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Un retrato dinámico de Olga Tamayo

El Museo Tamayo dedica una exhibición al legado de esta mujer que no se limitó a impulsar notablemente la trayectoria de su esposo, célebre pintor, sino que también acercó las vanguardias artísticas a México.

Olga Tamayo retratada por Lola Álvarez Bravo.

Olga Tamayo retratada por Lola Álvarez Bravo.

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

La herencia cultural de Taide Olga Flores Rivas para México es invaluable. Se encargó de impulsar la carrera de su esposo, el célebre pintor Rufino Tamayo, y junto con él gestionó la adquisición de más de 300 obras de los artistas más relevantes del siglo XX, para que los mexicanos pudieran acceder a las formas de expresión que habían surgido en el mundo en las últimas décadas. Con este acervo nació el Museo Tamayo, el primero dedicado al arte contemporáneo internacional en el país, inaugurado en 1981. 

El recinto cumplió su 40 aniversario en medio de la pandemia por covid-19, pero, lejos de que el coronavirus detuviera la actividad en el museo, impulsó el comienzo de un proceso de historización para dimensionar su relevancia en la difusión, exhibición, conservación y estudio del arte. 

“Fue una oportunidad perfecta para nosotros. Como que todo el mundo empezó a utilizar las plataformas, el Zoom para trabajar, y dijimos ‘pues qué mejor que ponernos justamente a hacer todo este tipo de investigación, de entrevistas’. Fue como una pausa para poder sumergirse”, declara Magalí Arriola, directora de la institución, para Siglo Nuevo

Parte de ese proceso consistió en una revisión exhaustiva de los archivos del museo, el contacto con personajes que fueron testigos de su nacimiento y desarrollo, y la digitalización de material análogo. De ese levantamiento de datos históricos surgió el proyecto editorial Tamayo 40, que hace un recuento de las exposiciones más importantes que han tenido lugar en esta institución, disecciona su contexto histórico y presenta material inédito. 

Otra consecuencia de esa investigación interna es la exhibición Olga, un retrato dinámico, inaugurada el 20 de junio pasado y que se mantendrá en el Museo Tamayo hasta el 15 de septiembre. Aquí se presentan, como nunca se había hecho antes, distintas facetas de este personaje clave en el panorama artístico de México en el siglo pasado. 

Exposición 'Olga, un retrato dinámico' en el Museo Tamayo. Imagen: Museo Tamayo
Exposición "Olga, un retrato dinámico" en el Museo Tamayo. Imagen: Museo Tamayo

EL ARTE VISTO POR OLGA 

El primer contacto con Olga en la exposición es a través de la mirada de Rufino Tamayo, quien a lo largo de su vida realizó alrededor de 20 retratos de su esposa. Aproximadamente la tercera parte se encuentra en esta muestra, donde no sólo se percibe la evolución artística del pintor —desde los años treinta a los ochenta—, sino su percepción sobre Olga. El retrato más antiguo es de 1934, cuando contrajeron matrimonio. Consiste en una vista de perfil de la entonces joven, en tonos sutiles y de estilo realista. 

“De alguna manera, en los primeros retratos hay una cierta distancia que es comprensible en estas primeras uniones de las parejas”, señala Julio César Álvarez, curador de la exhibición. Sin embargo, conforme avanza la línea temporal se puede ver que las pinceladas de Tamayo tienden a capturar, más que el aspecto, el carácter de Olga, que según los testimonios era imponente e incansable, como un “torbellino”. Estas características son visibles, por ejemplo, en la obra que da el título a la exposición, Olga, un retrato dinámico (1958), una pieza abstracta donde es notable la influencia del futurismo, con sus trazos amplios y curvos que denotan un movimiento que parece desbordarse del lienzo. 

Pero quizá la obra más icónica de esta serie es Retrato de Olga (1964), una pintura que el artista realizó como regalo de aniversario de bodas para su esposa. Se trata de un cuadro de más de dos metros de altura en que Rufino Tamayo muestra su plástica, su capacidad de síntesis y su manejo del color en todo su esplendor. 

Del lado opuesto de la sala se encuentra una muestra de las obras que la pareja logró traer a México del extranjero, como representantes de las vanguardias artísticas del siglo XX. Destacan pinturas de Pablo Picasso, Herbert Bayer, Willem de Kooning y Joan Miró, así como un par de esculturas de Henry Moore. Es difícil imaginar otro espacio en el país —al menos que esté abierto al público—, donde converja de esta manera el legado de quienes en su momento revolucionaron el arte occidental. 

Si bien Rufino Tamayo realizaba la elección final de las piezas que habrían de conformar la colección, Olga era quien se encargaba de todas las gestiones necesarias para hacer posible la adquisición de las obras. Entre las figuras preponderantes que tienen un lugar en el acervo están Francis Bacon, Fernando Botero, Eduard Chillida, Max Ernst, René Magritte, Barbara Hepworth, Mark Rothko, entre un largo etcétera. 

