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Walter Ruttmann, pionero de la experimentación sonora en el cine

El cineasta exploró de forma innovadora las posibilidades expresivas del sonido para complementar la narrativa visual de las películas, dando lugar a nuevas formas de montaje y a piezas completamente revolucionarias para su época.

Los pioneros del cine sonoro Walt Ruttmann y Lotte Reiniger mirando una tira de película; detrás de ellos, el director Carl Koch. Imagen: Picture-alliance

Los pioneros del cine sonoro Walt Ruttmann y Lotte Reiniger mirando una tira de película; detrás de ellos, el director Carl Koch. Imagen: Picture-alliance

CARLOS SÁENZ

Desde los incipientes experimentos cinematográficos a finales del siglo XIX, el afán por replicar la realidad de manera fiel llevó a los nacientes cineastas a explorar simultáneamente la imagen en movimiento y el sonido sincrónico. Aunque la primera película sonora oficial en la historia fue El cantante de jazz (1927), las experimentaciones audibles iniciales ocurrieron en paralelo con las primeras exhibiciones fílmicas. Esto se debe a que el cine comenzó como un medio documental y de interés científico, más que como un vehículo narrativo. 

Toda esta experimentación antecede al año 1919. A partir de esa fecha, surgieron nuevos dispositivos tecnológicos y técnicas que hicieron posible el sonido óptico, es decir, la grabación de audio directa en el celuloide que contenía la imagen, un parteaguas para el cine narrativo. Aquellos interesados en el cine como un medio expresivo, encontraron en estas innovaciones maneras interesantes de manipular el filme y así lograr otras cualidades artísticas. 

Uno de ellos fue Walter Ruttmann, un pintor alemán que tras una experiencia terrible como artillero y defensor en la Primera Guerra Mundial, decidió aliviar sus síntomas de estrés postraumático a través del arte, específicamente el cine. Para Ruttmann esta era la vía idónea para capturar y transformar la percepción del tiempo y la realidad. Con las ganancias económicas de su vida militar, estableció su propia productora y probó libremente diferentes técnicas, siendo especialmente prolífico en las derivadas de la exploración sonora. 

El artista encontró en la animación un camino para expresar sus ideas sobre geometría, ritmo y la condensación del tiempo, cualidades más propias de la música pero que él aseguraba podían trasladarse al terreno de las imágenes. Así nació su primera exploración visual de la sonoridad y también una obra pionera del cine abstracto: Lichtspiel: Opus I (1919 - 1920). Aunque esta pieza carece de sonido, sus diez minutos de duración están estructurados como una composición musical en tres movimientos. El artista crea una armonía visual mediante la superposición de figuras geométricas que van apareciendo rítmicamente en la pantalla, moviéndose en una estructura sonora inexistente, pero implícita. 

Fotograma de Opus II.
Fotograma de Opus II.

Lichtspiel se traduce al español como “juego de luz”, reflejando lo que el autor pretendía al concebir esta obra. A diferencia de una pieza narrativa convencional, Opus I incentiva un enfoque emocional e intuitivo por parte del espectador, donde las formas, colores, ritmo y movimiento crean una experiencia sensorial única. Es importante destacar que la mayoría de las ediciones de este filme que encontramos en internet, están acompañadas por música, pero originalmente se trata de una película silente. Por lo tanto, se recomienda bajar el volumen al encontrarse con estas versiones, para apreciar la obra tal como fue concebida. 

DE LA ABSTRACCIÓN AL DOCUMENTAL 

Ruttmann continuó explorando el cine abstracto con Opus II (1921), Opus III (1924), Opus IV (1925) y Traumspiel (1925); sin embargo, con el tiempo se apartó de la abstracción para centrar sus preocupaciones artísticas en la vida urbana. En 1927 presentó Berlín: sinfonía de una gran ciudad, película en la que aplicó los mismos conceptos de ritmo y montaje musical que sus proyectos anteriores, pero esta vez utilizando imágenes documentales de la vida cotidiana en su ciudad natal. Al igual que sus otros trabajos, el cineasta empleó figuras geométricas y estructuras propias de la música para crear una sinfonía visual, donde la urbe y sus habitantes se convierten en protagonistas de una historia en constante movimiento. 

Este filme no solo captura el esplendor de un Berlín en pleno desarrollo industrial en los años veinte, sino que también revolucionó el género documental al proponer una forma narrativa del montaje. Incluso varios investigadores establecen dentro de la historia del cine un subgénero del documental a partir de esta obra: las llamadas sinfonías de ciudades. Son piezas que por medio de una serie de paisajes visuales y sonoros, conforman una visión dinámica y multifacética de la vida urbana. Esta relación entre los ritmos citadinos y la captura y síntesis del tiempo, volvería a aparecer más adelante en el trabajo de Walter Ruttman, solo que en esta ocasión se olvidaría de la imagen para entrar de lleno en el sonido. 

En Fin de semana (Wochende, 1930), Ruttmann abandona por completo la pista visual de la película para centrarse exclusivamente en la banda sonora del celuloide, creando una obra sin imágenes, compuesta y orquestada enteramente por sonidos. Al grabar directamente el audio en la película, logra que su pieza dure un poco más de once minutos, algo excepcional para la época, ya que los soportes sonoros habituales —como los discos— no ofrecían esa duración. 

Berlin: sinfonía de una gran ciudad (1927).
Berlin: sinfonía de una gran ciudad (1927).

Aquí, en lugar de recurrir a sus acostumbradas imágenes y recursos visuales, el artista opta por grabar sonidos cotidianos en su forma más cruda: campanas de la iglesia, fábricas, niños en la escuela, adultos trabajando o comercios con gran actividad. Mediante un montaje sonoro, la película pretende retratar el fin de semana de un trabajador, prescindiendo de diálogos o música tradicional como elementos narrativos y empleando la textura y el ritmo en lo que pudiéramos considerar “ruido”, explorando la capacidad de este medio para transportar al oyente (o al no-espectador) a una construcción específica de espacio y tiempo. 

Esta innovadora postal sonora fue inicialmente recibida con confusión, sin embargo, hoy la reconocemos como la precursora del paisaje sonoro contemporáneo. Entre las opiniones destacadas de la época se encuentran las de Lotte H. Eisener, crítica de cine que la describió como una “fotografía de un espacio físico a través del sonido”, mientras que su colega Hans Richter, cuyas valiosas contribuciones al medio merecen un análisis aparte, lo consideró una “sinfonía de sonidos entrelazados en un poema”. 

Fin de semana no solo marcó la historia del cine de manera contundente, sino que también influyó en disciplinas sonoras de la época como la producción radiofónica; incluso se considera precursora de la música concreta, género surgido a finales de la década de los cuarenta, que se caracteriza por la utilización de medios electrónicos para su producción. 

En nuestros días, el legado de Walter Ruttmann se ha ensombrecido debido a las desafortunadas colaboraciones posteriores que mantuvo con el régimen nazi. El hecho de que haya dirigido y colaborado en piezas de propaganda política, influyó drásticamente para el reconocimiento académico posterior de su obra. Sin embargo, resulta innegable que Walter Ruttmann fue un gran artista pionero que exploró incansablemente las posibilidades expresivas del cine como arte visual y sonoro. Afortunadamente, sus proyectos siguen siendo accesibles a través de múltiples archivos y bibliotecas en línea de consulta abierta, permitiendo que llegue a nuevos espectadores e investigadores interesados en conocer su trabajo.

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