Imagen: Unsplash/ Reproductive Health Supplies Coalition
Dentro de los síntomas de la menstruación — además del sangrado vaginal— se encuentran: brotes de acné, dolor y/o calambres abdominales, problemas gastrointestinales, cambios y trastornos del estado de ánimo, fatiga, dolor lumbar, dolor en los senos, dolores de cabeza o migrañas, retención de líquidos, hinchazón abdominal y falta de sueño.
En el mundo ideal, las personas menstruantes podrían lidiar con ellos al tomar ciertos analgésicos o cambiar sus hábitos alimenticios durante esos días, aunque no siempre fuera suficiente. Los tampones, las toallas sanitarias, las copas y los calzones menstruales serían, entonces, los aliados ideales para contener el sangrado.
No obstante, esa no es la realidad de todas las más de dos mil millones de mujeres y niñas que mes tras mes menstrúan en el mundo, según datos presentados por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). El estigma, la desinformación, la falta de acceso a servicios básicos y los elevados costos de los productos de higiene femenina son solamente algunos de los problemas a los que se enfrentan para lograr un adecuado manejo de su salud menstrual.
En un estudio presentado en 2018 por el Banco Mundial se estableció que al menos 500 millones de mujeres y niñas enfrentan dificultades para garantizar salud e higiene durante su menstruación. El reto que enfrentan no solamente recae en la accesibilidad a los productos y servicios que necesitan, sino también a las normas sociales y creencias que las deshumanizan y sistemáticamente las aíslan de las actividades diarias.
El creerlas impuras, indignas, capaces de provocar desgracias por el simple hecho de estar viviendo un proceso biológico natural, así como hablar del tema mediante cuchicheos y que sea motivo de burla y escrutinio abona a una campaña de silencio y desinformación en torno a la menstruación, que influye para que las mujeres y niñas no puedan experimentarla en un espacio privado, seguro, higiénico y digno.
¿QUÉ ES?
La Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU) define la pobreza menstrual como “no poder pagar los productos menstruales o acceder a ellos y no contar con instalaciones de saneamiento e higiene, ni la educación o los conocimientos para gestionar la salud menstrual”.
Millones de mujeres y niñas día tras día deben enfrentarse a situaciones que están fuera de su control: el contexto social, económico y familiar, la calidad de la infraestructura en sus centros educativos y laborales, el papel del gobierno en la garantización de los derechos básicos de la población, así como no saber qué esperar respecto a la menstruación por falta de información o no contar con el apoyo adecuado, producto de los prejuicios y el tabú.
La pobreza menstrual es un problema complejo y multifacético que afecta tanto la salud física como emocional de las personas menstruantes, así como su manera de existir en sociedad. En el artículo Repercusiones de la pobreza menstrual para las mujeres y las personas que menstrúan se explica que uno de sus impactos es el incremento de las alergias e infecciones en la zona genital debido al uso inadecuado de productos higiénicos: trozos de trapos viejos, ropa, colchones, tiras de camisetas o cualquier otro tipo de material absorbente que comúnmente no tuvo un proceso de limpieza y desinfección antes de su uso.
Asimismo, existen repercusiones emocionales relacionadas con dificultades socioeconómicas, ya que el tener que pedir dinero para comprar productos higiénicos fue descrito como una situación de gran vergüenza, impacto emocional y humillación para las jóvenes. “Un mayor incremento de depresión fue descrito en mujeres que experimentan pobreza menstrual”, apunta el artículo.
POBREZA MENSTRUAL EN AMÉRICA LATINA
Este fenómeno afecta a países tanto desarrollados como subdesarrollados. Según datos presentados en 2020 por el Plan Internacional, tres de cada 10 niñas en Reino Unido tienen dificultades para asumir el precio de los productos menstruales. De igual manera, la asociación Period —organización mundial que busca erradicar la pobreza menstrual y el estigma— afirma que en Estados Unidos una de cada cuatro adolescentes y una de cada tres adultas no logra costear dichos productos.
El panorama en Latinoamérica es similar. Datos presentados por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) reflejan que el 30 por ciento de las niñas no acuden a la escuela durante los días que dura su menstruación, lo que refuerza la desigualdad de género, disminuye su participación en el espacio público e influye en la deserción escolar.
En México, el 69 por ciento de las personas menstruantes tenía poca o ninguna información cuando le llegó su primera menstruación, según una encuesta presentada por UNICEF, Essity —empresa enfocada en higiene y salud— y Menstruación Digna México.
“En México, el 15 por ciento de las personas menstruantes no cuentan con infraestructura adecuada para gestionar la menstruación. Menstruar en dignidad debe de ser un derecho para todas las personas que menstruamos”, aseveró Anahí Rodríguez, vocera de Menstruación Digna México en 2022.
En ese mismo año, Alianza con Ellas presentó el informe Ser mujer en Venezuela: Diagnóstico comunitario y propuestas para la acción humanitaria, revelando que el 25 por ciento de las mujeres venezolanas no cuenta con acceso a productos de higiene menstrual. Además, la Asociación Venezolana para la Educación Sexual Alternativa (AVESA) expone que el 50 por ciento de las mujeres de 50 a 59 años nunca han recibido información ni orientación médica respecto a su menstruación.
¿CÓMO AYUDAR?
Colombia se convirtió en el primer país de América Latina en eliminar el impuesto del valor agregado (IVA) a los productos de higiene menstrual. En 2022, México siguió sus pasos. Sin embargo, solamente nueve países latinoamericanos consideran estos artículos como de primera necesidad.
Buscando combatir la pobreza menstrual en Venezuela, la organización no gubernamental EmpoderaME ofreció talleres de salud e higiene menstrual a comunidades remotas en situación de vulnerabilidad en ocho estados del país. Su finalidad fue alcanzar a más de tres mil mujeres y adolescentes, a quienes además del taller les brindaron un kit de higiene que contenía algunos de los principales métodos de recolección menstrual.
En Caracas, específicamente en La Dolorita, un grupo de organizaciones civiles se unieron para entregar de manera gratuita copas menstruales, que al contar con un promedio de vida útil de 10 años logran un ahorro de hasta el 95 por ciento del gasto en productos de higiene. La iniciativa la replicó en 2020 Margaret Guerra, fundadora del Club Ama Cup, al donar más de dos mil copas a nivel nacional.
Sin embargo, ni la eliminación del IVA, ni los talleres, ni las donaciones se dan abasto en comparación con la magnitud del problema. Son logros que sí marcan un antes y un después en la vida de millones de mujeres, pero así como el problema es multifacético, la solución también debería serlo.
Es importante hablar sobre la menstruación, despojarla del morbo y la ignorancia, pero también trasladar la conversación a nuevas políticas públicas, guiar la mirada hacia el camino a seguir para combatir las desigualdades sociales y reducir el número de personas en pobreza menstrual, no solo en Latinoamérica, sino en el mundo.
Lograr que cada una de las personas que menstrúan lo haga en un ambiente digno y sano debería ser primordial al hablar sobre derechos humanos. La pobreza menstrual permea la libertad de las niñas, adolescentes y mujeres al convertir un proceso natural en una lucha contra los prejuicios, la falta de conocimiento y la inaccesibilidad a servicios básicos.