Imagen: Unsplash/ Filip Mishevski
Se conoce como exhibicionismo a la conducta sexual de obtener placer mostrando los genitales a personas que no han dado su consentimiento para ello, generando una reacción de sorpresa, temor, angustia o incluso deseo sexual al observarlos.
Muchos exhibicionistas experimentan un placer frenético al saberse vistos durante actos sexuales transmitidos por Internet, con o sin consentimiento de su pareja.
Para considerarse trastorno parafílico de exhibicionismo —es decir, como algo patológico—, esta conducta debe incluir fantasías sexuales con un objeto de deseo atípico —en este caso, exponerse sexualmente—, actuar de manera compulsiva, y sentir vergüenza y culpa al hacerlo. Con frecuencia aparecen síntomas físicos, como dolor de cabeza, mareos o náuseas después de realizarlo. La cronicidad de este comportamiento por al menos seis meses también es un criterio diagnóstico.
Vivir la sexualidad a través del exhibicionismo deriva en no conseguir relacionarse de manera sólida con una pareja y con frecuencia separarse de ella. Quien padece esta parafilia no pretende un acto coital, ya que se siente bloqueado, limitado o impedido para consumarlo. Se satisface con mostrar su cuerpo como un ritual que forma parte del sexo que tanto evita —incluso si algunas personas se lo proponen—. Su goce se da más bien por el recuerdo constante de las reacciones de azoro y miedo de sus víctimas.
DOS VIVENCIAS
A continuación se exponen dos relatos integrados por historias reales, pero utilizando nombres ficticios.
Lorena, estudiante de 19 años, llegó a su casa asustada y molesta. Cuando iba caminando por el parque la había sorprendido un hombre al mostrarle su pene erecto mientras se masturbaba. Ella quedó sorprendida y asqueada. Aunque reportó el hecho, no se supo nada del agresor sexual.
Por su parte, Daniel, varón de 26 años, acude a consulta sexológica expresando pesar por tener una conducta irrefrenable de exponerse sexualmente ante chicas entre 16 y 28 años, y experimentar un deseo pasional insólito.
Comenta que la primera vez que descubrió este placer fue en el salón de clases en secundaria, a los 15 años. En esa ocasión se empezó a tocar el pene sin que sus compañeras se dieran cuenta y se masturbó sentado en su pupitre.
“Sentí que alguien podía verme mientras lo hacía y no diría nada”, explica. Días después volvió a hacerlo de igual manera, a escondidas, y el placer sexual fue idéntico.
“Algo dentro de mí me decía que estaba mal y me deprimía pensando en eso, pero el deseo de repetirlo volvió a presentarse. […] Me sentía mal y fatigado mentalmente, no sé exactamente cómo, pero sentía ansiedad y me aislaba en casa”.
A los 18 años redescubrió el placer de mostrar sus genitales dejando la ventana abierta de su habitación en un segundo piso. “Ponía la cortina de modo que sólo se viera de la cintura para abajo”.
Sin embargo, un sentimiento de vergüenza y culpa se presentaba después de cada episodio de exposición sexual, y la angustia y la ansiedad se repetían. “Yo no quería hacerlo, pero no podía controlarme”, confiesa.
Decidió pedir a sus padres que lo llevaran con un psicólogo, pero aún con la terapia los episodios se repetían cada dos o tres semanas, por lo que suspendió la atención psicológica.
La necesidad de exhibirse le llegó a generar emociones encontradas: excitación sexual al pensarlo, pero angustia y depresión tras realizarlo. Optó por masturbarse frecuentemente, pero ni con esto podía evitar sus impulsos.
Su condición se fue agravando. Al principio fue en la escuela, después en casa, luego en el transporte público y finalmente en la calle.
A los 21 años conoció a Francia, hermosa chica de 19 años que aceptó ser su novia. Con ella tuvo su primera relación sexual y, aunque afirma que fue satisfactoria, prefirió concluir el noviazgo, explicando que le “costaba mucho sostener una relación apropiada con ella”. Él consideraba su conducta exhibicionista como una acción de infidelidad, así que si no podía controlarse, mejor dejar a su pareja.
CAUSAS PROBABLES
La estimulación sexual entre niños o adolescentes, la observación de actos eróticos en casa o la exposición a material pornográfico crean las condiciones para una impronta en la sexualidad, al tratarse de un descubrimiento prematuro de efectos placenteros asociados a la masturbación.
Después, las sensaciones eróticas compulsivas se unen al estupor de las víctimas tomadas de manera desprevenida.
TERAPIA
Pocas personas afectadas con el trastorno de exhibicionismo buscan ayuda profesional, pero el apoyo adecuado puede servir para consolidar una sexualidad más sana.
Existen controversias en cuanto a la manera de atender este padecimiento. La psicoterapia encaminada a la reestructuración de la confianza básica y el reconocimiento de los impulsos sexuales es importante, asociada a tratamiento farmacológico psiquiátrico.
La atención, por lo tanto, es multidisciplinaria, e incluye al menos intervención psiquiátrica y psicoterapéutica.
NO TODO EXHIBICIONISMO ES PARAFILIA
Existen personajes del mundo de la moda, los espectáculos o la política que disfrutan de tener una conducta exhibicionista sin llegar a ser considerados parafílicos. Todo es cuestión de grado y situación.
Quien publica contenido erótico en plataformas como Only Fans no necesariamente vive su sexualidad de forma exhibicionista. Puede gozar de mostrarse y obtener elevados ingresos al hacerlo, pero no vivir esta conducta de manera compulsiva.
Los bailarines que realizan striptease podrían calificarse como exhibicionistas, pero no precisamente como parafílicos.
Muchas parejas, antes de llegar al coito, se muestran desnudos y pueden realizar prácticas exhibicionistas sin tener el trastorno. De igual manera, tener sexo en vía pública de forma consensuada y buscando ser observados, no necesariamente implica una parafilia. La desnudez corporal ante otros que lo aceptan y piden, como los grupos swinger, tampoco califica de esta manera.
De hecho, el acto de exhibirse frente a quien se desea excitar sexualmente es común entre parejas y llega a considerarse la cereza del pastel en sus prácticas eróticas.