Retrato de Olga (1964). Imagen: Abraham Esparza
Retrato de Olga (1964). Imagen: Abraham Esparza

En otra pared hay algunos cuadros de Rufino que Olga logró colocar en el Museo de Arte Moderno, donde se encuentra el mayor conjunto de obras de Tamayo en un recinto cultural, con un total de 33. 

Así, la exhibición está flanqueada por una parte representativa de la obra que vendió Olga como manager de su marido, la que adquirió como herencia artística para México y la que inspiró su persona en uno de los artistas nacionales más relevantes del siglo XX. Es una muestra perfecta del gran papel que tuvo en el ámbito cultural de su época.

OBJETOS QUE NARRAN 

Pero la exposición no se reduce a recoger la obra en la que, de alguna u otra manera, estuvo involucrada Olga Tamayo, sino que se dedica también a recuperar su esencia a través de objetos que narran fragmentos de su vida. 

Su historia comienza con algunas fotografías de su infancia, en las que aparece el núcleo familiar. Su padre, quien fuera coronel durante el Porfiriato, inculcó en Olga y su hermana menor, Débora, una severa disciplina que, de todas formas, no pudo apaciguar el carácter inquieto de la mayor. Podría decirse que, más bien, le dio herramientas para encauzarlo. 

“En alguna entrevista que le hicieron (a Olga) menciona que ella era muy traviesa, retaba mucho. Entonces, se empieza a dibujar desde pequeña este carácter muy fuerte e impositivo, y presto a la acción”, explica el curador. 

Al lado de las fotos se encuentran unos pequeños bodegones pintados por ella. Se trata de una muy breve incursión de Olga al arte plástico, con notable influencia de su esposo, aunque jamás pretendió hacer carrera de ello y, por eso, no dedicó más tiempo a la pintura. De hecho, antes de ser gestora cultural, su trayectoria estuvo enfocada en la música, pues se formó como concertista de piano en el Conservatorio Nacional. Llegó a ejercer en conciertos públicos y de radio, además de como docente, como lo atestigüa el material de prensa que se exhibe en el museo. Sin embargo, más adelante abandonó su instrumento. 

Vestimentas usadas por Olga Tamayo. Imagen: Abraham Esparza
Vestimentas usadas por Olga Tamayo. Imagen: Abraham Esparza

“Declaró que si no podía tocar como Wanda Landowska, que era una concertista muy reconocida de la época, iba a dejar el piano”. 

Es evidente que Olga aspiraba a la grandeza en aquello a lo que dedicaba su tiempo. Las cartas y anotaciones que se encuentran exhibidas dan cuenta de su habilidad para los negocios. Aquella en que se asume a sí misma como mánager de Rufino seguramente marcó un punto de inflexión en la carrera del pintor, pues es bien sabido que a ella se le debe gran parte de su éxito en el mercado del arte. 

“Hay testimonios en donde se menciona que María Félix llegó en algún momento a solicitarle una pintura a Tamayo y Olga le quiso cobrar. Creo que jamás se realiza esa pintura. Entonces eso da muestra de cómo era su carácter”. 

Los objetos de la colección se unen para demostrar esa fuerte personalidad con la que navegaba el mundo, comenzando por la indumentaria que portaba. Es factible imaginarla vistiendo diseños mexicanos artesanales y de alta costura en el extranjero, representando la vitalidad de la escena artística nacional. 

También es posible visualizarla anotando las recetas de sus descubrimientos culinarios, tal como se leen en una pequeña libreta donde llegó a plasmar la preparación de platillos que van desde el mole amarillo hasta gastronomía internacional. Tal vez sirvió alguno de ellos en la vajilla que el propio Rufino realizó para ella, como anfitriona de las célebres reuniones que convocaban los Tamayo en su hogar. 

Habría también que pensarla frente a su pequeña máquina de escribir, registrando la trayectoria de las obras de Rufino o solicitando el envío de alguna pieza importante para la colección. O bien, inmersa en una de sus libretas, haciendo un inventario descriptivo de las esculturas prehispánicas que tanto le fascinaban. 

Cada objeto permite al espectador construir una imagen más completa de Olga Flores Rivas, una de las piezas fundamentales para el arte en México durante el siglo pasado. Si bien es imposible conocer todas las aristas de una persona, los fragmentos de su esencia no solo se pueden descubrir a través de su presencia física, sino también mediante los objetos de los que se rodeaba, su palabra escrita, el testimonio de sus allegados y, sobre todo, su legado.

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Escrito en: Ana Sofía Mendoza Olga Flores Rivas Olga Tamayo Rufino Tamayo Museo Tamayo Un retrato dinámico Magalí Arriola Julio César Álvarez

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