunto norteño. En los más de setenta compañeros que nos inscribimos para el primer semestre, había uno que hacía la diferencia, poseía una gran barba y de cincuenta y un años de edad, se trataba del Dr. Alfredo López Yáñez, médico cirujano, ingresaba a estudiar debido a que su hijo cursaba el segundo semestre de veterinaria y quería claudicar, pues se le hacía muy difícil la carrera. Trató con todos los medios para persuadirle, y solo el amor de padre y el ejemplo, hizo que ingresara a la carrera a pesar de su edad y de sus múltiples ocupaciones para que su hijo comprendiera que no era difícil estudiar. Nos sentíamos orgullosos de nuestro viejo compañero, y él también disfrutaba la vida de estudiante y nos decía que había regresado su juventud, era muy respetuoso y bromeaba, estudiábamos hasta la madrugada, nos explicaba con paciencia lo que no entendíamos, era nuestro médico familiar, nuestro consejero y amigo. Decía con lágrimas en sus viejos ojos azules, "Como me agradaría que mi hijo fuese como ustedes", su primogénito había renunciado a estudiar, y él jamás permitió que nos diéramos por vencidos. Nuestra onceava generación, 1973-1978, lleva orgullosamente su nombre. Dr. Alfredo López Yáñez. Recuerdo su gran sonrisa de agradecimiento cuando le obsequiamos sorpresivamente su anillo de graduación, posó en el centro de la tradicional fotografía que nos tomaron vestidos de blanco el último día de clases. Lamentablement, falleció en julio de 1979, al año siguiente de recibirnos. Un agradecimiento muy especial a todos los excelentes maestros que tuvimos durante nuestra carrera, que más que una escuela de veterinaria, asistimos a una escuela de formación de amigos. No cabe duda que los amigos viejos son como los buenos libros, son únicos y adquieren mayor valor con el tiempo. Esa unión entre compañeros de los diez semestres marcó un acontecimiento muy importante en nuestras vidas, nos permitió con grandes esfuerzos formar nuestro equipo de futbol americano "TOROS DE VETERINARIA". Jugando los cinco años durante la carrera llevando una vida sana. Logramos ser campeones y poner muy en alto a nuestra escuela y a la Universidad Juárez del Estado de Durango. Aún recuerdo "El grito de guerra de nuestra Escuela", cuando lo escuchaba en las gradas del estadio cuando jugábamos, era como una inyección de energía para el segundo esfuerzo en el campo de batalla contra el equipo rival... ¡¡UTERO VAGINA Y GLANDULA MAMARIA, ARRIBA VETERINARIA!!
Para el cuarto año de la carrera nos sentíamos mejor adaptados y con más seguridad, la mayoría vestíamos con camisa a cuadros y botas, era una forma de identificarnos como estudiantes de veterinaria, había una agradable población de bellas estudiantes en la Universidad, sobre todo en la escuela normal y de trabajo social, donde gozábamos de una inmerecida aceptación. El cortejar una chica, implicaba visitarla, transporte, invitaciones, obsequios, perder la cena en la casa de asistencia. La carencia de efectivo, y el exceso de tareas escolares eran motivos muy importantes para pensar en un noviazgo de estudiante, aunque alguna vez haya existido con una bella candidez, era muy difícil en nuestras condiciones, recuerdo que decían.. "Novia del estudiante, jamás esposa del profesionista".
Han pasado cuarenta y seis años que pusimos fin a la vida estudiantil, precisamente me encuentro admirando aquella mágica fotografía vestidos de blanco en el último día de clases, que se encuentra como testimonio adornando las paredes del consultorio de un servidor, presumiendo que una vez fuimos jóvenes y no mal parecidos, con cabelleras oscuras, figuras atléticas, rodillas firmes, sin anteojos ni achaques. Donde treinta compañeros se encuentran esbozando una gran sonrisa llena de ilusiones, satisfacción, esfuerzo, sacrificio, felicidad y melancolía, con un corazón lleno de esperanzas para iniciar la más hermosa de las profesiones.