Una sillita al sol
Por la calzada de los Misterios, junto a sus madres peregrinan también los chiquillos. Es conmovedor ver avanzar de rodillas a quienes pagan alguna manda. Con muletas y en silla de ruedas los enfermos. Políticos y narcos juntitos, vamos todos a cantar Las Mañanitas a la Virgen.
“Vengo a la Villa porque mi papá es danzante y siempre lo vengo a ver”. “Yo porque es su santo y también para pedirle que ya no nos maten”. “Yo porque ahorita dejé de tomar y vengo a jurar por medio año”. “Estamos aquí por la fe cristiana que tenemos, pero más que nada para darle gracias a la Virgencita por la vida que nos ha prestado”. “Venimos porque uno cree en ella y eso es lo que nos trae a rezar en su honor”. “Yo vengo a pedirle un trabajo porque hace ya cinco meses que no consigo nada”. “Nosotros venimos a pedirle que nos vaya bien y para que tengamos siempre salud”. “Yo le rezo para que mi abuelita se cure del cáncer”. “Yo, que aparezca mi hijo que ya va para dos años desaparecido”. “Mira, Virgencita, si esta noche el negocio sale bien, nos vamos a michas”, ofrece el ladrón.
Y sí, ¿por qué no?, todos los días suceden milagros. Además, la Virgen no es clasista ni racista y todos somos sus hijos. Gorditas de la Villa, tacos de guisado, fruta, pan de pueblo, aguas frescas, todo es insuficiente para alimentar a más de 13 millones 500 mil peregrinos que llegan este diciembre a la Basílica.
Me salgo de la muchedumbre que avanza lentamente por el centro de la calzada, para caminar por la acera menos populosa. A los pies de una imagen de la Guadalupana incrustada en el muro, un cartel indica: “Este jardín es mi casa, cuídalo, no tires basura”. Bajo el cartel, vasos de plástico usados, pañales sucios y toda clase de inmundicias. Unos pasos más adelante, sobre cartones, un encobijado duerme la mona. Hay de todo en la viña del Señor.
“La aparición despeja el ánimo de los vencidos, los aleja de la congoja y los entrega al tesoro inagotable de la esperanza”. Tanta es la esperanza que hasta los no creyentes la veneran. “Soy judío guadalupano”, decía mi Querubín. “El 12 de diciembre es la fiesta por excelencia, la fecha central del calendario emocional del mexicano”, escribió Octavio Paz.
Conociendo el poder de la imagen de la Virgen de Guadalupe, allá en Atotonilco tuvo Hidalgo la intuición genial. Sacó del santuario una pintura de la Virgen, y colgada en una pica la entregó a los insurgentes, convirtiendo así el piadoso estandarte en bélico pendón. Convocando el sentimiento religioso del pueblo, declaró a la Guadalupana “capitana jurada de nuestras legiones”. “Y cuando Hidalgo a combatir se lanza, bajo tu sonrisa el triunfo alcanza”. Al combate la llevaron también Morelos, Iturbide, el ejército durante la Revolución Mexicana y en la guerra cristera.
El estandarte con la imagen de la Guadalupana es también insignia de quienes buscan aprovechar la fe del pueblo bueno, que por carecer de educación e información, es la parte más vulnerable y por lo tanto manipulable de nuestra sociedad. Convertida la imagen de la Virgen en culto patriótico y factor de unidad nacional, hasta la señora Sheinbaum, judía ella, se la colgó en una falda. Pobrecita Virgencita, te traen, te llevan y no te dejan en paz. Yo te ofrezco una sillita al sol para que descanses. Ya descansada, no es que te quiera preocupar, pero mejor échanos un ojo porque las cosas por acá están que arden.