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PEQUEÑAS ESPECIES

"UN VETERINARIO CON AUDITORIO"

Me encontraba trabajando en el histórico poblado de Mapimí, tenía algunas semanas de haber llegado del pintoresco valle de Súchil, también del estado de Durango, donde había iniciado mi profesión atendiendo pequeñas y grandes especies en el medio rural, tenía dos años de haber egresado de la facultad, trabajaba para el gobierno como veterinario rural.

Era cerca de medio día cuando se estacionó un vehículo afuera de las oficinas de la secretaría de agricultura, venían de una población cercana y trasladaban a una enorme vaca Holstein, de más de setecientos kilogramos de peso, había iniciado el trabajo de parto en la madrugada y aún no podía expulsar la cría, solo se asomaba ligeramente un par de pezuñas, los encargados habían agotado todos los medios para "ayudarla", incluso había intentado con un tractor, amarrando las patas de la cría para jalarla y sacarla del interior del vientre materno, pero todos los intentos habían sido en vano, hasta que tomaron la decisión de que era trabajo para un veterinario.

Recuerdo muy bien la hora, unos minutos antes de la una de la tarde, las calles donde se encontraba las oficinas no cuentan con asfalto, tienen el típico empedrado rústico de los pueblos centenarios, a esa hora no había transeúntes ni tráfico alguno, nos rodeaban lotes baldíos y una escuela secundaria federal, me pareció un lugar ideal para poner manos a la obra, así que bajaron a mi paciente del vehículo, me coloqué un guante obstétrico y procedí hacer la inspección manual para saber la posición que presentaba la cría.

Introduje mi brazo al interior de la vaca con mucha dificultad por ese espacio tan reducido, al presentar cada contracción oprimía con severidad mi antebrazo entre la cría y el hueso de la pelvis de la madre causándome dolor, después de varios intentos y lograr introducir al fondo mi brazo me di cuenta que la cría se encontraba viva, en posición frontal con sus dos extremidades delanteras asomándose, pero con la cabeza girada hacia un costado y hacia atrás, para que pudiera expulsarla necesitaba corregir la posición de la cabeza hacia adelante, mientras permaneciera en esa situación seria imposible su salida, otro inconveniente que noté, el gran tamaño del producto, la madre no dejaba de pujar lo cual impedía maniobrar adecuadamente.

Necesitaba empujar la cría hacia el interior del vientre materno para dejar espacio e introducir mi mano para tomar la cabeza por los orificios nasales y tratar de voltearla hacia el frente, habían pasado horas desde el inicio del parto y se encontraba seco el canal pélvico, el líquido amniótico ayuda como lubricante para expulsar al producto y estaba ausente casi por completo, dificultando la salida.

Espero que los colegas dedicados a bovinos que lean el artículo no sean muy severos con mi técnica empleada hace más de cuarenta años, lo único que puedo decir a mi favor, que mi stock de medicamentos era muy reducido, además tenía la urgencia de resolver el caso en ese momento.

Los medicamentos con que contaba, eran hormonales y sedantes pero no estaba muy convencido de usarlos, relajaría los músculos y detendría las contracciones al momento de la expulsión al poner en posición correcta la cabeza.

Hoy en día existe cantidad de instrumentos manuales muy prácticos que se utilizan para estos casos, que hace décadas no los había.

Habían pasado varios minutos y me encontraba bañado en sudor, era pleno verano y no contaba con una sombra que refrescara, repentinamente mire a mi alrededor y me encontré rodeado de un gran público estudiantil callados y atentos a mis movimientos, era la primera vez que veían un veterinario trabajando en un parto distócico introduciendo el brazo dentro de un animal.

La calle estaba repleta de jóvenes que salían del turno matutino y de los que llegaban al vespertino, fue tanto el público que hubo un momento en que ya no me podía mover libremente, además del apuro por mi paciente y su cría que aún se encontraba con vida, me empecé a sentir incomodo por la cantidad de espectadores que obstruían completamente la calle, y era yo el causante de tal aglomeración, había ya cientos de estudiantes que no permitían el paso de vehículos, era todo un espectáculo de un numeroso público respetuoso y estupefacto.

Afortunadamente la oficina contaba con un patio en la parte posterior donde guardaban los vehículos, así que me trasladé ahí con mi paciente para trabajar con privacidad. El personal lo formaban, Ingenieros agrónomos, técnicos, y secretarias, que se encontraban atentos a cualquier ayuda que solicitaba, hoy grandes y entrañables amigos, realmente disfrutaban apoyarme en las cirugías o cualquier actividad ganadera, los propietarios siempre agradecidos al terminar el trabajo nos deleitaban con una carne asada con refrescantes bebidas, tal vez por eso la ayuda incondicional de mis amigos agrónomos jamás estuvo ausente.

Me encontraba adolorido y fatigado del brazo de tantos intentos que pensé en la siguiente opción, realizar una cesárea.

La madre se encontraba exhausta, pero no dejaba de pujar dificultando más las maniobras, empapado en sudor hice el último intento, hubo un instante en que aproveché el momento en que finalizó una de las contracciones y empujé con gran fuerza hasta que logré hacer que la cría retrocediera unos centímetros, por una fracción de segundo logré introducir mi mano por ese espacio tan reducido y conseguí tomar la nariz de la cría y colocar la cabeza en posición correcta para la expulsión... ¡Lo había logrado!

El siguiente paso era atar una cuerda alrededor de las patas de la cría, y rápidamente les dije a los ayudantes, a mi señal empiecen a jalar, esperé el momento de una de las contracciones y al fin, por arte de magia apareció una enorme y sorprendida becerra viendo la luz por primera vez, tal vez un poco adolorida e inflamada, pero viva que era lo principal.

Al empezar a respirar y moverse en el suelo, la madre sin apartar la vista de su cría de inmediato empezó a limpiarla con su áspera lengua, en ese instante escuché aplausos y un gran bullicio, eran docenas de estudiantes de la secundaria que se encontraban sobre las bardas y la azotea de la oficina, comportándose como un gran auditorio, celebraban de igual forma que si hubieran visto el gol del campeonato del equipo de sus amores.

Los dueños de la vaca se encontraban contentos, mis compañeros estaban alegres, la cría al igual que la madre las veía sonreír, pero no creo que haya habido persona más feliz que… "El veterinario con su auditorio".

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