LA PERFECCIÓN SE EXPRESA
Mientras cuidaba los rebaños de su padre, el niño de sólo 10 años retrataba la escena sobre una piedra. El maestro Cimabue, que paseaba por ahí, se detuvo un instante a observarlo y quedó tan impresionado que le propuso admitirlo en su taller para convertirlo en artista. El pequeño Giotto, quien trabara amistad con el célebre Dante y pintara con inconfundible belleza, muy pronto sería admirado como una de las máximas figuras del Renacimiento.
La reputación de sus dibujos llegó a los oídos del papa en momentos en los que buscaba ornamentar la iglesia de San Pedro. Para este fin era frecuente que se convocara a varios artistas, con el propósito de comparar sus habilidades y seleccionar al mejor. El pontífice envió a un cortesano a recorrer varias ciudades para recoger los trabajos. Cuando llegó a Florencia, fue recibido con gran amabilidad por Giotto. En vez de entregarle un dibujo o una obra ya realizada, tomó una hoja y con una brocha dibujó de un solo trazo un círculo. El enviado creyó que se trataba de una broma, pero el pintor insistió en que fuera ese el único lienzo de su autoría que debía presentar al papa. Cuando por fin fue observado por su santidad y otros expertos, todos vieron algo que se expresaba con enorme contundencia: Ese círculo rojo era perfecto. No hacía falta nada más.
La belleza contiene un lenguaje sutil. No necesita exagerar sus rasgos para expresarse. En la sencillez abunda la intensidad, la profundidad, la elocuencia.
Es un instante apenas, en el que todos los sonidos se apagan y ella, desnuda, descubre su extraordinaria apariencia. Al observarla, nadie osaría quitarle o agregarle algo. Es una síntesis maravillosa del universo. En ese pequeño rasgo está contenido el todo.
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