Solsticio de invierno
El solsticio de invierno ha tenido una influencia muy profunda en la historia cultural de la humanidad. Es el momento en que el polo norte alcanza su mayor inclinación en su alejamiento del Sol antes de empezar un período de acercamiento. También es el día más corto del año en el hemisferio norte. En las regiones más septentrionales, el astro apenas alcanza a despuntar sobre el horizonte. Marca el arranque del invierno astronómico. Este año el solsticio será el 21 de diciembre, aunque la fecha puede variar entre el 21 y el 23, dependiendo del año.
El solsticio podría ser un momento de depresión y desesperanza. El frío y la brevedad del día pueden generar tristeza. En los tiempos más remotos, y en los lugares más al norte, el frío era tan intenso que hacía casi imposible salir de la cueva o la guarida. Los seres humanos permanecían encerrados tanto como les era posible. Debían tener comida almacenada y solo ocasionalmente salían a cazar o a recolectar alimento.
Lo curioso es que este momento de oscuridad y frío dio lugar a algunos de las fiestas más alegres. Fue el caso de las Saturnales, en las cuales los antiguos romanos celebraban a Saturno, el dios de las cosechas y la agricultura. Ya entonces los celebrantes intercambiaban regalos y tenían banquetes con amplio consumo de alcohol que a veces se convertían en bacanales. Estas fiestas romanas habrían de ser el origen de la Navidad, la segunda celebración más importante del cristianismo. En otros lugares del mundo había también festejos similares al acercarse el solsticio. Los mexicas celebraban el Panquetzalitztli, una festividad para la llegada de Hutzilopochtli, el dios del Sol, que habría de derrotar a su rival, Tezcatlipoca, el dios de la oscuridad, al terminar el invierno.
Las distintas fiestas del solsticio son una celebración de la esperanza. En el momento más oscuro del año se abren en el futuro cercano las perspectivas de días cada vez más largos y soleados. En el momento más triste surge la esperanza. No hay certeza de que Jesús haya nacido cerca del solsticio de invierno, al parecer la fecha fue seleccionada para que coincidiera con las Saturnales romanas, pero de cualquier forma su nacimiento representó una promesa de esperanza para todos aquellos que en la historia han profesado la fe cristiana.
Poca gente se da cuenta hoy de que la Navidad es una festividad estrechamente relacionada con el solsticio de invierno. Pero esto es en parte consecuencia de que en ya no miramos el cielo. Durante milenios los seres humanos pasábamos horas por las noches con la vista fija en el cielo. Los ancianos enseñaban a los niños a reconocer las estrellas y los planetas, y a entender las maneras distintas en se movían por el firmamento. El cielo nocturno generaba admiración y sed de conocimiento, sobre todo porque muchos pensaban que en algún lugar de las alturas se encontraba ese lugar al que iban a descansar las almas y que la imaginación popular identificó con el cielo.
Hoy ya casi nunca miramos el cielo. Las luces de las ciudades opacan su brillantez. Quizá el conocimiento que hemos obtenido del universo le ha quitado algo de misterio. Pasamos mucho más tiempo viendo pantallas iluminadas.
En este solsticio de invierno ojalá podamos darnos un regalo especial a nosotros mismos: dedicar un tiempo a elevar la vista al cielo. Esto nos permitirá entender por qué esta práctica fue tan importante para las antiguas comunidades y por qué un evento como el solsticio de invierno generó tantas fiestas que significaban esperanza.